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ALBAFIKA DE PISCIS 15-01-2012 06:24:34

El héroe de Madalla
 
El héroe de Madalla
La matanza en la iglesia nigeriana de Santa Teresa pudo haber sido mucho mayor sin la valerosa intervención del sacerdote. Aún así, el brutal atentado islamista causó 44 muertos

Solo. En silencio. Ajeno a las miradas inquisitorias de la cámara, el pequeño nigeriano raspa con fuerza el barniz del frío mármol. Pese a su fe ciega, los esfuerzos son en vano: el esmalte encarnado aún continúa indeleble en la blanca figura. Tras unos minutos, la criatura —no mayor de seis años— ceja en su esfuerzo. Por su gesto, los dedos deben de estar aún doloridos.

Desde la pasada Navidad, el páramo de la iglesia de Santa Teresa de Madalla —una pequeña localidad situada 60 kilómetros de la capital nigeriana, Abuja— es pasto habitual del juego de los chiquillos locales. Los entretenimientos no son menores: agujeros infinitos, figuras enormes o simple curiosidad ante lo inmenso de las instalaciones.

Pese a lo ruidoso de sus actos, nadie muestra su desaprobación. Sobre todo, porque a cada nueva risa, el infierno queda más lejos. En este mismo lugar, el pasado 25 de diciembre, un atentado de la milicia islamista de Boko Haramse cobraba la vida de al menos 44 personas y dejaba más de un centenar de heridos. La Piedad (y su frío mármol) continúa aún ensangrentada. «Eran cerca de las 8 de la mañana», recuerda a ABC el reverendo Isaac Achi, párroco del templo. «Nada más terminar la tradicional misa de Navidad, los fieles comenzaron a salir del templo. Fue entonces cuando un coche bomba hizo explosión».

Sin apenas pestañear y con la calma propia del paso del tiempo, el reverendo prosigue su enumeración de los hechos: «A mi salida, el espectáculo era ya dantesco. Decenas de cuerpos carbonizados se apilaban en las calles, mientras los supervivientes aullaban sin destino». La masacre, lo cierto, pudo haber sido mayor. Más aún, cuando la intención primigenia del suicida (evitada a última hora por la seguridad) era dirigir el vehículo al interior del centro religioso.

3.500 fieles cada domingo
No fueron los únicos adalides. «Cada domingo, a Santa Teresa acuden cerca de 3.500 personas (excluyendo menores de edad). Si no llega a ser por la intervención del reverendo Achi, estaríamos hablando de una carnicería inconmensurable», comenta a ABC el parroquiano Modestus Nnamani, quien colaboró en las tareas de salvamento. Su narración no deja lugar a la duda. «Nada más producirse la explosión, ante la ola de pánico generada, los fieles comenzaron a enfrentarse con la Policía. En ese momento, el párroco realizó un llamamiento a la calma y a que todos los feligreses se concentraran en el interior del templo», asegura Modestus.

«Cuando las fuerzas del Estado comenzaron a disparar, el reverendo puso su pecho entre los muros de la iglesia y las ametralladores. Buscando ser la primera víctima. Él es el verdadero héroe de Santa Teresa». El destinatario de los halagos interrumpe, molesto, el final de la crónica. La palabra «héroe» le incomoda. Durante tres días estuvo recogiendo partículas humanas de los muros de la iglesia, una tarea ciertamente esquiva a cualquier gloria. Su misión es otra.

Desde 2004, este nigeriano que roza la cincuentena es la principal voz espiritual de la comunidad cristiana de Madalla. Unos «dominios», castigados por la deficitaria política presupuestaria del Gobierno de Abuja, y que ciertamente permanecen alejados de cualquier Olimpo.

En sus calles, no resulta extraño comprobar cómo el precio del progreso se pierde entre piras funerarias repletas de escombros, mientras centenares de marabúes —un ave carroñera característica de la región (que no destaca precisamente por su belleza)— asisten impávidos al espectáculo.

Porque en Madalla, a cada paso, se suceden exponentes de la tragedia navideña, pero sobre todo, de la miseria diaria. Inocent Korongo es uno de ellos. Alejado del maniqueísmo que suele hinchar la gloria de las víctimas de cualquier barbarie terrorista, de este joven tan solo diremos que era, simplemente, un ser humano. Nada más. Y más que suficiente.

Entre lágrimas, su madre —Pauline— también elude cualquier oda innecesaria a la memoria de su vástago. Durante cinco días, esta mujer de cuarenta años veló en la unidad de cuidados intensivos el alma de su hijo. Su cuerpo —destrozado tras la explosión— no aguantó ni una hora más. «Cada mañana me levanto buscando a mi hijo entre sueños», reconoce Pauline. «Pero la pesadilla nunca acaba».

La tragedia, puerta con puerta
Sentada. En silencio. La mujer se pierde en el recuerdo de su hijo (22 años) y marido (52), también fallecido en el atentado, mientras de escolta improvisado ejerce Thomas, retoño perteneciente a sus vecinos de escalera. No es casualidad. Desde la muerte de sus familiares y sin cesar ni un segundo, el pequeño acompaña, cual lazarillo, en su tristeza a la mujer. Aunque eso sí, sus apenas cinco años le impidan demostrar cualquier tipo de empatía con la magnitud de las lágrimas.

Puerta con puerta con los sollozos de Pauline, descansa la familia de Uche Bonavente, un joven para el que las heridas de Navidad no son solo morales, también físicas. Su cuerpo, abrasado por la furia islamista, es el verdadero lienzo de estos crímenes de primer grado: «Fue como si el infierno hubiera abierto sus puertas. Su señal, un inquietante silencio (el nigeriano ha perdido la audición en uno de sus oídos) todavía me lo recuerda».

Sin embargo, la miseria de Bonavente no se limita a las cicatrices que recorren su cuerpo. En la actualidad, este mecánico de profesión sobrevive con apenas 20.000 naira (poco más de 100 euros) al mes. Unos emolumentos a todos visos insuficientes para sostener a una familia de tres miembros. Y menos aún para el tratamiento de sus heridas. «Esta mañana fui dado de alta en el hospital. Ahora toca la recuperación sin medicinas», se resigna el joven.

Tres calles más abajo, Chioma Dike sonríe al vernos pasar. Acaba de volver del hospital. Las noticias son buenas. Parece que sus dos hijas saldrán adelante. A falta de champán, brindamos con té aguado. El último recuerdo, para los que ya no están.

«Hay que seguir»
Dike perdió a su marido y tres de sus hijos en el atentado. «Justo acabábamos de abandonar el acto religioso cuando la explosión nos sobrevino. Ese día se acabó mi vida pasada y comenzó una nueva. Aunque no hay tiempo para la tristeza. Debemos seguir luchando», reconoce la mujer, a solo unos metros de un altar improvisado dedicado a su prole.

Pese a su magnitud, las tragedias de estas tres familias no son casos aislados en Nigeria. Desde su fundación hace apenas una década, la milicia islamista Boko Haram —«la educación occidental está prohibida», en el dialecto hausa y también conocido como Al Sunna wal Jamma, o «seguidores de las enseñanzas de Mahoma» en árabe— se ha convertido en fiel reflejo del fallido experimento demográfico del país africano: más de 167 millones de personas repartidas casi a partes iguales entre cristianos, sur, y musulmanes, norte. No en vano, solo en 2011, al menos 491 personas fueron asesinadas a sangre fría por el grupo rebelde.

«Mi primera tarea ha sido la de evitar cualquier tipo de venganza contra la comunicad musulmana por parte de nuestros fieles», destaca el reverendo Isaac. Todavía queda mucho que hacer. El pasado miércoles, al menos cinco personas fallecían en el ataque a una mezquita de la ciudad de Benin, al sur del país. Sin embargo, no todo es infamia en este gigante irreal. «Desde que se produjo la tragedia, el principal apoyo lo hemos encontrado en los centros islámicos del barrio (Santa Teresa se encuentra enmarcada entre dos mezquitas)», señala el padre Isaac.

Un diálogo aún posible
Para el reverendo, el auxilio demostrado por los imanes locales demuestra que es posible el diálogo entre ambas religiones. «No debemos olvidar que nuestra misión —como líderes comunitarios— es educar a nuestros fieles en el respeto al prójimo, al margen del credo de nuestra parroquia».

Quizá por ello, desde que se produjera la explosión, el párroco no ha renegado ni un solo día de su quehacer diario. A cada nueva mañana, un nuevo oficio abre sus puertas en Santa Teresa. Y la fecha elegida para el primero de ellos no pudo ser más adecuada. «Era 26 de diciembre, San Esteban. Tiempo de honrar a los mártires. Y en Nigeria, a nuestro pesar, tenemos ya demasiados», destaca el padre Isaac.

El reverendo se despide. Es hora de continuar con el lavado de la Piedad. Pero sobre todo, de curar sus heridas. Porque en Madalla, a cada nueva risa, el infierno queda aún más lejos.

ABC

karenalga 19-01-2012 02:57:43

Respuesta: El héroe de Madalla
 
Que buen escrito
Muchas gracias
No solo es ver y enterarnos de la violencia propia, sino tambien de la del resto del mundo que como regla autoimpuesta siempre se enzaña contra las almas mas desvalidas.

Hannibal Lecter 19-01-2012 08:54:33

Respuesta: El héroe de Madalla
 
Se lo merecian , por ser catolicos. Segun las lumbreras ateas de Zona politica. ah! y el cura tambien debe ser pedofilo... segun las mismas lumbreras.


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