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Acerca de MegaUpload (reflexión personal)

Tras comentarle a mi novia la noticia sobre el cierre de MegaUpload, ella, muy inocentemente, me dijo: “y ahora qué vas a hacer, si todo lo tuyo es pirata”. La pregunta, libre de toda maldad, no me hizo sentir mal, pero me dejó pensando y descubrí que tiene razón; todos los programas de mi computador son piratas: toda la familia Adobe (Flash, Dreamweaver, Photoshop, Illustrator, Fireworks) Office (quién no) todos los juegos e inclusive pequeños programas, como aquellos de edición de video (Total Player) uno llamado VideoAvatar (para crear imágenes GIF) y hasta el VirtualDJ.

También recurro a la piratería para ver películas, y no solamente aquellas que se consiguen en los nuevos negocios de videotiendas de barrio, sino todas las series y documentales que veía a través de páginas como Cuevana, que evidentemente vulneran los derechos de autor y propiedad intelectual que tienen dichos cortometrajes.

Pero volviendo a la pregunta que me hiciera mi novia, ¿por qué no me sentí mal por su comentario? Aparte de las posibles explicaciones existencialistas que pudiera darme, creo que el principal motivo es que no soy el único en cuya vida la piratería es un denominador común, y como bien dice la frase: “mal de muchos, consuelo de tontos”; pero incluso más allá, la piratería ha dejado de ser vista como “un mal” y se ha convertido en una parte aceptable, recurrente e incluso necesaria en nuestras vidas.

No es objeto de esta reflexión hablar sobre toda la infraestructura económica que se ha creado alrededor del tema, como lo son los nuevos negocios de rebusque a través de la venta de películas, programas y videojuegos piratas, pero vale la pena mencionar el mercado tan extenso que se ha formado alrededor del tema, y que no lo sería si no fuese porque tiene un público objetivo que lo consume (obviamente, yo incluido). Aquella nueva forma de negocio ya es tan común entre nosotros, como ir a comprar el pan en la panadería de la esquina e incluso hemos llegado a tratar despectivamente a quien no lo frecuenta, como si de un moralista patético se tratara.

Es precisamente sobre ese último punto en que recae mi reflexión; el cierre de MegaUpload, independientemente de la legalidad procesal con que se hubiera hecho, lo que ha levantado en muchos es la sensación de que se nos ha restringido un acceso a la libertad de información, de intercambio, de comunicación, etc, al punto que las amenazas de los colectivos de hackers ó crackers, como los quieran ver, no cesan y recurren a la invocación de estos derechos para legitimizar sus ataques. Pero la pregunta es, ¿Qué tan legítima llega a ser la defensa de robar (porque no es otra cosa) la producción y el trabajo de alguien, bajo el argumento de la defensa de los derechos a la información?

Habrá quien quizás sostenga, con conocimiento de causa o sin él, que la información compartida a través de estos portales debe ser protegida como un medio de libre intercambio, como lo es un correo electrónico, al que se pueden adjuntar archivos y cuya propiedad intelectual no es objeto de revisión; o un simple mensaje a través de Messenger, o el hecho de que se intercambien links por medio de publicaciones en Facebook, o cualquier otro medio de intercambio que ofrece la red de redes, y eso es cierto; por ello la paranoia, justificada, a la aprobación de una Acta como SOPA y similares, pero fueron los creadores de los portales ahora perseguidos por la justicia norteamericana quienes prostituyeron el concepto de intercambio de información (incluidos también nosotros los usuarios, sin quienes los portales no hubiesen tenido el éxito que tienen) y quienes de una manera dolosa (que pretende demostrar el FBI) se enriquecieron a costa del trabajo de otros.

Lo que en un primer momento se ofrecía como un servidor para el almacenamiento virtual de archivos, que permitía el acceso a la información guardada desde cualquier computador con conexión a internet (al estilo Skydrive) se convirtió en un hidra de constante saqueo y robo, a la llegó a llamarse “Ventana de Información” y a la que muchos pretenden defender.

Mr. Corpuscle es el Nick de un afamado diseñador de páginas web, quien publica sus obras en el portal Template Monster; sus diseños están valorados entre 500 y 950 dólares. La creación de cada diseño le toma alrededor de dos a tres semanas, en las que invierte su tiempo y su talento con la incertidumbre de si sus diseños serán lo suficientemente buenos para captar la atención de alguien que esté dispuesto a pagarle; lamentablemente, sí hay muchos a quienes les ha interesado el trabajo de Mr. Corpuscle, pero que no están dispuestos a pagar ni un dólar por su labor, porque pueden descargar sus obras a través de los cientos de portales de “libre” intercambio de información; antes incluso, prefieren pagarle a los creadores de dichos portales por una acceso preferencial al bando de ancha de los servidores.

¿Es entonces justo con Mr.Corpuscle, que cuando aquellos que se lucran indirectamente con su trabajo son perseguidos por la justicia, aparezca quien defienda la existencia de los servidores a través de los que se descargan sus obras, e incluso se autolegitime para lanzar un ataque a los perseguidores?

Es esta apenas una reflexión que he hecho sobre el tema, viendo los varios lados del polígono (porque el asunto no se resume en una moneda) y las conclusiones a las que he llegado.

Quizás por esto no elimine los programas que atestan mi computador o deje de comprar una película pirata en la “videotienda” del barrio, pero reflexionar me ha permitido descubrir que guardar algún tipo de “luto” por una persona que se daba una gran vida a costa del trabajo de otros, me haría sentir copartícipe de una de las peores aberraciones capitalistas a las que puede llegar el ser humano.

El colectivo Anonymous criticaba –o aún critica, no sé – los robos de los gobiernos, de las corporaciones, de los “dueños del mundo” y nos invitaba a reconstruir los valores de nuestro mundo occidental, pero al día de hoy se han convertido en copartícipes del desfalco y el robo de muchos para enriquecer a unos pocos.