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+Wilfred 10-04-2011 13:47:38

La historia secreta
 
SEMANA revela cómo se destrabó el TLC con Estados Unidos. La clave estuvo en el intercambio de visitas de altos funcionarios, el nuevo discurso de Colombia en Washington y la presión de empresarios y congresistas gringos.

El sábado 2 de abril por la noche, al presidente Juan Manuel Santos le timbró el teléfono en el carro. Era su embajador en Estados Unidos, Gabriel Silva, que salía de un seminario del Consejo de las Américas, un prestigioso think tank de Manhattan. "Presidente, le va a tocar parar en Washington", le dijo. Santos, que el lunes volaba a Providence, en Rhode Island, para dar una conferencia en la Universidad de Brown, y que tras su paso el miércoles por el Consejo de Seguridad de la ONU tenía previsto regresar de Nueva York a Bogotá, le respondió: "Espero que no pierda la visita". Silva lo tranquilizó: "No se preocupe, que todo está arreglado".

Santos entendió el mensaje. Lo que acababa de escuchar era la noticia de que el Tratado de Libre Comercio (TLC) suscrito con Estados Unidos hace cuatro años y tres meses había resucitado de entre los muertos y que el jueves en la tarde, en la Oficina Oval de la Casa Blanca, iba a sellar un acuerdo en ese sentido con el presidente norteamericano Barack Obama. No era cosa de poca monta. Todo ello dejaba claro el viraje de 180 grados que estaba dando Obama, cuyo portavoz, Robert Gibbs, había dicho a finales de diciembre que la Casa Blanca no pensaba someter el TLC a la consideración del Congreso gringo.

La llamada de Silva era la culminación de un proceso que había empezado algunas semanas atrás, exactamente el 8 de febrero, cuando el embajador recibió un mensaje de Ron Kirk, alto representante comercial de Estados Unidos (Usar, por sus siglas en inglés). Kirk le anunció que el gobierno de Obama iba a enviar del 15 al 19 una delegación a Colombia para establecer si era posible luchar contra las cooperativas de trabajo asociado que perjudican las garantías laborales y mejorar las investigaciones por los crímenes contra sindicalistas. Ambas solicitudes eran de vieja data y aparecían sobre la mesa cuando se hablaba de la aprobación en Washington del TLC.

Lo distinto en esta ocasión fue que, cuando los delegados estadounidenses estaban en Bogotá, Silva fue citado a la Casa Blanca por el asesor económico de Obama, Michael Froman. "Ojo, embajador, esta no es una visita de trámite. Tenemos que movernos rápido", le indicó. Silva levantó una ceja. Nunca antes había visto tanto interés de la gente de Obama por sacar adelante el tratado. Hasta entonces, todo había sido promesas y más promesas, catálogos enormes de buenas intenciones. Lógico: el presidente gringo, por temor a perder los votos y el apoyo de los grandes sindicatos norteamerianos, se negaba a envirle al Congreso el TLC.

Un factor que sin duda incidió en el envío de esa delegación a Colombia había sido la visita de una semana a Washington del vicepresidente Angelino Garzón.

Cuidadosamente diseñada, y aprovechando su pasado como sindicalista, Garzón no solo estuvo con su colega Joe Biden, sino con las centrales obreras siempre opuestas al TLC y con la secretaria de Trabajo, Hilda Solís, muy reacia a recibir funcionarios colombianos.

La idea era ratificarles el cambio de tono del gobierno colombiano a los sectores más progresistas del Partido Demócrata que se la llevaban muy mal con el presidente Álvaro Uribe y hacerles constatar el ambiente más abierto del gobierno de Santos.

En la mesa de diálogo, entre tanto, las exigencias del Ejecutivo norteamericano pasaban por la eliminación de las cooperativas de trabajo asociado en Colombia o por un cambio en las leyes nacionales en el sentido de que se permitiera el derecho de huelga en las empresas de servicios públicos básicos. Argumentos iban y venían, pero el asunto se zanjó hasta que se fue llegando al Plan de Acción. El proceso avanzaba poco a poco.

Hubo concesiones, pero no todas. Y el texto del tratado quedó intacto.

La fecha decisiva fue el 10 de marzo. Ese día, Silva, acompañado por el secretario general de la Presidencia, Juan Carlos Pinzón, y la alta consejera para la Gestión Pública y Privada, Catalina Crane, volvió donde Froman. En ese instante, los tres funcionarios colombianos oyeron las palabras claves: "President Obama is on board" ("El presidente Obama está a bordo"). Pero no solo eso. Froman les indicó que la confirmación de que su jefe quería finalmente impulsar el TLC era un encuentro que esa misma tarde iban a sostener con Bill Daley, jefe de gabinete de la Casa Blanca y exsecretario de Comercio. En esa cita, Pinzón y Silva le dijeron a Daley que un acuerdo de ese calibre entre ambos países requería una reunión de los presidentes. Él accedió y volvió a comunicarse con el embajador el 2 de abril. Esa noche, Silva le marcó a Santos al carro.

No solo esa movida diplomática, propició el timonazo de Obama con respecto al TLC. Hay otras causas. La primera de ellas fue la victoria de la oposición republicana en las elecciones legislativas del pasado mes de noviembre. Las votaciones le costaron a la bancada demócrata las mayorías en la Cámara de Representantes y la salida de la presidenta de esa corporación, la archienemiga del TLC Nancy Pelosi, que fue reemplazada por el republicano John Boehner, amante de los tratados de libre comercio.

Otra causa del giro de Obama fue la crisis económica norteamericana y el hecho de que en los últimos tres años las exportaciones a Colombia de productos como el trigo y la cebada se han reducido un 48 por ciento. No hay que perder de vista, además, que Colombia es el sexto mercado para la maquinaria agrícola estadounidense y eso puede hacer agua. Por eso líderes demócratas tan importantes como Max Baucus, presidente del Comité de Finanzas del Senado y oriundo de Montana, citaron a Kirk a unas audiencias para darle palo por no pisar el acelerador del tratado. Calaba en Washington la tesis esgrimida por Colombia según la cual "el hecho de que no haya TLC destruye puestos de trabajo en Estados Unidos".

La causa final del viraje de Obama fue la presión de los congresistas y los medios de comunicación. Docenas de senadores y representantes de ambos partidos le enviaron cartas al presidente. Otros, como Baucus y el mismísimo excandidato presidencial John Kerry, publicaron columnas para presionarlo. Y toda la gran prensa, desde The New York Times hasta The Washington Post, pasando por Los Angeles Times y The Miami Herald, le pidieron que no olvidara a Colombia. Por si fuera poco, la propia secretaria de Estado, Hillary Clinton, y el secretario del Tesoro, Timothy Geithner, se alinearon en el mismo equipo a favor del TLC. Y finalmente, en el momento político creado por el anuncio que hizo Obama el lunes, en el sentido de que buscará la reelección, al presidente/candidato le conviene dejar atrás el debate sobre el TLC y hacerles un gesto a los empresarios, a quienes acudirá en busca de apoyo financiero.

¿Aprobará este año el Congreso gringo el TLC? Santos apostó públicamente a que sí, y antes del 30 de noviembre. Puede ser. Lo que viene ahora, si Colombia cumple los compromisos del Plan de Acción y no hay tropiezos, es que Kirk puede notificarle al Congreso que quiere moverse. El siguiente capítulo sería una votación dentro del Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara, y luego, tras otras etapas, Obama debería hacerle llegar formalmente al Congreso el TLC antes de agosto. El Legislativo tendría entonces un plazo de noventa días de sesiones para someterlo a votación. No será fácil.

Los pesimistas creen que Obama podría estarle tomando el pelo a Colombia. Que deja tranquilos a Bogotá y la oposición republicana. Que no tendrá otro problema encima en estos días de líos económicos y guerras en Libia, Afganistán e Irak. Y que ahora Colombia y el Congreso tienen todo el peso del asunto. Pero eso es hilar muy delgado y ver medio vacío un vaso casi lleno. Porque lo cierto de este novelón es que Obama y Santos no iban a anunciar con bombos y platillos, en la Oficina Oval de la Casa Blanca, que el proceso de resucitación del TLC acaba de empezar, para luego meter un reversazo vergonzoso.


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