Se está perdiendo una oportunidad de oro con una derecha débil, corrupta y dividida al mando de dinosaurios, para darle un timonazo al Estado y conducirlo por la ruta de un verdadero progreso, donde se respeten las instituciones democráticas y se destierre la corrupción.

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Tercería, la trampa de los egos y la ideología Hay un cansancio generalizado con la política y los políticos —y los partidos, sus convenciones amañadas y sus “renovados” liderazgos—; con la ineficiencia de la justicia y las roscas y malas mañas de las altas cortes; con el enfrentamiento de la contralora y el fiscal y sus mutuas acusaciones sin aclarar; con las trifulcas de los expresidentes que se sacan los cueros al sol como rufianes de barrio, y los siempre predecibles trinos de Uribe; con el abuso de poder del procurador; con el Gobierno que anuncia importantes reformas y luego les da entierro de quinta (educación y justicia) o las pone a hibernar (pensiones y salud), que se muestra ambiguo frente a viejos problemas como el de la tierra y no se moviliza con la agilidad necesaria para ejecutar lo que ofrece. Por: María Elvira Samper Una sensación de hastío que se alimenta de la percepción de que no pasa lo que debería estar pasando. Por ejemplo, la construcción de un consenso mínimo alrededor de un proceso que puede poner punto final al conflicto armado, sin duda la mayor y más difícil apuesta del presidente Santos. Pero también, y no menos importante, la articulación de fuerzas de izquierda y centro-izquierda alrededor de un acuerdo sobre principios fundamentales y reglas de juego como alternativa frente a la polarización santismo-uribismo. Lo primero ya no se dio: el proceso con las Farc (posible entre otras razones por la ofensiva del uribato que las aisló, debilitó y obligó a replegarse), es hoy el principal factor de división y polarización políticas. En cuanto a lo segundo, el terreno sigue siendo propicio. El descontento con el estado actual de las cosas es mayoritario; amplios sectores de la sociedad no encuentran nada atractivo en la actual oferta política. Así lo indican las encuestas de noviembre de Invamer-Gallup e Ipsos-Napoleón Franco, poco después de que el presidente Santos oficializara su aspiración a la reelección: entre el 62% y el 65% de los entrevistados cree que el país va por mal camino, y más del 50% de los potenciales votantes están indecisos y/o dicen que votarán en blanco. Es grande la brecha entre lo que ven los dirigentes políticos y lo que vive la mayoría de la gente, entre los representantes y los representados. Sin embargo, la tercería, que podría canalizar el descontento, apenas asoma las orejas pero no logra mostrar los dientes. Las distintas fuerzas que pudieran conformar ese frente amplio tienen puntos de unión y propósitos comunes, pero están atrapadas y entrampadas o por la ideología y/o por el ego de sus dirigentes, y además pesan sobre las experiencias del Polo y del Partido Verde, que terminaron divididos porque sus líderes no fueron capaces de resolver sus diferencias. Como el resto de los partidos, también parecen desconectadas de esas mayorías que están hasta la coronilla con los vicios de la política tradicional y no encuentran quién las represente. La incertidumbre reina y están a la baja las apuestas porque una tercería tome cuerpo. Lamentable sería que desperdiciaran la oportunidad que tienen de colarse con un candidato único en la segunda vuelta presidencial, y de llevar al Congreso una bancada de peso. Lamentable que sus dirigentes no estén a la altura del desafío y que por cuenta de su incapacidad para lograr un acuerdo sobre una base programática mínima, no solo entierren la posibilidad de una tercería, sino que terminen tendidos en la lona el Polo y la Alianza Verde porque no alcancen el umbral. Lamentable.

Fuente: El Espectador