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Ver la Versión Completa Con Imagenes : Cuento largo pero bueno. Buen contenido me llaman el gamín del barrio


Ayudante De Santa
06-11-2015, 22:19:08
Los mejores licores
luisarturo
15-11-2009, 14:47:49
Llego a la tienda de Don Juan, cuyo nombre “El Nautilus”, me hace recordar los cuentos imaginarios de Julio Verne. Al entrar tropiezo con varias personas del barrio que están de fiado en la tienda:
De entrada la abuelita Asunción me reclama… Muchacho sinvergüenza, no has terminado de arreglarme la casa, dizque porque ibas a estudiar y míralo, aquí de holgazán.

Pepe, el profesor me recrimina y dice: He gamín, ¿por qué no has vuelto a las clases de pintura? Y eso que mis clases son baratas.
Don Juan palpa mi hombro y reclama… ¿te has vuelto a negar a cuidarme la tienda? Pese a que se me extraviaron unos cigarrillos del armario, el otro día que te deje cuidando aquí.
Me volteo un poco alterado por tanta reclamadera y con toda decencia les digo:
¿Cómo es que me reclaman tanto, si saben que tuve que salirme de la universidad, por no tener para pagar la matrícula? Si no he vuelto a sus clases profesor, es porque no tengo con qué pagar las horas en ese taller; además doña Asunción, me da pena tanta almorzadera en su casa, pues vale más eso que la arreglada de esa vieja pared. Vea Juan, lo de los cigarrillos fue porque tenía ganas de fumar y no encontré cómo comprarlos, pero aquí se los vengo a pagar.
Proseguí sin pensar y casi enojado diciendo… todo en esta ciudad es dinero y dinero. El dios dinero mal compra las fuerzas del viejo Trino. Hace pagos miserables a los favores de Julita acostada en una covacha; la fiebre del dinero mete a Jesús en un berenjenal cotidiano y lleva a Pato a perder toda dignidad y decencia; El cochino dinero los pone a Ustedes a fiar en la tienda, con lo cual se verán a gatas para pagar. Deja a la Gordis sin empleo, de tantos robos al hospital y mi vida la está volviendo una pelota.
Todos quedan sorprendidos de mi reacción. Para apaciguar las cosas, el profesor dice con su cara de apenado… es verdad gamincito, tu situación y la de todos nosotros es muy difícil, pues sin empleo, sin estudio, y llevando del arrume en un barrio perdido en el destino incierto de esta gran ciudad, no es fácil de soportar. Además es casi un milagro que un muchacho como tú, no se haya perdido todavía en el muladar de mierda al que nos condenan todos los días los encumbrados dueños de esta ciudad.
Reflexionando y tomando tinto en la tienda estábamos todos los presentes, cuando resuena unos altavoces desde un camión viejo y destartalado que pasaba por la calle. Su mensaje decía: “Viernes a la 5 pm Gran Marcha de Protesta contra la carestía, el desempleo, el alza de los servicios públicos, la muerte de jóvenes y la guerra del centavo”.
Todos nos miramos de inmediato y en cada mirada pude entender la satisfacción de buscar un desahogo, ante tantas lamentaciones en una tienda de barrio pobre.
Salí de la tienda rumbo a ver a los hijos de Julita, encerrados y hambrientos. Me encontré en la esquina siguiente con una cantidad de jóvenes que departían entre el bazuco y el futbol y me dio la ocurrencia pensada y masticada de ganarlos, para dar la pelea por tener estudio y deporte.
En el parque del barrio, los viejitos jubilados cocinaban en olla hirviendo su rabia y el desdén de la seguridad social. En una banca al otro extremo del parque, estaban los que constantemente matan su hambre leyendo noticias prefabricadas y periódicos, que señalan cifras imaginarias de empleo y vivienda de bajo costo en ciudades sometidas al olvido y la ignorancia.
Bañado en sudor ante tanta dejadez y resignación, me subo a una de las sillas del parque y a voz viva dejo salir un grito doloroso, lejano y fuerte… ¡Dejémonos de tanto refunfuño y lamentos y preparemos la pelea contra todo sufrimiento humano!
Todos me miraron y al unísono dijeron… ¡Gamincito, te estás volviendo loco…!
Locura o desvarío, lo cierto fue que varios de ellos me siguieron en los siguientes días. En un abrir y cerrar de ojos, varios jóvenes y otros más mayores, estábamos casa por casa, calle por calle. Fuimos organizando, hablando, repartiendo volantes, trabajando y rellenando cada hueco en las calles, ganándonos el pan por cada trabajo decente que hacíamos. Sentí por momentos que teníamos en la mano el corazón de estas gentes y ello se debía a que todos éramos uno más de los habitantes del barrio y especialmente que inculcábamos algo tan sencillo y humano… como la solidaridad.
A las 4 y 45 de la tarde del viernes, todos estábamos en “El Nautilus”. Don trino con su caminar gacho, el bastón en las manos y la bandera de un sindicato casi extinto, Julita con sus dos niños de mirada lánguida, propio de quien ha pasado un día sin comer.
Jesús esta vez con el pelo engominado y andando a pie con un estandarte que decía; “El precio de la gasolina… un atraco”. La abuelita Asunción con un canasto viejo en sus manos, por si encontraba algo que echar. El profesor con una gran bandera tricolor que decía: ”tierra de olvido y hambre”. Don Juan todo sonriente muestra portando un cartel viejo y desgastado que reza: “El Nautilus endeudado: mueran los bancos”. Aparece de la nada la mamá de Pato, llevando en su mano el cordel con que tiene amarrado a su perro flaco y portando en la otra un letrero, hecho en cartón sucio, que decía: “no más motosierras, si más derechos humanos”. Llega la Gordis con un ataúd de cartón en las manos, en cuyo costado se leía: “el entierro de la salud pública”.
Estaban todos los del parque, que llevaban ollas viejas vacías y un estandarte enorme que decía: “ancianos y pasajeros del tiempo… queremos morir con dignidad”.
Los jóvenes con sus cachos de marimba aparentemente escondidos de la vista pública, cargaban en sus hombros los tambores, la guitarra, la flauta y un gigantesco balón de de futbol que decía a un lado: “deporte, estudio y trabajo… con cachos y todo, ¡vamos carajo!
El único que faltaba era Pato, que desde hacía mucho tiempo lo habíamos perdido, no solo su madre, sino todo este barrio de gente noble.
Me coloqué al lado de ellos, en una gran marcha que sumaba y sumaba gente de todos los oficios y sin oficio en su andar. Tome el brazo de Trino y este a su vez se tomó de otro y así fuimos armando una cadena humana hasta tejer casi una atarraya infranqueable y solida. Haciendo ese ejercicio práctico, entendí con claridad la fuerza descomunal que tiene la unidad de los pobres.
La abuela Asunción toda pícara me guiña un ojo y me dice, oye gamincito deberías portar un cartel que diga: “Maldito dinero, me tienes en pelotas”. Volteo a mirar la ropa que llevo puesta y me doy cuenta que tengo los pantalones rotos y descosidos. Saco un lápiz y en una hoja de cuaderno escribo:”el mundo en llamas y los pobres al desnudo”.:angry4: