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armando2007 07-11-2011 22:21:52

El opositor
 
El opositor

Por qué la arremetida de Uribe contra Santos no tiene muchas posibilidades de prosperar.
Sábado 5 Noviembre 2011

La declaración de guerra del expresidente Uribe contra Juan Manuel Santos se veía venir. La pelea se había mantenido debajo de la mesa durante la campaña electoral porque a ninguno de los dos le convenía causarles daño a los candidatos de La U al sacar los trapos al sol y porque el retador -Uribe- estaba en otro paseo: en campaña por todo el país.

Lo que nadie se imaginó es que la andanada fuera tan inmediata y tan contundente. Las declaraciones del expresidente contra el gobierno fueron más duras que cualquiera de las intervenciones de la oposición del Polo Democrático en el Congreso. Que Uribe haya escogido los programas radiales que dirigen dos escuderos cercanos -el exvicepresidente Francisco Santos y el exministro del Interior Fernando Londoño- para lanzar su botafuego deja en claro que no estaba fuera de sus casillas, sino que había meditado lo que quería decir.

La gota que rebosó la copa fue el nombramiento de Rafael Pardo como ministro de Trabajo. Pardo fue uno de los mayores enemigos de la segunda reelección de Uribe y uno de sus más duros contradictores al final del gobierno. Hasta la semana pasada era el director del Partido Liberal, el gran rival de La U en el ajedrez político del momento. El exmandatario considera que la vinculación de Pardo al gabinete es un acto hostil contra él y también un acto de incoherencia, porque la enemistad de Pardo con Santos, antes de las elecciones presidenciales del año pasado, también había llegado muy lejos. Santos, entonces ministro de Defensa, fue rechazado como interlocutor cuando el Partido Liberal estaba en la oposición, durante la era Uribe.

Pero la indignación de Uribe no se puede explicar solo por el ingreso del jefe del liberalismo a un ministerio, que de por sí definitivamente no es de los más cotizados. El Ministerio de Trabajo tiene poco potencial político y obliga a enfrentar chicharrones -como la reforma pensional- que lo pueden convertir en un quemadero. Más desafiantes, para Uribe, fueron la llegada de Germán Vargas al Ministerio del Interior, que maneja con aires de primer ministro, o de Juan Camilo Retrepo al de Agricultura, que deja en sus manos el proyecto de restitución de tierras, considerado el tema bandera del gobierno. Los nombramientos de Vargas y Restrepo tienen que haber sido para Uribe más incómodos que el de Pardo. Y sin embargo, su reacción ante estos dos fue menos agresiva. La explicación parece ser que el expresidente considera que haber guardado prudencia ante decisiones del actual gobierno que lo incomodan no ha servido para nada.

Las relaciones entre Santos y Uribe hace rato pasaron de la distancia a la guerra fría. No se hablan desde el mes de febrero y Uribe ni siquiera atendió dos llamadas de cortesía de Santos cuando se aprobó el TLC para agradecerle y reconocerle su participación en ese exitoso proceso.

Entre las motivaciones de Uribe para meterse en la campaña electoral estuvo la de encontrar un espacio político para defender sus ideas de seguridad y mano dura, que consideró abandonadas por el actual gobierno. Desde el punto de vista político, su meta era construirle un tejido regional al Partido de la U y por eso recorrió más el país que en sus propias campañas presidenciales. Del entusiasmo con que lo recibían le salió la idea de que él, a diferencia de Santos, despierta fervor popular.

Ante la furia de Uribe, Juan Manuel Santos, quien hasta ahora había seguido estrechamente su mantra de "no pelear con Uribe, no pelear con Uribe, no pelear con Uribe", en esta ocasión decidió no poner la otra mejilla.

En su discurso de Andiarios, la misma noche de las declaraciones de Uribe, decidió responderle a su antecesor. Punto por punto, refutó cada una de las acusaciones radiales de la mañana (ver siguiente artículo). El tono fue más moderado que el de Uribe, pero no daba lugar a engaños. El presidente de la República también estaba bravo. Al final, endulzó su revirada con el trillado reconocimiento al legado de Uribe y su admiración personal hacia él. El presidente actuó con la tranquilidad y el cálculo de quien está convencido de tener la sartén por el mango.

Y no le falta razón: las cartas que tiene el expresidente Uribe no le dan para ganar la mano. Entre sus colaboradores se habla de alternativas como la de asumir la jefatura de La U, pero esto no tiene mucho sentido, pues significaría sentarse a la mesa de la Unidad Nacional, que es el sustento del gobierno de la prosperidad democrática.

Y aceptar la jefatura de La U para irse a la oposición es una hipótesis absurda, porque La U es exactamente lo contrario: es el partido de gobierno. Fue el que le dio el aval a la candidatura presidencial de Santos, y si bien es cierto que Uribe despierta respeto y afecto entre los congresistas, no es menos cierto que en la actualidad la mayoría son más santistas que uribistas. Como buenos políticos, son pragmáticos y quieren estar con el poder.

Los congresistas solo hacen un cálculo: mientras Juan Manuel Santos es el jefe del gobierno y maneja los puestos y el presupuesto, Álvaro Uribe acaba de mostrar, en las elecciones locales, que su popularidad no es transferible a otros candidatos. Y pretender, como ha intentado el exasesor José Obdulio Gaviria, que lo que está en juego es una competencia ideológica entre partidarios y enemigos de la seguridad democrática, es un despropósito que se cae de su peso. La seguridad puede haber empeorado un poco, pero filosóficamente Santos es tan halcón como su antecesor, y en materia de resultados tiene a su haber triunfos tan espectaculares como haber dado de baja a Alfonso Cano el viernes pasado.

Los congresistas de La U quieren a Santos no solo por conveniencia, sino por convicción. Lo ven como un gobernante responsable, preparado y trabajador. Y aunque inspira autoridad, su relación con ellos es cordial y cercana. Por otra parte, él fue el que convirtió al Partido de la U en la mayor fuerza política del país en 2006 para respaldar la reelección de Uribe. Santos es el jefe natural de esa colectividad y ahora, desde el poder, no va a tener muchas dificultades para mantenerla en su redil.

Si llega a haber un enfrentamiento abierto con Uribe por la jefatura de La U, el presidente tiene varias opciones por jugar. Para comenzar, La U no era más que un mecanismo para que los caciques liberales que necesitaban puestos durante el gobierno de Uribe pudieran tenerlos, pues el Partido Liberal en ese momento se encontraba en la oposición. Por lo tanto, si Uribe de verdad quiere adueñarse de La U, le puede pasar lo mismo, pero al revés. Los antiguos caciques liberales volverían a su partido de origen, que es donde están ahora los puestos, y a él le quedaría un cascarón con José Obdulio y la guardia pretoriana. Los congresistas se quedarían en la bancada del poder y de la burocracia, es decir, en la del presidente.

Así se ha demostrado en las ocasiones en que los parlamentarios de La U han tenido que escoger entre Santos y Uribe. En la Ley de Víctimas no atendieron el llamado del expresidente para hundirla ni para retirar de ella el reconocimiento de que la guerra con las Farc es un "conflicto armado internacional". La reforma a la justicia está a punto de pasar en el Senado, en contra de la opinión de Uribe. Y, ese mismo día, el marco jurídico para la paz tiene toda la pinta de correr la misma suerte en la Cámara. Los voceros de Uribe en ambos temas -Juan Carlos Vélez, en el Senado, y Miguel Gómez, en la Cámara- la tienen cuesta arriba. Los senadores que se jugarían por el expresidente, en la conjetura de una ruptura con el gobierno, caben en los dedos de una mano: Juan Carlos Vélez, Manuel Enríquez Rosero, Piedad Zuccardi, Mauricio Lizcano y José David Name.

Tampoco se puede perder de vista el significado que tendrá el hecho de que Rafael Pardo y Germán Vargas Lleras compartan asiento en el Consejo de Ministros. Las posibilidades de una reunificación del antiguo liberalismo son muy grandes. Rafael Pardo, quien ha sido jefe de un liberalismo minoritario, va a estar sentado al lado de Germán Vargas Lleras, quien hoy está más cerca del partido de su abuelo que de Cambio Radical. Santos puede tener hoy su corazón en La U y no le conviene perder apoyos. Pero si se le complican las cosas con ese partido, siempre podrá mirar hacia la tumba de su tío abuelo, Eduardo Santos.

El momento de la verdad para las relaciones entre Santos y Uribe no ha llegado aún. Lo más probable es que la temperatura suba poco a poco, y que al expresidente le toque conformarse, en el corto plazo, más con el papel de contradictor tuitero que de jefe del partido de oposición. El verdadero pulso se producirá cuando las fuerzas políticas empiecen a prepararse para la próxima contienda: las elecciones de 2014. Tal como están las cosas hoy, si Santos buscara la reelección no contaría con Uribe y en cambio los liberales se la jugarían toda por él. Lo que queda claro es que los vientos están más a favor de Santos que de Uribe. En un país donde se acabaron los partidos, como sucede en Colombia en la actualidad, la realidad es que el único partido real es el del presidente de turno.

Enlace: http://www.semana.com/nacion/opositor/167025-3.aspx


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