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Ver la Versión Completa Con Imagenes : Acto de fe.


Ayudante De Santa
06-11-2015, 22:19:08
Los mejores licores
Samuelsb
28-12-2012, 01:43:39
Asaselo le dijo que no se preocupara y aseguró que había visto no solo mujeres desnudas, sino que incluso las había visto sin piel. Mijail Bulgákov, El maestro y Margarita.
El pastor Guillermo León cruza, lentamente, por el Bulevar Central en su Audi 8, es un amante de los automóviles, nunca, y de eso doy fe, ha utilizado los diezmos o las limosnas recogidas para gastos personales, pues con el dinero que gana ejerciendo su profesión le sobra. Él, es un empresario exitoso, desprendido de lo material, por ende, dado a su comunidad.
Se aproxima a una laguna vehicular, cerca de la acera, al frente del almacén de la marca Channel. Una mujer sale de allí, sube al auto del pastor. Él, mira por los espejos retrovisores buscando un espacio para salir de allí y, a la vez, ruega a los cielos para que nadie los esté observando. Conduce a la velocidad permitida y en la esquina de los heladeros gira hacia la derecha para alcanzar la Avenida Flores que los llevará a las apartadas carreteras que conectan la ciudad con el resto del país. Son las tres y diez de la tarde, el calor y el tráfico vehicular se mezclan, tornándose el ambiente insoportable; la mujer, que ahora en adelante la llamaremos Marta, no quita sus ojos de las manos con las cuales juguetea, está nerviosa; Guillermo León la saludó muy cortes cuando se subió al auto apresuradamente, apenas le respondió, alzando las cejas, desde ese instante no ha puesto al mirada en otro lugar que no sean su benditas manos.
Han pasado cuarenta minutos desde que tomaron la Avenida Flores, están cerca de la Circunvalar de la Cerveza, zona donde fue inaugurada la primera cervecería del país, el pastor busca entrar al carril derecho, lo logra, luego, al llegar al semáforo gira por la derecha, tomando la calle del libertador Antonio Saldaña, o más conocida como “la calle de los amantes”. Marta se encuentra más nerviosa de lo que estaba y siente que un sudor frio le recorre el cuerpo. El sol ha disminuido, ya la ciudad no se observa tan dilatada por el bochorno que la develaba como un espejismo, un desierto de asfalto.
Marta cierra los ojos y comienza a balbucear palabras apenas audibles para sí.
-¡Oh, señor de la gloria! Tú, que mandaste a tu único hijo para que muriese por la redención de nuestros pecados. Tú que conoces hasta nuestros más escondidos pensamientos, señor mío, glorias y alabanzas a ti, padre de bondad, Dios benevolente, dueño del poder, a ti, rey de los cielos, te pido que lo que vamos a hacer, el día de hoy, sea lo correcto ante tus ojos y preceptos, que sea un signo de amor para ti, que entiendas, por favor, lo único que nuestras almas pretenden es agradarte. No nos señales padre, pues solo a ti damos la honra y la gloria. Lo anterior te lo pido en nombre de tu hijo, Jesucristo, por la iluminación del Espíritu Santo, amen, amen ¡Aleluya!
Marta llora en silencio, el pastor la observa y trata de darle ánimos.
-Todo va a estar bien, hermana Marta. Todo va a estar bien –le sonríe con tanto amor cristiano que ella, le responde con una sonrisa sincera.
-Sí, lo sé, hermano. Sé que todo va a estar bien.
El Audi sube por los moteles apostados en ambos lados de la calle del libertador, los recorren con calma, a pesar del susto que los dos tienen. Llegan al semáforo que está en rojo. Marta no soporta más y llora, Guillermo se suelta el cinturón de seguridad y la abraza. Ella hace lo propio.
El semáforo cambia y les da vía, el auto toma por la carretera que los conduce al Alto de los Vencedores, lugar donde se proclamó la independencia, es por allí que el pastor tiene una casa quinta, herencia de su tatarabuelo, quien combatió en la batalla del Valle de la Garzas donde el ejército Realista español fue vencido. Su tatarabuelo fue general de las huestes compuestas por campesinos y pardos. Era un hombre rico, como él, vivió en aquel lugar hasta su muerte, lo cual significaba una sola cosa: lo que ella representaba dentro de la historia de la república, pues allí se discutieron decisiones importantes en la cruzada independista y luego en la emergente economía del país. La casa tiene trescientos años de historia. Cuando la tomó por herencia quiso remodelarla, pero el gobierno le solicitó respetar su arquitectura y Guillermo, cumplidor de la ley, lo hizo así. Aquella casa se convirtió en el lugar de descanso cuando sentía que la ciudad lo absorbía, allí se retiraba y podía realizar sus alabanzas y oraciones a Dios con toda la calma y la tranquilidad que da el despojo del mundo. Cargado de buena elevación espiritual, de reformadas ganas por trabajar con la comunidad, volvía a la vida en la ciudad.
Cinco minutos después llegan al portón de la casa quinta, un hombre bajo, regordete les abre la puerta y entran. El carro se desvía por un sendero empedrado y llega a la zona de parqueo. Antonio, el hombre bajo y regordete, se le acerca a Guillermo que sale del Audi y habla con él.
-¡Buena tarde, patrón! Ya todo está dispuesto, como usted mandó.
-¿No hay nadie en la casa? –pregunta el pastor mirando hacia la fachada colonial de la casa.
-Ni en la casa, ni en las caballerizas, ni en los campos, en ninguna zona de la finca, como usted lo pidió, patroncito. Solo están los guardias de la empresa de seguridad, pero ellos tienen órdenes de no acercarse, por ningún motivo a la casa, ni a sus alrededores, al menos que su presencia se requiera –baja la mirada y trata de saber quién es la mujer que va con su jefe, pero este con voz imponente le hace renunciar a su empresa.
-Bien. Que en estos tres días no seamos interrumpidos, por favor.
-Sí, patrón, como usted mande. Yo me voy ya, si necesita algo me llama que voy a estar el fin de semana en mi casa con mi esposa y los niños.
-Vaya con bien, Antonio. Saludos a los niños y a Clemencia. Dígales que les mando bendiciones en el señor.
-Amén, patrón, que Dios esté con usted.
Antonio le sonríe, se tercia el morral en los hombros y sale lentamente de la finca.
El pastor saca las cosas de Marta del carro, le abre la puerta, le extiende la mano y le ayuda a salir.
Caminan por entre un bosque de Pinos y Abedules que hay al lado del parqueadero, dejan atrás la casa principal, se encuentran con las caballerizas, los caballos se alteran un poco, luego toman un camino empedrado que representa la arquitectura vial de los indios Ateumaná quienes fueron los primeros habitantes de esas tierras hasta la llegada de los españoles y la extinción, violenta, por parte de ellos. Este camino los lleva a una cabaña, cerca del lago artificial mandado a construir por él. La vegetación, al igual que Marta y Guillermo León tienen una comunión silenciosa, no hay ruidos de ninguna clase; llegan a la puerta de la cabaña, el pastor la abre, Marta lo mira dudosa, el miedo, ahora, es inminente, él le pasa la mano por la espalda, le dice: “vamos” y le sonríe, ella asienta con la cabeza y pasa.
Guillermo cierra la puerta con llave, cierra cortinas, apaga los celulares de ambos, desconecta el teléfono, suben a la segunda planta para bañarse y cambiarse las ropas. Al cabo de una hora, el pastor llega a la puerta de la habitación de Marta y se recluye con ella.
Luego de tres días vuelve a su casa, de la ciudad, exhausto de luchar contra Voland, Mefistófeles, Asmodeo y, quizá, Lucifer, al mismo tiempo. Si no fuese por la fe y el amor de Dios la batalla hubiese sido a otro precio.



Samuel Salazar Blandón.