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BAJISTA 13-11-2011 20:31:58

Grito de amor y de protesta
 
Un movimiento estudiantil que hace apenas unos meses no existía logró convocar las manifestaciones más grandes desde 1971, obligó al presidente Juan Manuel Santos a retirar del Congreso su proyecto de reforma a la educación superior y tiene a su ministra de Educación contra las cuerdas. El mandatario, que estuvo en Chile en agosto, no puede dejar de verse en el espejo de su colega, que hace un año tenía una alta popularidad y la ha visto desplomarse por su manejo de las manifestaciones estudiantiles. ¿Cómo le cayó esta 'papa bomba' al gobierno entre las manos?

La globalización está trayendo a Colombia una movilización estudiantil que ha puesto a miles de jóvenes a participar por primera vez en la vida pública desde la calle. Aunque el presidente dijo que los estudiantes colombianos imitaban a los "indignados", la realidad es que la principal manifestación popular que enfrenta el gobierno de Santos no se puede entender sin el contexto global.

Los estudiantes no solo se han tomado Chile. Paralizaron a Londres la semana pasada, en protesta por el aumento de las matrículas. Y aunque en Colombia no hay nada parecido al movimiento de los "indignados", las movilizaciones en otros lares -de Nueva York a Grecia, de España a los "occupy" de Estados Unidos-, protagonizadas por jóvenes, los principales paganinis de la crisis financiera, son toda una señal de que un movimiento mundial le está pasando la cuenta a la globalización. La movilización estudiantil colombiana se alimenta de ese contexto. Y debe alarmar a un gobierno que intentó desconocerla, alegar que no la entendía y -hasta su reversazo de la semana pasada- procurar que el proyecto siguiera un curso rutinario en el Congreso.

Sin embargo, el contexto internacional no es la principal explicación de cómo un movimiento estudiantil que hasta hace unos meses no existía hizo rectificar a un gobierno que es popular hasta entre sus opositores. Hay otras razones de fondo: el veloz proceso de organización de los estudiantes; su estilo nuevo, creativo y pacífico de protestar y el manejo errático de la reforma por parte del gobierno.

El movimiento

¿Hace cuánto no se llenaba la Plaza de Bolívar con una manifestación de jóvenes en medio de gritos de "sin violencia, sin violencia", cada vez que algún incidente amenazaba descarrilar lo que, en lo esencial, fue una protesta pacífica? Muchos se hacían esa pregunta ante las caras pintadas de los estudiantes y sus coloridas demostraciones contestatarias. La plaza llena, pese a uno de esos aguaceros bíblicos bogotanos, era el resultado de un proceso que, al calor de la reforma a la educación, aglutinó a varias federaciones estudiantiles, hasta entonces marginales, en un movimiento que confluyó el jueves 10 en el lugar más emblemático de la protesta en Colombia.

Más de una docena de grandes marchas cada vez más nutridas, que empezaron no bien se anunció la reforma, a comienzos de este año, fueron el caldo de cultivo que condujo, el 20 y 21 de agosto, a una reunión a la que asistieron más de mil estudiantes de las principales organizaciones de 32 universidades públicas y de casi la mitad de las 48 principales universidades privadas. Allí se creó la Mesa Amplia Nacional Estudiantil (Mane), se hizo un comité operativo, que ha convocado las manifestaciones, y se redactó un programa de exigencias. Con la radicación del proyecto y la decisión del gobierno de no retirarlo de la Cámara, una segunda reunión de la Mane, el 15 y 16 de octubre, decidió continuar con las marchas en todo el país, llamar al paro que ha paralizado la universidad pública y convocar la 'Toma de Bogotá' del jueves 10.

Sin llegar aún a las magnitudes de movilización de entonces, muchos han hecho un paralelo con 1971, cuando el movimiento estudiantil contra la reforma educativa de Misael Pastrana se convirtió en el Mayo del 68 colombiano. Pero hay diferencias. Ahora, el gobierno asumió que la capucha, las pedreas y la confrontación con la Policía iban a ser los argumentos de los estudiantes en contra del proyecto. Y si algo sorprendió a todo el mundo y ha contribuido a darle contundencia a la protesta, es su carácter pacífico y la multitud de iniciativas creativas con que los estudiantes se han manifestado en las calles.

En la 'Toma de Bogotá' hubo momentos de tensión y en la Plaza de Bolívar estalló una papa bomba, pero esos conatos eran inmediatamente acallados por el grito multitudinario de "sin violencia, sin violencia" que brotaba espontáneamente de miles de gargantas. Abrazos y claveles a los policías antimotines, besos a los transeúntes, máscaras, comparsas, disfraces, marchas nocturnas con antorchas, 'cabalgatas' con caballitos de madera, han marginalizado el papel tradicional de los encapuchados y los enfrentamientos violentos con la Policía, han atraído amplia cobertura de los medios y han desarmado los intentos de estigmatizar la protesta como "infiltrada" por grupos ilegales.

Estos elementos contribuyen a explicar cómo fue ganando fuerza el movimiento, pero, como en las matemáticas que enseñan en la universidad, son "necesarios pero no suficientes" para entenderla. Falta un ingrediente: la conducta del gobierno -y su ministra de Educación-, que fue de tumbo en tumbo hasta el reversazo final de anunciar el retiro del Congreso de la reforma a la educación superior.

El reversazo final

El gobierno se equivocó porque creyó que la socialización de una reforma sobre un tema trascendental y que afecta a un sector deliberativo y complejo se limitaba a convocar unos foros. La ministra María Fernanda Campo confundió presentación con conciliación, y explicación con concertación. El caso es que el solo anuncio de la reforma, en marzo, tuvo pésima acogida y alebrestó a un movimiento estudiantil que llevaba años dormido. La propuesta gubernamental de crear universidades con ánimo de lucro, de aumentar los créditos educativos, de darles un mayor peso a las universidades técnicas y tecnológicas, logró unir en un frente común a los rectores de las universidades públicas y privadas en contra de la iniciativa del gobierno. Como lo dijo el portal Lasillavacia.com, "llegar con una actitud de gerente del sector privado -sin ningún tipo de respaldo técnico ni político- a imponer una agenda polémica era la receta para el caos".

La ministra comenzó un largo periplo por todo el país para socializar y concertar el proyecto, y llegó a algunos acuerdos con los rectores. Según los estudiantes, lo que hizo fue tratar de legitimarlo sin incluir la mayoría de las propuestas que ellos hicieron. Cuando el gobierno finalmente presentó el proyecto, dio un primer reversazo y eliminó del texto la posibilidad de crear universidades con ánimo de lucro. Esto envalentonó a los estudiantes. Y el gobierno cometió un segundo error: desestimó la protesta. El presidente pasó de criticar el movimiento a afirmar que si fuera estudiante, estaría marchando. La ministra insistía en que el proyecto no sería retirado y tuvo confrontaciones radiales no muy afortunadas con los voceros estudiantiles. Algunas voces en el Congreso se unieron a los estudiantes y pidieron la renuncia de la funcionaria. Tanta fue la presión que miembros de la coalición de gobierno pidieron que retirara el proyecto. Así, el día antes de la 'Toma de Bogotá', el presidente anunció que lo haría si los estudiantes levantaban el paro. Al cierre de esta edición, estaba pendiente la decisión de la Mane.

La conclusión no deja al gobierno bien parado, y a los estudiantes les deja un sabor de victoria, aunque también unas lecciones importantes. La principal de ellas es que la demostración de fuerza que acaba de hacer el movimiento tiene que complementarse con un discurso más profundo y sofisticado. Aunque hubo un grupo de voceros que presentaron argumentos sólidos y demostraron conocimiento sobre la reforma, la mayoría de las otras presentaciones se concentraron en temas de forma. Hablaron más de la metodología que debe utilizarse en el proceso de conciliación del proyecto, de la representatividad de los interlocutores y de la falta de legitimidad de un Congreso con mayorías aplastantes de la Unidad Nacional para tramitarlo, que de los temas de la reforma. La segunda enseñanza es que la credibilidad del movimiento está asociada con sus aportes conceptuales y de fondo sobre la educación. Pero en más de una ocasión los estudiantes se desviaron en sus discursos hacia temas generales e ideologizados. Hablaron de la necesidad de reformular la distribución de las regalías o de acabar el conflicto armado. Y en lo que se refiere a la educación propiamente dicha, se enfocaron en la exigencia de que la universidad sea gratuita, que es una meta a la que nadie se opone, pero que requiere estudiar su viabilidad presupuestal.

En cuanto al gobierno, por el lado político este episodio alimenta la crítica que le hacen algunos sectores en el sentido de que cada vez que se ve sometido a presión, el presidente echa para atrás. Por el lado práctico, los grandes problemas de la educación superior y la falta de financiación de la universidad pública (los rectores pidieron medidas urgentes para enfrentarla mientras se aprueba la reforma) siguen clamando por soluciones de fondo. La discusión que viene no será fácil (ver artículo). En buena parte porque el intento del gobierno de reformar la educación se estrelló con miles de jóvenes que, exultantes, confirmaron el jueves 10 en Bogotá que pasar del pupitre a la plaza sí paga.


fuente: http://www.semana.com/nacion/grito-a.../167389-3.aspx


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