Los encuentros secretos de paz de Álvaro Uribe

Para terminar una guerra hay dos maneras. Se aniquila al enemigo o se dialoga con él. No hay otras. En el gobierno del presidente Uribe se realizó la más contundente ofensiva militar de la que se tenga historia y el resultado fue que las Farc, durante los primeros seis años, fueron arrinconadas, pero no derrotadas.

La guerrilla, entonces, abandonó su guerra de posiciones que llegó a su más alto grado con la toma de Mitú y regresó a la guerra de guerrillas, dispersándose en pequeñas cuadrillas de no más de 20 hombres, mientras regresaban a las montañas de la Cordillera Central donde nacieron, se refugiaban en lo profundo de la selva o en los países limítrofes.

Allí, a partir de 2008 (Semana tiene un buen recuento y aquí en el Foro se publicó y discutió arduamente hace unos meses) volvieron a la ofensiva en pequeña escala, sobre todo en Cauca y Nariño, cobrando protagonismo el Sexto frente de las Farc.

Siguiendo las palabras del propio Uribe, la culebra no estaba muerta. Pero más todavía, tan consciente fue Uribe de que no se podía derrotarlas militarmente que a partir de 2009 quiso dialogar con ellas dentro de un proceso de paz.

Si era factible un triunfo militar, si era verdad que ya estaba cerca del fin del fin, si la aniquilación estaba a la vuelta de la esquina, ¿para qué dialogar? Se dialoga con el que no se puede vencer por las armas. En la II Guerra Mundial no había lugar a diálogo con Hitler sino rendición porque su ejército estaba derrotado.

Con el M-19 no se dialogó porque estaba vencido militarmente. Sólo se negociaron los términos de la rendición. Igual con el Quintín Lame. ¿Por qué Uribe, en cambio, si ya estaban derrotada las Farc o al menos tan débiles que sólo era cuestión de tiempo su aniquilación, quiso iniciar un proceso de paz?

Las Farc perdieron batallas en la era de Uribe, pero no perdieron la guerra. Se debilitaron pero no al punto de la derrota final. Como los camaleones se adaptaron a las circunstancias y las ventajas de no tener un líder sino una dirección colegiada, les permitió seguir en la pelea pese a perder a varios de sus comandantes.

Esperemos que el proceso de paz que Uribe quiso pero no pudo poner en marcha, lo haga ahora Santos. El país necesita de la paz, que empieza por la buena fe de las partes. Creo que el gobierno actual si quiere explorar este camino. Ojalá las Farc lo deseen también.

Y sobre todo, si de ahí nace un proyecto político, confiemos que la extrema derecha no le atraviese un palo a la paz y, como en el pasado, los reincorporados y simpatizantes terminen asesinados como sucedió con el genocidio de la Unión Patriótica.

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