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Del cerebro y sus silencios

El cerebro y sus destellos siguen siendo un misterio para todos.

Robert Max Steenkist

En 1906, el Premio Nobel de Medicina fue otorgado al español Santiago Ramón y Cajal “en reconocimiento de su trabajo sobre la estructura del sistema nervioso”. Comprobó que cada neurona es un cuerpo individual y que la transmisión de información entre ellas se hace por contigüidad (depende de la construcción y de la calidad de uniones entre ellas), no por continuidad (la temporalidad de uniones entre ellas).

Fue tan generoso ante los menos familiarizados con su disciplina que usó metáforas, diagramas y dibujos para comunicar sus hallazgos. Las neuronas, dijo Ramón y Cajal, son “las misteriosas mariposas del alma, cuyo batir de alas quién sabe si esclarecerá algún día el secreto de la vida mental”. A los lazos entre neuronas independientes las llamó “besos”. Por algo también se destacó como narrador, ilustrador, cronista y fotógrafo.

Más de un siglo después, cuando la ciencia no conoce fronteras y nuestras sondas y convoyes superan cualquier horizonte trazable, el cerebro y sus destellos siguen siendo un misterio para todos. Una investigación de Luis Fernando Restrepo Betancourt para la Universidad de Antioquia calculó que entre los años 1996 y 2020 se publicaron en el mundo unos 1,8 millones de artículos indexados especializados en neurociencia. Gracias a ese ritmo (unos doscientos ensayos diarios aprobados en el campo científico), los últimos 20 años han servido para mapear cómo el cerebro de la larva de la Drosophila (o mosca de la fruta) genera unas 548.000 sinapsis diferentes entre sus 3.000 neuronas. Vamos en la dirección correcta. Los secretos de la vida mental de los humanos, la interconexión entre sus 80 o 100 billones de neuronas (no menos de 100 millones de billones de sinapsis), parecen cada vez menos ajenos.

Las técnicas, los instrumentos y las preguntas que se usan para explorar el cerebro se agudizan. Los vacíos de información del órgano más importante del cuerpo se vuelven cada vez más fáciles de ubicar y delimitar. Dos paralelos desde otras áreas apasionantes: ya sabemos las coordenadas de las fosas de las Marianas en el océano Pacífico y sus (aproximados) 11 km de profundidad, pero no todas las maravillas (o terrores) que esconden. Sabemos dónde comienza la red de (al menos) 650 km de túneles que componen buena parte del Parque Nacional Mammoth Cave, del estado de Kentucky en EE. UU., pero no dónde termina.

"Por esto, el olvido voluntario, la sanación de traumas, el cerrar vínculos tóxicos de un pasado doloroso debería ser parte consciente de las rutinas de todos."

Como llegan a confines que creíamos inalcanzables, solemos temer las nuevas tecnologías. Nos apresuramos en predicciones de la IA cabalgando apocalípticamente sobre restos de humanos suplantados en sus oficios y funciones. Antes de esto deberíamos entender que los resultados de “la era dorada para la neurociencia”, como ha definido nuestros días el dr. Christof Koch, presidente del Instituto Allen de Ciencias del Cerebro, serán definidos por lo que podamos entender de los vacíos que ubicamos, pero no conocemos.

La información que resulta de investigaciones recientes promete siglos de trabajo. Por ejemplo, desde junio del 2021, científicos de Google y de la Universidad de Harvard trabajan en un mapa 3D de un milímetro cúbico del cerebro humano. Usan más de 220 millones de imágenes y 1,4 petabytes de datos (unos 700 millones de páginas, si llegaran a imprimir). Entre tanta saturación, los vacíos son cada vez más atractivos para entendernos.

Este es el caso de los espacios dejados por procesos como la poda sináptica: lo que hace el sistema glinfático cuando dos neuronas se desconectan y se deshace de información que ya no le resulta útil a ninguna parte de nuestro organismo. A partir de esta poda, se consolidan y refuerzan aquellos “archivos” que sí podemos necesitar, fortaleciendo el aprendizaje y se genera un espacio nuevo para la interacción entre las neuronas. Esta eficiencia no responde a una planeación genética: se da como resultado de experiencias vividas. Un nivel excesivo de esta poda o un desempeño demasiado bajo de la misma resultan comúnmente en trastornos y disfunciones. Lo que vivimos puede abrirle nuevas posibilidades al cerebro o atesorar desechos que impedirán la evolución.

La memoria es algo parecido a la construcción de un relato que toma buena parte de su materia prima de la realidad y la adapta al servicio de una identidad, una historia personal, consciente y positiva con la que nos posicionamos ante la vida. El estudio ‘Fictional First Memories’, publicado en la revista Psychological Science en el año 2018, el dr. Martin Conway y otros investigadores de la Universidad de la City de Londres muestran cómo los recuerdos de la infancia de más de 2.500 pacientes fueron narraciones construidas en buena parte con fantasías, fragmentos ajenos o de otros periodos de sus vidas ensamblados para explicar algún rasgo de su presente. En todos estos casos, la interrupción de las conexiones entre neuronas, el olvido, sirvió para abrirle espacio a algo más complejo (y más hermoso) que la primitiva reacción del cerebro ante la realidad.

Es difícil escoger qué olvidar y qué debe seguir acechando nuestros descuidos para levantarse en forma de alegría, alivio, nostalgia o tormento cuando menos lo esperamos. El desapego entre las neuronas sucede para que el cerebro siga desarrollándose. Por esto, el olvido voluntario, la sanación de traumas, el cerrar vínculos tóxicos de un pasado doloroso debería ser parte consciente de las rutinas de todos. Lo decía Ramón y Cajal: cualquiera puede ser el escultor de su propio cerebro.

Los artículos más recientes de María Victoria Llorens Martín, premio Nacional de Investigación para Jóvenes 2022 del Ministerio de Ciencia e Innovación de España, han demostrado que el ser humano es capaz generar nuevas neuronas durante toda su vida. El podar lo que ya no nos sirve es necesario en todas las edades para que nuevos aprendizajes y conexiones puedan escribir una historia sana del cerebro hasta su final. Esto plantea muchas preguntas a la educación de nuestro presente: ¿cómo tener una sana relación con el olvido?, ¿cómo permitir desde la experiencia que el desapego pueda abrirles paso a nuevas oportunidades? La respuesta está quizás en los vacíos que generamos consciente o inconscientemente, no en lo que escogemos para llenarlos; en los silencios que nos esperan al otro lado de tantos torrentes y aluviones de información y datos; en las pausas que hacen las alas de nuestro cerebro, no en su movimiento.

Robert Max Steenkist

Ayudante De Santa
06-11-2015, 22:19:08
Los mejores licores
otrosinnombre
27-04-2024, 03:43:54
Robert Max Steenkist

Aunque lo encuentro valioso (el articulo) y lo he leido; Gracias por ello.

Concluyo que los nombres de los cientificos seran "podados" de mi cerebro para dar espacio a algun nombre de onlyfans..

Buena vibra!
Gracias por compartir!!