DeNunCianDo - El infame paso del tiempo en la calle

El infame paso del tiempo en la calle

-Gracias por haberme escuchado. Hacía tiempo no hablaba con personas de verdad -fueron las palabras de Manuel, su modelo numero 65.
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Con una sombrilla negra que aún gotea, un joven de barba poblada y entradas prominentes planta su mirada en mis ojos -una cara que vestida con otro atuendo podría ser el autorretrato de su secuencia fotográfica-. El cuerpo menudo de Emilio Aparicio se acomoda en la silla metálica del auditorio helado que concentra la temperatura de una tarde lluviosa de Bogotá. Sus manos cobijan una pequeña caja metálica que atesora un centenar de fotografías instantáneas, el recuerdo de una colección de amistades vagabundas. A sus 23 años Emilio tiene 100 amigos que habitan las calles del centro. Malolientes, mal vestidos, con costal al hombro y aspecto agresivo, los habitantes de calle, indigentes o como quieran llamarlos, pero primordialmente seres humanos, son los protagonistas de los retratos expuestos en las paredes de su universidad.
Fotografías en blanco y negro de 1 x 1.50, perfectamente ampliadas y colgadas son el testimonio de un trabajo vivencial. El resultado del estudio itinerante en busca de modelos naturales, auténticos, que se atrevieron a posar sin importar los dientes rotos y los peinados desgreñados. Un fondo blanco que descubrió esos ojos que esquivamos en el día a día, que magnificó los rostros tapados por la mugre y los adornó para que los pudiéramos ver sin miedo. El encuentro con seres humanos aparentemente de piedra pero dispuestos a regalar una sonrisa a cambio de una foto. “¿me regalas la foto? Esas son instantáneas: yo le tomaba fotos de esas a mis hijos”, pide Fanny, una de las pocas mujeres que tiene entre sus retratos.
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Emilio creció con una cámara en la mano. Desde los 7 años el poder de la fotografía se le reveló en las miles de imágenes fijadas en los rollos que ,uno tras otro, rodaban por el respaldo de su cámara análoga. Su incontrolable sensibilidad lo empujaba a disparar sobre todo lo que veía a través del visor. Una obsesión descontrolada que se especializó en La Salle College y finalizó con una tesis ansiosa por traspasar las paredes del auditorio.
-La galería más grande del mundo es la calle -dice Aparicio sin quitarme la mirada. Su exposición es para las galerías impecables, los comerciantes de arte ni los curadores, sino para hombres y mujeres vetados en estos recintos. Sus clientes son ellos, los que vemos todos los días como una basura ambulante.
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“Uy, ¿Eeta foto sabe qué? Me va a ayudar mucho a cambiar mi vida. Me dejó impactado, hombre. Esta foto me ayuda a reflexionar tanto bacán. Es como… Mirarse a un espejo y decir: Jueputa, ¿Que estoy haciendo con mi vida? ¡Quiero salir adelante! ¡Qué chimba! Me siento re contento. Créamelo porque esto me va a ayudar a recapacitar mucho”, dice Michel mientras se ríe y observa la foto instantánea.
Cuando estudiaba arquitectura surgió una convocatoria de fotografía sobre movilidad, la oportunidad que lo inició en las andanzas con su cámara al cuello. Emilio recorría el centro en medio de Transmilenios, buses y zorras, mientras disparaba en busca de la foto ganadora. Al llegar a casa descargaba las fotografías y en las más de 200 que tenía para escoger, siempre estaba presente la indigencia. En esta búsqueda se encontró con un hombre que lo transportó a su vejez. Una persona de quien no conocía ni su nombre pero que por su parecido físico lo acercaba a un mundo de miseria y desprecio. Una sola imagen que le abrió la ventana hacia múltiples personalidades de niños, ancianos y mujeres que podrían estar en la piel de cualquiera. “Fui reportero gráfico en Cali y conozco todo tipo de cámaras pero manuales. Yashica, Olympus, Canon ¿Sabe que le aconsejo? Para una cámara réflex le voy a aconsejar estoy filtros. Óigalo bien”, son las palabras de Fernando.
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“Hacía tiempo no hablaba con personas de verdad” es una investigación que poco tiene que ver con estudios fotográficos y salones de clase. Es un trabajo documental que vuelca la mirada hacia una población marginada con la que nos estrellamos todos los días. Un proceso de identificación: de encuentro con seres humanos, la demostración viviente del anarquismo en el siglo XXI. Vagabundos que cargan el día a día en sus espaldas, sin hogar, ni familia, sin nada que perder. “Las fotos me traen recuerdos. Totalmente vuelto nada, diferente a lo que estaba antes. Yo tenía mi trabajo, tenía mis cosas, tenía todo, pero si estoy muy diferentes. Uhh yo nunca había estado así tan acabado”, cuenta Juan Carlos con mirada vaga.
El reto de Aparicio era escuchar a cien de las 10.000 personas que viven en medio de las drogas, la muerte y la prostitución. Ingresar a un mundo de resentimiento y hostilidad prohibido para sus castigadores. Un proceso de observación y reflexión libre del amarillismo y la porno miseria de la que se nutren los ladrones de almas. Un fotógrafo que activa energía donde pone el ojo, que quiere compartir su visión con la ciudad entera a través de las 100 fotografías impresas en papel adhesivo que le podrían costar más de cinco millones de pesos.
-Aprendí a no juzgar a la gente por cómo se ve, a respetar y a valorar a cualquiera por su condición humana.-
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“Yo pago una piecita en el Bronx”. El Bronx es la calle de expendió y consumo de drogas más grande de la ciudad. En esos 100 metros entre las calles novena y décima y las carreras 15 y 15a viven más de 2 mil personas, y según registro de las autoridades, el 80 por ciento de indigentes que se concentran allí con provenientes de ciudades distintas a Bogotá. “Hace 4 años vivo allá y cuando uno sale de esa puerta para acá es una vida diferente. Allá sientes el frío de la muerte” , dice Manuel.
“…Y gracias, de verdad, por haber hablado conmigo… Hacía tiempo no hablaba con personas de verdad. Con personas”.