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La reaparición del fantasma de Yidis Medina es un giro dramático para recordarnos lo peor que se ha hecho con el pretexto del uribismo.
A esa hora de la madrugada en la que nadie saca nada con mentir, por aquella finca sinuosa llamada ‘El Uribismo’, deambula el fantasma de Yidis Medina con su paso triste de haberlo visto todo. Ha quedado libre. Acaba de pagar cinco años de cárcel por el primer “cohecho” de la historia cumplido –según han dicho los demás sospechosos– por una sola persona. Para obligarla a podrirse en prisión, para sepultarla allí donde nadie pudiera escucharla, sus infames enemigos quisieron hacernos creer que participó en el secuestro de un par de personas, pero hace unos días ha sido más que comprobada su inocencia: la señora Medina fue “una corrupta”, sí, pero nunca en su vida fue “una secuestradora”. Y ahora va por ahí, la excongresista espectral, repitiendo la letanía “el único delito que yo he cometido es haber votado a favor de la reelección de Álvaro Uribe a cambio de prebendas”.
Y entonces dan ganas de condenar a los que se las ofrecieron. Y vienen, después, escalofríos.
Vivir es ir perdiendo el asco: ir aprendiendo a ponerse en los incómodos zapatos de los otros, ir entendiendo que la barbarie y la vanagloria y la mezquindad que se ven afuera están también adentro, ir convirtiendo, en fin, “la condescendencia” en “el respeto”. Yo, en el empeño de no caer en la tentación de ningún fanatismo y no permitir que mi vanidad se vaya tomando habitación por habitación mi forma de ser, he estado tratando de –y no es nada más ni es nada menos que un ejemplo, y jamás lo he conseguido del todo– no perder de vista que el uribismo no viene de la estupidez ni del cinismo ni de la pereza, sino de la terca ilusión de que en Colombia exista un líder que sea exactamente lo que dice. Tengo a la mano a un par de uribistas críticos que saben muy bien por qué lo son, por qué lo han sido. Y reconozco que Uribe se parece mucho al personaje que interpreta: frentero e iracundo.
Y sin embargo, ahora que el expresidente, inhabilitado para volver una vez más a una silla que considera suya y sólo suya, se ha atrevido a lanzar al ruedo a un puñado de candidatos a su imagen y semejanza, pero a escala (y todos andan por ahí declarando, al unísono, que el país es gobernado por “derrochones” que van a entregarnos a “los terroristas”), estoy convencido de que la reaparición del fantasma de Yidis Medina es un giro dramático para recordarnos lo peor que se ha hecho con el pretexto del uribismo.
Yidis Medina acaba de volver al escenario borroso de la política colombiana para que no se nos ocurra olvidar que importantes funcionarios del gobierno de Uribe le ofrecieron el cielo y la Tierra y una que otra notaría si acaso cambiaba su publicitado voto en contra de la reelección, prepararon montajes siniestros con el propósito de convertirla en este personaje malévolo que tantos siguen condenando al infierno, y luego fueron capaces de dormir en paz mientras ella empezaba a pagar 32 años de cárcel por un crimen –un secuestro– que sabían bien que no había cometido. Yidis Medina es en el peor de los casos la prueba reina que hemos estado encontrando, y olvidando y volviendo a encontrar, de que la temible corte uribista no se quiso ni se supo ni se pudo ir nunca del poder, cruzó los límites de la ley y la cordura y la dignidad con una convicción que suele vérseles a los villanos de los cómics, e hizo todo lo que estuvo a su alcance para quedarse con las tres franjas de la bandera de Colombia.
Dicen los expertos que los fantasmas sí se quieren ir de aquí, pero que nosotros no les permitimos que nos dejen: el fantasma de Yidis Medina estará acá, confesándose una y otra vez en plenas elecciones, hasta que nunca más volvamos a caer en la trampa de pensar que Uribe es el hombre que parece.
Ha sido tan estupenda la labor de desinformaciòn que han hecho Jose Obdulio, Yamhure y su banda que media Colombia percibe a la corrupta Yidis hoy en dìa como la enemiga numero uno de la reelecciòn de Uribe.
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