Como aprendi a ser infiel

Me alejé de la piscina rumbo al ascensor, subí hasta el noveno piso al apartamento de Martha, abrí la puerta y me dirigí a la nevera en busca de otro six pack de cerveza con la confianza que da el hecho de ser amigas por más de 12 años. Antes de salir escuché un ruido proveniente de la zona de habitaciones, caminé hasta el dormitorio de Miguelito, empujé la puerta que estaba entre abierta y lo encontré masturbándose.

La inmediata reacción de cubrirse no impidió que lograra ver su pene; el primero distinto al de mi esposo que veía en más de 17 años de matrimonio. Era duro y vigoroso, era evidente que el Miguelito que conocí años atrás y que era compañero de juegos de mi hija se había convertido en todo un hombre. Cerré la puerta y regresé con las amigas.

El sueño húmedo que tuve esa misma noche no lo recuerdo con exactitud, se que era con él, con su gran falo erecto. Desperté a media noche con una calentura insoportable, saqué a mi esposo de su sueño con una mamada intensa y estuvimos en faena largo tiempo mientras Miguelito se instalaba en mi imaginación.

Después de esa primera vez que tenia sexo con mi esposo mientras pensaba en otro hombre no pude parar, cada noche lo hacía de nuevo y la idea de dejarme follar por Miguelito ya se me había convertido en una obsesión.

Pasaron dos semanas antes de encontrarnos en el ascensor, nos saludamos como de costumbre con un beso en la mejilla, pero en esta ocasión la calentura hizo que mi cara se pusiera roja y mi respiración se agitara. Era obvio que él lo había notado.

- Te he pensado mucho. Me dijo.

Nos quedamos en silencio hasta que el ascensor se detuvo en su piso, salió y antes de que la puerta se cerrara se volteó y me dijo.

- Estoy solo en el apartamento y mi mamá se demora.

Sin razonar seguí ese impulso animal que se apodera del cuerpo cuando la excitación es la que manda, salí del ascensor, abrió la puerta, entramos y de inmediato nos empezamos a besar. Sus manos recorrían todo mi cuerpo con fuerza, podía sentir su pene duro en mi cadera, clavó su mirada en mis ojos mientras me quitaba la blusa, el sostén blanco y me desabrochaba el jean. Nunca me había sentido tan deseada, me bajó el pantalón y de inmediato metió su mano en mi vagina.

No lo podía creer, por primera vez en 17 años le estaba siendo infiel a mi esposo. El susto y la excitación son una mezcla peligrosa pero deliciosa.

Miguelito me empujó hasta la sala, me sentó, bajó su pantalón y puso su miembro a escasos centímetros de mi cara, era venoso y poderoso. El olor era una invitación a probarlo, lo tomé con delicadeza, lo observé con detalle, le di una pequeña probada en la punta con mi lengua y lo metí en mi boca.

Cuando me tomó del pelo fuertemente entendí que quería sexo duro, quería complacerlo, estaba dispuesta a hacer lo que me pidiera.

La posibilidad de que Martha entrara al apartamento me encendía aún más. Saber que mi esposo estaba solo dos pisos arriba era el ingrediente que hacía de este momento el más excitante de mi vida.

Miguelito me puso de espaldas, me inclinó y cuando vi que me iba a penetrar lo detuve y le pedí un preservativo, se gesto no fue de agrado, subió su pantalón y corrió a su habitación. Esos segundos mientras regresaba los aproveche para pensar, me estaba follando el hijo de una de mis mejores amigas, tenía que parar.

Miguelito volvió con tal ímpetu que no alcancé a decir nada, me puso de espaldas. Me inclinó y me penetró, sentí como si fuera la primera vez que tenia sexo de verdad, como si todas mis experiencias anteriores hubieran sido en preparación para este momento. Me tomó del cabello y empezó a moverse para empujarme al primer orgasmo de la tarde.

Me folló en todas posiciones, estuvo encima de mi, al lado, debajo. Me besó y me manoseó todita. Mi único interés a este punto era darle placer, su cara me encendía y ya había perdido la cuenta de mis llegadas.

Cuando eyaculó me abrazó y me dijo al oído.

- Esto lo quería hacer desde hace rato.

No dije nada, recogí mi ropa, incluida la tanga que estaba rota en el suelo, me vestí y me fuí. Los primeros dos días después del suceso me debatí entre el placer y la culpa, me sentía una mala mujer, una mala amiga y sobre todo una pésima esposa.

Al tercero me estaba esperando en la puerta, fue nuestro segundo polvo. Desde entonces no puedo dejar de ser infiel. Llegar a mi casa y besar a mi esposo después de habérmele entregado a otro me produce un placer incomparable.

Con Miguelito me veo a solas al menos 2 veces al mes, algunas veces en su casa y otras en la mía, otro par en el parqueadero y hasta en el parque del conjunto. Es con el único hombre que repito polvo, es el único que conoce a mi familia y al mismo tiempo me disfruta. Y es el único que me ha prestado a su grupo de amigos. Pero esa es otra historia.