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El Principio de Petro está acabando con el alcalde

Por: DANIEL SAMPER PIZANO

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Daniel Samper Pizano

De cómo un exitoso senador ha subido hacia abajo en la Alcaldía de Bogotá y debería enfrentar las críticas que le formulan.

Advierte el famoso Principio de Peter que "en una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia". Trasladado a la política, se diría que "todo político exitoso tiende a buscar escenarios más altos, hasta alcanzar su nivel de fracaso". Podría denominarse Principio de Petro, en referencia al alcalde de Bogotá, notable caso de un hombre público que, por subir, bajó.
Admiré mucho al senador Gustavo Petro. Como ciudadano, me sentía reivindicado por sus debates contra la corrupción, sus valientes denuncias sobre el paramilitarismo, su resistencia a transigir con un sistema explotador, oscurantista, antidemocrático. Su excelente papel como senador lo indujo a buscar escenarios más altos, y apuntó a la Presidencia de la República. La nueva ambición lo hundió en las aguas negras que antes quiso purificar: hizo malos amigos, pidió votar por personajes que había combatido (i. e., un Procurador general de extrema derecha) y empezó a ver enemigos en sus propias filas. Náufrago de la Presidencia, se agarró al salvavidas de la alcaldía bogotana. Y, al ascender a esta cumbre, ha alcanzado su nivel de incompetencia.
En política, la incompetencia no solo se mide por los errores cometidos y las tardanzas en que se incurre, sino por la rapidez con que el hombre público se aproxima a lo que antes criticaba. Llegado a la alcaldía, y tras una primera etapa de perplejidad y quietud, Petro optó por lanzar martingalas distractoras, como son un tranvía sin rieles y una plaza de toros sin toros, bombas de humo que habría atacado como senador. Luego siguió la ruptura con sus colaboradores más leales, como Antonio Navarro Wolff, María Valencia y Daniel García-Peña.
Petro enfrenta hoy en el Consejo de Estado un proceso que pretende despojarlo de la calidad de senador que tuvo, so pretexto de que la Constitución (artículo 179) prohíbe elegir legisladores que hubieran sido condenados a penas privativas de la libertad. Siendo miembro del M-19, Petro estuvo varios meses en prisión por porte de armas. Pero el juicio no debería adelantarse contra él, sino más bien contra las autoridades militares que lo encerraron sin sentencia formal y lo torturaron. Por si fuera poco, lo ampara un indulto y en último caso lo eximiría la propia Constitución, que excluye los delitos políticos de la norma citada.
En mi modesta opinión, Petro es inocente de los cargos que examina el Consejo de Estado. En cambio, me preocupa que haya optado por blindarse de silencios en circunstancias en que la misma Constitución (artículo 23) lo obliga a responder. Ya no me refiero solo a la poca claridad de la alcaldía al responder críticas sobre la calidad del agua de Bogotá, sino a una serie de preguntas que, con respaldo en documentos en poder de las entidades de control, ha formulado de manera reiterada el columnista Felipe Zuleta.
El cuestionario plantea posibles vínculos corruptos entre el alcalde y los tristemente célebres hermanos y primos Nule, presos por irregularidades en jugosos contratos municipales. Zuleta acusa a Petro de recibir 80 millones de pesos de los Nule; de apoyarlos en el juicio que se les sigue; de contar con la asesoría de personajes cercanos a los funestos contratistas; de haberse reunido en varias ocasiones y mantener actual amistad con ellos y de haber ratificado varios contratos de la administración distrital con las cuestionadas empresas.
Son acusaciones sumamente graves que el alcalde debería enfrentar para tranquilidad de todos. ¿Qué habría opinado como senador si sus denuncias hubieran tropezado con silencios parecidos? El Principio de Petro podría acabar tragándose al alcalde.
ESQUIRLAS. 1) Digámoslo con toda claridad: el vicepresidente Angelino Garzón le haría un favor al país si dimite. 2) Llueven insultos y amenazas sobre Alejandra Azcárate por una desafortunada columna sobre las gordas. No exageremos. La libertad de expresión no sería libertad si no abarcara la posibilidad de equivocarse y de incurrir en humor incorrecto.

Daniel Samper Pizano
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Tomado de El tiempo.com