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John Dillinger 02-05-2012 22:01:55

Las enfermedades del Magdalena
 
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La cuenca del Magdalena-Cauca tiene una superficie total de 273.459 km2, equivalente al 24% del territorio colombiano. En ella habitan 32,5 millones de personas, es decir, el 77% de la población. Es la quinta cuenca más grande de Suramérica y por ella transitan casi 200 especies de peces (23 de ellos comercializables), de los cuales más del 25% no habitan otro lugar en el planeta sino allí.


Tiene la mayor riqueza de ecosistemas de agua dulce de Suramérica y tiene una altísima producción hídrica vertiendo en el Caribe un promedio de 7.100 m3/s. El gran río Mississippi vierte al golfo de México casi el doble, pero con una cuenca que es 12 veces más grande. Así es el Magdalena y nos pertenece a los colombianos.

Pero el creciente deterioro ambiental durante los últimos años va haciendo mella en su extraordinaria biodiversidad y productividad afectando su sostenibilidad ambiental y socioeconómica. Quiero explicar lo anterior con algunos ejemplos.

En pesca, la captura se desplomó penosa y vergonzosamente en los últimos 30 años pasando de 80.000 toneladas/año a tan sólo 8.000. Esto afectó a los más pobres de los pobres. Mientras una hectárea de pesca en producción industrial puede llegar a producir hasta 20 toneladas de peces, una hectárea promedio en producción ganadera quizá pueda producir una a dos toneladas.

En hidroenergía, la planeación de la misma debería hacerse a 50 o 100 años. Tomar decisiones informadas de qué se gana y qué se pierde con los proyectos. Las decisiones deberían tomar en cuenta los valores ambientales y límites de alteración, sus potenciales energéticos, los servicios ambientales, las conectividades y los hábitats físicos. De esta manera estaríamos tomando decisiones que favorecen a los colombianos, a su medio natural y a los inversionistas. Hoy en día vamos a ciegas, licencia a licencia, sin visión de cuenca. Manda el mercado, no la planeación para la sostenibilidad.

Durante la pasada ola invernal las descargas del río llegaron a los 18.000 metros m3/s inundando más de un millón de hectáreas adicionales a las periódicas, con un costo para los colombianos que puede estar cercano al 3% del PIB. Las inundaciones sucedieron en gran medida por la pérdida de sus hábitats, desecación de ciénagas y afectación de sus planicies. Si seguimos obstinadamente desecando la Depresión Momposina, La Mojana y la Zapatosa, si seguimos taponando conectividades entre sus humedales para ganar unas hectáreas para agricultura o ganadería, perderemos el sistema más eficaz de mitigación de inundaciones y el río inundará otras zonas, generando costos que pagaremos todos. ¿Qué tal un gran proyecto para recuperar humedales, ciénagas, meandros y rondas del río? Sería más barato, más costo efectivo en el largo plazo.

En cuanto a la minería, nuestros pescadores y pobladores no sólo pierden fuentes de agua potable, sino que rayando en lo demencial y criminal, terminan consumiendo peces envenenados por mercurio. Los mineros a su vez exponen su vida con emisiones y contactos peligrosos para lograr la recuperación del maldito oro. Nunca he podido entender por qué las sociedades le han otorgado tanto valor al oro, si en realidad es un metal que sirve poco o nada, pero está metido en el ADN de la vanidad humana. Sí, ya sé que me dirán que lo usan los iPhones. En todo caso, no sirve para más que eso.

En infraestructura, en el Canal del Dique ya llegando a Cartagena, el Ministerio de Transporte enderezó y amplió el cauce de dicho canal, antes sinuoso, para efectos de navegación. Como consecuencia, aumentó la velocidad y el caudal de sus aguas, y 30 años después tenemos la colmatación de la ciénaga de la Matuna; 3,5 kilómetros de sedimentos dentro de la bahía que amenazan cortar el paso de los barcos al terminal y, de postre, al dulcificar el mar y entrar los nutrientes al mismo sin el tratamiento benéfico que proveían las otroras ciénagas y manglares, hemos decretado la muerte de los corales de las Islas del Rosario.

Todo esto es dramático, porque gran parte de la economía de esta región, desde el lanchero hasta el hotel más encopetado, viven de estas aguas y corales. Idos los corales, idos los turistas, a rebuscarse el sustento en otra parte.

Pero existe una causa de deterioro que no es reseñada o nombrada generalmente: nuestra falta de planeación y visión de manejo integral de la cuenca. Hasta ahora, más o menos estamos todos contra todos. El minero, el energético, el pescador, el agricultor, el ambientalista, todos van por su lado. En este sainete, todos perdemos.

Si no empezamos a pensar en la integralidad, no sólo no maximizaremos los beneficios de la cuenca, sino que arriesgamos aquellos que nos brinda sin costo como la purificación del agua (única empresa de alcantarillado que no cobra por su servicio), pesca, amortiguación de crecientes, retención de sedimentos, enriquecimiento de suelos en planicies inundables, entre otros.

Todos estos bienes y servicios no se visibilizan en la contabilidad nacional, no están incluidos en las grandes discusiones nacionales. Se favorecen las decisiones de corto plazo con grandes inversiones en infraestructura gris. Si se le diera una oportunidad a la inversión en la infraestructura verde como parte de la solución, tendríamos un mayor retorno a la inversión, un ambiente mejorado, una sociedad más rica, más próspera. ¿Por qué no hacerlo?



El Espectador


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