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Doloroso adiós para el mayor que creía en la paz

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Antiguo , 10:24:24   #1
Lluvia Doloroso adiós para el mayor que creía en la paz Calificación: de 5,00

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Doloroso adiós para el mayor que creía en la paz





Hasta los 50 años uno asciende en la vida, y después de ahí uno ya empieza a descender, dice Jaime Méndez Delgado, padre del mayor Germán Olinto Méndez Pabón, secuestrado y asesinado en Tumaco por la columna móvil Daniel Aldana de las Farc, el 15 de marzo.

Jaime, un campesino de 65 años de Mutiscua, Norte de Santander, escaló la montaña de la vida como jornalero. Cultivando y recolectando zanahoria, papa, remolacha y ajo fue de finca en finca hasta conseguir lo suyo.

—Yo he sido pobre toda la vida, pero un agricultor, con estas manos, edificó esta casita. Ese piso lo puse yo, dice.

En una historia que comenzó hace 40 años, conoció a María Trinidad Pabón, una mujer buena y sabia como la vida misma. Los dos tuvieron dos mujeres y dos niños. El menor era Germán Olinto, el mismo que a los dos años salía con su papá a ordeñar una vaca o a perderse entre el cultivo de coliflor.

—A él y a todos mis hijos les enseñé amar a Dios y a ser buenos; y nuestro matrimonio ha funcionado porque Jaime y yo compartimos todo, somos una familia Católica y leemos la palabra—, cuenta María Trinidad, ella que sigue empujando el carro de la vida arando, ordeñando, cocinando en leña y comulgando en la iglesia de Mutiscua.

Aquí comenzó la vida de Germán Olinto, el 8 de agosto de 1980; aquí empuñó el azadón con sus manos de niño, arrancó de la tierra las verduras, y corrió por las colinas con sus tres hermanos.

Un día, cuando cursaba quinto de escuela, le dijo a su mamá que quería ser cura. Pero en los seis años de bachillerato cambió el hábito de convertirse en sacerdote por la idea de vestir el uniforme oliva de la Policía.

Cuenta María Trinidad que su hijo, en una tarde, pasó marchando por el corredor de la casa, entró a la sala, se paró al frente de un espejo pequeño, miró su reflejo y dijo: "Yo voy a ser un General de República". Hizo el saludo militar, juntó los pies y gritó: "arrrrr".

Su madre sonrió. —Eso no se me olvida nunca—.

En Matiscua
Son las 7:00 a.m. del 22 de marzo. En la casa huele a café con leche, a pan caliente y a caldo de papa. Sentados alrededor de la mesa, los padres de Germán Olinto, su esposa y uno de sus hijos, desayunan. Eso mismo hacía el mayor de la Policía cuando pedía permiso y llegaba hasta estas montañas a visitar sus viejos.

A las 5:30 a.m. se vestía como sus padres: sudadera, botas "machitas", un buzo y un sombrero. Le daba la vuelta a la casa, buscaba la vaca, la amarraba y la ordeñaba. Volvía a la sala y se sentaba a comer el caldo de papa con huevo cocido. Miraba el rostro de sus padres, sus ojos transparentes. Luego regresaba al campo, cogía el azadón, arrancaba la coliflor. En broma le decía a su madre: "esto ya está muy duro, pero hagámosle".

El 8 de diciembre de 2012, de sorpresa llegó a Mutiscua. En el colegio municipal su madre, a los 54 años, recibía el grado de bachiller. En esa gran fiesta, el mayor asó carne y trajo a los mejores amigos de la familia. A su madre, su orgullo, le decía: —mamá, si nosotros salimos inteligentes es por usted, cómo no va a poder con matemáticas—.

Por el esfuerzo de sus padres Germán se hizo policía en la Escuela General Santander, en Bogotá, y de ahí fue escalando la pendiente de la juventud hasta llegar al grado de Mayor. En el cerro de Monserrate, el día que juró bandera, su padre le regaló una cruz.

—Esta misma— dice su padre, y se mete la mano derecha entre el cuello y el pecho y saca un crucecita plateada.

—Él nunca se la quitaba—, cuenta su esposa, y recuenta los lugares donde Germán prestó servicios: Barranquilla, Tolima, Cali y Tumaco.

Cuando llegó a subteniente se hizo Policía Comunitario. Estudió Administración de Empresas e hizo una especialización en Finanzas en la Universidad del Norte. En sus 15 años de carrera, su única meta fue servir a la comunidad y ayudar a la gente pobre. Nada más. En la Policía le decían noble, sencillo y humilde.

Sábado, 15 de marzo
En 2004 se casó, tuvo tres hijos. A cada pueblo que era trasladado, Germán se iba a vivir con su esposa y sus pequeños. Así hizo en noviembre del año pasado, cuando la Dirección de la Policía le ordenó trasladarse al puerto de Tumaco, Nariño, para trabajar con el programa de Consolidación Territorial. Su cónyuge cada semana le escuchaba decir, "ya esta cerca la paz mija. Nosotros la podemos sentir".

Desde ese mes cambió el uniforme oliva por un pantalón caqui y una camisa blanca. Allá, en ese pueblo difícil con pobreza, contrabando, narcotráfico, bandas criminales y guerrilla, su trabajo no era precisamente el de patrullar, hacer inteligencia, incautar mercancías ilegales, capturar a delincuentes o enfrentarse con las Farc. Lo que el Mayor hacía era visitar a los indígenas y afros. Liderar, junto a ellos, programas de educación, cultura, alimentación salud y deporte.

Pero la mañana del pasado 15 de marzo empacó en la camioneta blanca unos cuadernos y libros que iba a llevarles a una comunidad indígena. A las 10:00 a.m. hizo una oración y se sentó a comer con su esposa y tres hijos.

Su conductor, el patrullero Edílmer Muñoz Ortiz, lo esperó en la puerta hasta las 11 de la mañana. A esa hora salieron cerca a la vereda San Vicente. En las encrucijadas de la vida, siete hombres armados se les atravesaron, les ordenaron bajarse del automóvil y se los llevaron para el monte.

En la tarde del sábado, en Mutiscua, María Trinidad y Jaime tenían prendida la televisión. Con una hija se pusieron a ver una película que estaba tan buena que ni siquiera se vieron las noticias.

Al atardecer, cuando más el viento sopla entre las montañas, María Trinidad sintió frío en el pecho.

—Sangre de nuestro señor Jesucristo, cubre a mis hijos con tu preciosísima sangre. En especial al hijo que más lejos tengo, pensó la mujer

—Después de la 7 de la noche me llamó mi otro hijo y me dijo que a Germán lo habían secuestrado. Cuando colgué el teléfono tocaron la puerta, era la Policía de Mutiscua. Ahí mismo les abrí y les dije: bueno, díganme de verdad qué es lo que está pasando—.

Le dijeron que unos hombres se habían llevado a Germán junto con otro policía. Que la iban a tener informada. Más tarde se supo que por la interceptación de una comunicación de dos jefes guerrilleros, el general Rodolfo Palomino y el ministro de la Defensa, Juan Carlos Pinzón, denunciaron que las Farc tenían en su poder a los uniformados.

Tres días después los hallaron en la vereda San Vicente. El mayor Germán Olinto murió por un trauma craneoencefálico, producto de las decenas de garrotazos. El patrullero fue degollado. Ambos fueron amarrados al tronco de un árbol y torturados. Así lo dictaminó Medicina Legal.

De inmediato el intendente Rangel, comandante de Policía de Mutiscua, se puso en contacto con la familia del mayor. El miércoles 19 de marzo, toda la familia viajó a Bogotá para recibir el cadáver de aquel policía tan noble.

La despedida
Son las 9 de la mañana, la casa Méndez Pabón está fría. Aquí todos recuerdan a Germán. Su hermana trajo a la memoria el día que lo buscaron por toda la casa y en la montaña. —Se perdió pero era que se estaba escondiendo en la cama, debajo de las cobijas—.

En Bogotá, el mismo día que lo trajeron muerto, su madre pidió que se lo dejaran ver.

—Yo tenía que saber, tenía que darme cuenta qué le hicieron a mi hijo—.

En un cuarto, él lleno de golpes, desfigurado, estaba la madre mirándolo, rezando para que Jesucristo tuviera misericordia por el alma que se había separado de ese cuerpo maltrecho.

El viernes un río de gente y de policías acompañó el cuerpo de Germán Olinto, desde el aeropuerto de Cúcuta hasta Mutiscua. En el pueblo le hicieron una calle de honor que se llenó con los cinco mil mutiscuanos.

Así como le enseño a su hijo a rezar, cuando tenía cinco años, así oró María Trinidad en la Iglesia, en el funeral:

"Dame señor sabiduría para entender,

Entrega para amar

Gracia para perseverar

Valor para luchar

Fe en ti para empezar

Testimonio para convencer

Humildad para servir

Ansiedad para santificar

Esperanza para salvar,

y poder llegar a ti".

***

Este 22 de marzo, a las 10 de la mañana, María Trinidad y Jaime se ocupan de la huerta —teníamos abandonadas nuestras maticas por estos ocho días tan duros—.

Llora la madre, la misma que lo trajo al mundo y la misma que lo empujó al hueco, a la tumba.

Hasta los 50 años uno asciende en la vida, y después de ahí uno ya empieza a descender. A mi hijo ni si quiera lo dejaron subir, con solo 33 años le quitaron la vida estos hombres; no sabemos si tenían padres, si les dieron amor, si amaban y temían a Dios.

Jaime Méndez se acomoda el sombrero. Le da la espalda a su esposa y empieza ascender la colina. Cuando encuentre la vaca bajará por el mismo camino, a su casa, a recordar a su hijo.

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Predeterminado Respuesta: Doloroso adiós para el mayor que creía en la paz

Tenemos que definir que queremos:

1) vengar al mayor

2) brindar las condiciones para impedir que un caso así vuelva a repetirse en el futuro


las dos opciones son mutuamente excluyentes

cesar coy no está en línea   Responder Citando
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"la paz", circo de la habana, farc

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