Ni falta que hace un condón
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Érase una vez una mujer joven, bonita, muy pobre y escasa de reflexión, como muchas, que se dedicó a tener hijos cual coneja prolífica, lo que implica redundancia.
Va por los siete y no hay indicios de que quiera parar. Su historia se me volvió pregunta recurrente, como un cohete dando vueltas a mi órbita: ¿por qué? Incluso consideré la posibilidad de que, más allá de la respuesta fácil ("por bruta"), hubiera una razón científica para la propensión a quedar embarazada con solo ver unos calzoncillos puestos, quitados o colgados de algún gancho. Es posible que exista pero no la encontré.
Detrás de la fachada puede haber mil razones ocultas a mi entendimiento: psicológicas, sociales, afectivas, económicas o de contexto, pero abro la puerta y entro, solo para reconfirmar que voluntad, autocuidado, autorrespeto y responsabilidad parecen ser conceptos exóticos en las cartillas de comportamiento humano. Nada que ver con el modo de vida de aquellas personas que se sienten llamadas a superpoblar el mundo y a crear, de paso, caos y desorganización social.
No tiene treinta años, pero ya tiene siete hijos, de siete hombres diferentes. Tan diferentes como las circunstancias de cada uno de los embarazos, aunque una característica común iguala a estos hermanos: ninguno conoce a su papá.
El primero es fruto de un resbalón adolescente a los 14 años. Los otros de holas, picos, tales y chaos posteriores. Después de cada despedida llegaba otro a consolarla, pero pronto huía de la madriguera, aunque hubiera un conejito incubando. Y así, todos los machos reproductores, papás es otra cosa muy distinta, han desaparecido con su deseo saciado y su responsabilidad en la relojera. Así de pequeña.
La mayoría, asustados ante el compromiso, salieron despavoridos y no han vuelto, ni por curiosidad. Los demás, víctimas o victimarios, han muerto por las balas que se disparan en las comunas. Irónicamente, duelen más los que están muertos en vida.
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¿Y cómo sobreviven estos conejitos? No faltan tías ni vecinos que se hagan cargo de los niños que llegan sin padre, sin madre y sin pan debajo del brazo. A medias cubren sus necesidades, o les crean otras, siempre bajo el antifaz de la alcahuetería con la madre. Y no es que me gane la indolencia, pero tampoco acolito ese proteccionismo dañino.
La decisión de no tener hijos por parte de una persona o de una pareja es absolutamente respetable. Pero pretender tenerlos todos me parece discutible, mucho más en medio de carencias. Muy seguramente, crecer en condiciones de inequidad, hacinamiento, hambre y falta de oportunidades, les dará licencia a estos hombres y mujeres del futuro para pasar una cuenta de cobro, a su manera, a una comunidad entera, alentados por la irresponsabilidad individual de mamá coneja y sus compañeros de ocasión.
Así, ni falta que hace un condón, una tubectomía, (gratis en el POS y en el Sisbén), o una dosis mínima de dignidad. Ni siquiera un no rotundo como el anticonceptivo más eficaz y decoroso del mundo.
Y mejor no digo lo que deberían hacerles a los escurridizos sementales. Pero sí, es lo que están pensando...
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Elbacé Restrepo (http://www.elcolombiano.com/
[email protected]) | Publicado el 12 de junio de 2011
EL COLOMBIANO