Crónicas de la vida sexual en Cali
Hernán Hoyos
En 1968, Hernán Hoyos reunió una serie de testimonios sobre la vida íntima de diversos personajes de Cali: señoritas de sociedad, ladrones, prostitutas... El libro, titulado Crónica de la vida sexual, fue un éxito total en su época. Aquí, dos fragmentos del bestseller caleño.
-Yo quiero contarle esto, póngale cuidao, pa’ que escriba bien su cosa. Eso fue cuando trajieron de Buenaventura, sucedió en la cárcel vieja, un director marica. Pero marica derecho. Viéndolo usté al rompe sabía que era marica, porque se ponía unas camisetas de esas apretadas y los pantalones bien ceñidos, ese hijueputa sí era muy marica, pero se preocupaba más o menos de que el preso pasara bien, era muy humano. En ese tiempo tenían prelación, mejor dicho franquicia, permiso para salir, los presos de mejor conducta. De pronto tarde de la noche, a la una y dos de la mañana, “levantarse el personal, formar en pelota en tres filas”. Y salía el director con el pretexto de hacer revista, a esa hora, cómo no se iba a saber si estaba completo, eso era para saber cuáles se iba a llevar esa noche, y pasaba así, con los brazos atrás, ni más ni menos que pasando revista, y era pa’ verlos bien. Después de que se iba, llegaba el guardián, “usté, usté, usté y usté”, y sacaba vulgarmente a los más cargados (con genitales grandes) y entonces ya uno no se volvía a dar cuenta de nada, pero ya uno sabía para qué era. Inclusive que estos tipos volvían al patio porque los trasladaban a un patio mejor por aquello de que ya habían tenido su cosa, y les daban franquicias, como decir permisos. También le voy a contar pa’ que escriba qué es el asesor jurídico, como por ejemplo un tipo tenía una condena de diez años y estaba en Popayán pagando y quería a los dos o tres años que lo trasladaran, lo trasladaban. Podía por medio del asesor jurídico, porque a ese es al que le dice uno cómo está el negocio. Pide uno lo que se llama audiencia. Todos los días van los guardianes “a ver, los de audiencia, a ver usté, con quién va a hablar”, pues que con el asesor jurídico, entonces a uno lo sacaba. Y yo voy a hablar con el asesor jurídico, o “a ver a usté qué se le ofrece”, “doctor resulta que yo llevo dieciocho meses detenido y nadie me dice nada”, y claro él tiene copias del expediente, ¿entiende? Y claro como esa diligencia no la puede hacer al momento, él va y averigua y vuelven y lo llaman a uno. Entonces le dice “su negocio va de tal manera”.
Bueno, ah, le contaré que un cacorro enamorado es un peligro en la cárcel. Me tocó ver el caso de un cacorro, inclusive inválido, andaba en muletas, no porque le faltaran las piernas sino porque las tenía secas. En ese tiempo que sucedió esto no tenían los maricas sección aparte como hoy en día, sino que los maricas estaban en el mismo patio que los otros y por eso se sucedían tantas cosas. Resulta que este de las muletas era cacorro pero mejor dicho en la extensión de la palabra, aferrao a su cosa. Como esos maricas siempre los llevan es por la recogida (redada), pero no tanto por robos, aunque claro, ellos también roban, entonces el inspector según las veces que los hayan llevao les pone una sanción de sesenta días, claro que ellos a veces se encausan, matan a otro por un marido. Como le iba contando, en una remesa de maricas llegó la Devoradora, muy bonita la marica, más bonita que muchas mujeres, y entonces el de las muletas se enamoró de la Devoradora. Claro que el de las muletas tenía una fritanga de empanadas, porque allá tienen venta de arepas, de empanadas, hacen negocios, claro que como todo el mundo allá es la pobreza, y la Devoradora era bien marica y el otro bien cacorro, la marica se le pegó porque podía darle pa’ los cigarrillos, pa’ ir al caspete a tomar aguapanela o tinto, claro allá la gente se pega deso, tiene que arrimarse al sol que más alumbre, ah, y bueno, las maricas allá también se pintan las cejas, se ponen turbantes, y eso no se lo pueden prohibir a ellas.
–¿Recuerdas si los homosexuales pasivos contagiaban a otros presos de enfermedades venéreas?
–A mí me tocó ver, pero no hoy en día, sino en la cárcel vieja, que un marica enfermara cuatro y cinco y diez hombres. A uno lo llaman, o lo llamaban, porque ya no existe eso, porque ahora a todo el que va a entrar a la cárcel lo examinan y si está enfermo lo ponen aparte. Pero entonces sí existía y viene el hombre y le dice a uno “a ver hermano, mire a ver qué es lo que tengo”, y entonces yo les veía una llaga que les va comiendo, no propiamente por donde sale la mierda, sino un poco más adentro, la llaga. Bueno y sigo contando que las maricas todas tienen un nombre, la María Mugre, la Tongolele, y un día cualquiera resultaron peliando la Devoradora y el inválido, y el cacorro pues le dio muy duro con la muleta, intervino la guardia y ya vino la separación. En ese tiempo yo estaba en patio Cuatro. Entonces a la marica la trasladaron al Uno, pa’ separarla, y se pega ese cacorro qué desesperación, se mantenía pues, cómo le dijera, azarao y eso era pegao a esa reja, y ese negocio de esas empanadas vino pa’ atrás, pa’ atrás, que ya que esas empanadas sin guiso, que ya que hoy no hizo, hasta que se acabó y ese inválido se mantenía oyendo tangos, y ahí fue cuando yo me dí cuenta hasta qué extremos llega la gente. Cuando un día pues, “que Jaime muletas mató la marica”, se dio sus medios y se pasó al patio Uno y ahí la mató. No con cuchillo, sino sacan punta a un fierro y eso se llama almarada. Se afila el fierro en el suelo, y mientras se ponen dos o tres campanas (vigilantes que den alarma). Hoy en día dentro del mismo patio puede suceder, pero que un detenido pase a otro patio, ya no existe eso.
Y eso es todo lo que tengo que decir.
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