Un gobernante está para gastar su capital político en actos que son impopulares. Santos es un estadista y a diferencia de su antecesor que sólo trabajaba para las encuestas, Santos trabaja para el país y para el futuro. Obvio que lo más fácil en este momento es la guerra sin cuartel, como la que se libra contra las drogas, así no haya resultados. A la gente le gusta el ruido de los sables, adora los uniformes y aplaude todo lo que sepa a guerra así no participen sino detrás de los escritorios. Es la moral de los voladores. Se pasa bueno viéndolos explotar, así duren unos segundos.

¿Alguien se acuerda de Jaime Castro, el estupendo alcalde de Bogotá que inició la era de los grandes alcaldes? Muchos dirán ¿y éste quién es? Durante su gestión puso orden en las finanzas de Bogotá, la reorganizó administrativamente, la volvió eficiente y así se la entregó a Mockus que tuvo la fortuna de encontrar las arcas llenas para comenzar la transformación hacia afuera. Pero esta labor silenciosa de los estadistas no se ve y solo la historia se los reconoce.

Santos está construyendo un nuevo país. Internacionalmente se le respeta porque ha hecho lo que muchos no han podido hacer en sus países, pagar la deuda social de un conflicto armado interminable. Igual puso en cintura las regalías, aplicó la experiencia chilena de la regla fiscal y con las nuevas reglas de juego pretende redistribuir la riqueza del suelo. También la reforma tributaria reorganiza las finanzas poniendo a pagar a los que más tienen, favoreciendo el desarrollo.

Terminar la guerra es otro de sus retos e hizo lo impensable, sentó a las Farc a conversar, puso paz en las fronteras, reactivó nuestro comercio internacional y me haría largo enumerando los nuevos focos de desarrollo. Pero son cosas que sólo se van a ver en el tiempo porque las grandes obras, las que perduran en el tiempo, se demoran en ver sus resultados. Colombia va por buen camino y los grandes actores mundiales aplauden la gestión de uno de los mejores presidentes que hayamos tenido.

Pero los que sólo piensan en el minúsculo presente, lo insultan a destajo. Añoran al culebrero que se inventaba desmovilizaciones, que le ponía zancadilla a la justicia, el tramposo, el de la moral del atajo, al que su pequeña mente sólo le daba para la microgerencia, como la Laura Bosso de la política, echando un alcalde un sábado, prometiendo un mercado en el siguiente y abrazando a la señora de los tintos en el otro, prometiéndole una beca. Claro que las hormigas son necesarias, como los porteros y las vivanderas.

Pero de esos hay muchos. En cambio los estadistas son pocos. Y por fortuna Colombia tiene a uno de ellos. Qué lástima que la algarabía del gallinero les impida ver lo que es un buen gobernante. Pero eso no es exclusivo de Colombia. La gente prefiere al payaso que al director de orquesta. Es más vistoso.