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Talante conservador Por: Alfredo Molano Bravo CON LA DIVISIÓN DEL PARTIDO CONservador y el triunfo de Olaya Herrera en 1930, el país se puso en camino del siglo XX.
Las últimas guerras civiles habían detenido cambios políticos inaplazables. La oposición al nuevo gobierno saltó en los conventos y sacristías, lo que era una costumbre conservadora para empujar al país a un nuevo conflicto armado. El liberalismo era pecado, trinaba desde el púlpito Monseñor Builes. Cuando López Pumarejo ganó las elecciones del 34, la promesa amenazaba con cumplirse, por lo menos en el papel: la función social de la propiedad. Los conservadores añadieron a su estribillo religioso, el político: el comunismo destruye al país. Laureano Gómez trinó desde El Siglo: nos destruirán. El clima se cargó de violencia. La Iglesia atizaba. El liberalismo se dividió y para evitar la hecatombe electoral, optó por Eduardo Santos para hacer una pausa en las reformas. Los conservadores se radicalizaron con miras a las elecciones y en medio de un clima de mutua hostilidad se produjo la matanza de Gachetá, en el oriente de Cundinamarca, una región azul de metileno. El directorio departamental conservador había organizado una gran manifestación el 19 de enero de 1939. En el atrio de la plaza, enruanado, estaba el general Amadeo Rodríguez, un godo camandulero e intransigente que solía sacar el revólver a la menor contrariedad. Unos pocos liberales miraban asustados desde las aceras. De golpe, salieron tiros del nunca-se-supo: la plaza, la acera, el atrio. La policía entró en la balacera. En fin, ocho muertos, 18 heridos.
Laureano declaró que se trataba de un contubernio entre las turbas izquierdistas y la Policía (el mismo cuento con que Franco se levantó en armas contra la República Española). Pocos días después Aquilino Villegas, otra voz tronante del conservatismo, proclamó la legitimidad de la “acción intrépida” y del “atentado personal”. La primera justificación de la autodefensa armada que llevaría al país a esa guerra civil no declarada.
Desde los “desgraciados sucesos de Gachetá”, los conservadores no cesaron de atacar a los liberales con todas las armas que tuvieran a su alcance —legales o no—. “Debemos armarnos por todos los medios posibles”, ordenó la Convención Conservadora de Cundinamarca unos días más tarde. Sobra decir que los liberales hicieron lo mismo.
Tronaron de nuevo los godos con el llamado Caso Mamatoco, un expolicía y exboxeador que editaba una hoja volante contra el “régimen” del segundo gobierno de López Pumarejo. Mamatoco apareció muerto en un parque y Laureano declaró el hecho como un “crimen de Estado”. Y con esta consigna se dedicó de cuerpo y alma a sacar a López del gobierno, atravesársele a Gaitán al precio que fuera y llegar al poder. De Mamatoco pasó Laureano a la campaña “contra el hijo del Ejecutivo” en el asunto de la Handel. López renunció. Las elecciones del 46 se venían encima y los conservadores, a pesar de las tormentas que Laureano había desatado, temían perderlas. Gaitán avanzaba; la chusma estaba a un paso del poder. Laureano volvió a la carga con otra mentira explosiva: ¡Hay un millón 800 mil cédulas falsas! La doctrina del “atentado personal” se hizo carne y sangre en pueblos y veredas. Había que rebajar la ventaja. Cayeron asesinados Gaitán y, después, Vicente Echandía, hermano de Darío, inspirador de la reforma de López. El liberalismo declaró la abstención electoral. La cédula de ciudadanía se convirtió, después de las elecciones del 50, en un pasaporte de muerte: quien no tuviera el sello de haber votado era liberal y, por tanto, ateo, comunista, incendiario. El resto es bien sabido: 200 mil o 300 mil muertos entre 1946 y 1958. No hay palabras vanas. Laureano tenía la maña de hurgar el avispero y salir para el exilio.
Los liberales no fueron los santos ni los buenos del cuento, pero fueron la mayoría de las víctimas de esa siniestra doctrina que “a sangre y fuego” aupó el talante conservador de la época, que ahora se intenta revivir con idéntica dialéctica, nuevos personajes y temas fermentados: la tierra, el crimen de Estado, el terrorismo.
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Pero hace falta una claridad importante; los que se mataban eran la gente humilde, porque las élites jugaban golf juntas, y mientras la clase popular se mataba mutuamente, la gran oligarquía de este país sufría mucho en el club privado cuando no hacían bird en el juego de golf.
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Talante conservador
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