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Heráclito
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Predeterminado Barcelona 5 – Real Madrid 1: El final de una época épica

Cada que pierde el Madrid echo voladores mentales. Patrioterismo que llaman, pero es que la inquina se instaló en mi cabeza desde que echaron a James por la puerta de atrás. Y hablando de crónicas, leí la mejor del partido en el New York Times y la agrego acá para enriquecer el topic.

Cita:
Barcelona 5 – Real Madrid 1: El final de una época épica

Por MARTÍN CAPARRÓS - 28 de octubre de 2018


Luka Modric, quien hace poco ganó el premio a mejor jugador de la FIFA por su desempeño en el Mundial, durante el partido del domingo Credit Gabriel Bouys/Agence France-Presse — Getty Images

La tarde se presentaba triste: lluviosa, gris, extraña. Los miles iban llegando al Camp Nou como quien cumple su ritual, quien lo va a hacer igual pero sabe que no será lo mismo. Y las frases de todos repetían variantes de la misma idea: todo se acaba, nada es para siempre. Solo faltaba el clásico publicista argentino para resumirlo en un slogan sensiblero tipo “es el primer partido del resto de tu vida” o “si creías que lo tenías todo, espera a ver cómo es perderlo”. Porque es cierto que en los últimos diez años nos habíamos acostumbrado a lo más extraordinario: que las dos megaestrellas del fútbol se enfrentaban dos veces por año en el partido más mirado del mundo mundial.

Pero hoy, aquí, hay cien mil personas que saben que ya no. Y hay, en todo el mundo, unos 500 millones que también pero igual miran y en las tribunas del Camp Nou, para mostrarles, se organiza un dibujo gigante que los cien mil dibujan con plásticos de colores. Y en un rincón, pirata, aparece una pancarta enorme: “Only dictatorships jail peaceful political leaders”, dice, trayendo otra pelea.

Pero nada de eso importa cuando empieza el partido. Al fin y al cabo, eso es el fútbol: algo que —por un rato— te hace olvidar todo lo que pulula alrededor, y que no deja de reinventarse todo el tiempo. Esta tarde el Barcelona se juega lo que siempre se juega, pero el Madrid, cuesta abajo, se juega tanto más. Y empiezan temerosos, pases a los costados y hacia atrás: con miedo, con respeto, como suelen empezar estos partidos. Hasta que, en el minuto 8, el Barcelona recupera una pelota en su medio campo y empieza a darle aire; 90 segundos y 30 pases después, un festival, Rakitic pone una cortada perfecta para Jordi Alba —el mejor marcador de punta izquierda del mundo y unos de los diez o doce mejores de España—, que la para en el aire, sigue hasta el fondo y echa el centro atrás para que Coutinho la remate cómodo. 1 a 0, tan rápido, tan fácil.

El Madrid, que había salido a esperar y jugar de contragolpe, debía cambiar todo. El Barcelona manejaba la pelota: su mediocampo —Rakitic, Busquets, Arthur— controlaba solvente, sus marcadores de punta —Roberto y Alba— subían y subían, sus delanteros bajaban demasiado. Dominaban, pero sin acercarse. Ausente el genio, se refugiaban en la solidez de un sistema —presión y posesión, tocar la bola, tenerla, retenerla— y funcionaba. Messi, quebrado, en la tribuna, se reía con sus hijos. Y la reacción del Real Madrid no terminaba de llegar: jugaban como si no terminaran de creer: cuando tenían la pelota intentaban aprovecharla rápido, con miedo de perderla. El Barcelona es —ya hace tiempo— mucho más equipo que el Madrid. Pero hoy, además, cuando apretaba, los visitantes parecían desarmados.

Hasta que en el minuto 27, Luis Suárez cayó dentro del área y el árbitro murciano le dijo siga siga, no pasa nada, todos sabemos que usted siempre simula. Y ya seguía el partido cuando intervino la justicia electrónica: el árbitro recibió la llamada del más allá, corrió hacia el costado de la cancha, miró la tele y dijo que sí, que había sido penal. Con lo cual consiguió malquistarse con todos: con los locales por no haber querido dárselo, con los visitantes por habérselo dado. La justicia, a veces, es así. El uruguayo la metió justita y el Real Madrid parecía hundido.

Así que todos habríamos querido estar en el vestuario del Real Madrid durante el entretiempo, para disfrutar del drama de un hombre —su entrenador, Julen Lopetegui— que sabe que solo le quedan 45 minutos para salvarse del despido y sabe que nada depende de él sino de esos 15 millonarios inescrutables que tiene ahí delante y seguramente les está pidiendo un esfuerzo final, definitivo, sin saber qué piensan, qué harán. Un gran momento que no vemos, y es común: el fútbol, el gran espectáculo contemporáneo, es tan opaco. Se hace para ser visto pero los que lo hacen nos ocultan casi todo.

Aunque se ve que los millonarios escucharon: salieron con ganas. Lopetegui dejó tres defensas —Nacho, Casemiro, Ramos— y mandó arriba a todos los demás, y a los 4 minutos el mejor delantero del Madrid, el defensor Marcelo, aprovechó un rebote y puso el 2 a 1. De nuevo había partido. Y durante diez minutos parecieron a punto de empatarlo pero no: así son los azares y la necesidad. Benzema rompía records de pifias y malas decisiones, Isco no se acercaba suficiente, Bale se resbalaba; el Madrid no aprovechaba sus oportunidades. El juego se había abierto y podía caer de cualquier lado. Valverde lo entendió: sacó a Coutinho, más hecho para un juego de toque y puso a Dembelé, que medra en la corrida. En su primera pelota armó un contraataque que, tras centro de Roberto y cabezazo perfecto de Suárez, definió el partido: 3 a 1. Quedaban 15 minutos para que el Madrid mostrara su impotencia.


Luis Suárez anotó un triplete en la victoria 5-1 del Barcelona contra el Real Madrid. Credit Enric Fontcuberta/EPA

Y la mostró tan bien que incluso Sergio Ramos perdió una pelota fácil en mitad de cancha y le regaló el 4 a 1 al uruguayo, su tercero. Luis Suárez fue el héroe de la tarde sin su amigo: las busca todas, las pelea, no se da nunca por vencido, confía en que podrá y muchas veces puede. Y después un gol más –del chileno Vidal, su cabeza con cresta– y el desastre del Madrid se había consumado: 5 a 1 es el naufragio más perfecto.

Había algarabía y había olvidos. El estadio cantaba y los millonarios locales festejaban con todo el entusiasmo y nadie gritaba Messi Messi: pocas cosas más dulces para ellos que hundir en el pantano a su rival de siempre y hacerlo, además, sin ese hombre que les echa sombra, que los salva y los tapa. Esta tarde, los locales recuperaron la confianza en sí mismos: saben que sin Él también pueden. Los otros millonarios, en cambio, no repuntan: tienen que escuchar que se diga todo el tiempo que ya no sirven porque les falta el que les falta. Ronaldo, en Italia, sigue haciendo goles.

Y ahora ya pasó una hora y Lopetegui baja a la sala de prensa: es una especie de dead man walking que trata de parecer optimista pero no le sale. Minutos más tarde estalla la noticia: el presidente Florentino Pérez acaba de echarlo y lo va a reemplazar por el italiano Antonio Conte. Lopetegui, que hace solo cuatro meses era el brillante técnico de la brillante selección mundialista española y eligió el Real Madrid y eligió mal, acaba de quedarse sin trabajo. Aunque si le cumplen tendrá, a cambio de su despido, diez o quince millones de euros: la desocupación, un hondo drama humano.

Así que el fútbol una vez más se reinventó: sin Messi y sin Cristiano, un resultado extraordinario, una felicidad, un hundimiento. Que el mismo relato renazca cada vez, que pueda ser siempre igual y tan distinto es un pequeño milagro de estos tiempos. Empieza, seguramente, otra época épica. O, por lo menos, eso nos diremos.
Fuente: The New York Times

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