PDA

Ver la Versión Completa Con Imagenes : Para leer, reflexionar y sacar conclusiones: PENA MÁXIMA, UN JUICIO AL FUTBOL COLOMBIANO.


Ayudante De Santa
06-11-2015, 22:19:08
Los mejores licores
Lord Mago
15-10-2013, 22:10:50
Terminada ya la clasificación al mundial que se disputará en Brasil el próximo año, y al margen de la euforia que genera ver a Colombia clasificada, segunda en la tabla con 30 puntos detrás de Argentina y como flamante "cabeza de serie" para el sorteo mundialista que se celebrará en la ciudad de Bahía el próximo 6 de diciembre, creo que vale la pena hacer un llamado a la cordura, a la objetividad y a dejar de lado el folclorismo y el triunfalismo que en el pasado, y que por desgracia aún hoy dia, tanto afectaron y afectan al futbol Colombiano.


Para ello, les traigo los 3 primeros capítulos de un libro publicado por Editorial Planeta en 1995, en el cual se muestra lo que ocurrió en las entrañas del fútbol colombiano, que degeneró en una muerte absurda, la de Andrés Escobar y que fué causada por un descalabro deportivo que en buena medida, se debió al folclorismo desmedido y al triunfalismo exagerado y absurdo con que se asumieron los retos y las situaciones que se presentaron en ese entonces.


Hoy, cuando Colombia vuelve a estar clasificada a una Copa del Mundo, con una de las mejores selecciones que se han visto en la historia de nuestro futbol, se los presento para simplemente, dejar un testimonio de lo que pasó y que no debería repetirse, y con esto no solo me refiero a la absurda muerte del gran Andrés Escobar Saldarriaga, si no también al descalabro de un equipo que pudo ser protagonista y dejar una gran imagen en un mundial de futbol.


Les podrá parecer un poco ladrilludo, pero vale la pena leerlo.


PD. Los capítulos tienen algunos errores de redacción de su fuente original, las cuales por cuestiones de tiempo no alcanzo a corregir, les pido excusas al respecto.

Ayudante De Santa
06-11-2015, 22:19:08
Los mejores licores
Lord Mago
15-10-2013, 22:11:51
Introducción

Hay otro fútbol colombiano que no es el que muestra la televisión ni del que habla la radio. Otro fútbol que apenas aparece en los rumores del hin*cha o en las sospechas de la calle. Y es el fútbol que está detrás del fútbol. El fútbol tras las cámaras, tras l os micrófonos, tras la pasión. El fútbol que, en últimas, decide quién gana y quién pierde, sin que importen mucho la pelota, el talento o el espectáculo.

Es de ese fútbol que queremos hablar en estas pá*ginas. Y de sus protagonistas, claro. Empezamos con la actuación de Colombia en el Campeonato Mundial de Estados Unidos. Allí se dio el resultado que se tenía que dar. Al fin y al cabo, ese resultado se fue constru*yendo poco a poco, desde mediados de los años 70, cuando los dineros del narcotráfico se infiltraron en el deporte.

Quien supiera algo de lo que aquí está escrito, no podía sorprenderse por el descalabro en USA 94. Y esa derrota llegó, fundamentalmente, por razones total*mente ajenas al juego. Lo que hicieron Valderrama, Asprilla, Rincón, Escobar, Álvarez y compañía en las canchas de Pasadena y Palo Alto fue el final de una cadena de errores. Nadie ha explicado hasta hoy esos errores, nadie los ha analizado. Por eso están aquí.

Fue la de USA 94 la ilusión más grande del fútbol colombiano en su historia. Y también, la mayor decep*ción. Sin embargo, y con excepción de dos o tres infor*mes superficiales, nadie tocó a fondo ese fracaso. Los primeros tres capítulos de este libro intentan explicar lo que ocurrió desde el 5 de septiembre de 1993, cuando Colombia venció a Argentina en Buenos Aires 5-0, hasta el partido ante Suiza en el estadio de Standford.

Los siguientes explican las razones por las que era lógico que el fracaso llegara. Es esa la otra verdad del fútbol colombiano, la que se oculta, la que se niega. Los periodistas, los dirigentes, los árbitros. Por último, la tragedia, representada en el asesinato de Andrés Escobar Saldarriaga. Un símbolo de lo que es el fútbol en Colombia. Un símbolo negro.

Alguno preguntará al final de estas páginas si no hay algo positivo en el fútbol colombiano. Y… sí, claro que lo hay. Dos o tres periodistas, el mismo número de árbitros, algún dirigente y los jugadores. Ellos sí son lo positivo del fútbol, casi que lo único positivo. Pero están huérfanos, y muchas veces terminan siendo las mario*netas del espectáculo. Quienes manejan los hilos lo hacen a su antojo. Los manipulan como quieren. Y esta es la historia.

Lord Mago
15-10-2013, 22:12:56
CAPÍTULO I.

Fueron tantos los gritos, y tantas las luces, que la frase quedó enterrada. Apenas unos cuantos la escucharon. Pero la archivaron, la guardaron sin siquiera prestarle atención. Y la abandonaron once meses. Cuando se acordaron de rescatarla ya no fue necesaria. La historia acababa de confirmar lo que aquellas cinco palabras de Hernán Darío Gómez habían presagiado. La historia. O el destino, o los vicios, o los malos manejos. O las fuerzas oscuras, o la brujería, o la envidia. O todo ello junto. La historia… Fue en una noche de invierno cuando todo empezó. Buenos Aires era un tango de Santos Discépolo y el estadio de River una ironía. En un vestuario, Colombia celebraba sin frenos un triunfo mentiroso. En el otro, Argentina empezaba a tocar fondo. De pronto, Hernán Darío Gómez soltó su opinión: “Ahora sí nos jodimos, Pacho”. La expresó con rabia. Con miedo también. Pero no encontró un interlocutor, alguien que pensara como él en aquel instante caliente. Entonces comprendió que debía ir a celebrar, debía esconder con su alegría la realidad, como todos los demás. Y la escondió. Escondió esa realidad que él acababa de presentir por conocer tanto a los colombianos. E intuyó que jamás iba a salir a la superficie. “Ahora nos van a obligar, nos van a exigir que ganemos el Campeonato del Mundo”, dijo luego. Como antes, pocos lo oyeron. Alguien alcanzó a decirle que era un “aguafiestas”. Él sonrió y dejó las cosas así. “Para qué llevarle la contraria a todo el país”, murmuró.

Ese día, 5 de septi embre de 1993, Colombia clasificó al Mundial de Estados Unidos al obtener el primer lugar del Grupo A suramericano. Pero aquel 5-0 con el que los colombianos vencieron a Argentina en el Monumental de Buenos Aires fue mucho más que una simple victoria. Fue el principio del fin, aunque por ese entonces muchos pensaran que había sido la gloria. Fue la locura de un pueblo que nunca había sentido una alegría similar. Fue el desbordamiento colectivo, el odio transformado en agresión -en Bogotá, esa noche hubo más de 100 muertos-, la ilusión del que nada ha tenido y de repente se encuentra en el cielo. Fue, en últimas, el reflejo de un país atormentado que, con una gota de licor, pierde la razón.

El licor fue el fútbol, otra vez. Y el fútbol fue la mentira, otra vez. Desde aquel día, Colombia empezó a construir una ilusión. Con el tiempo esa ilusión se volvió obligación. El 5-0 de Buenos Aires dejó de ser un resultado importante, el más importante de la historia si se quiere, para pasar a convenirse en un título.

“La historia no se cambia de un día para otro, en 90 minutos”, había dicho Diego Armando Maradona. Sin embargo, para muchos -Edgar Perea, William Vinasco, Guillermo Montoya, entre otros, e infinidad de sus oyentes-, la historia sí se cambió con el S-0. Un result do, en realidad nada más que eso, hizo que Colombia fuera cinco veces más que Argentina. Por ese resultado Colombia se subió al pedestal de los favoritos.

Por ese resultado los errores se taparon, las cualidades se agrandaron, las verdades se ocultaron. El mundo al revés, una y otra vez. El 4 de septiembre, 24 horas antes del juego ante los argentinos, por el Caesar Park de Buenos Aires desfilaban innumerables personajes. Unos iban a pedirles autógrafos a los jugadores colombianos, otros a saludar, simplemente a saludar. Y otros, a buscar. Esa noche, hacia las diez, Faustino Asprilla y Freddy Rincón invitaron a dos colombianas a sus habitaciones. Disimuladamente, firmaron la hoja de autógrafos y enseguida colocaron el número de sus habitaciones. La clave era que las mujeres dieran vueltas por el Lobby media hora y que después subieran. Nunca lo hicieron, pero la intención de los futbolistas estaba ahí.

Si alguna otra subió es difícil comprobarlo. Pero allí hubo una norma incumplida. Una mínima dosis de disciplina quebrada. No importó. Y no importó por la victoria del día siguiente, por esa alegría que engañó a tantos, por esa euforia que relajó lineamientos de conducta. Es bien sabido, cuando las reglas se rompen, la autoridad empieza a ceder. En Barranquilla, durante los juegos de preparación, el Hotel Dann, sede del equipo, era un ir y venir de gente. Periodistas, políticos, aficionados, parientes, directivos, curiosos, mujeres de diversa índole… Las puertas estaban abiertas para el que quisiera ingresar. Y los jugadores estaban a la orden del día. Pero nadie dijo nada.

Tampoco por lo de Bueno Aires. Sencillamente porque se ganó, y, cuando se gana, los errores ya no lo son. En el informe que Francisco Maturana le entregó a la Federación Colombiana de Fútbol después del Mundial, el técnico dijo que una de las razones del fracaso había sido la “concentración”. Habría que preguntarle si las “concentraciones” de Barranquilla y Buenos Aires fueron muy distintas. Habría que preguntarle también por qué en Barranquilla era lícito que los jugadores estuvieran rodeados de público, de calor y sentimiento, y en Estados Unidos esos mismos ingredientes fueron causa de descalabro. “Todas estas muestras de cariño y de afecto motivan al equipo, está demostrado”, había dicho en agosto de 1993.

“Pero y… de cualquier forma, hicieran lo que hicieran, rindieron, corrieron como locos”, dirá alguno. Y… sí. Rindieron y corrieron como locos. Igual que el norteamericano Bob Beamon en 1968, cuando durante los Olímpicos de México estableció el récord mundial más sorprendente de la historia: saltó 8.90 metros de largo. iY la noche anterior había tenido relaciones íntimas con una mujer! El capítulo de Buenos Aires se cerró en discotecas y bares del exclusivo barrio La Recoleta. Algo lógico. Las heridas sanaron, los yerros se olvidaron y la Selección se mostró más unida que nunca. Como si jamás hubieran ocurrido, pasaron de largo los desplantes de Faustino Asprilla, aquella escapada del Hotel Dann el 16 de agosto y las ínfulas que tanto molestaban a sus compañeros.

Lord Mago
15-10-2013, 22:13:57
Continuación Capítulo 1.



El factor Asprilla

Fue él, Faustino Asprilla, el hombre que marcó desde el principio, y a su manera, la pauta del equipo. El hombre que transgredió las reglas para abrir una grieta en la intimidad del grupo y en la autoridad de Maturana y Gómez. Por aquel entonces era el único colombiano que actuaba en el fútbol italiano y sus éxitos llenaban páginas y páginas. Un lunes, lunes 20 de septiembre de 1993, EL Tiempo llegó a decir que era el mejor jugador del mundo. Una muestra más de la superficialidad de la prensa colombiana. Uno que otro comentarista radial también afirmó lo mismo. Y Maturana, después de hablar con Arrigo Sacchi y César Luis Menotti, declaró que con Asprilla podría resolver todos los problemas que se le presentaran.



“Pacho, el fútbol colombiano ha adquirido un altísimo nivel técnico y táctico. Es reconocido ya en el mundo entero. ¿Por qué te preocupan las Eliminatorias si, además, para cualquier inconveniente que se te presente, lo tienes al negro Asprilla para que te lo solucione?”, le dijo Sachi antes de la Copa América que se jugó en Ecuador del 20 de junio al 4 de julio de 1993. Uno tras otro y día tras día, llovían los elogios para Asprilla. Pero no fue tan grave que existieran esos elogios, lo grave fue que él se los creyó. Se convenció de que era insustituible en la Selección Colombia. Comenzó a exigir y el cuerpo técnico a ceder. Fue convocado para la Copa América de Ecuador, pero él prefirió irse de vacaciones. Sus compañeros no dijeron nada, todavía no era el momento. Sobre el final, cuando ya nadie sabía si llegaba o no, apareció en Ecuador.

“Sus vacaciones” las había pasado en San Andrés. Allá llegó con una amiga después de exigir en el aeropuerto Eldorado que lo tenían que subir al primer vuelo que partiera hacia la isla. No había cupos y la gente hacía fila para conseguir uno, aunque fuera en lista de espera. Pero Asprilla no esperó. Tampoco respetó el orden. A los trancazos se metió hasta el mostrador. Y amenazó. Y manoteó. Y gritó. Al final consiguió los dos asientos. Mientras sus compañeros se concentraban, él paseaba.

Llegó a Ecuador para enfrentar a Argentina en semifinales. Habló con quien quiso, se movió por donde se le antojó. Y jugó. iCómo no iba a hacer lo que quisiera si para los colombianos era el mejor del mundo! iCómo no iba a exigir si Bavaria, su patrocinador, lo había trasladado en un jet privado! El niño consentido de la Selección enfrentó el jueves 1 ° de julio a los argentinos. Cara a cara con Batistuta, con Redondo, con Simeone… Con tipos que, como él, venían de las ligas europeas. Pero a aquéllos ni siquiera se les ocurrió pensar en vacaciones. Tomaron vuelos directos a Ecuador para estar con su equipo. “La Selección Argentina por encima de los intereses personales”, dijeron. Ya en la cancha del Monumental de Guayaquil, Asprilla fue un desastre. “Hay que darle ritmo”, dijo Maturana. Y se empecinó. Prefirió a un jugador que cambiaba la camiseta de Colombia por unas playas. Y dejó en la banca un sabor a injusticia, a amargura.

Nadie puede sentirse feliz de quedar por fuera de un partido si se mata en los entrenamientos, si cambia comodidades por sacrificios, si se somete a un régimen de disciplina. Pero esa es la ley del fútbol: sólo juegan once. Lo que no puede aceptar jamás un futbolista, por servil que sea, es perder el puesto con un individuo que ni siquiera asiste a las prácticas. Adolfo Valencia, Víctor Aristizábal, Anthony de Ávila e Iván René Valenciano no hablaron. Pero el resentimiento comenzó a crecer.

Días antes de la Copa América, por los primeros días de mayo y en un partido de preparación ante los Estados Unidos, Valencia había insinuado su resentimiento en Miami. “Hoy juego, claro. Pero seguro, cuando llegue Asprilla lo colocan porque sí, aunque yo me haya matado por el puesto”. También había presentido lo que ocurriría. Por la tarde de aquel 5 de mayo El Tren selló su traspaso al fútbol europeo. El Bayern de Munich lo esperaba. Y la polémica.

Porque la relación entre Adolfo Valencia y Francisco Maturana estuvo marcada desde el principio por la polémica. El técnico no lo quería, pero algunos sectores de la prensa presionaban. En aquella Copa América de Ecuador la situación se hizo insostenible. Hernán Peláez y Edgar Perea, periodistas de Caracol, le gritaban al mundo que El Tren tenía que estar. Maturana apenas lo colocaba por momentos. Se inclinaba, dentro de su lógica, por Asprilla y Tréllez.

Con ellos dos salió para el primer juego de las Eliminatorias al Mundial, el 1 ° de agosto de 1993. Asprilla no alcanzaba su mejor nivel, Tréllez luchaba contra la oposición de medio país. El 0-0 final de aquel debut ante los paraguayos en el Metropolitano de Barranquilla fue casi una bofetada para los colombianos. Faustino Asprilla pasó de héroe a villano. Y los diarios lo señalaron como el gran responsable del punto perdido, no sólo por el penal que desperdició, sino por su excesivo individualismo.

Sin embargo, Maturana y Gómez le apostaron de nuevo. El 8 de agosto, ante Perú, en Lima, estuvo otra vez entre los once que iniciaron. Y otra vez fue fracaso lo suyo. La presión aumentó, pese a la victoria 1-0. Ya para el tercer compromiso de la Eliminatoria se hacía casi imposible la presencia de Asprilla. El rival era Argentina, líder del grupo, invicto en 33 partidos y campeón de la reciente Copa América. Cualquier resultado que no fuera victoria sería el acta de defunción para Colombia.

Entonces, tal vez por convicción, tal vez por presión, Maturana cambió. Dejó en la suplencia a Asprilla. Y a Tréllez, Gómez y Álvarez. La Colombia de esa tarde del 15 de agosto fue otra en Barranquilla. Sobre los dos minutos del juego, Iván René Valenciano tocó su primera pelota en la Eliminatoria y dejó estático a Sergio Goicochea. Fue gol. Asprilla empezó a sufrir. Su gesto y su silencio así lo decían. Al final de los 90 minutos se le vio serio. Colombia celebraba el 2-1 sobre Argentina y el primer lugar del grupo. (El segundo tanto colombiano fue de Valencia; el de Argentina, de Medina Bello). Entre pitos, banderas, gritos y aguardiente se fue la tarde. Y con la noche llegó la fiesta al Hotel Dann. Hubo orquestas, hubo baile, hubo risas. De Faustino Asprilla no se supo nada. Pero en la madrugada del lunes 16 el rumor se coló por entre los huéspedes del Dann.

“Asprilla se voló”, dijo un periodista barranquillero.

Y se encendió el escándalo. Hacia el mediodía de aquel lunes, ya toda la prensa del país estaba enterada del asunto. Faustino Asprilla se había escapado de la concentración, molesto por haber estado de suplente en el partido con los argentinos. Una rabieta más del niño terrible, un desplante más del jugador indisciplinado.

Ese día, las primeras palabras las pronunció Juan José Bellini, presidente de la Federación Colombiana de Fútbol: “Un jugador que actúa así no debe volver a vestir la camiseta de Colombia”. Pero sólo unas horas más tarde se retractó, como volvería a ocurrir en julio de 1994 con otras declaraciones igualmente fuertes. El final de este episodio fue lamentable, aunque se lo tiñó de positivo.

En una rueda de prensa, citada por el cuerpo técnico de la Selección, Asprilla fue perdonado. Se dijo allí que los mismos jugadores habían pedido su reintegro. Y nadie buscó nada más. El futbolista volvió y prometió que no habría más desórdenes por su culpa. Francisco Maturana lo disculpó de nuevo diciendo: “Es un niño, sólo un niño bueno, no sería capaz de hacerle daño a nadie”. Por su parte, Javier Gaitán, periodista de CM&, alcanzó a advertir: “Como precedente es nefasto”.

***

El 5-0 sobre Argentina tapó los desmanes de Asprilla. Para muchos, esa fue “su gran noche”. Hoy sería todo un gesto de cordura, como dice Joan Manuel Serrat, desenterrar la verdad futbolística de Faustino Hernán Asprilla. Cuenta su historia que por allá por 1991 comenzó a asomar como un tipo genial en la cancha. Jugaba para el Nacional, y con el Nacional ganó el título colombiano de ese año. Impredecible, veloz, hábil, intuitivo y creativo, con esa camiseta mostró lo mejor de su repertorio.

En febrero de 1992 fue convocado por Hernán Darío Gómez. Tenía el puesto asegurado en la Selección Colombia Sub-23 que disputaría un cupo para los Juegos Olímpicos de Barcelona. Allá, en Paraguay, también brilló Asprilla. Y ese equipo, que de su mano se cansó de arrumar elogios, terminó en el segundo puesto (perdió 1-0 ante los locales el encuentro decisivo). Asprilla Colombia presagiaban grandes cosas para la Olimpiada.

Pero la histeria de siempre se repitió. Es distinto llegar a un campeonato como uno más a llegar como opcionado al título. Y es distinto en todos los sentidos. Al fútbol de Colombia, y decir Colombia es decir directivos, periodistas, entrenadores, jugadores y aficionados, esas diferencias parecen no interesarle. En los Olímpicos, como pasaría con el Mundial de Estados Unidos, se pagó muy caro ese descuido.

Y se pagaron caras, como en Estados Unidos, las ilusiones transformadas en obligaciones. Al equipo de Hernán Darío Gómez se le exigió una medalla desde el día en que terminó el Preolímpico de Paraguay. Pero jamás llegó esa distinción. Al contrario, lo de Barcelona fue un fracaso rotundo, en lo deportivo y en lo organizativo. (Colombia perdió ante España 4-0 y con Egipto 2-1 y empató con Qatar 4-4). Y dentro de ese fracaso Asprilla desempeñó un papel decisivo. Porque fue negligente en la cancha. Porque fue individualista. Porque intentó hacer él solo lo que su equipo no podía. Y le negó a ese equipo la posibilidad de asociarse. En aquella Olimpiada Faustino Asprilla jugó, literalmente, para Faustino Asprilla. Se pasó de revoluciones para demostrarle al mundo que él era la gran figura. Y se equivocó, claro. Pero un año después mu y pocos recordaron aquella equivocación. No la recordaron por ese “estigma tropicalista de ignorar los matices, por esa manía colombiana de estar siempre en los extremos”, según frase de Carlos Antonio Vélez.

En 1993 Asprilla, que jugaba en el Parma, era una de las sensaciones de la liga italiana. Un gol suyo acabó con el invicto histórico de 58 partidos que ostentaba el Milán; otros dos frente al Atlético de Madrid le otorgaron a su equipo el tiquete para jugar la final de la Recopa, y tres más le dieron una victoria mágica a su cuadro frente al Torino. Esos tantos fueron suficientes para que en Colombia lo llamaran “el mejor del mundo”. (El Tiempo, septiembre 20 de 1993, pp. 1 A y 1 D).

Como un ídolo, casi como un dios, llegó Asprilla a jugar las Eliminatorias de USA 94. Ya está dicho: su única buena presentación fue en Buen os Aires el 5 de septiembre. Con ese partido, en el que los argentinos, desesperados por tener que obtener un resultado l e regalaron espacios para su velocidad, toda Colombia se dejó engañar. Con un partido se borraron sus fallas, y por un partido se le rindió pleitesía… una vez más.

Ese error no lo perdonaría el fútbol. O el destino, como se quiera. El fenómeno Asprilla fue decisivo para los acontecimientos de junio y ju lio de 1994. Es que el fútbol no es sólo poseer una gran técnica o una velocidad insuperable. En el fútbol no se gana por nombre o por los goles que ya están archivados. El fútbol es otra cosa… mucho más compleja, mucho más profunda. Y no se deja engañar por luces artificiales.

O por momentos de inspiración. Porque sí, la inspiración se produce en el fútbol, eso dicen. Pero no puede ser una constante en la vida de un jugador, aunque a alguno le parezca un contrasentido. Es que cuando esa inspiración se transforma en regularidad ya no lo es más. Pasa a llamarse de otra manera, y, también, de otra manera se produce. Lo de Asprilla es inspiración, lo de Carlos Valderrama es calidad. ¿Y la diferencia dónde está? ¿En qué consiste?

De repente, a un futbolista le queda una pelota servida al borde del área rival. Uno hará lo que el instinto le ordene: si la jugada sale bien, dirá después que es inspiración. Otro terminará la maniobra de acuerdo con su experiencia e inteligencia. Seguro, el primero, por esa “inspiración”, finalizará bien una jugada de diez posibles. Con el segundo, el final de la película será totalmente al revés, de diez posibilidades se equivocará en una, o máximo, en dos. Lo de este último ya no se puede llamar inspiración. Será calidad, talento, inteligencia, experiencia… Pero no inspiración. (¿Por qué llamar inspiración al final de una obra pensada por su autor mucho tiempo? (Acaso alguien podría decir que el Guernica de Picasso es inspiración, cuando el artista trabajó su estilo, sus ideas, sus formas y colores durante años y años?

Vivir permanentemente inspirado, eso es calidad. Actuar por ráfagas, eso es inspiración. Con la Selección Colombia, Asprilla sólo mostró ráfagas de su talento natural. Y ahí estuvo uno de los errores más graves de toda esta historia. El país, todo, se convenció de que esas ráfagas eran calidad. Y que por lo tanto había que hacerle caso al jugador hasta en el mínimo capricho. Para mantenerlo contento, motivado, dispuesto; para que no se fuera… para que le hiciera a Colombia el favor de jugar el Mundial de Estados Unidos.

Es que a Asprilla quisieron hacerlo ídolo simplemente porque en Colombia no hay ídolos. Nunca los hubo. Aquí los ídolos son de barro. Inventados por la prensa. Ni se les quiere ni son ejemplo de nada, porque además no tienen ningún ejemplo para dar. Son hombres surgidos de la miseria, llevados al cielo en un par de días y devueltos al barro en otros dos. Asprilla jamás tuvo la culpa de que lo inventaran como ídolo. Su error fue creerse ídolo. Y aprovecharse de su condición. Su culpa fue transgredir una y otra vez las normas.

Lord Mago
15-10-2013, 22:14:39
Continuación Capítulo 1


La verdad del 5-0

Pero, ¿cuál fue la verdad de aquel trascendental juego ante los argentinos? ¿Cuál fue la realidad de esos 90 minutos? ¿Por qué los colombianos se dejaron engañar por un resultado? Las respuestas no son tan sencillas. Y mucho menos inmediatas. Hay que devolver la cinta muchos años para llegar a una conclusión. Hay que situarse, por ejemplo, en el Mundial de Chile 62, cuando Colombia jugó su primera Copa del Mundo. Cuando todavía los jugadores salían a la cancha a ganar por gloria, no por dólares. Cuando aún representar a un país era una distinción.

Por aquel entonces Colombia no significaba nada en el mundo del fútbol. Era, poco más o menos, lo que ha sido Venezuela en los últimos años. El profesionalismo era una mezcla de amor por la camiseta y exiguas ayudas económicas. La Selección era una quijotada. Los jugadores se hospedaban en hoteles de tercera, se alimentaban mal y a veces hasta tenían que lavar sus propios uniformes. Nadie les regalaba nada, nadie les prestaba la mínima atención. En esas condiciones eliminaron a Perú -en juegos de ida y vuelta, 1-0 en Bogotá y 1-1 en Lima-y clasificaron al Mundial.

A Chile llegaron sin escándalos, con un puñado de hinchas, las valijas, y una frase de Adolfo Pedernera, el técnico, metida en lo más profundo de su ser: “Nada podemos perder y, en el peor de los casos, ganaremos experiencia”. Esa humildad, ese bajo perfil, los transmitieron Cobo Zuluaga, Maravilla Gamboa, Cuca Aceros y Caimán Sánchez a la generación que llegaba. De un solo golpe no podían, ni ellos ni los que venían detrás, quebrar ese dominio argentino que marcó al fútbol profesional colombiano desde sus comienzos, en 1948.

Aquellos eran, todavía, años clasistas en el fútbol. A los argentinos se les pagaba el triple o más, y siempre en la fecha que correspondía. Los colombianos tenían que conformarse con los restos. La situación creó resentimientos, es obvio. Pero no cambió. La humildad se convirtió en un complejo de inferioridad racial, social, cultural y futbolístico. El jugador colombiano sentía pánico al enfrentar a los argentinos, a los brasileños o a los uruguayos. Se creía menos. Salía al campo convencido de que lo mejor que le podía pasar era no salir goleado, humillado.

El primer resultado importante de una Selección Colombia ante Argentina se dio en 1971. Fue durante un torneo preolímpico celebrado en Bogotá, cuando el conjunto que dirigía el yugoslavo Toza Vaselinovic igualó a unos con los argentinos y obtuvo la clasificación para la Olimpiada de Munich. El gol del empate lo anotó Adolfo Andrade, a quien llamaban El Rifle, sobre los últimos minutos del partido. Y fue celebrado a rabiar por un estadio que no estaba acostumbrado a ganar, por un público conforme que ya aceptaba de buena gana perder por 1-0. Era la primera vez que Colombia no perdía con Argentina.

Hacia 1977 llegó a Cali Carlos Salvador Bilardo. Fiel siempre a lo que aprendió de su maestro Oswaldo Juan Zubeldía, empezó a trabajar con la mentalidad de sus dirigidos. Comprendió que quien piensa que va a perder, pierde irremediablemente. “Mirá, yo tenía que colocarles en las paredes de los vestuarios las tapas de la revista El Gráfico para que vieran que los argentinos eran como ellos, para que se acostumbraran”, dijo en febrero de 1994 Bilardo. Pero cuando expresó que Colombia estaba agrandada y declaró que el 5-0 del Monumental no significaba q u e Colombia fuera cinco veces más que Argentina, se armó la polémica en el país. Los diarios, las revistas y los noticieros lo calificaron de mentiroso. “¿Cómo viene a decir eso este señor después de todo lo que Colombia le dio?”. “Es increíble que una persona pueda llegar a ser tan ingrata”, decían. Como si la gratitud tuviera algo que ver con la verdad, como si las palabras del argentino hubieran tenido la intención de ofender. A Bilardo no le perdonaron sus verdades.

Lo trataron de resentido. Y con ese manto se cubrió la realidad una vez más. Nadie se preguntó por qué iba a ser resentido un técnico que lo había conseguido todo con la Selección de Argentina: campeón del mundo en 1986 y subcampeón en 1990. Nadie permitió que sus comentarios fueran una hipótesis que llevara a una conclusión. No, su nombre fue tachado, igual que su imagen, igual que sus opiniones. Hasta Hernán Darío Gómez y Francisco Maturana se subieron a ese bote. “Está loco, no sabe lo que dice”, fueron sus declaraciones.

Lo que más le dolió a la prensa nacional, y por ende, al público, fue que expresara abiertamente que Colombia no era favorita para ganar el Mundial. Una muestra más de la ceguera a la que llegó el país con su Selección. También le ocurrió a Pelé, cuando criticó los lujos de Freddy Rincón ante el Milán de Italia (seamos claros, la segunda línea, y desgastada, además, del Milán de ltalia). Fue esa otra de las razones del fracaso posterior: La intolerancia. La intolerancia impidió que se pudieran solucionar algunos defectos, que se dijera la verdad. Colombia no escuchó consejos, sencillamente porque se creyó perfecta en su fútbol. Y, obviamente, se derrumbó cuando apareció el primer obstáculo. Allí, ante el primer obstáculo, mostró su verdadera esencia. Su verdad. Lo anterior, todo lo anterior, había sido adorno, mentira.

***

El 5 de septiembre de 1993, la Selección Colombia de fútbol arribó en pleno al estadio de River Plate, sobre las cuatro de la tarde. La recibieron con gritos hostiles y gestos amenazantes. Argentina se jugaba su paso al Mundial en ese partido y ya a esas horas pocos creían en el cuadro de Alfio Basile. Cuarenta minutos después de su llegada, los colombianos salieron a reconocer el terreno, una forma de decir, a probar al público. Estaban tranquilos. Córdoba saludó a la tribuna, como si nada. Rincón hizo bromas con Barrabás, Asprilla salió a hablar a través de un teléfono celular.

Ese gesto, y en aquel instante, fue maravilloso para Colombia. Asprilla estaba de ídolo. “Ese negro tiene mucha personalidad”, decía la gente. A los diez minutos él y sus compañeros se devolvieron al vestuario, donde iniciaron esa mística rutina de vendajes, ungüentos, masajes y ruegos que antecede un partido. En la charla técnica, Maturana les recordó a sus jugadores que salieran tranquilos, que ya habían cumplido. Al final les dijo: “Respeten a los argentinos, ellos tienen un país grande y un fútbol grande. Se merecen respeto”.

Afuera, la tribuna no cesaba de cantar, siempre dirigida por las barras ubicadas detrás de los arcos. De cuando en cuando, se metía con algún colombiano que mostraba su bandera y le dedicaba un estribillo insultante. Aquello parecía más el circo romano que un estadio de fútbol. Las calles de Buenos Aires y de rodo el resto del país estaban vacías. Había llegado el momento esperado. Por dos horas, a Argentina dejó de interesarle todo lo que no tuviera que ver con el fútbol. Y a Colombia, por supuesto, también.

Al principio el partido fue un monólogo. Argentina atacaba por todos lados. Por abajo, por arriba, por los costados, por el centro. En sólo diez minutos Gabriel Batistuta había perdido dos opciones claras de anotar. Podía haber goleada, ese era el sentimiento general en Núñez. Cuando el reloj marcó el minuto 40 de la primera parte, Colombia llegó por vez primera al arco de Sergio Goycochea. Fue por una jugada solitaria de Rincón, que amagó dos veces dentro del área y soltó un disparo fuerte al primer palo. Tres minutos después se comenzó a escribir la historia.

Valderrama recibió un balón en su campo y se fue en diagonal, de izquierda a derecha. Esquivó a dos rivales y metió uno de esos pases que sólo él puede meter, por la mitad de la defensa argentina. De atrás surgió Rincón, como un fantasma, enfrentó al portero, lo eludió hacia su derecha y marcó el 1-0. Estupor en Buenos Aires, gritería en Colombia. A partir de entonces el juego fue una locura. Pero no porque los colombianos hubieran impuesto su ritmo, sino porque los argentinos se fueron con todo a buscar el empate.

En medio de ese desorden, surgió el Asprilla todos querían ver. Tuvo libertad y espacio, y los supo aprovechar. En un contraataque anotó el 2-0. Argentina se fue por el descuento, sin tomar precauciones. En siete minutos tuvo cuatro, cinco, seis oportunidades claras de gol; Córdoba las salvó todas. Llegó el momento del 3-0. De nuevo Asprilla, suelto, libre, con todo el campo a su disposición. Metió un pique de 50, 60 metros, arrastró a toda la defensa argentina y llegó a la última línea. Goycochea tapó su remate, pero el rebote le llegó a Leonel Álvarez, quien buscó el fondo e hizo el centro hacia atrás. Rincón volvió a aparecer y le pegó mordido a la pelota. !Gol! Lo demás fue desesperación para Argentina. El 4-0 lo consiguió Faustino Asprilla después de robarle una pelota a Borrelli en tres cuartos de cancha, y el 5-0, Valencia, luego de un pase de Asprilla. En siete ocasiones llegó Colombia al arco de Sergio Goycochea. Anotó cinco goles. En realidad, un accidente del fútbol que se repite cada muchos años.

Hacia las ocho de la noche de aquel domingo el estadio de Núñez mostraba una imagen insólita. Ahí estaban todos juntos. Las “barras bravas” de Boca, San Lorenzo, Racing, Temperley, Al!Boys. “Patoteros” que meten miedo. Muchachos y viejos con los ojos inyectados de odio hacia una sociedad de la cual se han marginado. Allí estaban ellos, todos juntos. Y aplaudían a los colombianos. Como Diego Maradona, de pie en la tribuna. Como los otros hinchas, menos violentos, pero igual de apasionados.

Se quedaron allí por mucho tiempo. Diez, quince, veinte minutos. Una eternidad… Para llorar. Para cantar de nuevo “vamos, vamos, Argentina, vamos, vamos a ganar”. Para recordar. Después se marcharon, en silencio. Unos a la Boca, otros a Villa Fiorito, otros al centro… Llevaban un aliento amargo, un aliento a bronca. Para ellos el fútbol siempre fue vida. Y la vida siempre la pagaron a plazos con fútbol. Ese 5 de septiembre tocaron fondo. Cada uno, a su estilo, lo entendió.

La muerte olvidada

Los colombianos se subieron al primer vuelo de Avíanca el lunes siguiente. Convivieron durante las siete horas que duró el trayecto desde Buenos Aires hasta Bogotá con periodistas, hinchas, directivos y curiosos. Como iban de ganadores, no había problema en que la intimidad se quebrara. Brindaron con ellos, y con ellos se desahogaron de tanta rabia contenida hacia Argentina. “Por fin… y ojalá nos encontremos en el Mundial para volverles a ganar. iPedantes!” Freddy Rincón era uno de los más eufóricos. Había vengado años y años de humillaciones. Por lo menos así lo sentía esa mañana.

El vuelo arribó a Eldorado hacia las cuatro en la tarde. Desde el mediodía la avenida que llega al aeropuerto se encontraba repleta de aficionados. Estaban felices, como la noche anterior, pero también sentían rabia. Todavía sentían rabia, esa rabia nacida en el periodismo, patentada en el periodismo y que explotó en las calles el 5 de septiembre. Banderas azul celeste y blanco quemadas aún yacían en el suelo junto con restos de aguardiente, ron, harina y pólvora. La Policía empezaba a reportar los innumerables casos de violencia y los muertos de la celebración. Para muchas familias, un partido de fútbol y una victoria se habían transformado en una pesadilla.

Ese detalle apenas si quedó registrado en los diarios. No hubo una sola voz que analizara, que fuera capaz de decir: “Este es el producto del odio inculcado a través de los medios de comunicación hacia los argentinos”. “O esto es lo que produce una sociedad hecha de rencillas, resentimientos y complejos de inferioridad”. Para encubrir la estupidez y la barbarie, la prensa optó por recordar que en Bélgica, hooligans ingleses habían asesinado a 41 fanáticos, el 30 de mayo de 1985, en el estadio de Heysel, Bruselas, cuando Juventus y Liverpool jugaban el partido decisivo de la Copa Europea de Clubes.

No recordó, claro está, que por ese motivo la primer ministra británica, Margareth Thatcher, dispuso la entrega de 250.000 libras esterlinas a los damnificados, y que tomó todas las medidas para castigar, como en efecto castigó, a los responsables. Tampoco recordó que la UEFA (Unión Europea de Fútbol Asociado) sancionó a todos los clubes ingleses con cinco años de suspensión para cualquier competencia internacional. Ni recordó que a raíz de esa tragedia los hooligans empezaron a ser perseguidos en todas partes del mundo.

Fueron más de 100 los muertos de ese domingo septembrino. Por lo menos, esa es la cifra que dan los diarios. El 5-0 también hizo olvidar a las víctimas. No hubo minutos de silencio ni entierros colectivos ni ayudas para los familiares. El presidente Gaviria no dijo una palabra al respecto. Recibió a la Selección Colombia en El Campín para condecorar a sus integrantes con l Cruz de Boyacá. Esa noche, los futbolistas y Maturana, en pleno, le pidieron al Presidente que dejara en libertad a René Higuita, quien estaba recluido en la Cárcel Modelo de Bogotá desde el 9 de junio. Cumplía una condena por haber intercedido en la liberación de la hija del narcotraficante Luis Carlos Molina Yepes. “Había que entender la situación, estábamos en un momento de gloria y parte de esa gloria le pertenecía a René”, dijo Maturana después. Estaban en la gloria y por eso creían que podían hacer lo que se les antojara.

Desde entonces, Colombia no dejó de respirar fútbol. Y la nueva moral de signo pesos se apropió de ese deporte. Ya no fueron sólo los dineros de oscura procedencia los que lo invadieron. Las empresas privadas también se anotaron en la lista con gruesas sumas -antes de las Eliminatorias, ya Bavaria había decidido patrocinar a todas las Selecciones Colombia-, así como los medios de comunicación y las agencias de publicidad. El fútbol y sus jugadores contaminaron todos los espacios de la vida nacional. Tanto, que terminaron por contaminarse a sí mismos.

El fútbol dejó de ser un simple juego. Creó muchos intereses, y esos intereses lo devoraron. Sus jugadores no estaban acostumbrados a tanta fama, a tanto dinero, a tanta lisonja. Los periodistas no supieron manejar esos instantes de gloria. Al revés, los despilfarraron. Y los directivos asesinaron la fuente de sus riquezas por no saber qué hacer con tanta riqueza y cómo conseguir más. Todos descuidaron el fútbol, al pretender vivir del fútbol.

Es como para no creerlo. En Argentina, en Uruguay, en Brasil, en Italia, en Alemania, el fútbol nació hace más de 120 años. Desde entonces hay campeonatos, periodistas que registran cada juego y aficionados que hablan de fútbol en largas tardes de café. Esos países han ganado títulos del mundo, medallas olímpicas, campeonatos internacionales… Produjeron futbolistas históricos, mágicos, que llevaron el fútbol a otros países. Ciento veinte años para aprender, para crecer, para entender que el fútbol no es únicamente lo que se ve en la cancha. Y todavía se equivocan. Todavía quedan por fuera de los Mundiales. Colombia, en cambio, con escasos 46 años de vida futbolística, ya aspiraba a una Copa del Mundo.

***

El año de 1993 cerró para el fútbol colombiano con el título de Atlético Junior y con la distinción otorgada por el diario El País, de Montevideo, a Carlos Alberto Valderrama como el mejor jugador del año. El triunfo de Colombia sobre Argentina en Buenos Aires y la muerte de Pablo Escobar, ocurrida el 2 de diciembre en Medellín, fueron seleccionados como los dos acontecimientos más importantes de los doce meses que estaban por concluir. No tenían nada que ver el uno con el otro. No obstante, sus protagonistas sí tuvieron nexos durante muchos años. Pero esa es otra historia.

El 16 de diciembre, en Las Vegas, Estados Unidos, se supo por fin en qué grupo quedaría Colombia y cuáles serían sus rivales durante el Mundial. Ese grupo, el C, y los rivales, Rumania, Estados Unidos y Suiza, terminaron de inflar el globo. Como no eran Alemania ni Italia ni Holanda ni Brasil, no habría problemas, pensaron muchos. Incluso Francisco Maturana, por lo general tan reservado, dejó escapar su alegría ante los micrófonos ese mismo día. “Es uno de los menos complicados, quizás, el grupo más accesible, pero eso no quiere decir que sea fácil. Todos los equipos en un Mundial son difíciles”, afirmó.

De nuevo se perdió la memoria. Se minimizó a Rumania, que en el Mundial de Italia había sido una de las gratas revelaciones. Se despreció a Estados Unidos, sin siquiera advertir que los norteamericanos no dejan el más pequeño detalle al azar. Y se ignoró a Suiza, que había obtenido su clasificación por encima de Portugal e Italia. El 17 de diciembre de 1993 había por todo el país un sentimiento de tranquilidad. Era una confirmación: Colombia estaba clasificada de antemano, sin necesidad de medirse a nadie, para la segunda fase del Campeonato. Las vacaciones de fin de año fueron para muchos la ocasión para firmar la papeleta de clasificación.

Lord Mago
15-10-2013, 22:18:17
CAPÍTULO II

UN DESASTRE INEVITABLE



La primera convocatoria de 1994 la hicieron Maturana y Gómez en enero y los primeros entrenamientos se realizaron en el Club de Bavaria, al norte de Bogotá. Francisco Maturana, Hernán Darío Gómez y Juan José Bellini marcaron los lineamientos iniciales de lo que sería la preparación del equipo para llegar en 10 puntos al Mundial de Estados Unidos.

Derroteros generales, porque de lo que se acordó en aquella reunión quedó muy poco. Diversos intereses y personajes incidieron para que el proceso se transformara. El manual del fútbol, la lógica del fútbol, quedaron relegados. Dicen los entendidos, los estudiosos, que toda preparación para una competencia importante debe iniciarse con rivales débiles, pues el ritmo se debe adquirir lentamente. Que en la segunda parte debe subir el nivel de esos contrincantes, pues ya el equipo, supuestamente, está en su máximo nivel. Y que, al final, debe retomarse a los rivales livianos para evitar lesiones de consideración y que una eventual derrota perjudique la moral de los futbolistas.

Esa es la teoría, por la cual, además, se han regido todos los últimos campeones del mundo. Es claro, también, que el plan de preparación tiene que series de utilidad al técnico y a los jugadores. A nadie más. Sin embargo, ninguna de es tas premisas se cumplió en el caso de Colombia porque muchos metieron la mano y porque la prensa y la afición no entendieron lo que son los juegos de fogueo. Se pretendió sumar cuando no había nada que sumar. A la Selección la presionaron antes del Mundial. Se suponía que no podía perder, siquiera, los juegos de entrenamiento. En general, esos encuentros se tomaron como si fueran de alta competencia.

El primero de esos partidos fue en Barinas, ante Venezuela. Colombia ganó 2-l (goles de Valenciano y Tréllez). Un resultado lógico. Sin embargo, las críticas se iniciaron desde ese momento. Que Valderrama está muy lento, que la defensa aún no trabaja armónicamente, que Harold Lozano tiene que estar desde el comienzo, que Víctor Aristizábal es un invento de los técnicos, que Barrabás Gómez no puede estar en la Selección Colombia … Desde el primer partido la prensa mostró esa tendencia que la acompañaría durante todo el año: crítica o elogio, nunca un matiz.

Entre tanto, la presión aumentaba. Ya era casi una obligación obtener la Copa del Mundo. Los comentarios que llegaban desde el exterior alimentaban la vanidad. César Luis Menotti dijo que Colombia era una de sus favoritas en el Mundial. Algo similar comentaron Arrigo Sacchi y Johan Cruyff. Titulares a seis columnas con esas declaraciones. Pero ni Cruyff ni Sacchi conocen Colombia; Menotti vino tres días en 1979. Por eso no pueden conocer la realidad colombiana, la manera de pensar de sus habitantes, la cultura, la historia. En aquel entonces hablaron de lo técnico y de lo táctico. Y tenían razón: por esos dos aspectos Colombia podía llegar a la final de USA-94.

Una semana después del partido en Barinas, Colombia viajó hacia Arabia Saudita a enfrentar al equipo de aquel país, clasificado al Mundial y dirigido por el holandés Leo Beenhaker, ex técnico del Real Madrid. Una buena oportunidad para conocer un mundo diferente y un fútbol por el que nadie apostaba. Colombia jugó bien los dos partidos ante Arabia, el 6 y 9 de febrero: empató el primero 1-1 y ganó el segundo 1-0. No obstante, ya empezaba a presentarse un problema: Oscar Córdoba era la gran estrella del equipo. Cuando el arquero de un onceno se convierte en figura es porque el rival llegó con mucha frecuencia y peligrosidad a su arco.

La lectura, a la colombiana, fue a la inversa: “Tenemos uno de los mejores porteros del mundo”. Córdoba fue factor determinante para los buenos resultados de la primera gira. Ante Fiorentina de Italia, que lideraba la segunda división, sostuvo un duelo individual con el argentino Gabriel Batistuta. Como había ocurrido el 5 de septiembre en Buenos Aires, esa noche el colombiano le atajó balones casi imposibles al argentino. Casi que el partido se centró en ellos dos. El enfrentamiento Córdoba-Batistuta disimuló la lentitud de la defensa colombiana y la poca sincronización que existía entre los volantes de recuperación y esa última línea.

Nadie recapacitó, pero Batistuta, solo, sin compañía, generó seis posibilidades de gol y seis veces salvó el portero la situación. ¿Dónde estaban los defensas que debían controlar al argentino? ¿Dónde el mecanismo para contrarrestar el desequilibrio de un hombre capaz? ¿Dónde la famosa máxima de “tenemos la pelota todo el tiempo para que el contrincante no la toque y no produzca situaciones de peligro?” El encuentro terminó igualado 0-0. Para unos fue buena la producción de Colombia. Otros dijeron que debía haber ganado. El equipo, o sea, jugadores, técnicos y dirigentes, se mostraron optimistas. En cierta forma, pensaban como el país. “Si así, con unos pocos titulares, nos va tan bien, ¿cómo será cuando estén todos?”.

La frase la pronunció Diego Barragán, preparador físico, pero igual hubiera podido ser de cualquier otro. Era la tónica general del grupo. No lo decían abiertamente, pero en la intimidad se empezaban a sentir campeones. Lo mismo creía gran parte de la prensa. Unos y otros alimentaron esa convicción. Luego fue el país el que se convenció.

Lord Mago
15-10-2013, 22:18:50
Continuación Capítulo II



El vacío de Valderrama

El cuarto juego de aquella gira resultó histórico. En el estadio Orange Bowl de Miami, Colombia enfrentó el 18 de febrero a la Selección de Suecia, calificada para el Mundial y una de las novedades europeas. Los suecos no llegaron con sus titulares, pero de cualquier forma se entregaron . A ellos también les convenía ganar en experiencia. Al comienzo el trámite fue parejo. Colombia trataba de tener el balón apoyada en la clase de Carlos Valderrama. Suecia intentaba romper ese esquema con profundos contragolpes. Sobre el final del primer tiempo, el país entero se estremeció. El Pibe fue a trabar un balón en tres cuartos de cancha y recibió un planchazo. Estuvo tirado en el suelo por cinco minutos. Pero reaccionó con violencia en la siguiente jugada y fue expulsado.

Después se supo: había sufrido una ruptura parcial en el ligamento cruzado anterior de su rodilla derecha. A esas alturas, febrero de 1994, era casi como quedar por fuera de la Copa. “Es difícil que yo reaccione, pese a que siempre están tratando de provocarme. Ante los suecos me calenté porque sentí, apenas recibí el golpe, que era de quirófano. En un segundo me pasó de todo por la cabeza, hasta la posibilidad de quedarme viendo el Mundial por la tele. Son momentos de ira, momentos en los que no te puedes controlar”. Valderrama no habló demasiado de su lesión. Tampoco de su reacción, pero vivió el drama segundo a segundo. Sólo su fuerza de voluntad, su amor por el fútbol, consiguieron colocarlo entre los once que enfrentaron a Rumania el 18 de junio.

En esos días expresó por vez primera su deseo de ganar el Campeonato del Mundo. En una entrevista publicada por la revista Cromos el 21 de marzo, dijo que eso era lo único que le faltaba en la vida. Cuando le preguntaron si el favoritismo y la confianza no eran exagerados, respondió: “Tal vez por parte de la afición y del periodismo. Nosotros no nos sentimos campeones ni nada por el estilo, hemos trabajado mucho en ello. No hay problemas. Estamos claros en que mejorando lo de Italia estamos cumplidos”. Un día antes del debut ante los rumanos, en Los Ángeles, se olvidó de sus declaraciones anteriores y sostuvo que Colombia llegaba al Mundial para llevarse el título.

Carlos Alberto Valderrama fue otro capítulo aparte en esta historia. Fue operado en el hospital San Ignacio de Bogotá el domingo 20 de febrero. Cuentan quienes pudieron visitarlo en su habitación que estaba acabado, desconsolado. Que lloró, que dijo que no alcanzaría a estar para el Mundial… Algún noticiero alcanzó a informar que inclusive se había cortado el pelo. Y esta no es una anécdota más, aunque lo parezca. Para Valderrama, como para muchos futbolistas, el cabello es una especie de talismán. Unos lo llevan largo, otros corto, pero para todos, o por lo menos para el noventa por ciento de ellos, el pelo es un amuleto. Decir que Valderrama se lo había cortado era como afirmar que estaba derrotado. No fue así. Después de la primera crisis, Carlos Valderrama se levantó. Se puso el overol y empezó a trabajar como cualquier muchacho de 20 años.

En Barranquilla, y al lado del profesor Hernández, kinesiólogo del Atlético Junior, el número 10 de la Selección comprendió que todo dependía de él. No se amilanó ante el dolor, no se quejó, no descansó. Si alguien quería jugar el Mundial, ese era Carlos Valderrama. A mediados de marzo le quitaron el yeso. A finales del mismo mes ya corría y realizaba ejercicios para fortalecer el músculo. A principios de abril dijo que quería jugar. El folclor colombiano surgió otra vez. Todos opinaron, todos polemizaron. Que sí, que no, que aún le faltaba. El cuerpo médico de la Selección, Hernán Luna e Ignacio Zapata, se opuso; el de Junior lo apoyó.

El 30 de abril Valderrama volvió al fútbol en Paraguay. Con la camiseta número 10 del Junior, ante Cerro Porteño, por la Copa Libertadores, con la cinta de capitán, el pelo largo de siempre y un poco de temor. Poco a poco retornó a su ritmo, a sus pases de gol, a sus genialidades. Y lentamente recobró su lugar en la Selección. En mayo se incorporaron las estrellas de Europa y Brasil: Faustino Asprilla, Adolfo Valencia y Freddy Rincón. El equipo estaba armado, por lo menos en lo futbolístico. Valderrama, el líder natural, ya se había recuperado del rodo. La sociedad que tantas alegrías le había regalado a Colombia volvía a juntarse en las canchas. El talento, intacto. Las ganas, también. Sólo que…

Valderrama fue el estandarte de Colombia desde 1987, el mismo año en el que León Londoño Tamayo, entonces presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, le entregó la Selección de mayores a Francisco Maturana. Por su estilo, su calidad y su tranquilidad, fue desde un comienzo el líder natural del grupo. Ese año de 1987 El País de Uruguay lo escogió, por primera vez, como el mejor futbolista de Suramérica. Sus presentaciones en la Copa América de Argentina lo habían consagrado. Aquel Valderrama de 1987 obligó a las comparaciones. Ruud Gullit, Enzo Franchescoli. Incluso Diego Maradona. El siguió, igual que antes, igual que en sus años de fracaso con Millonarios. Jamás un desplante, nunca un gesto violento. Respuestas para todos, autógrafos para cualquiera.

En el 88 fichó para el Montpellier de Francia. Se marchó con la ilusión de abrir espacios para el fútbol colombiano, con su esposa Clara Ibeth y sus dos hijos, Linda y Alan. Otra vez el examen cada ocho días. Otra vez las conjeturas. No le fue bien. El técnico, Pierre Mosca, odiado en Colombia por el pecado de sentar al Pibe, no lo tuvo en cuenta. Jugaba por momentos, sólo por momentos. Así se le pasaron los días. Aprendió algo de francés, Au revoir Monsieur, a marcar un poco, a tirarse al piso, a soltar el balón más rápido. Pero jamás pudo ser El Pibe. Con la Selección Colombia que jugó en el 89 la Copa América de Brasil y las Eliminatorias para el Mundial de Italia perdió el examen. Los fantasmas de Millonarios volvían. De nuevo las dudas. Dudas y más dudas. Hasta que llegó el Mundial, allí donde se conoce quién es quién. Allí donde el fútbol elige y decide.

Ante Emiratos Árabes y Yugoslavia, ante Alemania y Camerún, Carlos Alberto Valderrama fue más que antes, más que siempre. Pidió el balón, sin importar que tuviera dos o tres adversarios encima, lo entregó claro, se mostró como salida, fue gol y marca. Fue claridad y magia. Había trabajado duro ese año para llegar bien al Campeonato del Mundo. El invierno francés lo había pasado allá, metido dentro de un buzo de entrenamiento. Corriendo, haciendo pesas, sudando … Uno, dos, tres, y de nuevo a empezar. Luego se fue al Real Valladolid. Después, al Deportivo Independiente Medellín. Y por último, al Atlético Junior. Muchos clubes, muchos estadios, muchas críticas y aplausos. Sí, en 1994 él tenía que ser el líder del equipo. El hombre que impusiera el orden, los ritmos… Hasta la manera de comportarse dentro y fuera del terreno de juego. No lo fue. Algo se rompió en su interior. Hizo ‘crack’, y terminó con millones de sueños.

Siempre fue un tipo extraño Valderrama. Callado, para muchos, tímido; alegre entre los suyos solamente. Un tipo extraño. Diferente a todos los demás. Sin esas ansias locas de ser “el protagonista”. Sin la necesidad de encontrar su nombre en rodos los diarios. Seguro, fuerte, sincero. Un jugador que jamás se arrugó, aunque tuviera a todo el público encima y al campeón del mundo enfrente. “Yo me divierto jugando al fútbol, como lo hacía en Pescadito cuando comencé”, solía decir. Y no era falso. El Pibe siempre tuvo la capacidad de pensar dos segundos antes que el contrincante, e inventarse una maniobra sútil. Patrimonio de los genios. Pero algo pasó la víspera del debut en Estados Unidos.

A Valderrama se le rompió rodo. Dejó de ser el líder, perdió su batuta, extravió los papeles. Y lo más grave, el respeto de sus compañeros. El 18 de junio, en el Rose Bowl de Pasadena, El Pibe no fue el tipo sereno de antes. El jugador talentoso que se inventaba una y dejaba pagando a los demás. Ese día gritó, insultó, regañó, manoteó … fue otro Valderrama ¿o el que en esencia es? El lunes 20, Francisco Maturana dijo: “El equipo está descompuesto porque Carlos (Valderrama) no ha ejercido su liderazgo dentro del campo. Lo perdió, y un equipo de fútbol sin líder es como un barco a la deriva. Ya no le creen”.

Lord Mago
15-10-2013, 22:21:37
Continuación Capítulo II



Preparación para la derrota

La primera gira de la Selección concluyó en Estados Unidos con un empate y una victoria: 2-2 ante Corea y 2-0 frente a Bolivia. El juego con los bolivianos fue de simple trámite. Nada para rescatar. El de Corea fue distinto. Porque los coreanos (también con varios suplentes) desnudaron a Colombia; pusieron al descubierto la lentitud de algunos jugadores. Y del esquema en general. La estructura de Colombia estaba determinada por futbolistas que superaban los 30 años. Y con edades así era muy difícil armar una táctica basada en la movilidad, como lo requiere el fútbol moderno.

Ante Corea, los colombianos estuvieron perdidos la mayor parte del tiempo. Salvaron un punto (como si los puntos importaran en esa fase), en parte, gracias al orgullo de ciertos hombres (Andrés Escobar, Leonel Álvarez, Barrabás Gómez), en parte, gracias a esa dosis de suerte que acompañó al equipo en los partidos de fogueo. O de ‘mala suerte’, mejor. Porque Colombia toda, feliz por mantener un invicto ficticio, no supo ver los errores. Y no los supo ver ni encontrar por los resultados positivos. Frente a adversarios de segunda y tercera línea era lógico que se ganaran los partidos. Como era lógico también que no hubiera fallas. Mentira tras mentira. La segunda parte de la preparación para el Mundial fue una de las más grandes graves mentiras del fútbol colombiano a través de su historia.

Y ahí también se equivocó Francisco Maturana al ceder de nuevo, como antes, con Asprilla. Cedió a los intereses del patrocinador -Bavaria-, que necesitaba más juegos para que su publicidad luciera más. Y cedió a los de la Federación, que buscó más partidos para recaudar más dinero. No fue capaz de decir: “Estos dos encuentros, o estos tres, no los necesito. No están de acuerdo con el plan que nos trazamos desde comienzos de año”. Le faltó la personalidad que le exigió días después a Carlos Valderrama. Le faltó el temple para imponer al fútbol sobre el dinero. Tanta autoridad perdió, y tanta fue la comercialización del equipo, que desde aquella segunda gira los futbolistas marcaban un gol y debían ir a una esquina a celebrarlo con el dedo índice levantado. (Cobraban 300 dólares por tanto marcado). Una exigencia más de los patrocinadores, que necesitaban hacer comerciales con el equipo para vender un producto.

En realidad, un caso único. No hay un solo antecedente al respecto en más de 100 años de historia futbolística. “El gol es todo en el fútbol. Es sentir que vivís, que hacés parte del mundo. Y en medio de todo, que sos exclusivo en ese mundo. Son muy pocos los que tienen la oportunidad de hacer goles. Por eso todo lo que rodea al gol es sagrado. La pelota en la red, el grito del estadio, el arquero vencido… Yo no sé cómo describir un gol. De pronto, es como encontrar en un segundo el sentido de tu existencia. Sentir que ese es tu destino. Que para marcar ese gol naciste. Y después, la celebración… Ahí, en ella, te encontrás con la felicidad. Cara a cara. Y sacás todo lo que tenés dentro. No se le pueden poner leyes o reglas a la celebración. Es como matar un poco al fútbol”. Unos años atrás, en 1978, el argentino Mario Kempes definía el gol y la celebración de esta manera.

Estaba en contra de una medida de la FIFA que impedía a los futbolistas celebrar con libertad. A Colombia el dinero la llevó incluso a prostituir la celebración. Como prostituyó su camiseta en mayo de 1993, durante un partido de preparación para la Copa América de Ecuador. En El Campín, ante 60.000 aficionados que querían disfrutar de su equipo, Colombia salió a la cancha con un letrero en la franela que decía: ‘Bavaria’ (hacía unos días esa empresa había firmado un contrato con la Federación Colombiana de Fútbol). Lo increíble y anecdótico de la historia fue que nadie, ni en la Federación ni en el equipo nacional, sabía que la Fifa tiene rotundamente prohibido utilizar un aviso comercial en el uniforme de una Selección, así sea para jugar amistosos. A los pocos días de aquel encuentro ante Chile, la FIF A multó a los colombianos por haber violado la norma.

Pero no todo lo del patrocinio fue negativo. Es cierto que tuvo injerencia en los partidos de preparación; que pagó para que los jugadores celebraran con el dedo levantado; que utilizó la camiseta para vender. Pero también es cierto que elevó el nivel social y económico de los futbolistas; que gracias a ese patrocinio, Colombia dejó de alojarse en hoteles de segunda categoría; que facilitó absolutamente todos los implementos que el equipo necesitaba; que pagó desplazamientos sumamente caros; que promovió al grupo en todas las formas posibles. En fin, gracias a aquel contrato, el fútbol colombiano se instaló en un escalón en el que jamás había estado antes. Y los errores no hubieran sido errores si alguien hubiera tenido la suficiente personalidad dentro del equipo (léase cuerpo técnico y directivos) para decir no. Pero la historia ya se escribió. Y esas son las historias que hay que analizar para, algún día, cambiar “la historia”.

No es en 90 minutos ni con una victoria. Es con muchos errores y con mucha crítica, sobre todo con mucha crítica y análisis, que se construye. Aquella última fase de preparación terminó de la peor manera, aunque los diarios y noticieros continuaran en su labor de desorientación. Los jugadores sintieron que el país estaba rendido a sus pies. Y empezaron a mandar. ¿En qué punto estaba por mayo del 94 la autoridad de Francisco Maturana? Para la primera semana de aquel mes, la Fedcración había firmado un partido ante la Cremonese de Italia en Neiva. En realidad, daba igual que se jugara o no. Ese encuentro no iba a cambiar el rumbo de la situación.

La cambió la actitud de los futbolistas que, liderados por Valderrama, decidieron no ir a aquel compromiso. Una pequeña rebelión interna a las puertas del Campeonato del Mundo. Y otro pésimo precedente. A esas alturas, hay que volver a preguntarse: ¿En qué punto estaba la autoridad de Maturana? ¿Quién era el que mandaba en el equipo? ¿Él? ¿ Hernán Darío Gómez? ¿Valderrama? ¿Asprilla? ¿Los dirigentes de la Federación? ¿Los patrocinadores? ¿Otras personas? El partido, se sabe, jamás se jugó. Round para los futbolistas. Se jugaron muchos otros: la suma total de encuentros de preparación llegó a 22. Ningún equipo de los que llegaron al Mundial tuvo tantos. Uno bueno, ante el Bayern de Munich en Bogotá. Otros regulares y, el resto, pésimos.

Sin embargo, la prensa se encargó de engañar al país. Vendió, por ejemplo, al A.C. Milán que enfrentó a Colombia como el verdadero A.C. Milán, cuando apenas era un cuadro de suplentes que, fuera de eso, había jugado la noche anterior al partido con los colombianos. En otras palabras, el Milán que igualó 1-1 con Colombia en Miami llegó ese día procedente de México, descansó tres horas y se marchó al estadio a cumplir con el empresario. Y aún así le causó problemas a Colombia. Sería bueno recordar que cuando el marcador estaba 1-1 el árbitro no sentenció un legítimo tanto del cuadro italiano. Fue ese el partido que desató la polémica con Pelé, todo porque O’ Rei osó decir que los colombianos estaban muy ‘sobradores’. En las revistas, en los periódicos y en los noticieros censuraron las palabras del brasileño.

Hasta llegaron a enrostrarle que él, en sus tiempos de jugador, era sobrador. Una cuestión que no se puede discutir. Algunos dirán que sí, otros dirán que los lujos, que realizó se los inventó por necesidad -por ejemplo, aquel ocho en el Mundial de México al uruguayo Ladislaw Mazurckiewicz o aquel disparo desde media cancha contra el portero Ivo Víktor, de Checoslovaquia. ¿Qué necesidad podía tener Pelé de decirles a los colombianos que no fueran sobradores? ¿Acaso era miedo? ¿O un consejo de buena fe? Habría que interrogar a todos los que lo atacaron por cometer el ‘sacrilegio’ de criticar a Colombia. De alguna manera, los hechos de junio del 94 le darían la razón a Pelé. Y a todos los que, como él, se atrevieron a expresar que Colombia no era perfecta.

El último compromiso de preparación enfrentó a Colombia con el Palmeiras de Brasil. Fue en Pereira, el 12 de junio de 1994. Con el estadio repleto y el presidente César Gaviria como espectador. Desde el comienzo el juego fue difícil. Palmeiras no fue al Mora Mora de paseo. No era ni la cuarta división de Nigeria ni el Frankfurt Eintracht ni un combinado centroamericano armado a última hora. Los colombianos, con la línea titular que debutaría seis días después en el Mundial, no encontraban la fórmula. Los brasileños apretaban en todos los sectores y creaban peligro adelante. Pero ni siquiera los árbitros quisieron aliarse con la verdad. La Federación designó a Jorge Zuluaga para que dirigiera aquella despedida colombiana. Y Zuluaga metió la mano. Se inventó una falta dentro del área visitante y expulsó a tres brasileños. Así, de un solo golpe, se acabó el examen más serio para la Selección Colombia. El encuentro finalizó 4-1 a favor del local. Otra ocasión para que los medios de comunicación echaran a volar el globo de la ilusión. Otra oportunidad para que los apostadores confirmaran sus intuiciones, para que los hinchas soñaran con un imposible, para que los desprevenidos creyeran en lo que se les vendía, para que los ‘vivos’ hicieran plata. Y otra oportunidad, también, para que los jugadores aumentaran su poder.

Nadie sabe la razón, nadie la entiende tampoco. Pero esa noche quedaron libres. Tres días de permiso a menos de una semana de un Mundial. Tres días de permiso que los juiciosos aprovecharon. Y los disipados también. Dicen que Faustino Asprilla hizo de las suyas en Tuluá. Y ‘de las suyas’ es casi todo lo que la imaginación desee. El marres 14 de junio la Selección Colombia se subió a un vuelo directo de Avianca que la llevó, sin escalas, a Los Ángeles. Con ella abordaron periodistas, directivos, hinchas, familiares y curiosos. Los mismos personajes de Barranquilla y de Buenos Aires iban a Los Ángeles. El optimismo era de 1O puntos sobre 1O. Nadie dudaba del éxito.

“Era como si el Mundial fuera cuestión de jugarlo y nada más. Como si fuéramos a ganar sólo con salir a la cancha. Antes del juego en Buenos Aires, ante Argentina, había temor, ese temor que siempre siente un jugador de fútbol antes de salir al campo. No sé… yo me sentí extraño los días que precedieron a la Copa del Mundo. Como si flotara. No entendía por qué no sentía nervios, no entendía por qué mis compañeros estaban tan serenos. Era una rara sensación”. El jueves 7 de julio, Oscar Córdoba le confesó a un amigo, en el aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York, lo que había sentido antes del torneo. Ese día llegó a Colombia, mucho tiempo después que sus compañeros de equipo. En Los Ángeles, el optimismo se transformó en convicción. En certeza. La autoridad de Francisco Maturana terminó por extinguirse. Igual que el cariño que alguna vez había sentido por algunos de sus dirigidos. Un desorden total en el momento más importante. Un desequilibrio anímico que nadie previó. Una lucha de vanidades que nadie controló. Estaban por comenzar el fracaso, el absurdo, el papelón. Todo eso que se labró durante un año o más. Todo ese producto de la ignorancia. Todo ese producto de la insensatez… el reflejo de lo que es el país.

***

A ese hombre le habían roto su ilusión más grande. Por eso estaba allá, en el último rincón del vestuario. Rodeado de gente pero solo. Más solo que nunca. Las voces las escuchaba sin oírlas. Las sombras las percibía sin distinguirlas. Su mente repetía una y mil veces las escenas que acababan de terminar. Los gritos de la tribuna, las órdenes de sus compañeros, las voces de aliento que llegaban desde el banco. En cámara lenta repitió los goles que nunca fueron y los que fueron, los gestos de indolencia que lo rodearon, los pases equivocados. Con los ojos enterrados en el piso, con las manos temblorosas de rabia, dejó que la película concluyera. Hubiera querido permanecer allí toda la vida. Pero un grito lo obligó a continuar: “Leo, nos vamos. Dúchate que esto ya se acabó”.

Se duchó, sí. Y el agua de la regadera y el agua de su cuerpo se le confundieron. Igual que los sentimientos que lo desbordaban. Por momentos se abstraía de la realidad y llegaba a convencerse de que todo era una pesadilla. Por momentos entendía que era estúpido jugar a los duendes, y regresaba al partido. Partido de locos, partido de mierda, partido fatal. Algunas frases se le aparecieron, vagas, repentinas. Y algunos rostros. No supo cuánto tiempo estuvo ahí, bajo el agua. Ni cuánto se demoró en salir del estadio. Cuando volvió a sentir que era él, estaba frente a una cámara del noticiero CM&. Intentaba hallar respuestas para lo que había ocurrido. Y se tragaba muchas verdades.

Tenía la voz quebrada. Nunca antes en su vida se le había quebrado la voz ante una cámara. Nunca antes había querido decir tantas cosas. Pero se las calló. Fuera de cámaras apenas dijo: “A algunos habría que romperles la cara. Es lo que se merecen”. Después de sus palabras cortadas guardó silencio. Juró silencio. Y se marchó. Esa noche, la del 22 de junio de 1994, fue la última noche de fútbol para él, si se entiende al fútbol como debería ser: pasión y alegría, lucha y honor, entrega y sentimiento… Nunca antes había sentido tanto dolor y tanta impotencia dentro de una cancha. Nunca antes había sentido tanta decepción en la vida. Cuentan que esa noche no durmió. Ni habló. Ni peleó. Simplemente, recordó.

Esta es la historia de un fracaso. La historia amarga de un equipo de fútbol que se creyó Campeón del Mundo sin haber ganado nunca antes nada, sin haber hecho siquiera algunos méritos para estar entre los opcionados. Esta es la historia de un país que les creyó a sus periodistas todo lo que dijeron, todo lo que ocultaron, todo lo que exageraron, todo lo que mintieron. La historia de una sociedad descompuesta que jamás admitió un error, que vio en el fútbol la salvación, la alegría y la paz. La historia de unos cuantos, de muchos, que quisieron hacerse ricos con el talento de otros. Esta es la historia de una ilusión que terminó en muerte. La historia del olvido, de la ingratitud, del rencor, de la envidia. O la historia de Colombia a través de una pelota de fútbol.

El final de ella comenzó a escribirse el 14 de junio de 1994, cuando la Selección arribó a Los Ángeles. Desde entonces comenzó a arrastrar opinión. En un país indiferente por ese deporte, llamaba la atención que tanto inmigrante armara escándalo por un equipo. Banderas, música, pitos, fiesta… De vez en cuando, por las desoladas calles de la ciudad, pasaba una caravana colombiana haciendo sentir su alegría. Las pelucas amarillas y ensortijadas que identificaban a Carlos Valderrama también identificaban a Colombia. Nunca antes tan favorita, nunca antes tan protagonista, nunca antes tan limpia de la negra imagen con que se le conoce. Colombia y sus 35 millones de habitantes eran un puñado de hombres que, por su fútbol y con su fútbol, borrarían antiguos pecados.

El equipo se alojó desde aquel martes en el Hotel Marriot de Fullerton, una de las innumerables ciudades de la ciudad. De ahí al estadio Rose Bowl, para entender las distancias, un automóvil gasta una hora y media, por autopistas impecables y sin trancones. En bus habría que calcular tres, o más. En el mismo hotel de la selección se hospedaron los directivos, algunos periodista, muchos aficionados y también muchos norteamericanos.

Los primeros dos días en USA-94 fueron de armonía, de bromas, de buen clima y de optimismo. Los jugadores hablaban con la prensa y con los hinchas, cuando y cuanto querían. Ya Francisco Maturana empezaba a hacer ciertas distinciones. Hablaba para sus periodistas amigos -Fabio Poveda, César Augusto Londoño, Esperanza Palacio, Carlos Antonio Vélez-y para la prensa extranjera. Casi la misma exclusividad en el trato que mostraba con algunos de los futbolistas. En agosto del 93, en plenas Eliminatorias, Iván René Valenciano había dicho que Maturana no se preocupaba por ellos, que Hernán Darío Gómez era el que siempre estaba detrás del equipo, averiguando, aconsejando, motivando. En Estados Unidos aquella tendencia se confirmó. Maturana fue una especie de relacionista público; Gómez, el verdadero técnico.

Lord Mago
15-10-2013, 22:22:43
Continuación Capítulo II



La confianza llevó a que no hubiera secretos. A los entrenamientos de Colombia iba el que quisiera. En uno de ellos se empezó a poner en evidencia que las sonrisas y los halagos eran de dientes hacia afuera. Que no era cierta aquella frase cliché de que la Selección era una familia. Tampoco esa que Francisco Maturana había repetido hasta la saciedad y que hablaba de la madurez del grupo. Todo eso se reveló en las primeras actitudes de Freddy Rincón. En una ocasión, antes del debut, simuló una lesión y, cuando vio la preocupación de Maturana, soltó una carcajada. En otra, también antes del juego frente a los rumanos, descargó todas las maldiciones imaginables contra el técnico porque éste le había sancionado un fuera de lugar.

Faustino Asprilla y Adolfo Valencia, cada uno a su modo y por su lado, siguieron el ejemplo de Rincón. Aprovechaban cualquier oportunidad para inventar una burla, un desplante, una grosería. El técnico reaccionó, por lo menos durante aquellas primeras jornadas. Por esos días, y ante un grupo de sus íntimos, dijo que si fuera por él, ya hace rato habría excluido de la nómina a Rincón, Asprilla y Valencia. Aún no habían llegado los instantes amargos de la derrota, pero ya Maturana tenía claro que estos tres individuos sólo le traerían problemas. Aquí se entienden un poco sus declaraciones a César Augusto Londoño, periodista de Caracol, cuando culpó a Valderrama de haber perdido su liderazgo dentro del grupo.

Pero se entiende también su falta de temple. Como él no era lo suficientemente fuerte para controlar a Rincón, a Asprilla y a Valencia, esperaba que otro lo hiciera. Y el más indicado por su rol de líder y capitán era Carlos Valderrama. Lo acusó porque El Pibe no hizo lo que él tenía que hacer. Pero, claro, no fue en el Mundial donde Maturana perdió su autoridad. La había perdido mucho antes: cuando le permitió a Asprilla violar las reglas cuantas veces le vino en gana, cuando lo perdonó, cuando accedió a que los jugadores no fueran al compromiso ante la Cremonese en Neiva, cuando permitió que los dirigentes y los patrocinadores manejaran los partidos de preparación…

La autoridad no se perdió en un día ni por un hecho aislado. Una nota publicada por El Tiempo el domingo 7 de agosto de 1994 decía que los brotes de indisciplina habían rebasado cualquier cálculo: Valencia ni siquiera bajaba a desayunar, almorzar o comer con sus compañeros, pues prefería hartarse de hamburguesas en su habitación; Freddy Rincón estuvo enloquecido durante el campeonato porque en Colombia, antes de partir, un brujo le había dicho que le iba a ir muy mal en el Mundial, que Colombia perdería y que él se fracturaría una pierna; Asprilla no había respetado horarios ni códigos y se había embriagado varias veces; Valenciano se había pasado de copas; a Valderrama se le habían subido los humos… El artículo dijo muchas verdades, pero todas esas verdades no fueron las que llevaron al fracaso. O por lo menos, no sólo esas. Hubo otras. Mentales, futbolísticas, sociales. Ellos, los jugadores, siempre dijeron que no estaban agrandados, que el favoritismo venía de afuera, que no se sentía por dentro. Era obvio que dijeran cosas de ese estilo pues no podían gritar a los cuatro vientos que sí se consideraban los mejores, que sí estaban agrandados, que sí estaban convencidos de obtener la Copa del Mundo. El viernes 17 de junio, por ejemplo, Adolfo Valencia se escapó de la concentración para ir de compras. Quería unos zapatos elegantes. Nada malo si no fuera porque debía cumplir un reglamento. Nada malo si no fuera porque hacía parte de una delegación que representaba a un país.

Se fue con un periodista, uno de tantos que “colaboraron” con los futbolistas para que hicieran lo que se les antojara. Y habló con él de fútbol, claro. “Yo no le veo problemas a este Mundial, de verdad. Fíjate lo que mostró el partido inicial entre Alemania y Bolivia. Nada de nada. ¿Y el grupo que nos tocó? Nada del otro mundo. Sólo es cuestión de divertirnos corno lo sabemos hacer y de empezar a celebrar. ¿Con qué nos puede sorprender Rumania?”. Esa relación que sostuvieron los jugadores con algunos periodistas fue nefasta. Charlaban todos los días y a todas horas. De un posible traspaso, de las indicaciones de Maturana, de lo que más convenía hacer en el partido, de las familias, de los amigos, de las mujeres. De todo y de nada. Era imposible llegar a un cierto grado de concentración, la concentración que se requiere en un Campeonato del Mundo, con tanta opinión suelta.

En el Mundial de México 86, lo primero que hizo Carlos Salvador Bilardo con la Selección de Argentina fue aclarar las reglas del juego. Restringió los horarios de entrevistas y sometió a su equipo (a la postre Campeón del Mundo) a un aislamiento casi sagrado, a una verdadera concentración. En Estados Unidos, Brasil se refugió en las afueras de Palo Alto en un sitio denominado Los Gatos. Allí sólo podía ingresar el que tuviera autorización del técnico Carlos Alberto Parreira. Y Brasil fue el campeón en USA 94. Lo mismo ocurrió con Alemania, Argentina, Italia, España, Holanda. Esos países con historia. Esos países que han aprendido de sus errores y han repetido sus aciertos.

En el Mundial de Italia las cosas habían sido distintas. Por aquel entonces ya era un triunfo estar en el Campeonato. Eran otros tiempos y la vanidad aún no se había colado en el equipo nacional. Meses antes del torneo, Francisco Maturana se fue a Bolonia a conseguir una sede. Averiguó, probó, consultó y se decidió por la Villa Palaveccini, un lugar que reunía todo lo que un equipo de fútbol pudiera necesitar. Canchas de fútbol, soledad, buenas habitaciones, buena comida, paisaje, tranquilidad. Allí estuvo la Selección interna durante toda la primera rueda. Cuando le tocó enfrentar a Alemania, en Milán, también mantuvo esa base de concentración. El equipo sólo durmió una noche por fuera de la Villa.

¿Será que en Estados Unidos, por los alrededores de Los Ángeles, no hay un lugar tranquilo, con todas las comodidades que un equipo necesita? Parece que Colombia no lo encontró. ¿O será que no lo buscó por la certeza de que no se necesitaba, por la certeza de que con el equipo que tenía iba a llegar lejos de cualquier manera? Es paradójico. Maturana dijo que el error más grave fue haber escogido el Hotel Marriot de Fullerton porque permitía la afluencia de periodistas y público en general. Pero nadie le recordó que en Italia había hecho lo contrario y le había ido bien. Nadie le recordó tampoco lo de Barranquilla y Buenos Aires.

Lord Mago
15-10-2013, 22:23:08
Continuación Capítulo II



Rumania

En su libro Maturana, talla mundial, el técnico de la Selección habló sobre el primer rival de nuestro país en el Campeonato del Mundo. Opinó sobre lo que podía ser Rumania, no de lo que podía hacer Colombia frente a ese equipo. Se refirió a dos asuntos muy importantes:

“Rumania es un equipo con muy buenos jugadores de fútbol. Allí encontramos a Hagi, quien estuvo en el Real Madrid y en algún tiempo fue considerado corno el Maradona del Este. Juega Popescu, cuya experiencia en muchos países es notable. Encontramos a Saban y a Dumitrescu, cuyas referencias como rendimiento individual son muy buenas, porque han sido importantes siempre en sus clubes especialmente en el Estrella de Bucarest, que es el cuadro base de esta Selección. La suma de sus individualidades les permite pensar que en cualquier momento pueden hacer una fiesta. Por otra parte, la tradición muestra que los rumanos no tienen suficiente continuidad y que presentan muchos altibajos de rendimiento. Sus jugadores no tienen la entereza suficiente para ser permanentemente superiores y brillantes.

Si nos los topamos en su día de inspiración, la pelea va a ser muy complicada. Si están en un punto bajo, son accesibles. Para nuestro esquema Rumania se acomoda bien. Manejan el toquecito, lo que ayuda al ordenamiento de Colombia y eso anticipa que puede resultar un bonito partido. Que tiene el agravante de ser el juego de arranque y uno nunca sabe qué cosa le pueda pasar, cómo se van a manejar todas esas angustias y las emociones. Pero es difícil, tanto para ellos como para nosotros. Si fuera un partido en circunstancias normales, sin estas presiones, puedo anticipar que debería ser un reñido juego, pero nadie puede predecir lo que resulte en ese ambiente del estreno en el Mundial. Hay un ingrediente muy determinante, nuevo, que va a marcar bastante, como es el asunto de los tres puntos al ganador. Ello puede voltear el cariz de los partidos del comienzo, cuando todo el mundo suele ser tímido. Pero ahora, con tres puntos por delante, que significan una ventaja muy importante que todo el mundo quisiera tener a la mano desde el primer día, se van a plantear esquemas mucho más aguerridos y difíciles”.

Sobre el tema de los tres puntos Maturana había hablado ya en diciembre 17 de 1993, cuando terminó el sorteo de los grupos en Las Vegas. Dijo en aquella ocasión, palabras más, palabras menos, que esa nueva reglamentación no provocaría muchos cambios y que, por el contrario, podía ser perjudicial para el espectáculo. Primero, porque habría equipos que saldrían al terreno decididos a no perder. Segundo, porque aquel cuadro que convirtiera un gol, muy probablemente lo defendería con uñas y dientes para adjudicarse los tres puntos. Con el tiempo cambiaría de opinión.

La noche anterior al debut los jugadores fueron objeto de un pequeño homenaje en el que se les condecoró. Asistieron la plana mayor de la Federación, el equipo y don Julio Mario Santodomingo. Todos sentados en la misma mesa. Todos alrededor del mismo tema. Esa noche fue de calma y de ansiedad, tanto en Los Ángeles como en Colombia. Hernán Darío Gómez recordó su cábala, vieja cábala, de tomarse unos tragos la noche anterior a los encuentros importantes y Francisco Maturana se encerró en su habitación. La alineación se conocía de tiempo atrás -Córdoba, Herrera, Perea, Escobar, Pérez, Gómez, Álvarez, Rincón, Valderrama, Valencia y Asprilla-, lo mismo que las indicaciones del técnico. En la última charla que precedió al juego, Maturana volvió a decirles a los jugadores que no podían regalar las espaldas. Que mantuvieran intactos los 30 metros de distancia entre el primero y el último hombre, pero que jugaran cerca de Córdoba. Era ésta una de sus mayores preocupaciones: que el equipo no diera espacios atrás.

Pero no fue así. Los colombianos salieron a apretar a los rumanos contra su arco, convencidos de que eran superiores. Y dieron ventajas atrás. Ese error, con un calor asfixiante, superior a los 35 grados centígrados, y con un equipo rápido enfrente, fue el suicidio. Los rumanos aprovecharon dos contraataques, una genialidad de Hagi y se fueron adelante 2-0. Sobre el final de la primera fase Adolfo Valencia le devolvió a la tribuna colombiana un poco de aliento con un gol de cabeza. Nadie lo había presupuestado: después de los primeros 45 minutos, Colombia perdía con Rumania 2-1. Los 15 minutos de descanso fueron una pesadilla. Gritos, objeciones, insultos, recriminaciones… En ese lapso se gastaron muchas de las energías que más tarde hicieron falta. Y se gastaron sin que dejaran nada en claro, que fue lo peor.

Cuenta la historia que 18 años atrás, en la final del Mundial de 1978, los argentinos habían llegado al descanso después de los 90 minutos reglamentarios, que habían finalizado 1-1 frente a Holanda, en la misma tónica. Se gritaban, se peleaban. Entonces los llamó César Luis Menotti y les dijo: “No griten, no peleen más, miren a los holandeses, están acabados. Pasémosles por encima y guardemos las energías para ganarles de una vez”. Ganaron 3-1 y, la verdad sea dicha, arrollaron a los holandeses en los 30 minutos del suplemento. La Selección Colombia jamás conoció esa anécdota. En la segunda parte del juego contra Rumania la desesperación llevó al caos. Valderrama gritaba y regañaba, pero nadie le hacía caso. Asprilla se repetía en la misma manía de intentar la jugada salvadora él solo. Leonel Álvarez corría y luchaba por todas partes, pero parecía que no tuviera compañeros. Rincón dudaba cada vez que le llegaba la pelota: las advertencias de su brujo lo habían predispuesto por completo. Y Óscar Córdoba, a esas alturas, ya era un manojo de nervios.

Los minutos se diluyeron entre la angustia y el desorden. Rumania supo aprovechar las circunstancias y, a pocos minutos del final, en otra genialidad de Hagi y merced a otro contrataque, marcó el 3-1 definitivo. (Ese tercer tanto, lo mismo que el primero, fueron obra de Radiociou). A las seis de la tarde de aquel sábado 18 de junio de 1994, la Selección Colombia de fútbol a mostrar su verdadera catadura. Entonces el equipo ya no fue más el grupo unido, la familia unida de la que tanto se habló. Un resultado, un solo resultado adverso, derrumbó al equipo. Lo desmoronó. Un marcador en contra resucitó las mentiras que se habían tapado, los errores que se habían cubierto. Y volvieron a aparecer los mismos viejos temas desiempre. Fútbol y narcotráfico, fútbol y periodismo, fútbol y dirigentes deportivos, fútbol y preferencias… y el resultado de todas esas esas mezclas. Todo el veneno guardado por meses y años salió a flote en el instante más candente. Y contaminó hasta a los más inocentes. El grupo, que de grupo no tenía nada más que apariencia y el nombre, se rompió. Por un lado Valderrama, Valenciano, Mendoza, De Ávila; por otro, Valencia y Rincón; por otro los de Nacional… Ante tal fraccionamiento el equipo se quedó sin líder. Surgió un líder por cada grupúsculo que se formaba. Yo no me hablo con éste; éste no le dirige la palabra a aquél; aquél no se entiende con el otro; el otro no quiere saber de ninguno. Después del fracaso Gabriel Briceño, del Diario Deportivo, comentó: “La cosa fue tan grave que salieron a la luz cuestiones que nadie se imaginaba, como la resistencia de casi todo el equipo hacia Barrabás Gómez. Hasta Maturana estaba en desacuerdo con su inclusión. Lo incluía porque Hernán Darío Gómez, en la Copa América de Ecuador, había amenazado con irse si lo excluían. Después, los resultados se dieron y Maturana tuvo que aguantarse a Barrabás. Pero en la Selección no lo querían, y uno de los que más se opuso siempre fue Valderrama. En muchas ocasiones se enfrentaron ellos dos”.

Los días que le siguieron al partido con Rumania fueron un auténtico bazar en el Marriot de Fullerton, un atentado contra la disciplina. Briceño anota de nuevo: “Una de esas tardes fuimos al hotel a pedirle a Rincón que nos diera su artículo para el periódico. Él tenía contrato con Diario Deportivo, nos daba las notas y nosotros se las pasábamos, las enviábamos a Bogotá. Nos tocó esperar hasta la noche porque él estaba de mal genio. Nos dijo que después de la comida nos atendía y nosotros esperamos. Por ahí nos encontrábamos cuando vimos a Aristizábal con dos amigas que hablaban español con acento costeño. Charlaron con él 20 ó 30 minutos y se fueron a un rincón. Él subió por las escaleras y bajó con Asprilla. Se presentaron, hablaron más tiempo y ellos se fueron al comedor. Las dos niñas seguían ahí. Hacia las nueve y media de la noche ellas se marcharon. A los pocos minutos salieron ellos. A las 10 y 45 de la noche, cuando nos fuimos, no habían aparecido. Y a las diez de la noche ya todos tenían que estar en sus habitaciones. Era la regla. Diego Barragán registraba los cuartos a esa hora para verificar que todos estuvieran”.

Esta es sólo una de las tantas historias que se cuentan de lo que aconteció en Fullerton. Hay mil versiones parecidas, con los mismos protagonistas y con otros. Además, ya en este punto poco importan los nombres o las circunstancias. Hubo una verdad en Fullerton: la autoridad estaba hecha añicos antes del crucial compromiso que los colombianos tenían que disputar ante Estados Unidos el miércoles 22 de junio. El ánimo se había roto en mil pedazos después de la derrota frente a los rumanos. Los jugadores ya ni creían en Francisco Maturana ni les importaba lo que él dijera. Fue el martes 21 en la tarde cuando Maturana dijo que el equipo estaba destruido porque Carlos Valderrama había perdido su liderazgo. Y fue el martes 21 en la noche cuando decidió que Adolfo Valencia no iría de titular ante los norteamericanos. Esta decisión volvió a encender la polémica que se había callado tiempo atrás.

Hernán Peláez y Edgar Perea calentaron el ambiente con frases directas contra el entrenador y el tema Valencia-sí, Valencia-no, provocó airadas reacciones. El técnico no dijo nunca cuáles eran las razones que tenía para excluir al jugador y al periodismo tampoco le importó conocerlas. Por eso la distancia entre Maturana y los periodistas se hizo cada vez mayor. Hoy se sabe la verdad: lo sacó del equipo titular por sus reiteradas faltas disciplinarias. Peláez, Perea y compañía creyeron que la decisión había sido netamente futbolística. Otros hasta se atrevieron a decir que había sido una “sugerencia” del cartel de Cali . Dijeron que a Valencia lo habían sacado de la titular para que jugara De Ávila por “sugerencia” del cartel de Cali, pues así se valorizaría el samario. Pero, ¿acaso se puede valorizar un jugador de fútbol que anda por los 30 años? ¿No hubiera sido más razonable para los partidarios de la valorización interceder por Harold Lozano, a quien el público pedía a gritos y quien, por razones de edad, sí podía valorizarse? No. La lógica indicaba que la razón por la cual Adolfo Valencia había sido marginado de la titular para el juego ante Estados Unidos no pasaba por los predios del cartel de Cali. Sin embargo, la lógica es enemiga acérrima de algunos periodistas. Y el rumor de la “sugerencia” hizo camino.

Lord Mago
15-10-2013, 22:24:01
Continuación Capítulo II


El proceso en una memoria

Para las diez de la mañana del 22 de junio de 1994, Francisco Maturana ya estaba descompuesto. Había pasado la noche casi sin dormir. Había vuelto a vivir, uno a uno, los escalones que lo tenían ahí, a pocas horas del todo y del nada. De otro “todo y nada”. Había repasado de nuevo la historia iniciada en 1987. Fue un día de mayo de ese año cuando León Londoño Tamayo, presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, lo buscó para que se hiciera cargo de un equipo que jugaría el preolímpico de Bolivia. El reto era asistir a las Olimpiadas de Seúl 88. Él, que era el principal candidato, dijo que sí. Y con esa aceptación empezó esta historia. Sin duda, lo más importante que ha vivido el fútbol nacional. A pesar de todo. Y a pesar de muchos.

Antes, todo lo realizado había estado marcado por la improvisación. Por ello, en casi 40 años de profesionalismo -el primer torneo rentado se jugó en 1948-, Colombia sólo había asistido a una Copa del Mundo, la de Chile en 1962. Desde entonces, el empate de Arica a cuatro goles con la Unión Soviética había sido el único punto de referencia válido. Hasta aquel año de 1987. Hasta cuando apareció Francisco Maturana. Con él, el fútbol colombiano encontró su identidad. Y con ella, los resultados que tanto tiempo aguardó. Maturana aceptó dirigir la Selección Colombia de mayores el 2 de mayo de 1987. Fue ese el comienzo y el fin: el comienzo de un nuevo fútbol que el mundo reconoció y aplaudió; el fin de años y años de amarguras.

Maturana, quien como jugador apenas llegó a sobresalir en el Atlético Nacional, el Bucaramanga, el Deportes Tolima y algunas selecciones colombianas de niveles secundarios, encontró en la universidad la base humana que lo llevó a triunfar. Porque no fue el hombre de fútbol el que aceptó el desafío de dirigir a Colombia. Fue el hombre forjado en las aulas universitarias, donde estudió odontología. Fue el hombre profundo, analítico, humano, sensible y convencido de sí mismo el que decidió cambiarle la imagen al fútbol. Aquello que aprendió en las canchas le sirvió para diseñar una táctica y para escoger algunos colaboradores. Pero lo que recogió de la universidad fue decisivo para poner esa táctica en práctica; para convencer a sus jugadores, a los directivos, periodistas e hinchas de que “su camino” debía ser “el camino”. Y siempre es más difícil convencer que diseñar.

En 1986, cuando se hizo cargo de su primer equipo, el Cristal Caldas de Manizales, Maturana empezó a hacer que creyeran en su fútbol. En ese fútbol de potrero, de parque y playa que Colombia posee desde comienzos de siglo, cuando los ingleses dejaron en Barranquilla la primera pelota y decidieron las primeras reglas. En ese fútbol tan mezclado como la raza misma, donde se encuentran la fuerza del europeo, la técnica del argentino, la inventiva del brasileño y la velocidad del africano. En ese fútbol creyó Maturana. Y después, todo el país. En abril y mayo de 1987, Colombia fue la sensación del Preolímpico jugado en Bolivia. Nadie apostaba por aquellos ‘paisas’ ni por Maturana, pero la fidelidad a un estilo los llevó al tercer lugar. Luego, al técnico le ofrecieron el cuadro de mayores. Y él aceptó. Con Hernán Darío Gómez como su asistente y con Diego Barragán como preparador físico. Ellos fueron la base en aquellos comienzos. Durante el Mundial de Estados Unidos todavía estaban con Maturana. Y cada vez que se hable de este proceso es necesario nombrarlos, porque muchas de las decisiones importantes del fútbol colombiano se les deben.

Fue en la Copa América de Argentina, en julio de 1987, cuando Colombia se mostró ante el mundo con su nuevo estilo. Derrotó a Bolivia 2-0, a Paraguay 3-0 y perdió con Chile 1-2 en tiempo suplementario. En el partido por el tercer puesto, los colombianos derrotaron 2-1 en Buenos Aires a Argentina, con Diego Maradona incluido. “Ese fue el partido perfecto, táctica y técnicamente”, diría Maturana en 1989. Aquel torneo le entregó a Colombia el pasaporte para que fuera invitada a jugar, en mayo del 88, la Copa Sir Stanley Rous ante Escocia e Inglaterra. Nunca antes un seleccionado nacional de mayores había ido a Europa, y menos, a disputar un torneo de tanta tradición.

El estadio de Wembley, una especie de archivo que guarda lo mejor de la historia del fútbol, sería testigo de aquella revolución. Todos los ingleses: hooligans, empleados de banco, altos ejecutivos y nobles, deseaban presenciar esa renovación que llegaba de América del Sur. Y la presenciaron, claro. La aplaudieron, la sufrieron y disfrutaron casi como propia. Aquel día, 24 de mayo de 1988, a Wembley no le cabía una persona más. Colombia, la de Valderrama, Higuita, Álvarez, !guarán y Escobar que aparecía sólo de a pocos en la televisión, era la verdadera protagonista de la noche. Al final del 1-1 definitivo, algún inglés se atrevió a decir que por momentos le había recordado a la Hungría de los años cuarenta.

Y ese, el comentario del inglés, fue el mejor premio para Maturana. Porque la Copa se quedó en Londres pese a los dos empates (0-0 con Escocia, 1-1 con Inglaterra) y al exquisito fútbol colombiano. Pero lo del hincha quedó como una anécdota de gran valor. Hay que recordar que los húngaros vencieron a Inglaterra en Wembley 6-3 por allá a finales de la década del 40. Esa gira – Colombia también enfrentó a Finlandia y le ganó 3-1- fue decisiva para Maturana. En ella comprendió que su idea del fútbol lo podía llevar lejos, que no importaban los pergaminos del rival ni las tácticas ultramodernas. En ella afianzó viejas teorías, como aquella de que en el fútbol lo único que importa no es meter la pelota dentro de un arco. También valen el comportamiento, la educación, los modales.

Todo eso se transformó en dogma para Francisco Maturana. Aún hoy, antes de cualquier partido crucial, les recuerda a sus jugadores que no se gana nada con tirar el balón de punta hacia la tribuna. Que hay que respetar al público, a los rivales, a la prensa, a los árbitros. Encontró en la universidad las respuestas a sus ideales. Y sus ideales cada vez fueron más firmes gracias a la vida. O a sus resultados. Por lo menos, a los que antecedieron a USA-94. Todos esos resultados se le habían dado a Maturana por varias razones. Pero de todas ellas (apoyo de los directivos, del periodismo, de los aficionados; facilidades económicas, patrocinio, etc.), la más importante fue la de “el equipo”. En él, hasta que se inició el Mundial del 94, el técnico había encontrado a los intérpretes de su “partitura”, unos intérpretes de primer nivel que jamás habían dudado. Después de siete años, muchos de aquellos que iniciaron este proceso se mantenían allí, incluidos, obviamente, Gómez y Barragán. Y algunos, aunque separados por distintas circunstancias, como René Higuita, aguardaron hasta el final, pacientes, una nueva oportunidad.

Lo de Higuita es especial en este recuento, porque fue él, de alguna manera, el líder futbolístico de este concepto. Su manera de entender el puesto de arquero llevó a Colombia a definir su estilo dentro del campo. Con él como líbero, como último hombre, apto para salir jugando y sacar limpia la pelota, la defensa pudo situarse muchos metros adelante de lo normal. Y en línea, sin utilizar los dos stoppers y el líbero que implantó la Argentina de Carlos Salvador Bilardo en 1986. “Si no cometiera errores sería Dios”, dijo Maturana en 1990. Óscar Córdoba, quien con lujo lo reemplazó en las Eliminatorias hacia USA 94, era, en cierta forma, una prolongación de René Higuita. Y cualquier portero que juegue con la Selección, mientras impere en ella el concepto inculcado por Maturana, debe respetar aquellas premisas que Higuita le legó a la posteridad.

En la defensa, Andrés Escobar, Luis Carlos Perera y Luis Fernando Herrera se conocían de memoria el libreto. Estuvieron desde el comienzo y, salvo algunos imponderables -la lesión de Escobar en 1993, por ejemplo-, eran amos y señores de la última línea. Como lo eran, en la zona de volantes, Carlos Valderrama, Gabriel Jaime Gómez, Leonel Álvarez y Freddy Rincón. Valderrama, cuestionado a veces, siempre fue el gran patrón del equipo. Porque administraba los ritmos, porque decidía, se mostraba siempre para recibir la pelota, rotaba por todo el terreno y le imprimía a Colombia su identidad. Era, sin duda, un ’10’ sin reemplazo en este grupo. Álvarez y Gómez fueron la cuota de temperamento y marca para Maturana y Hernán Darío Gómez desde el 87. Tal vez no fueron jamás un espectáculo para la tribuna, no tenían que serlo, pero por inteligencia, experiencia y entrega, eran líderes.

El último de los estandartes se llamaba Freddy Rincón. Apareció para el Mundial de Italia y, sin conocer bien el fútbol de Maturana, se fue haciendo imprescindible. Para Estados Unidos 94 era pieza vital, para destruir y llegar al gol. La delantera tuvo durante el proceso a distintos protagonistas. Arnoldo Iguarán, Antonhy de Ávila, John Jairo Tréllez, Víctor Aristizábal, Carlos Enrique Estrada, Albeiro Usuriaga, Rubén Darío Hernández, Adolfo Valencia, Iván René Valenciano, Faustino Asprilla… Todos dejaron algo. Sin embargo, para el Campeonato del Mundo, los titulares adelante eran Asprilla y Valencia. En 1989, Maturana y Gómez (éste como asesor) le dieron a Colombia su primer título internacional. La Copa Libertadores, el torneo más importante a nivel de clubes del continente, que se le había escapado al América de Cali tres veces consecutivas (llegó a las finales en los años 85, 86 y 87), la consiguió Atlético Nacional el 31 de mayo en el estadio El Campín de Bogotá.

Después de remontar un 0-2 ante el Olimpia de Paraguay, le colocaron el sello a una página histórica del fútbol colombiano. Nacional, como siempre ocurrió desde aquellos comienzos del 87, fue la base del equipo que disputó la Copa América del 89. A Brasil, Colombia arribó como favorita. Pero sólo ante los locales (empate a ceros el 7 de julio en Salvador) pudo mostrar algo de su fútbol. Al final, terminó eliminada tras un lánguido 1-1 con Perú en Recife. Luego, en septiembre y octubre, Colombia acabó con 27 años de dolor. Ante Paraguay y Ecuador primero, y luego frente a Israel, en una serie extra, obtuvo el tiquete para jugar el Mundial de Italia. La celebración duró más de dos días, y el país entero empezó a soñar con el campeonato. Ese año cerró con la final de la Copa Intercontinental de Clubes en Tokio. El 16 de diciembre, Nacional estuvo a segundos de forzar una definición desde el punto penal ante el Milán de Italia. Pero un gol de tiro libre anotado por Alberigo Evani al minuto 119 del partido (hubo tiempos suplementarios), acabó con la ilusión.

Aquel Milán de Arrigo Sacchi, Ruud Gullit, Frank Rickjaard, Franco Baresi y Marco Van Basten nunca había tenido tantos problemas en una final. Por momentos, el superequipo de los últimos años parecía perdido. El toque de Nacional, las salidas de Higuita, la seguridad de Andrés Escobar y el talento de Alexis García hicieron de aquélla algo así como “la noche en la que el fútbol se vistió de gala”. Y llegó 1990. Y el Mundial de Italia. Colombia quedó ubicada en el grupo tres con Emiratos Árabes, Yugoslavia y Alemania. Colombia en Bolonia, al norte de la península. Colombia ante los ojos del mundo. Debut y victoria, el 9 de junio, sobre Emiratos Árabes (2-0); dolor y crisis, el 14, ante la derrota (0-1 ante Yugoslavia); hazaña frente Alemania. Hazaña, sí. Y dolor y angustia también.

Fue un martes de junio, el 19, y en Milán, ante 50.000 alemanes, cuando Colombia irrespetó a Europa para plasmar su fútbol de potrero en el césped del Giuseppe Meazza. Y fue 1-1 para que Colombia llegara por vez primera en su historia a la segunda ronda de una Copa del Mundo. Fue delirio cuando Rincón empató en tiempo de descuento. Cinco días después, el 23, fue llanto cuando Camerún le dijo a todos que no iba de paseo por Italia. En Nápoles, Colombia salió confiada (una palabra decisiva y repetida para el fútbol colombiano) a jugarle a un equipo que no regala nada. Y terminó derrotada 2-1 después de 120 minutos. A Higuita lo culparon (perdió un balón fácil ante Roger Milla cuando el juego iba 0-1), pero él se defendió. Maturana también lo defendió. Con el adiós de Colombia a Italia se empezó a derrumbar un poco el proceso. Maturana se marchó a España a dirigir al Real Valladolid, se llevó a Higuita, a Leonel Álvarez y a Valderrama, y la Selección quedó a la deriva.

A la Copa América de Chile (1991), el equipo fue con otro entrenador, Luis Augusto García, y con otra ideas. Al final sólo hubo una palabra, “aceptable”, para describir aquella actuación. Al Atlético Nacional lo condujo desde entonces Hernán Darío Gómez. “Tranquilo Pacho, que yo jamás te voy a correr el buraco. Sólo si tú te vas yo subo”, le había dicho alguna vez Gómez a Maturana. En 1990 aquellas palabras se cumplieron, y el proceso, con otro nombre, con algunas variantes, pero con la misma esencia, siguió su camino. Gómez fue campeón de Colombia con Nacional en el 91. Y en el 92 llevó a la Selección Preolímpica a las Olimpiadas de Barcelona. Con la Selección de mayores apenas estuvo unas semanas, las amenazas Jo llevaron a dimitir.

En diciembre de 1992, cuando el torneo nacional era un polvorín, Maturana y Gómez aceptaron hacerse cargo de la Selección otra vez. Maturana ya había regresado y estaba con el América; Gómez era el técnico de Nacional. Hubo polémica, discusión, rumores, peleas, malentendidos e incertidumbre. No obstante, al final pudieron más la vieja amistad y el camino recorrido que todas las intrigas y amenazas. Allí se inició entonces este segundo capítulo del proceso. Y pasaron la Copa América de Ecuador, las Eliminatorias, las exageraciones…

En la mañana del 22 de junio de 1994, Francisco Maturana todavía se preguntaba por qué diablos estaba metido ahí. Por qué había vuelto a aceptar la Selección, luego de que en el 90 había prometido no volver. Recordó esa reunión en Cali con Carlos Antonio Vélez, Mario Alfonso Escobar, Hernán Peláez, Germán Blanco, Juan José Bellini y Ricardo Alarcón. Y recordó aquel “sí” que les dio. A ellos y al fútbol de Colombia. A ellos y a una aventura que terminaría en tragedia.

Lord Mago
15-10-2013, 22:24:44
Continuación Capítulo II


Juéguela al 22

El fútbol es como la vida. Al fin y al cabo, hace parte de la vida. Y en la vida vale muchas veces más la actitud que el talento. Colombia siempre tuvo el talento, pero jamás encontró la actitud necesaria para enfrentar situaciones difíciles. O no pensó en ella, que es peor. La historia del fútbol no está hecha de grandes equipos plagados de genialidad. Está hecha de grandes equipos plagados de actitud (positiva, se entiende). Y decir actitud es decir fortaleza mental, generosidad, sinceridad, honestidad. Decir actitud es decir convicción. Por ahí, cualquiera podría decir que el pecado de Colombia en el Mundial fue de convicción. Entonces habría que hablar de una convicción inflada, sin bases ni fundamentos. Y de una convicción real, nacida de la acción. Si Brasil y Argentina y Alemania llegan a los Mundiales siempre convencidos de que deben llegar a la final, lo hacen porque pasadas acciones avalan esa convicción. La avalan y la hicieron posible: con resultados, con títulos, con momentos difíciles superados.

Esa es la historia de la que hablaba Diego Maradona en Buenos Aires el 4 de septiembre de 1993. Cuando Colombia llegó a Estados Unidos con la convicción de que sería Campeón del Mundo, había un error de términos, de palabras. Porque no puede haber convicción sin acción. Y la acción (es decir, los resultados, los títulos) de Colombia siempre fue muy pobre a través de su historia. Fueron los partidos de preparación los que se tomaron como “la acción”. Pero esos juegos fueron una mentira. Entonces, ¿qué convicción podía haber si no estaba respaldada por hechos, por acciones? En Colombia se equivocaron los términos. Por eso, cuando surgió la primera derrota, aquella famosa “convicción” se desinfló. Y el equipo se cayó. Antes del partido ante Estados Unidos estaba destruido, sencillamente por la ausencia de “convicción”, por la falta de actitud. Si hubiera existido esa cualidad habrían aflorado la fortaleza mental, la honestidad, la sinceridad, la entrega.

No apareció nada de eso, con dos o tres excepciones. Y no apareció porque no existía. Esa falta de actitud, o de convicción, como se quiera, también tocó a Francisco Maturana. Ser grande es serlo en los instantes difíciles. Y Maturana flaqueó en el más difícil, en el que menos podía hacerlo. “No nos podemos amilanar por unas amenazas. Siempre han existido y siempre existirán. Además, el día que quieran hacerte algo no te lo van a anunciar. Te lo hacen y punto”, le había dicho a Hernán Darío Gómez en 1992 para convencerlo de que se uniera a él en la Selección Colombia. Por aquellos tiempos, algunos casetes con frases poco amistosas llegaron a las emisoras y las casas de los dos técnicos para que no se hicieran cargo del equipo. El 22 de junio de 1994 el destino (en realidad, una manera superficial de referirse a la realidad del país) colocó al técnico frente a otras ameenazas. Y el técnico reaccionó de una forma totalmente opuesta a como lo había hecho en 1992. En pleno Mundial, y a horas del juego más importante de su vida, se derrumbó. No sólo accedió a lo que deseaban los terroristas, sino que transmitió su debilidad y su temor al equipo.

Es casi imposible encontrar la razón de su reacción. Pudo ser porque sintió demasiado cerca la amenaza, por el miedo cierto de que algunas vidas corrían peligro. Pudo ser porque con ella, con la amenaza, halló la manera de excluir a un jugador que no lo convencía. Pudo ser porque los nervios de la derrota frente a Rumania lo dejaron sin fuerza… Pudieron ser todas esas razones juntas, y otras, las que lo llevaron a actuar como actuó. Lo único comprobable de esta historia es que el 22 de junio Francisco Maturana encontró un mensaje en su hotel, que más que mensaje era una amenaza directa contra su vida y contra la de otras personas. Le decían que si no sacaba a Gabriel Jaime Gómez de la alineación que enfrentaría a Colombia con Estados Unidos, correrían peligro su vida, la de Hernán Darío Gómez y la del propio jugador. Maturana habló con el futbolista y con Hernán Darío Gómez y entre los tres decidieron que no pondrían en peligro la vida de nadie. Así, Barrabás quedó por fuera de la titular.

“Todo esto me llena de tristeza y también de dolor. No sé hasta dónde podremos llegar con acciones como esta”, le dijo a la cadena Univisión ese mismo miércoles. Tal era el clima que vivía Colombia el día del juego que decidiría su permanencia en el Campeonato del Mundo. En el hotel, antes de salir hacia el Rose Bowl, se hablaba de todo menos de fútbol. “Yo, la verdad, estoy que reviento. No tiene sentido esto. No tiene sentido que la muerte ande rondando por ahí a causa de un partido de fútbol”, dijo en medio del desorden Andrés Escobar. Cámaras, luces, micrófonos, cables, periodistas, curiosos, hombres oscuros… había de todo en el lobby del Marriot. Y Colombia, por segunda vez en el torneo, y en menos de tres días, era comentario obligado para el mundo. Con la noticia de Barrabás Gómez abrieron todos los informativos del mediodía en Estados Unidos. Especularon, dando a entender que las amenazas provenían de los carteles de la droga.

El viaje hacia el estadio transcurrió en silencio. Ya todos los integrantes de la delegación conocían la noticia. No hubo salsa en el bus ni bromas ni cábalas. En Los Ángeles la temperatura había ascendido a más de 35 grados centígrados a la sombra. Las autopistas y calles que llevaban al Rose Bowl eran una especie de lenta y callada procesión. Por fin, en la cancha, volvieron a surgir los gritos y las barras de la afición. Al público colombiano poco le importaban los pormenores de la situación, le importaba la victoria. Nada más que la victoria. Muchos habían pagado millones (dependiendo del plan, cinco, siete o diez millones de pesos) para llegar hasta Los Ángeles desde Colombia a acompañar al equipo. Otros se habían trasladado desde distintos puntos de Estados Unidos para ver a la Selección que les daría la alegría más grande de sus vidas. Todos ellos estaban en el Rose Bowl, o por los alrededores, desde muy temprano. Era una tarde muy similar a la que habían vivido el sábado 18 de junio.

La rutina del vestuario fue diferente ese día. Era una rutina vacía de sentido, una rutina que se acercaba con peligro a su real significado en el diccionario. El eco, entre tanto silencio, retumbaba más fuerte, y cualquier sonido se repetía mil veces. Maturana comenzó la charla técnica con la voz casi apagada. Repasó dos o tres conceptos nada más y se calló. No pudo continuar. Por vez primera en su vida de fútbol no había podido continuar con una charla técnica. Ya el nudo en la garganta no lo dejaba hablar. Ni el nudo en la garganta ni los recuerdos. Tuvo que retirarse. Salir del vestuario a desahogar su dolor. Dicen que lloró, que en un instante se le quebró todo. Dicen que ese dolor se filtró hasta el vestuario. Y que los jugadores supieron por qué Francisco Maturana no había podido concluir con sus indicaciones.

Así salió la Selección Colombia de fútbol a jugar el partido que definiría su clasificación a la segunda ronda del Campeonato Mundial de Estados Unidos. Así enfrentó al cuadro local. El partido, un partido totalmente atípico desde antes de jugarse, fue intenso al comienzo. Mucho nervio, mucha tensión, demasiada presión, hicieron que los colombianos se fueran encima de los norteamericanos desde el primer minuto. Sin orden, sin profundidad, sin tranquilidad. Cada quien intentaba por su lado, como si los 22 encuentros de preparación y los seis de las Eliminatorias (para no mencionar los de la Copa América de Ecuador) no hubieran tenido lugar jamás. Como si los once integrantes del equipo se acabaran de conocer.

Después de los primeros diez minutos el juego dejó de ser intenso. Se volvió extraño. Carlos Valderrama, el eje por donde debían pasar codos los balones ofensivos colombianos, empezó a equivocarse. Nunca se había equivocado tanto Val derrama. De 45 pelotas que recibió durante los 90 minutos apenas jugó bien 14. Menos del 30% de efectividad, para los amantes de la estadística. Lo de Rincón fue similar, aunque con menos contacto. Y lo de Asprilla… Sólo una opción de gol produjo el equipo colombiano en el primer tiempo. Fue en una acción de Anthony de Ávila, quien estrelló un remate en la base del poste derecho del arco norteamericano. Nada más, fuera de los permanentes errores en la entrega y de las ganas por conseguir un resultado por parte de Leonel Álvarez y Andrés Escobar. Nada más.

A los 36 minutos Colombia recibió el castigo por tanta apatía, por tanta equivocación. Estados Unidos, replegado atrás y aguardando el instante preciso para salir en contraataque, fabricó muchas más posibilidades de gol que Colombia. Cuando el juego se puso 1-0 ya habían aparecido tres veces los norteamericanos por el arco de Óscar Córdoba. El destino (otra vez una elegante manera de referirse a la realidad colombiana) quiso que fuera un autogol de Andrés Escobar el que marcara la primera diferencia. Después, otro contragolpe y una falla más de Óscar Córdoba pusieron el asunto 2-0. Lo que parecía imposible para tanta petulancia había llegado. Estados Unidos, un país al que nunca le interesó el fútbol y por el que nadie daba un céntimo, le ganaba 2-0 a uno de los equipos favoritos para obtener el título del mundo. Estados Unidos, un equipo de aficionados (así lo llamaron en Colombia algunos periodistas), sacaba del torneo a una ‘potencia’ llamada Colombia.

Ni el ingreso de Adolfo Valencia ni el de Harold Lozano pudieron revertir la situación. ‘El Tren’ anotó el descuento cuando los minutos se iban. Y ante tanta desidia era imposible que pudiera aparecer el empate. Ese triunfo fue la locura para Estados Unidos, la victoria que necesitaban para que el fútbol ingresara de una vez al mercado. Por eso celebraron tanto; por eso los diarios del jueves publicaron en sus primera planas el resultado y alguna foto en color; por eso en la noche del 22 los noticieros le dieron más de cinco minutos al hecho; por eso la bandera de rayas y estrellas salió a recorrer el césped del Rose Bowl apenas terminó el encuentro. Para Colombia fue el adiós. Esa noche, en la sala de prensa del Rose Bowl, un periodista argentino, Jorge Barraza, dijo que Colombia se había derrumbado porque no había tenido la jerarquía para enfrentarse a su condición de favorito. Y bien, es que la jerarquía es parte fundamental del fútbol. Quizá la más importante. Sin esa jerarquía, o acritud positiva, o convicción (como la llamábamos arriba), son imposibles los títulos. A través de su historia, Colombia jamás ganó “el partido que tenía que ganar”. Es diferente ganar 5-0 en Buenos Aires cuando se necesita un empate y cuando una derrota no significa morir del todo (Colombia, si perdía ante Argentina el último partido de las Eliminatorias, iba a enfrentar a Australia en el repechaje), y hacerlo cuando se requiere esa victoria para continuar con vida.

Esa es la diferencia entre los equipos grandes, los que ganan los campeonatos del mundo, y los buenos equipos. La diferencia entre los ganadores y los perdedores: ganar el partido que hay que ganar. Lo del fútbol de Maturana también se derrumbó, aunque todavía, por ahí, muchos lo defiendan hasta la saciedad. En el fútbol, las victorias dicen la última palabra. Y en USA 94 esa última palabra estuvo muy lejos de la esgrimida por Maturana y Gómez desde 1987. Los equipos ganadores, Brasil, Italia, Suecia y Bulgaria, jugaron a otra cosa. Sus armas no fueron el toque insulso en mitad de cancha ni el reiterado, y por reiterado conocido, cambio de frente. Esos equipos jugaron en bloque, con balón y sin balón. Con jugadores que lo hacían posible pues tenían la edad y el estado físico para correr los 90 minutos sin descanso. Maturana confió en los mismos hombres de siempre; y esos hombres, con el calor del verano norteamericano y la presión desgastante de un mundial, se fundieron.

No pudieron hacer el pressing del fútbol moderno. No pudieron “achicar” los espacios. Regalaron siempre las espaldas, en parte por lentitud, en parte por los años. Sin pelota, Colombia fue un desastre, esa es una verdad irrefutable. Y con ella también. En tres juegos hizo cuatro goles, recibió cinco y creó tan sólo ocho opciones de gol. Sobre los estadounidenses, Maturana había dicho: “Son la gran incógnita, por la sencilla razón de que uno no sabe lo que están haciendo. Al referirnos a los americanos, debemos recordar que son personas que pueden llegar a situaciones insospechadas de motivación. Su público los va a ayudar y, aunque uno no sabe si van a tener un verdadero compromiso con su hinchada, de todas maneras están ahí, como locales. Eso pesa. Han hecho una preparación impresionante, de mucho tiempo, con cualquier cantidad de partidos de fogueo, contra todo tipo de equipos, incluidos los de alta reputación y ante ninguno han pasado vergüenza. Sin embargo, no han tenido una continuidad en la alineación que a uno le permita decir que los americanos jugarán de esta u otra manera. Realmente, no se sabe cuál es el equipo verdadero porque entra uno y sale otro, no permanecen, y hoy tan sólo su técnico, Bora Milutinovic, sabe lo que tiene en la cabeza. Por esa condición de impredecibles, los americanos son sumamente peligrosos. Más que los otros”.

Luego de la derrota ante Estados Unidos empezaron a surgir toda clase de rumores. Había que encontrar alguna justificación, era urgente y necesaria alguna explicación ajena al fútbol y ajena a la alineación titular de Colombia. Porque, ¿cómo podía explicar un periodista que había pregonado a los cuatro vientos que Colombia ganaría el Mundial, que la eliminación había sido por razones futbolísticas? ¿Cómo aceptar que en realidad no era el superequipo que podía vencer a cualquiera y en cualquier circunstancia? Se dijo que la ausencia de Valencia desde el minuto inicial había perjudicado al equipo, pues con Valencia habrían llegado los goles de la victoria. (Bueno sería recordar aquí que Franz Beckenbauer dijo en octubre del 1994 que Valencia apenas había anotado los goles que cualquier centrocampista regular hubiera anotado en el Bayern Munich).

Se dijo, y tiene que ver con la misma razón anterior, que De Ávíla no había encajado dentro del esquema y que había jugado por sugerencias del cartel de Cali. Se dijo que el árbitro había influido en favor de los locales, precisamente por ser locales. Se dijo también que algunos jugadores habían vendido el partido. Que habían “invertido” en Las Vegas mucho dinero en contra de Colombia, pues para ese juego las apuestas se encontraban en proporción de 19-1 a favor. Es decir, cada dólar pagaba 19 si Estados Unidos ganaba. Este rumor, imposible de confirmar a menos de que los presuntos implicados hablaran, se adueñó de la opinión y terminó por convenirse en certeza. La revista Semana, en su edición del 12 de julio de 1994, afirmó: “Como la actuación de los jugadores dejó mucho que desear, en toda Colombia comenzaron los rumores sobre el posible influjo de los grandes grupos de apostadores, que habrían presionado a los futbolistas por medio de amenazas o de ofertas de dinero para que perdieran el compromiso”.

Ese es un viejo tema, el del fútbol y las apuestas. O el del fútbol y la compra de jugadores. En octubre del 94, un alto exdirectivo del deporte, no precisamente del fútbol, comentaba en una reunión que habían sido ciertas las apuest. Incluso acusó con nombre propio a tres jugadores que tenían el mismo color de piel. “Pero no tengo pruebas”, dijo. Dos meses antes, un funcionario de la embajada norteamericana en Bogotá había asegurado lo mismo. Cuestión de apuestas o de miedo. Cuestión de nervios o de presiones, lo cierto es que ante Estados Unidos Colombia jugó el peor partido en mucho tiempo. Porque una cosa es entregarse, luchar y perder, aunque sea por el marcador que sea, y otra, caer vencido sin siquiera hacer el esfuerzo por triunfar. Ese fue el dolor que quedó. Esa fue la duda que nació de aquella actuación.

Lo que llegó después de la eliminación fue lo más parecido al infierno. La comunicación se rompió entre los jugadores y ntre los técnicos y los jugadores. El respeto se esfumó. De repente se habían olvidado todos los conceptos, todo lo que que había hecho grande a esa Selección. De repente se habían refundido los papeles. Nadie mandaba, nadie obedecía. Las declaraciones se salían de tono, las conversaciones eran recriminaciones… Bronca, rabia, dolor, eso era lo que guiaba al equipo. El jueves 23, Freddy Rincón y Harold Lozano se trenzaron a puñetazos en pleno entrenamiento. Una falta de Lozano, común y corriente, provocó a Rincón . En vez de palabras hubo golpes. En vez de cordura, locura. Ni el entrenador ni el preparador físico ni los dirigentes intervinieron.

El sábado 25, Gómez y Maturana también se dejaron llevar por los impulsos, todo porque el segundo no quería que el primero hablara con la prensa y éste había aceptado una entrevista. El domingo 26, día del partido con los suizos, ni siquiera hubo charla técnica en el hotel. No pudo hacerse porque muchos de los jugadores no aparecieron. El último partido fue de trámite. Aún existía la posibilidad de clasificar, pero era muy remota. Los números todavía eran aliados de Colombia. Se necesitaban una victoria de Estados Unidos sobre Rumania y una de Colombia sobre Suiza. Y que los goles también alcanzaran para el promedio. Casi un milagro. En Stanford, un estadio raro, con tribunas de madera, árboles y mucho polvo, los colombianos ganaron 2-0 (goles de Hermann Gaviria y Harold Lozano). En el Rose Bowl de Pasadena los norteamericanos no colaboraron. Fue mejor así, aunque en aquel instante se pensara diferente, porque Colombia no merecía estar en la segunda fase. Después del juego con los suizos el grupo se dispersó. Hubo algunos amagos de conflicto y muchos problemas a mitad de camino. El lunes, Juan José Bellini volvió a hablar.

Dijo que cuatro futbolistas de la Selección no podrían volver a vestir el uniforme de Colombia: Carlos Valderrama, Adolfo Valencia, Faustino Asprilla e Iván René Valenciano. ¿La razón? Habían transgredido todas las normas posibles. Se habían fugado de la concentración y se habían embriagado. Ese mismo día, en la puerta del ascensor del Marriot de Fullerton, Valencia lo buscó para que le diera explicaciones. Discutieron a gritos. El jugador lo llamó deshonesto, mentiroso y mafioso. Si no se fueron a las manos fue porque intervino Francisco Tulande, periodista de RCN. En realidad, a Bellini jamás lo quisieron en el equipo. Cuando llegó a Bogotá, el presidente de la Federación se retractó de todo. Dijo que jamás había dicho tales cosas. Todo quedó igual.

El final ya estaba firmado. ¿Cuándo se firmó? ¿Dónde? ¿Por qué? Todas las respuestas pueden responder los interrogantes. Es que no hay una respuesta. Tampoco hay una fecha. No hay sólo un responsable. Porque no fue una la razón que hizo fracasar al fútbol colombiano en el Mundial de Estados Unidos. Ni fue uno el culpable. En esta historia se mezclaron fechas y nombres, hechos y razones. Se mezclaron los intereses personales con los económicos, los sociales con los deportivos. Y cada mezcla fue una razón de fracaso. Se mezcló el país con el país. El de acá con el de allá. Es que Colombia no podía tener un equipo ordenado, disciplinado, honesto, limpio, talentoso, fuerte. Y no podía tenerlo porque Colombia, el país, no es así.

El lunes 27 de junio un hombre se acercó al hotel Marriot. Dijo que se llamaba Julio Ramírez. Era un hombre más, dolido, herido, frustrado. Un hombre y un país al mismo tiempo. Quiso hablar con Asprilla, pero se lo negaron. Quiso hablar con Valderrama, pero ya no se encontraba. Entonces pidió un papel. “A ustedes la vida les cobrará esta muerte”, escribió.

Lord Mago
15-10-2013, 22:27:13
CAPÍTULO III

EL PECADO DE LOS MEDIOS



“¡Muuuuyyyyy bueeenas taaaarrrrdes! A partir de este momento, ‘La Voz’, el más grande… iEdgaaar Pereaaa Ariaas!” En seguida se escucha un jingle que dice: “Tu papáaa llevará a todos los rincones de mi querida patria, Colombia, las acciones de este dramático partido entre las selecciones de Argentina… “, suena otro jingle: “iUuuuh… uuuuh!”. Y un coro: “iArgentina se murióooo… se murióooo, Argentina se murióooo”… “y Colombiaaaaa”. Suena orto jingle que dice: “iAaayyy… quéee ooorgulloooso me siento de ser un buceen colombiano “. La voz del locutor continúa diciendo:

“Así es, damas y caballeros… Les voy a narrar los 90 minutos más dramáticos y emocionantes de la historia del fútbol suramericano. Un partido no apto para cardíacos. Si usted sufre del corazón, no oiga este partido, porque hoy los once varones, los once machos colombianos le van a demostrar a estos mequetrefes habladores de paja, bailadores de tango y milongas, que la cumbia es un mejor ritmo y que del toque-toque y dale-y-dale nosotros sí sabemos. Hoy le vamos a tapar la tremenda bocaza a ese hablador que se llama Maradona, y también le vamos a demostrar al mundo cómo es que se juega al fútbol. Ese fútbol de calidad que sólo sabe jugar el equipo de mi tierra. Damas y caballeros, prepárense, porque a partir de este momento les vamos a dar a estos churrasqueros iduro y en la cabeza!

“Nosotros no comemos cuento con esas figuras infladas de Goycochea, Ruggieri, Simeone, Batistuta. Nosotros, con Rincón, Asprilla, el Tren Valencia y el Pibe Valderrama, tenemos el fútbol suficiente para darles una lección a estos petulantes que creen que después de Dios no vienen los santos ni los ángeles sino ellos. Pero hoy les vamos a demostrar, iaquí, en su propio patio!, que Colombia tiene la mejor selección de fútbol del mundo. Así es, damas y caballeros. Bienvenidos al espectáculo de su majestad… iel gol!”

No hace falta señalar que esa fue la introducción que realizó el señor Edgar Perea para su transmisión del partido entre Colombia y Argentina el 5 de septiembre de 1993. No hace falta tampoco anotar que para cualquier exaltado esas palabras eran una invitación a la violencia. Para el público colombiano, la forma más directa de engañarse. Veinte días antes, frases similares de Perea y otros locutores habían incitado a algunos hinchas embriagados a agredir a la Selección Argentina en el aeropuerto de Barranquilla. Aquel día, Colombia había ganado 2-1, y el clima en el estadio Metropolitano y en el país había sido de fiesta.

Aún así, la animadversión hacia los argentinos, provocada por años y años de frases envenenadas, llevó a la agresión. ¿Y qué tal que los argentinos hubieran ganado ese juego por un tanto de dudosa legitimidad? ¿Qué hubiera ocurrido con los jugadores y el árbitro de ese partido? Pero no, la cuestión finalizó con victoria colombiana, igual que en Buenos Aires el 5 de septiembre. El día del 5-0, en la transmisión del encuentro entre argentinos y colombianos, el relator (así se les dice en el Sur a los locutores), Víctor Hugo Morales decía:

“Hemos llegado al momento culminante de esta Eliminatoria. El escenario es perfecto y el ánimo de la tribuna está encendido desde temprano. Pase lo que pase en el campo, ojalá no tengamos que lamentar algún incidente. Esa debe ser nuestra prioridad. Colombia llega con todo. Con un fútbol que ha recibido los mejores elogios del continente y con futbolistas en el mejor momento de sus vidas. Argentina aspira, y con ella todos nosotros, a un triunfo convincente que nos devuelva la fe. Con la fuerza y la inventiva que han construido nuestra historia futbolística. Desde los tiempos de Stábile, de Boyé, de Moreno, Sastre, Arico, D ‘Stéfano, Sívori, Labruna, Carrizo y Onega, hasta los de Bochini, Kempes, Pasarella, Ardiles y Maradona. Basile y sus muchachos tienen un compromiso con la historia, más allá de todas las desavenencias que se hayan presentado en el camino”.

En las tribunas del Monumental, unas letras luminosas que se apagaban y encendían transmitían el mensaje de esa tarde: “El fútbol es una pasión. No una confrontación bélica”. Las palabras de Morales y el letrero del estadio mostraron desde el comienzo cuál era el lema de los argentinos para el crucial compromiso. Ese día, los principales diarios bonaerenses resaltaron la actuación del cuadro colombiano durante los partidos anteriores y elogiaron a algunos de sus principales jugadores.

A Carlos Alberto Valderrama, por citar uno nada más, Clarín le dedicó una página y lo comparó con Adolfo Pedernera, una de las glorias históricas del fútbol rioplatense. Después del 5-0, la tribuna, con Diego Maradona incluido, aplaudió a Colombia. En realidad fue un homenaje. Una forma de decir: “Gracias, este es el fútbol que nosotros los argentinos queremos ver en nuestra Selección”. Aquella ovación, una demostración de nobleza, fue interpretada de otra manera por Edgar Perea, quien afirmó: “El parlanchín Maradona, venido a menos futbolísticamente, sólo pudo agachar la cabeza después del fabuloso marcador de cinco goles por cero con que el equipo clasificó”. El mismo concepto, pero con otras palabras, fue repetido por gran parte del periodismo colombiano.

El lunes 6, en el aeropuerto de Ezeiza, dos reporteros de Telecaribe prendieron la madrugada bonaerense con sus actitudes y sus frases : “Pobres argentinos. Creyeron que por jugar aquí y por habernos enseñado algo de fútbol nos ganarían. Así los queríamos ver, como ustedes están en este momento. Tristes, aburridos, humillados. Así los queríamos ver hace mucho tiempo. ¿Y ahora qué? ¿No quieren otro partídito?” A los dos periodistas no les importaban ni la hora -cerca de las cuatro en la mañana- ni las víctimas de sus provocaciones. En un momento sacaron micrófonos y entrevistaron a la gente, en el mismo tono y conla misma intención.

De pronto, una mujer que atendía cuestiones de pasajes y pasaportes se desesperó y les dijo: “Ustedes se parecen a esos envidiosos que de repente se encuentran con un tesoro. Y lo restriegan y lo restriegan en vez de disfrutarlo. Yo les pregunto: ¿acaso con el 5-0 de ayer nos borraron la historia, los dos títulos mundiales y todo lo demás que prefiero no mencionar? ¿Por qué no lo disfrutan y lo celebran como deberían? Parece que jamás hubieran ganado un juego. En la vida hay que aprender a perder, como nos tocó a nosotros ayer, pero también a ganar. Es igual de difícil, pero también igual de gratificante”.

Los colombianos la escucharon hasta el final. Casi sin entender. Después, simplemente, comentaron que aquella mujer era una amargada, una resentida. Y se rieron. La prensa, los medios de comunicación, los periodistas, han sido casi tan protagonistas como los futbolistas, los técnicos y los dirigentes. Ellos -seamos justos, el 90% de ellos- han dicho y escrito lo que han querido, sin medir las consecuencias, pasando por encima de la objetividad. Quizá jamás han deseado el fracaso, pero han colaborado para que éste se produzca. Más, incluso, y en algunos casos sin saberlo, que los equipos que alguna vez derrotaron a un cuadro colombiano.

“Un país grande, futbolística e históricamente, tiene una prensa grande”, le dijo Francisco Maturana en agosto del 93 (durante las Eliminatorias) a la revista Cromos. Habló aquella vez de la importancia y el poder de los medios de comunicación, de lo delicados que resultaban los comentarios de algunos periodista, del ejemplo que jamás había copiado Colombia de otros países, como Argentina y España. Pero es que aquí la historia también cuenta. Esos países tienen 100 o más años de fútbol, y por lo tanto, tienen 100 o más años de periodismo deportivo.

Lo que vive la prensa colombiana hoy, sus defectos, sus virtudes, lo vivieron Argentina, Brasil, Uruguay y Europa hace muchos años. De esos viejos errores aprendieron. Y el público también, que cada día les exigió más y más, pues sabía más y más. Lo que hoy existe, existe porque antes hubo generaciones que se equivocaron. En Colombia, la generación de hoy es prácticamente la primera. Aprendió ella sola, de sí misma. No tuvo espejos para mirarse en ellos ni maestros para aprenderles (con las excepciones de Carlos Arturo Rueda, Melanio Porto Ariza, Marcos Pérez y unos pocos más).

Si en Brasil apareció un Pelé en el 58, fue porque tenía un Didí a quien emular, y éste, a un Leónidas a quien intentar copiar. Romario, por tanto, es consecuencia de un Zico, de un Sócrates, de un Pelé y de todos los anteriores. En Argentina un periodista que trabaje en prensa tiene que escribir bien. Es casi una obligación. La cultura que crearon Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato y Domingo Faustino Sarmiento, por citar sólo a algunos, acostumbró al pueblo a leer bien. Por eso no es tan sencillo engañarlo. En términos generales, el pueblo argentino sabe de letras. Y como sabe, exige. Con el fútbol es igual. En Colombia, en cambio, los ejemplos de fútbol y de periodismo son casi nulos. Como casi no existen, la emulación recae en el que más alto está. En el que más fama tiene. O más dinero. O más audiencia (nada de eso significa que sea el mejor). Y a ese le creen lo que dice o lo que escribe.

Para él debería ser un compromiso superarse. Durante esta última etapa del proceso Maturana-Gómez la prensa nacional olvidó todos esos conceptos. Se dejó llevar. Por la alegría del hincha normal en algunos casos; por las pasiones regionalistas en otros. O por el dinero, ingrediente decisivo en este presente colombiano. Decía Carlos Antonio Vélez en octubre de 1994: “Es que el periodista no puede ser igual ni tener los mismos conocimientos que el hombre que habla en la calle, porque él, el periodista, tiene una obligación. Es él quien debe formar, informar, guiar al hombre de la calle. No al contrario. Y para formar y demás es necesario que esté permanentemente estudiando, actualizándose. Pero no, si aquí uno lee, el de allá le va a decir que es aburrido o creído. Y eso… para no hablar del dinero, de los favores y de todos esos elementos que han corrompido a muchos.

Y no es necesario llegar al tema de los dineros oscuros para hablar del mercantilismo en el periodismo. Es sencillo: si a un locutor o a un comentarista le pagan su salario y además le entregan cupos publicitarios en parte de pago, le va a hacer fuerza a la Selección o al club de su región. Porque si al equipo le va bien, a él también le va a ir bien. Va a vender más cupos, va a tener más publicidad. Y el que vende, casi siempre es mentiroso. Porque tiene que vender. E l periodismo colombiano vendió a su Selección en el 93 y en el 94. Le convenía además venderla para obtener más ganancias. Se podría decir que la infló, sin importarle el perjuicio que sobreviniera después por esa actitud.

En una venta, cuando de lo que se trata es de convencer a los demás de las bondades de un producto, no se mencionan jamás los defectos de éste. Por eso los periodistas no le hicieron mayores críticas a la Selección Colombia. No convenían. Se hubieran ‘espantado’ los anunciantes y sus millones de pesos. El negocio no hubiera funcionado. Es la historia casi exacta que se repite año tras año. Ocurrió con el América de Cali a mediados de los ochenta, con Nacional después, con Millonarios, con las selecciones juveniles… Ha sido una constante apoyar ciegamente a todo lo colombiano -bueno, regular o malo- para ganar en publicidad, viáticos y audiencia. Pero esas no han sido las únicas causas de la mentira en la prensa nacional.

Ha habido otras razones no tan metalizadas. Han existido mentiras por vínculos sentimentales, por amistades, por favores. Decía Maturana antes del Mundial: “Parte de esa comunidad -la de la Selección- se ha logrado a través de una persona, un lugar, unas circunstancias que han sido el alma del equipo: Fabio Poveda Márquez y su casa. No hablamos del periodista corno tal, sino de la persona que nos prestó todo su espacio personal para encontrarnos. Esa es una de las razones por las cuales siempre disfrutamos cuando nos concentramos en Barranquilla. Podemos escaparnos a la casa de Fabio y pasar con él unos ratos muy especiales… Allá en su casa sí está la historia íntima de este equipo”.

Después de leer las palabras del técnico de Colombia: ¿Puede Fabio Poveda Márquez ser imparcial y objetivo en sus columnas de El Heraldo o en sus comentarios radiales siendo íntimo amigo de la Selección? Y por el otro lado, ¿podría alguna vez Maturana negarle una entrevista a Poveda, como lo hace con infinidad de periodistas colombianos? Esos vínculos afectivos también produjeron daño. Fabio Poveda Márquez fue uno de los tantos periodistas colombianos que encumbraron a la Selección Nacional como futura campeona del mundo. Él mismo, después de la eliminación en la primera ronda, aceptó que también había sido, en gran parte, responsable de la debacle.

Lord Mago
15-10-2013, 22:27:50
Continuación Capítulo III


Maturana y la prensa

Estas fueron algunas de las reflexiones de Francisco Maturana sobre el periodismo deportivo antes del Mundial de 1994:

“Otras cosas que son parte de la Selección, probablemente una de las más incidentes y difíciles, son sus relaciones con la prensa. A pesar de que somos todos individuos muy diferentes, mantenemos una gran unión alrededor de la causa. Esa causa es cada vez más fuerte y crece en la medida en que la ataquen. No se imaginan nuestros detractores el bien que le hacen al grupo cuando hablan mal de alguno o de todos. Eso sí que nos une. Hasta tal punto, que cuando hay períodos de calma, hasta buscamos prender la polémica v el debate para que nos atornillen aún más. Nos fascina salir a defendernos de los críticos a punta de resultados, que es lo que hasta ahora ha sucedido con lujo de detalles.

“Hoy, ya se ha polarizado más el debate con algunos enemigos de la Selección, especialmente en la radio. Están todos identificados y sabemos quiénes son, por lo cual nos defendemos también más concretamente. El grupo está cada vez más por encima de esas confrontaciones y me siento superior a esas peleas. En cambio, algunos periodistas viven en su guerra permanente y les encanta, pero los dejamos en un rincón, sin pararles bolas. Finalmente, este grupo ya se ha aguantado seis años de palo y no veo por qué tengamos que hacer las paces, pues subsisten amplias diferencias y ofensas por reparar. Pero lo que sí no hace ningún miembro de la Selección es revolcarse en el mismo fango con sus enemigos.

“No somos inflexibles. Por ejemplo, con César Augusto Londoño y Adolfo Pérez había serias discrepancias y rechazo. Pero tuvimos un encuentro con ellos, amistoso, correcto y caballeroso, a través del cual pudimos conocerlos mejor y analizar muchos de sus valores, hasta que concluimos que teníamos una imagen distorsionada de ellos. Después de esas charlas, nos dimos un nuevo espacio para las relaciones. Primero los traté yo personalmente. Después, los vinculé al grupo y los aceptaron a tal punto que durante la Copa América era normal que se sentaran en nuestra mesa, que nos hicieran entrevistas más espontáneas, que les hiciéramos bromas o jugáramos cartas. Porque cuando se entra al grupo, es porque eres una persona buena y querida y te aceptan plenamente. No para obtener prebendas o elogios de la prensa ni para que nos quieran, sino porque los valores humanos priman y deben respetarse.

“Pero así como con estos dos muchachos hubo una reflexión, en cambio con Edgar Perea subsiste igual antagonismo. Las cosas con él no son fáciles. Ya durante los días previos al Mundial de Italia hubo problemas graves y hasta un veto de todo el equipo, sin una sola excepción, contra Perea. Tuvo que intervenir la Asociación Colombiana de Redactores Deportivos, Acord, para obtener, digamos, una tregua, porque si esa noche nos dimos la mano fue más para propiciar un clima de trabajo que para conciliar diferencias que son muy profundas. Hoy, probablemente, quien más defiende a Edgar Perea dentro de la Selección soy yo, porque un día de estos la situación va a estallar ya que el clima es tenso, aunque en el fondo confiamos en que todo se pueda conciliar, tal como ha sucedido con otras personas.

“Con otro periodista que tenemos un divorcio total es con Iván Mejía. Yo entiendo que uno no puede reunir la unanimidad ni ello es conveniente, pues la crítica enriquece y fortalece. Con el correr de no sé cuántas selecciones, nos encontramos siempre con la situación de los periodistas que no comparten tal o cual determinación o discuten la escogencia de uno u otro jugador. Eso es normal. Lo que no es normal es que siempre sean los mismos periodistas con el mismo cuento, lo que deja de ser casualidad. Hoy Mejía está engañando a la gente porque es mal intencionado, diciéndole que este equipo tiene que quedar campeón para vengarse si nos clasificamos terceros, cuartos u otra cosa, para poder argumentar en contra nuestra. El señor Mejía nos está montando ese complot”.

El tiempo y los sucesos de junio y julio le darían la razón al técnico. En cualquier momento podía estallar la crisis con Edgar Perea. Y estalló el martes 22 de junio. En pleno campeonato, Maturana y Gómez decidieron vetar a Hernán Peláez y a Edgar Perea. Una insinuación del primero sobre influencias externas en la Selección, por las cuales Antonhy de Ávila jugaba ante Estados Unidos en lugar de Adolfo Valencia, fue el detonante. Unos días después, Maruja Pachón de Villamizar, por aquel entonces ministra de Educación, dijo que los medios de comunicación habían tenido una gran responsabilidad en codo lo sucedido. Y se desató la polémica. Otra polémica que concluyó en la nada, como siempre.

Es que en Colombia los debates son tan superfluos que jamás tienen una conclusión. Nunca se desarrollan las teorías. Se quedan allí, a mitad de camino. Importa más la imagen de tal personaje, de tal gremio o del país en general, que la realidad. A la ministra le dijeron que era más irresponsable que cualquier otra cosa hacer tales declaraciones y ella guardó silencio. Ni profundizó ni dio razones; simplemente, dejó pasar el vendaval por encima. Pero no fue la señora Pachón la primera en hacer declaraciones de este estilo. Al periodismo deportivo se le acusa de parcialidad, superficialidad y deshonestidad desde hace mucho tiempo.

Lord Mago
15-10-2013, 22:28:21
Continuación Capítulo III


La verdad vendida

Años atrás, cuando José Gonzalo Rodríguez Gacha aún vivía, el señor Ignacio Gómez (de El Espectador) dio a conocer una lista de periodistas que recibían dinero del narcotráfico. Entre otros, estaban allí los nombres de Jaime Ortiz Alvear, Oscar Restrepo, Esteban Jaramillo, Juan Carlos González e I. Mejía. El escándalo duró poco tiempo. Jamás se pudo saber si los implicados eran culpables o inocentes. En cualquier caso, la duda quedó flotando; todavía hoy llama la atención que no se hubieran presentado argumentos ni a favor ni en contra de los inculpados. No hubo más ataques ni acusaciones. Pero tampoco hubo defensores. Ninguna prueba… el caso quedó cerrado. Sólo para conversaciones y conjeturas de coctel.

Esa relación de dineros de dudosa procedencia y periodismo comenzó hace muchos años, cuando en el mundo de los toros y en el de la política se hicieron populares los famosos ‘sobres’. Consistían en que los protagonistas de la noticia les enviaban dinero a los cronistas que se encargaban de esos temas para que hablaran o escribieran bien de ellos. De acuerdo con el medio la suma era grande o modesta. Y de acuerdo también con el personaje. Aquellos periodistas que aceptaban el soborno se justificaban con el argumento de que recibían malos salarios. La práctica se volvió costumbre e ingresó al mundo del fútbol, de lleno, por allá por los años setenta.

Al comienzo no eran sumas millonarias las que se movían. Pero hacia 1975, dineros turbios y oscuros personajes empezaron a in filtrar el fútbol colombiano. Mientras más oscuros eran los individuos, mejor imagen necesitaban. Y más pagaban por ella. Rodríguez Gacha, a quien le encantaba el fútbol y jugar al lado de su equipo, Millonarios, con la franela número 10, invitaba casi sábado de por medio a algunos periodistas a su finca en Pacho, Cundinamarca. Hacían asados, hablaban de fútbol y jugaban reporteros, comentaristas, directivos y futbol istas. “Mire, aquello era un derroche. De comida, de trago y mujeres. Iban muchos de los que uno escuchaba por la radio y veía en la tele. Los domingos era bien extraño que criticaran a Millonarios. O mejor dicho, los domingos nunca criticaban a Millonarios, así el equipo jugara supermal”, comentaba un vecino de la población.

Por aquellos años -1987, 1988 y 1989- el cuadro azul de Bogotá era uno de los permanentes animadores del torneo nacional. La prensa capitalina tomó partido sin medias tintas, como lo había hecho la de Medellín con Nacional o la de Cali con el América. El éxito de esa prensa parcializada, de aquellos periodistas-hinchas, fue desbordante. Las transmisiones de Luis Fernando Múnera Eastman (‘el paisita de oro’), los comentarios de Jaime Ortiz Alvear y las discusiones de Edgar Perea con quien le llevase la contraria marcaron la época. Cada uno defendía su equipo a muerte. Lo ensalzaba tanto como hundía al rival. De ellos, y por ellos, surgieron odios que jamás menguaron. En Medellín nadie podía aceptar a Carlos Enrique ‘La Gambeta’ Estrada ni a Eduardo Pimentel, ambos, jugadores de Millonarios.

En Bogotá, la resistencia hacia Leonel Álvarez, de Nacional, era sistemática. La de aquellos años era una guerra de fútbol que trascendía el amor por un equipo aunque el hincha corriente creyera que todo se basaba en el ‘amor a la camiseta’. Bueno, al fin y al cabo así se lo hacían entender los periodistas. Un domingo de diciembre de 1988, a Carlos Estrada le rompieron la frente por ir a celebrar un gol de Millonarios frente a la tribuna de Nacional. Los ánimos exaltados por el fanatismo que atizaba desde la cabina Múnera Eastman habían cobrado su primera víctima. Aún hoy, en cualquier conversación que toque el tema de los locutores se recuerda la manera como el mismo ‘paisita de oro’ se refería a Pimentel durante las transmisiones: “La lleva el cuatro”. Y en seguida les ordenaba a los fanáticos: “iChiflen! iChiflen! “. Se negaba a nombrarlo por su nombre porque Pimentel había dicho que Francisco Maturana era ‘rosquero’.

En Bogotá, en mayo de 1989, después del encuentro de vuelta por los cuartos de final de la Copa Libertadores, los futbolistas ele Nacional y el juez Hernán Silva tuvieron que aguardar más de una hora para poder salir del estadio El Campín. Según la prensa capitalina, el árbitro había favorecido al conjunto paisa. Los hinchas, enardecidos por la eliminación (1- 1 terminó aquel juego y con ese marcador Millonarios quedó marginado de la Copa) decidieron cobrar cuentas por sí mismos. Sinembargo, el periodismo salió a defender lo que no tiene defensa afirmando: “Pero es que en Italia también hay mafia y en Argentina hay muertos, y en Inglaterra existen los hooligans”.

En 1990, cuando los comentarios sobre el Mundial de Italia se habían esfumado ya, el árbitro uruguayo Juan Daniel Cardellino fue amenazado de muerte en Medellín. Debía dirigir, como en efecto lo hizo, un partido por la Copa Libertadores entre el Atlético Nacional y el Vasco da Gama de Brasil. No quiso denunciar lo que había ocurrido por temor a posibles represalias. Tan pronto como salió de Colombia, pasó el informe a la Confederación Suramericana de Fútbol y ésta, después de prolongadas deliberaciones, decidió sancionar a la capital antioqueña para cualquier tipo de partidos internacionales por un año y tres meses. Desde entonces, la prensa colombiana decidió declararle la guerra a Nicolás Leoz, presidente de la Confederación, y a la entidad que dirigía. “Confabulación Suramericana de fútbol”, así fue como la empezaron a llamar en todos los medios nacionales.

La verdad era que fuerzas extrañas y oscuras estaban destruyendo el fútbol colombiano. Después de aquellos sucesos todo fue éxito. Y por lo tanto, inflación. Jamás lo había comprobado, pero Colombia tenía el mejor fútbol del continente y del mundo. Antes había sido René Higuita, quien dejó de ser ‘el mejor portero del mundo’ por un error, aquel que le costó a la Selección nacional el primer gol ante Camerún en el Mundial de Italia 90. Después fueron Faustino Asprilla, Iván René Valenciano, Freddy Rincón… Cualquiera que hiciera un gol o que fuera transferido a Europa ingresaba a la elite mundial del fútbol. Y si no lo colocaban de titular, como en los casos de Valenciano y Carlos Valderrama en el Montepellier, era debido a una extraña y estúpida confabulación. El odio hacia los colombianos, la mala imagen… esa era, según la prensa deportiva, la razón para que en el banco de algún equipo estuviera un colombiano. El mundo contra Colombia.

Los triunfos de 1993 terminaron de obnubilar al periodismo y, con él, al pueblo colombiano. “Asprilla: más cerca de la inmortalidad”, tituló El Tiempo una nota sobre el jugador en septiembre del 93. El artículo decía: “Cuando un jugador empieza a agotar los calificativos es que está rumbo a la inmortalidad. Y eso es Faustino Asprilla: el mejor futbolista del mundo en la actualidad. En una sensacional actuación, condujo al Parma a una victoria por 3-0 sobre T orino, anotando los tres goles y configurando un cuadro de gloria en el lapso de tres semanas. Liquidó el mito de Argentina en el Monumental de Buenos Aires, le bastaron 30 segundos para ser la figura en el triunfo sobre Génova e hizo trizas el cerrojo sueco en la Recopa Europea con dos golazos en tres minutos y demolió el invicto del Torino en la liga italiana. ¿El mejor? No hay duda en el presente”.

Poco después, Asprilla fue el mayor fracaso del Mundial de 1994. En seis meses, y ‘repentinamente’, dejó de ser el mejor del mundo. La gente de la calle, se sabe, le cree ciegamente a los periódicos y a los noticieros. Incluso decide apuestas sobre tal o cual suceso, “porque lo dice el diario, porque lo escuché en la radio, o porque lo vi en la televisión”. Si en un medio impreso está escrita la palabra alguacil con z, esa es a máxima prueba de que se escribe con z. Si dice que Asprilla es el mejor del planeta o que Colombia va a ganar el Mundial… pues así debe ser. En Colombia se les cree todo a los periodistas y se les imita en todo.

En su libro Edgar Perea polémico, el locutor chocoano relata un acontecimiento de la siguiente manera: “En los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Panamá tuve que transmitir el partido Colombia-Panamá desde el lado de la línea del campo de juego pues no había cabinas de transmisión en ese estadio. Cuando el partido iba ardoroso de parte y parte, el árbitro pitó un pénal a favor de los panameños, que derrotaba inmediatamente al equipo colombiano. Nosotros lo calificamos como injusto porque no había existido el penalti; era una ayuda que el árbitro quería darle al equipo de Panamá. No sé en qué momento tiré el micrófono a un lado y metí dentro del campo a discutir con el árbitro, a la par con los jugadores colombianos. Fui un rebelde más en la cancha y hasta llegué a empujar al árbitro en la discusión. Entonces entró la Policía, me sacó del campo de juego y no me dejaron seguir transmitiendo el partido”.

Una muestra del carácter del locutor que supuestamente más escuchan los colombianos. En otra parte Perea afirma que en Colombia

“…tenemos también al periodista “soba-chaqueta”, que nunca aporta nada. Nunca ve nada malo, o si lo ve, no se atreve a decirlo, tal vez por falta de conocimientos. Se mantiene a la espera de los resultados para poder “opinar” y siempre está de acuerdo con el técnico, porque su muy poca independencia económica y profesional sólo le permite meterse debajo del árbol que está dando más sombra: el técnico de moda. Cuando las derrotas y malas actuaciones se presentan, siempre encuentra una excusa para no comprometerse, y cuando las victorias y buenos resultados llegan, es el primero en montarse en el bus que fue incapaz de empujar cuando estaba varado. Estos avivatos son la gran mayoría en nuestro país…”.

Los años recientes han sido pródigos en ejemplos de periodismo viciado y corrompido. Para ese periodismo vende más el patrioterismo que la verdad. “Hacen más por uno los enemigos que los amigos”, decía alguna Norma Jimeno, columnista de la revista Cromos. En el fútbol la crítica se transformó en pecado y con respecto a la Selección Colombia, aquel que le descubriera un defecto se convenía en antipatriota. “Tan lejos llegó aquella situación que era absurdo y hasta repugnante escuchar a unos periodistas de Caracol defender a la Selección para mantener el puesto. Obviamente, les daba miedo criticar pues el patrocinador del equipo (Bavaria) era el mismo patrón. ¿Qué clase de objetividad puede haber así?”, comentaba y se preguntaba Gabriel Bricei1o después del Mundial.

Hace muchos años, exactamente 44, Brasil sufrió la derrota más triste de su historia. Fue el 16 de julio de 1950 en el estadio Maracaná de Rio de Janeiro, construido para albergar a 200.000 espectadores. Para los brasileños era un hecho que ganarían el torneo de ese año. Llegaron a estar tan convencidos, que los jugadores, antes de salir a la cancha, se colocaron una camiseta debajo de la oficial que decía ‘Brasil, Campeón Mundial 1950’. Los diarios ya habían impreso ediciones con títulos similares. Todas esas exageraciones no son parte de esta historia, pero ayudan a comprenderla. Aquella final ante los uruguayos de Obdulio Varela terminó 2-1 a favor de los celestes. La más grande sorpresa de la historia del fútbol hasta hoy. Hubo suicidios en Brasil ese día. Y una larga melancolía que sólo se mitigó ocho años más tarde.

El 17 de julio, en medio del dolor, el diario O’Globo aplaudió a los uruguayos y consideró justa su victoria, pese a la mejor técnica de los brasileños. Decía, entre tantas cosas: “Será forzoso reconocer que los cracks de la celeste merecieron el triunfo, sobre todo por el espíritu de lucha que demostraron, por el corazón que los llevó de vencidos a triunfadores, superando la mayor técnica y virtuosismo individual de los brasileños”. Este comentario, o el paréntesis, si se quiere, sirve para mostrar cómo un país con tradición sabe afrontar una derrota; cómo el periodismo está para reseñar la verdad, por difícil o dolorosa que sea.

En Colombia, los hechos y los ejemplos sobran para cuestionar a la prensa y sus propietarios. Porque muchas veces son ellos los que dirigen al periodista, los que le imponen lo que debe decir y lo que debe callar. Y, en últimas, los que mantienen en su lugar a aquellos agitadores de masas que sólo buscan popularidad o rating sin medir consecuencias. Los nombres ya están dichos… Sólo falta esperar la próxima tragedia.

Lord Mago
15-10-2013, 22:29:09
Continuación Capítulo III


La desilusión de un hincha

Era el boxeador triste de los años olvidados. El iluso que todos los días (a las 5 en punto de la mañana) salía a devorar kilómetros y kilómetros de calor y polvo. Su nombre… lo mismo daban su nombre o su apellido; su historia… su historia estaba por escribirse. Sus sueño eran lo único que importaba. Ganaría unos pesos, tal vez algunos dólares, y después sí, comprarse el tiquete para ir a la Copa América con Colombia. Después sí, a sufrir con Colombia. A gritar cada gol como si fuera el último grito de la existencia. Era el boxeador triste de los años olvidados, el soñador que se reventaba las manos con la bolsa de arena para obtener pegada.

No había podido ser futbolista porque no era muy dúctil con las piernas, pero ahorraría todos los esfuerzos por estar cerca a sus ídolos. Willington, Arboleda, Umaña, Zape, Díaz, Campaz. “Si consiguiera por lo menos para ir a los juegos en Bogotá”, le decía a su madre, que hasta algunas baratijas vendió para ayudarlo. Seis meses en esas, hasta que en un entrenamiento le metió su mano izquierda a Prudencio Cardona y lo mandó al suelo. Silencio entre los siete negros que miraban la sesión. Silencio en el manager que vio la oportunidad de ganar algunos pesos. El primer contrato para Julio Ramírez, los primeros ahorros, los primeros partidos.

Peleó tres veces como profesional. Una derrota, una victoria y una derrota, lo suficiente para cumplirle a su ilusión. Se mandó a hacer el ‘afro’ en la peluquería de la tía Josefina para quedar igual a Diego Umaña (su ídolo), guardó en su equipaje lo que encontró. Y sus guayos (‘por si acaso’). Claro, por si acaso. A los 19 años aún podía ser futbolista. ¿y si me dejan en una práctica? ¿Ah? ¿y si al Caimán le gusta mi swing? ¿Ah? ¿Tú qué dices mami?

Un motivo para vivir

Anduvo por Bogotá, Asunción, Montevideo, Lima y Caracas. Tan nervioso que apenas si hablaba. Tan feliz que cada dos días le mandaba una carta a la vieja Rosario, su madre, para contarle cada partido, para describirle cada gol (como si la vieja no lo hubiera vusto todo por la televisión). Cuando volvió, a Barranquilla entera la quería reunir para referirle su historia. Por el sueño cumplido, sí, pero más por la emoción de haber visto a aquel equipo ganarles a uruguayos, paraguayos y ecuatorianos.

“Subcampeones mami, subcampeones. ¿Quién lo hubiera soñado?”. Qué risa le habían dado aquellos que no le creían cuando hablaba de ‘sus’ genios. Cómo había celebrado cada gol, preciso por todos esos que no le creían. Qué atajadas las de Zape. Qué jugadas las de Willington. Qué talento el de Arboleda. Y ni hablar de Umaña. ¿Me parezco? ¿Cierto que cada vez me parezco más?”. Julio Ramírez jamás olvidó aquel año de 1975. No fue futbolista. Y el boxeo acabó con él como en la historia de ‘El Flecha’, de David Sánchez Juliao.

En 1977 se embarcó para los Estados Unidos por un primo que le habló bellezas de ese país. En Queens se hizo hombre como mecánico. Allí encontró a su esposa. Allí nacieron sus dos hijos. Y en Queens también entendió que lo valioso en realidad no tiene precio. Diecisiete años tuvieron que pasar. .. Diecisiete años de repetir aquello de Henry Miller que decía “Soy la soledad que toca el xilófono para pagar el alquiler”. Mucho tiempo, demasiada nostalgia para sentir de nuevo algo de aquel 1975.

Cuando supo que el Mundial del 94 se haría en Estados Unidos creyó que el tiempo se había devuelto. El boxeador triste de los años olvidados se transformó entonces en el borrachín alegre de los sueños recobrados. El Mundial, un motivo para vivir. Y Colombia, un motivo para hacer verdad lo imposible. “Y si pude antes, ¿por qué no ahora?”. Esa era la pregunta que lo rondaba. No sería con el boxeo pero…

En tres meses, un préstamo aquí, un préstamo allá, montó una tienda de ropa deportiva. Encontró la forma de llevar camisetas desde Colombia (Júnior, Millonarios, América, Santa Fé), regateó para conseguir guayos baratos y así empezó. El 18 de junio de 1994 fue uno de los primeros en llegar al Rose Bowl para ver a su Colombia ante Rumania.

La ilusión en sus miradas

Por aquello de los agüeros, cargó con la misma bandera que había paseado 17 años antes por Suramérica. Tenía dos agujeros, estaba descolorida ya, pero qué importaba. También llevó un afiche de aquel equipo del 75. Algunos se reían al verlo, otros le preguntaban. Él decía que ese había sido el mejor cuadro de Colombia en la historia. Y se ofuscaba cuando le respondían que al lado de Valderrama, Asprilla, Rincón y Valencia, esos, los que él adoraba, eran colegiales. “Por lo menos, hasta hoy, son los únicos que han ganado algo, así fuera un subcampeonaco”, murmuraba él, ofendido.

Dentro del estadio no dejó de alentar a su equipo. Estaba feliz otra vez. Le contaba a su hijo (el menor, porque al mayor sólo le gusta el fútbol americano) de aquel equipo del 75. Al fin y al cabo, había decidido vivir de recuerdos y no de los famosos Tinos, Trenes y Pibes. “Todo lo que me maté por creerle a gente ignorante”.

“¿Estos eran los genios que iban a ganar el Mundial?”, preguntaba y se preguntaba después del juego, mitad resentido, mitad engañado. “Qué tal que los del 75 hubieran tenido todo este apoyo… “. El miércoles 22 de junio repitió la misma rutina, pero ya no gritó, ya no alentó más a Colombia. Trató de imaginar que Valderrama era Umaña, que Asprilla era Willington, que Córdoba era Zape… No pudo. Con el segundo gol de Estados Unidos se levantó. “Te espero afuera”, le dijo a su hijo. Y salió para sentarse en un andén con su afiche desplegado. Así estuvo hasta el final del partido, con los ojos clavados en el 75; con la ilusión hecha pedazos.

No le importaban la plata, los meses invertidos, los trabajos. No le importaba siquiera la derrota. Sin ver, vio a esos hinchas que salían llorosos; con la peluca de Valderrama en la cabeza, con la camiseta amarilla… Y sintió que en cada uno de ellos estaba él 17 años más joven. “Ven Carlitos”. Le habló suave a su hijo. “Mira a estos ti pos”, y señaló ‘su’ equipo. “No tenían patrocinios ni ganaban millones, apenas para vivir. Los presidentes jamás fueron a verlos. Y cada gol que hacían era la misma felicidad. No sé cómo explicarlo… Es como cuando tú vas contra la corriente y ganas ; la alegría es tres veces mayor. Por el triunfo, por la gente que no creyó en ti y por ti mismo, ¿ves? Míralos, se les notaba la ilusión en la mirada, las ganas…”.

No dijo más. No tenía nada más que decir. A él, como a todos los que salían del Rose BowL le habían matado la ilusión. Y eso era lo que más le dolía. El boxeador triste de los años olvidados. Un hincha más, herido, acabado. Una víctima de la ilusión generada por la Colombia de USA 94. En realidad, el espejo de un país. El reflejo de una afición. Su historia fue la historia de todos. Con otros nombres tal vez. Con algunas variaciones quizá. Pero en el fondo, la misma historia.

Al volver a Queens no tuvo necesidad de contar lo que le había ocurrido. Los noticieros lo habían hecho por él. Habían desmenuzado a Colombia. Habían hablado de las influencias negras del fútbol colombiano. De las amenazas, de las supuestas apuestas, del narcotráfico. De todo lo que a él le avergonzaba. “Y. pensar que en aquellos tiempos míos nada de esto existía”.

INDIVIDUAL
15-10-2013, 23:07:13
nunca he sido triunfalista con esta seleccion
mas bien espero mucho ese partido con holanda y belgica
y se que si pekerman alinea bn sus piezas podra acceder a cuartos
de hay en adelante es ganancia

pd.
mago eso tan largo ome

El Steve Master
15-10-2013, 23:56:54
Gracias Lord por el aporte. Para leer con detenimiento. ;)

Miguelito87
16-10-2013, 12:24:47
Excelente aporte, donde queda reflejada el triunfalismo, amarillismo y mediocridad de la prensa e hinchas colombianos. Bien lo dice el artículo que juntó al fútbol debe madurar la prensa y la hinchada y se debe ser objetivos. Al menos hoy se le agradece a Pekerman pero se le critica su obstinación con jugadores que no son los que más pueden aportar.

Colombia en los 90 es como Chile hoy, se creen los mejores sin haber ganado nada, sin tener la maduro ni la disciplina para afrontar verdaderos retos, y con el descaro de no asumir culpas sino inventarse conspiraciones y hecharle la culpa a otros.

También se ve la falta de pantalones de Maturana, su actitud arrodillada ante externos, y su falta de compromiso con su carrera al no actualizarse ni estudiar el cada vez más cambiante fútbol. Gracias al hermetismo de Pekerman, a su respeto por el rival, a su liderazgo ante los jugadores, y a sus pergaminos y triunfos es que Colombia esta en el mundial, esperando hacer un buen papel, y no por fuera de la máxima cita del fútbol, como hubiera ocurrido con el mediocre bolillo. Mientras el ridículo fútbol colombiano no se encamine ni madure, mientras sólo se tengan técnicos tercos, desactualizados y arrodillados con la prensa, sólo podemos depender de técnicos extranjeros, ya que sólo ellos tienen las características profesionales y personales para liderar a una selección Colombia al mundial. A los que hablen de rueda y Pinto les digo, ellos fracasaron con Colombia, y tienen éxito afuera por aislarse de prensas destructivas y manipuladoras; tienen Tio agüera por que se les exigen resultados y continuidad.

Excelente se libró, retrata como un fútbol que a principios de los 90 fue competitivo a nivel selección y de clubes, se volvió en una paupérrima liga de potrero, una liga de quinta que sólo puede producir lastima y asco. Triste por la selección, que durante 16 años nunca pudo encontrar el rumbo, aunque siendo justos, durante muchos de esos años no hubo jugadores excepcionales como los del 90 o lo de hoy.

Dominic Toretto
16-10-2013, 12:57:35
La verdad me lo leí casi todo, sobretodo lo de USA-94... gracias por el aporte.

Aunque seamos un país con mucho folclor y todo eso, pero la verdad sinceramente estoy seguro que un equipo como el que tenemos hoy en día no va caer en esos errores, no hay como ni por donde, ademas solo hay creo 4 fechas FIFA de acá al mundial y no mas, otra cosa es que hoy en día todo es distinto y no están ni Bolillo ni Maturana ni ese ambiente de esos años, es bueno conocer la historia para no repetirla, pero esa selección no tiene nada que ver con la de hoy en día.

Algo que si se ve muy bien hoy en día es que por fin dejaron con Pekerman eso de tener a ese calvo Velez y a Mejía como adentro de la selección, por eso es que el calvo Velez no se la pasa sino echando sátiras contra Pekerman, claro como no el no le da nunca entrevistas, jajajaja

Isidorito
16-10-2013, 13:03:15
Excelente aporte. Estoy seguro de que la generación actual tiene otra mentalidad y no va a caer en la misma.

Lord Mago
16-10-2013, 20:44:11
Señores, gracias por sus buenos comentarios y por tomarse el trabajo de leer estos capítulos.

Ojalá que todos los que opinamos en zona deportes, leyeramos éste topic, no está de más recordar la historia para no repetirla.

Gaborr
16-10-2013, 21:05:47
Buen post...

cesar coy
16-10-2013, 21:19:46
Excelente aporte Mago. Considero a Maturana el mejor DT que hemos tenido en la historia pero su gran falla fue siempre ser tan intolerante a la critica; graduaba de enemigos de èl y por consiguiente del país a todo aquel que alertara sobre los errores de funcionamiento del equipo. Hoy en dìa todavía aduce que el problema fue el exceso de critica en lugar de aceptar que fue todo lo contrario: el exceso de mimos.

A uno nunca se lo tira el viejo por regañarlo cada vez que comete errores sino por consentirlo en exceso.

Hannibal Lecter
24-10-2013, 21:06:03
Excelente!

Ojala algunos sujetos de zona deportes leyeran , releyeran, imprimieran y volvieran a leer esto!
para que entiendan porque personas como yo detestamos tanto maldito triunfalismo con la decepcion colombia.

Radagast elPard
01-11-2013, 22:19:09
Excelente post amigo mago y ojalá esto nos sirva de espejo para no volver a caer en estúpidos triunfalismos.
Quisiera en este punto complementar y traer a la memoria esta nefasta figura creada por el márketing y que influyo mucho en el imaginario popular de aquella época, Max caimán.




Max caimán “El ídolo triunfalista”



Reel de comerciales Max Caimán - selección colombia a USA 94 - YouTube

Era 1994, Brasil “70” era apenas un equipito de barrio comparado con la selección que le había metido 5 goles a Argentina en el Monumental, además nos tocaba una papaya de grupo ¿Rumania? ¿Quiénes son esos? ¿A quién le han ganado? ¿Hagi? ¿Quién es ese? nosotros tenemos al Pibe papá! (el que ahora es simplemente “El man que come papitas” para las generaciones nuevas) ¿Estados Unidos? pffft!... les hemos ganado todas las veces que quieran, esos manes ni siquiera tienen una liga de fútbol!! ¿Suiza? ¡Que se dediquen a fabricar relojes cucú y chocolates! tenemos al Tino a Leonel y al Coroncoro Perea!!

Colombia era una fiesta de fútbol, las calles olían a guaro incluso meses después del 5 – 0, salieron los muñequitos de la selección (recuerdo que un amigo compro “la selección de oro” que incluía todos los muñequitos de la selección el día que se inauguró la copa) el álbum de la selección en el cual la selección Colombia debía enfrentarse en un picadito de fútbol a un parche de monstruos intergalácticos, para salvar al mundo o algo así (estilo “Space Jam”) y en medio de toda esta parafernalia, surgió una nefasta figura. De nuestra necesidad tan humana y tan colombiana! de adorar ídolos y tener fe con estampitas y figuritas.
Nació Max Caimán....http://www.eluniverso.com/2005/03/13/0001/18/files/78587-2207-f0250.jpg

Max Caimán era un caimán con cara de “traqueto pero bacán” con cachucha volteada a la usanza del rapero de la época y la camiseta de la selección, aparecía cruzando los brazos como Snoop Dogg y pisando un balón en posición desafiante como diciendo “tons que? nos echamos el picao’?” su panza era prominente y se decía que el frotar su panza le traería la tan anhelada suerte al combinado patria, y escucharíamos una y otra vez los berridos triunfalistas y aguardentosos de William Vinasco CH.

Pues bien, Rumania nos vapuleo, Estados Unidos nos venció ante nuestro asombro, y… bueno, si le ganamos a Suiza, ¡con el equipo suplente! y para ese momento ya medio mundo había botado a la basura ese nefasto muñeco, remedo de buda, mientras calentaba una aguja al rojo vivo para estallarse la ampolla producto de tanto frotarle la barriga, pidiendo su suerte.

Lord Mago
01-11-2013, 23:44:37
Gracias por la reseña de Max Caiman, Radagast.

La verdad es que en medio del frenesí que rodeo a la selección los días previos al partido contra Chile a principios de octubre, poco faltó que sacaran un "Max Caiman" de nueva generación. :S

Hannibal Lecter
02-11-2013, 15:29:55
como olvidar ese hpta cocodrilo de mierda.

Isidorito
02-11-2013, 15:59:41
Yo todavía tengo mi Max Caimán... buen recuerdo.

Joker666
13-01-2014, 23:28:35
Gran Post mago