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Ayudante De Santa
06-11-2015, 22:19:08
Los mejores licores
Heráclito
15-03-2022, 08:32:25
Para reflexionar:

Más allá de la “internacional autoritaria”

Eduardo Barajas Sandoval

No falta quien piense que el presidente de Rusia es un comunista en hibernación. Nostálgicos de la era soviética o temerosos de la resurrección de un fantasma del pasado, coinciden, por ilusión o por miedo, en esa apreciación. Pero el fervor religioso del presidente, manifiesto en la canonización de la familia del Zar Nicolás Segundo, que entró en el santoral de la Iglesia Ortodoxa, y su exaltación del nacionalismo, demuestran que ya no cumple con la condición atea ni la militancia en el internacionalismo proletario.

En medio del justo afán por condenar la agresión a Ucrania, poco se ha reparado en argumentos de ese presidente sobre su país y la seguridad internacional, que es bueno tener en cuenta, en lugar de conformarse con la descalificación del personaje por haber pertenecido a la KGB, desconociendo la compleja índole de esa organización y el papel que jugaba en el epicentro estratégico de uno de los polos de la Guerra Fría.

El 29 de diciembre de 1999 el gobierno ruso publicó un documento firmado por Vladimir Putin, bajo el título “Rusia en el Umbral del Nuevo Milenio”. Era una reflexión sobre las perspectivas económicas, políticas y sociales del país después del desmonte del estado soviético. Dos días más tarde, Boris Yeltsin anunciaba su renuncia y encomendaba la presidencia a su primer ministro, autor del texto, hasta las elecciones siguientes.

El “Mensaje del Milenio” convirtió a su redactor en la figura que mejor representaba los anhelos del país luego de esa última década dramática del Siglo XX, dedicada a buscar un nuevo modelo económico e institucional, y un nuevo rumbo. De ahí su éxito electoral inmediato, y los niveles de aceptación popular que le han dado un capital político contra el cual aún hoy sigue girando, así sea con el riesgo de irse a la quiebra.

En uno de los apartes de ese documento, el autor señala que “Durante la mayor parte del siglo XX, Rusia vivió bajo la doctrina comunista. Sería un error no reconocer los logros incuestionables de aquellos tiempos. Pero sería un error aún mayor no darse cuenta del precio escandaloso que nuestro país y su gente tuvieron que pagar por ese experimento social bolchevique. Es más, sería un error no comprender su futilidad histórica. El comunismo y el poder de los soviets no hicieron de Rusia un país próspero con una sociedad en desarrollo dinámico y un pueblo libre. El comunismo demostró vívidamente su incapacidad para fomentar un autodesarrollo sólido, condenando a nuestro país a quedarse rezagado con respecto a los países económicamente avanzados. Era un callejón sin salida, lejos de la corriente principal de la civilización.” Más lejos del comunismo, difícil.

Años más tarde, en febrero de 2007, ante la Conferencia de Seguridad de Múnich, el presidente ruso pronunció un discurso en el que advirtió que sería escueto al tratar los temas que correspondían a la reunión, sobre la premisa de que la seguridad va más allá de los asuntos políticos y militares, para incluir los de índole económica y social y el diálogo entre civilizaciones. Criticó abiertamente la idea del “mundo unipolar”, con su pretensión de que hubiese un solo centro de autoridad, de fuerza y de toma de decisiones. Subrayó que esa idea no tenía nada de democrático y que resultaba inaceptable, al punto de no ser idónea como fundamento moral de la civilización moderna. Recalcó que el manejo unilateral no resuelve los problemas, y que el uso de la fuerza en las relaciones internacionales sume al mundo en el abismo de conflictos permanentes, en medio del desdén por los principios del derecho internacional.

Criticó a los Estados Unidos por haber ido más allá de sus fronteras en todas direcciones, tratando de imponerse en lo económico, lo político, lo cultural y lo educacional, sobre otras naciones. Enfatizó que así nadie se podía sentir seguro y que ello conducía a fortalecer la carrera armamentista. Y concluyó que era preciso pensar seriamente en la arquitectura de la seguridad global, sobre la base de la búsqueda de equilibrios razonables entre los interesados en participar en un diálogo con ese propósito.

Un año después, invitado a una reunión de la OTAN que tuvo lugar en Bucarest, se encontró con la noticia de que las antiguas repúblicas socialistas soviéticas de Georgia y Ucrania estarían en la lista de aspirantes a formar parte de la Alianza Atlántica, y ahí mismo expresó su oposición de manera radical, al punto de afirmar que, si Ucrania lo hacía, tendría que hacerlo sin Crimea ni las regiones pro-rusas que ahora se declararon independientes.

Para no alargar la lista, en reunión del Club Internacional de Discusión de Valdai, celebrada en Sochi en 2014, el jefe del estado ruso afirmó que el sistema actual de seguridad mundial y regional no era capaz de proteger a nadie, y que los mecanismos ideados para mantener el orden mundial dejaron de girar en torno a la idea del respeto mutuo y la consulta para llegar a acuerdos. Recordó que la Guerra Fría no terminó con la firma de un tratado de paz con acuerdos claros y transparentes, y que los “vencedores” de esa guerra decidieron presionar los acontecimientos para satisfacer sus necesidades e intereses, y que, al no construir nada en su lugar, “nos quedaríamos sin más instrumentos que la fuerza bruta”.

Nada de lo anterior justifica el cambio dramático de argumentos ni la agresión a Ucrania, en violación del derecho internacional y los derechos humanos, y mucho menos el daño que representa la muerte o el ejercicio sistemático del terror contra millones de mujeres, hombres y niños inocentes. Aunque al tiempo vale cuestionar el desdén, la arrogancia y la irresponsabilidad con la que, desde algunas capitales occidentales, como Washington y Londres, se reaccionó ante la larga secuencia de reclamos del presidente ruso y se siguió adelante con planes expansivos y maniobras militares, como las del Mar Negro, vistas desde el otro lado como tizones lanzados a la cueva del oso.

Mención aparte merecen despistados, como los promotores de “América Primero”, que lo aclaman y corean su nombre tal vez porque lo consideran el jefe de una “Rusia Primero”, de la misma índole. Y también los ilusos que no han entendido que Moscú los trata porque no hay amigo ni enemigo pequeño, pero que dentro del proyecto de renacimiento ruso pesan argumentos imperiales que provienen de la época de los zares, como el clásico trípode de “ortodoxia, autoridad y nación”, orientado al Siglo XXI y alejado de los valores soviéticos, con los que sueñan los anacrónicos que en el antiguo Tercer Mundo no han podido salir del Siglo XX.

No basta entonces con descalificar al presidente ruso por haber sumado, de hecho, su nombre a la “Internacional Autoritaria”, compuesta por autócratas, conservaduristas de derecha y de izquierda, que se las arreglan para mantenerse en el poder hasta que se vuelven viejos, cierran los medios de comunicación que se les oponen, echan a la cárcel a sus enemigos, prohíben a fondo la protesta social mientras critican hipócritamente a otros que no la saben manejar, se rodean de oligarcas que el mundo observa como cleptócratas ostentosos, manejan un discurso acomodaticio que interpreta la historia a su manera y se dan el lujo de amenazar a quien se les atraviese, tal vez como resultado de la embriaguez que produce el poder después de tantos años y de tanta adulación de sus beneficiarios.

La “internacional de la hipocresía” juega también un papel importante en todo esto, y no le sirve de cortina de humo el rasgarse ahora las vestiduras ante hechos que se habrían podido evitar si, en lugar de ufanarse como vencedores de un juego que nunca terminará, se hubieran ocupado a tiempo de no menospreciar a otros actores de la vida internacional y buscar, con generosidad y sin egoísmo, el equilibrio en un mundo que lo reclama y lo merece.

Fuente: El Espectador

Ayudante De Santa
06-11-2015, 22:19:08
Los mejores licores
getuliovargas
15-03-2022, 15:50:19
Muy interesante.