Sentido comun
 

En las democracias modernas, la carrera por el poder es un juego abierto, mientras que en otras (menos modernas) es carrera de encostalados.

En Francia, Sarkozy fue candidato presidencial sin renunciar a la jefatura de su partido ni al gabinete ministerial. En Estados Unidos, los gobernadores compiten de tú a tú con el Presidente en ejercicio; pueden ganar (Clinton) o perder (Richardson). En el último caso, regresan a su Estado y a su cargo.

En Colombia -o en México-, los candidatos tienen que renunciar hasta a su columna de prensa, dizque para garantizar la igualdad. Es una visión deformada del concepto, porque igualdad es poder correr sin trabas; el triunfo depende de las circunstancias políticas y de las virtudes de cada candidato, siempre desiguales.

Para los colombianos, levantar la prohibición de reelección presidencial fue un primer taller modernizador. La de alcaldes y gobernadores ayudará a liberarnos de otras antiguallas legales y mentales -los mexicanos, en cambio, no tienen cuándo salir del atraso, porque definen la no reelección como principio político 'pétreo'-.

Dos circunstancias (prohibición para Uribe e inhabilidades para ministros) hacen necesario que los ministros y embajadores con jerarquía política deban renunciar a sus cargos: primero, para encabezar la tarea titánica de lograr diez millones de votos en el referendo y, segundo, estar disponibles como relevo en caso de que Uribe no pueda o no quiera correr.

Ellos (y los otros generales uribistas disponibles) no pueden condicionar el ejercicio de su liderazgo a que el Presidente corra o no. La propuesta programática es lo principal, el nombre del candidato es aleatorio -y depende principalmente de la favorabilidad popular-.

Además, no todos pueden ser presidentes. En la larga historia de los Estados Unidos, sólo 44 ciudadanos lo han sido. Y, no es poca responsabilidad ni menor honor, defender un cuerpo de doctrina como el uribista, punto de vista mayoritario aquí, pero minoritario en el continente.

El Congreso no endosará al Presidente (el guiño, se dice) la responsabilidad de aprobar la iniciativa ciudadana de referendo derogatorio de la prohibición. Algunos alegan que es antidemocrático. ¡Como para Ripley!

¿Democracia, entonces, es el relevo obligado de las personas? ¿No son democracias Suecia, porque reeligió cinco veces a Erlander; o los Estados Unidos, porque dio cuatro mandatos a Roosevelt?

No confundamos el derecho e interés legítimo de elegir al jefe de la oposición, con el empeño de negarle al jefe del gobierno el derecho a correr. Eso es imponer el triunfo opositor por la vía del W.

Parodiando a los cartujos, "unos pueden y no quieren; otros quieren y no pueden; y otros quieren y pueden". Hoy, el "quiero o no quiero" del Presidente pasa por el "no puedo" y no por artificiales anticipos noticiosos.

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El referendo decidirá, es lo democrático, que él pueda. Así, será el Presidente, libremente, quien defina si lo hace o no. Los estudios demoscópicos muestran que el pueblo quiere que Uribe corra.

Otros, en el partidor, hacen fuerza para que Uribe no pueda entrar y dicen que esperar al veredicto popular conlleva inestabilidad. Al contrario. Si Uribe representa la posición política mayoritaria de los colombianos, inestabilidad sería entregar la conducción del barco a un grumete, simplemente porque al timonel y capitán lo quieran mantener encerrado en un camarote.

Eso es de sentido común.

José Obdulio Gaviria