Juanes cuenta su experiencia con reinsertados de las Farc en el Meta

Con sus propias palabras, Juanes narra su visita a un hogar de paz de Villavicencio.

Son los niños, son los viejos,
son las madres, somos todos,
caminando...
Son las 4:30 de la mañana. Me siento en el borde de la cama, cierro los ojos, medito sobre este nuevo día. Aún medio dormido, camino lento hasta el baño, a través de la luz apagada, abro la canilla de la ducha y despierto.
Voy en carro, puedo ver entre lo oscuro el humo de la niebla que domina las calles de una fría y oscura Bogotá. Sigo durmiendo mientras escucho la radio, los carros, algunos pitos y gritos de lo cotidiano. Abro los ojos y me encuentro con una gran montaña de casas, una encima de otra. "¿Dónde estamos?", le pregunto al conductor. "Ciudad Bolívar", me responde.
En la carretera, entre dormido y despierto, me imagino todo lo que encontraré en mi destino final. Luego de más de dos horas de viaje, llego a una pequeña finca a las afueras de Villavicencio. Me bajo del carro y justo al fondo veo un grupo de personas, no reconozco sus rostros, pero siento su energía, seguro son hombres del Ejército y la Policía, y aunque están de civil, lo noto en su manera de hablar y saludar.
Camino hasta la casa y oigo que alguien dice: "Muchachos, aquí está Juanes, vino a saludarlos y a conocer cómo es su proceso". Todos son exguerrilleros de las Farc, algunos acaban de llegar apenas hace dos días; otros llevan tres meses, como máximo.
"Muchachos, buenos días", digo con fuerte voz. Todos me responden amablemente. Uno de ellos, a quien le dicen el 'Profe', vestido de saco y corbata en ese calor, nos saluda y anuncia el Himno Nacional. Al oído me piden que ice la bandera y mientras tanto imagino sus historias de vida, noto el sufrimiento en sus rostros, el trabajo en sus manos, el dolor en su corazón.
El 'Profe' anuncia el reinado de la belleza de Colombia y yo me quedo pensando... ¿Cómo así? ¿Escuché bien o dijo reinado? Pues sí, efectivamente comenzó un reinado con hombres disfrazados de mujer. Sale la primera: "Me llamo Natalia París y represento al departamento de Antioquia". Entre muchas risas desfilaron todos, cada uno más divertido que el otro.
El presentador dice: "Este fue el Reinado de la Libertad. Queremos mostrar que aunque se disfracen de mujer, no dejan de ser hombres, que a pesar de su ropa o su maquillaje, la personalidad, el carácter y la esencia de cada uno está intacta". Recibo el mensaje y siento el poder de su significado.
Nos sentamos en círculo, cada vez siento más su energía, me miran, de repente alguna sonrisa cruzamos. Se levanta de la silla un joven de unos 22 años. "Me llamo José Luis" -dice con voz dura-, llevo tres meses en este lugar y tengo miedo del futuro, no me siento confiado, allá me hablaban muy mal de ustedes, me decían que nos iban a torturar y a matar"... Yo empiezo a tragar más lento y a respirar más fuerte.
Y ahí estoy yo, sentado en medio de jóvenes, hermanos colombianos, víctimas de la guerra injusta y sin sentido que vivimos en este país desde hace más de 50 años. Cada intervención me conmueve más, sus historias de dolor y decepción, su desconfianza, su familia destruida, su futuro incierto, su sufrimiento. Cierro los ojos y trato de razonar cómo estos seres humanos se vinculan a un grupo guerrillero que lleva décadas secuestrando, matando, reclutando menores de edad.
Quiero entender
Por qué escogieron la guerra, cómo es su vida cuando están allí. Conozco la historia de las víctimas, con ellas trabajamos hace más de seis años en Mi Sangre y hemos hecho todo lo posible por comprender, compartir y sanar su dolor. Conozco también la historia de quienes resisten la guerra por medio del arte y la educación. Hoy quiero escuchar a los 'victimarios' porque esto hace parte de mi búsqueda de la paz.
Un joven con rasgos orientales se levanta y comenta: "A los 11 años ingresé a la guerrilla porque me gustaban mucho las armas, pero me di cuenta de que eso no era un juego, que me trataban mal y me hacían trabajar demasiado". Les pregunto: "¿Qué los llevó a tomar la decisión de ingresar a estos grupos?". Casi todos me respondieron: "Falta de oportunidades en el campo", "no hay otra opción", "cuando el Estado no interviene" y "cuando no hay más oportunidad que ingresar a las filas".
Un joven de 20 años me explica: "Yo salí porque estaba cansado... Nada de lo que nos prometieron fue cierto... Allá dicen luchar por la igualdad, pero los comandantes tienen plata, poder, comida, celulares, mujeres, y nosotros, nada. Yo me enamoré y de un día para otro me quitaron a mi mujer... Llevo ya un año sin verla, no sé nada de ella. Perdí la ilusión. Por eso me escapé. Me persiguieron tres días en la selva. Sentí mucho miedo de morir". Durante cada intervención que ellos hacen, yo pienso que cada colombiano debería estar aquí, escuchándolos, mirándolos a los ojos para entender más su realidad. Me siento impotente, pero, a la vez, optimista al vivir esta experiencia. Estamos en un hogar de paz, en la primera fase del Programa de la Alta Consejería para la Reintegración de la Presidencia. Aquí cantamos, hablamos, sentimos su verdadero agradecimiento por estar ahí, por la gestión del Gobierno y del Ejército.
Y entonces me imagino qué pasaría si todos los empresarios de este país, los presentadores de noticias, columnistas de opinión, periodistas, artistas, ciudadanos del común, estuvieran aquí sentados en esta silla, escuchando y viviendo lo mismo que yo. A Colombia le falta escucharse más a sí misma, le falta armonía y, sobre todo, reconciliación. Ellos, los reinsertados, no deben ser estigmatizados, están dando un paso gigante en el camino hacia la paz, pero nosotros también necesitamos darlo, dar una oportunidad más, ser solidarios, en últimas... ¡Confiar!
Una oportunidad
El esfuerzo que están haciendo es inmenso, igual que el del Estado. Ningún sistema es perfecto, ningún humano lo es, pero sí podemos construir juntos la Colombia que queremos, la que soñamos.
Según la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR), hasta enero del 2012 se desmovilizaron 54.409 personas en Colombia. El número total de desmovilizados en el proceso de reintegración es de 32.779, de los cuales el 19 por ciento ha desertado y el 5,44 por ciento ha reincidido. El resto se compromete a vivir un proceso de seis años que incluye atención psicosocial y formación para el empleo, con la idea de hacer parte de la sociedad y para ser dueños de sus vidas. Pero no es fácil. El país insiste en juzgarlos por su pasado y las puertas se cierran en la cara. Están estigmatizados y en las empresas no están dispuestos a darles empleo.
El 47 por ciento de las personas que ingresan a estos grupos lo hacen siendo niños, según la ACR. "Mi mamá me mandó a trabajar en una tienda porque no tenía con qué educarme. Allá me sentía abandonada, sola y poco querida... Y en cambio veía que en la guerrilla eran amables, y tenían botas, armas y comida. Me fui cuando tenía 9 años".
Paso a la segunda fase del programa, con personas que llevan más tiempo, los noto más tranquilos, sonrientes y positivos. Hombres adultos, mujeres jóvenes, algunas con sus bebés; mujeres hermosas, el brillo en sus ojos, la luz en su mirada, el sol en sus caras... y yo tratando de imaginarlas cómo serían aún en las filas de las Farc.
Traen una guitarra y una joven hermosa me dice: "Cuando yo estaba en las filas me dejaban usar radio y oía tu música. Me haces feliz si me cantas Fíjate bien".
Cierro mis ojos y le pido a Dios valor para hacerlo bien. Todos cantamos juntos y ahí veo que todo tiene sentido, 11 años después de haber escrito y grabado esta canción... Todo tiene sentido. A pesar del dolor, de la guerra, de la rabia y la injusticia, aquí estamos cantando, reconociéndonos. Somos lo mismo, somos hermanos, somos colombianos.
Por último, visito la parte final del programa, donde la persona ya está reinsertada en la vida civil,tiene su negocio y está trabajando. Es emocionante ver cómo cambia esa mirada desconfiada de quienes acaban de salir de la selva a otra segura, con fe y esperanza.
Aquí termina mi día en Villavicencio. Un martes único e intenso, de emociones profundas y sentimientos cruzados. Un día digno de contar, de repetir, de pasar la voz.
Se están moviendo hilos importantes en la construcción de la paz de nuestro país, no dejemos que los muevan solo unos pocos, tenemos que moverlos todos. Cada colombiano depende directa o indirectamente del otro, este es un momento único, en el que podemos avanzar hacia la paz, pero tenemos que poner de nuestra parte. Escuchemos, perdonemos y, sobre todo, reconciliémonos.
Felicidades a todos los jóvenes que deciden dejar las armas por el sueño de una nueva vida. Colombia, no los dejemos solos, no permitamos que regresen, ayudémosles a cumplir sus sueños, para que así quienes aún permanecen en la selva portando un arma puedan ver resultados reales y entiendan que sí hay otro camino, que pueden dar un paso más hacia la paz.
Recordemos que la mayoría de quienes están en estas filas no encontraron otra opción, que son colombianos, que son hermanos..., que es culpa de la historia, es culpa de todos y cada uno de nosotros. Cambiemos la actitud, despertemos la conciencia.

JUANES
Para EL TIEMPO

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