DeNunCianDo - El espejo retrovisor Por: María Elvira Samper

EL PRESIDENTE SANTOS NO QUIERE mirar por el espejo retrovisor e insiste en que hay que pensar en el futuro y no quedarse anclado en el pasado. Razones le sobran.
Mirar por el retrovisor le haría ver reflejada su propia imagen, pues el deterioro del orden público por las acciones de las llamadas Bacrim, que es hoy la punta de lanza de los uribistas purasangre, con su domador a la cabeza, para atacar al gobierno, no empezó el 7 de agosto de 2010 ni es el resultado de haber descuidado el huevito de la seguridad. Es parte del legado del ”uribato” del cual él fue ministro estrella.
Mirar por el retrovisor le recordaría que el gobierno Uribe, ebrio de soberbia y euforia por los exitosos golpes contra las Farc, aseguraba no sólo que el fin de la guerrilla estaba cerca, sino que el paramilitarismo era cosa del pasado, y hacía oídos sordos a las alarmas sobre el monstruo engendrado por el errático y parcial proceso de desmovilización de las Auc.
Mirar por el retrovisor le haría rememorar que, en marzo de 2006, Sergio Caramagna, jefe de la Misión de Verificación de la OEA, advirtió que por lo menos 4.000 miembros de las Auc se habían rearmado y reagrupado en una zona de Córdoba donde los cultivos ilegales crecían como maleza.
Mirar por el retrovisor también le haría recordar la carta que el jefe paramilitar Ernesto Báez le envió, en diciembre de 2006, al entonces comisionado de Paz Luis Carlos Restrepo, en la que alertaba sobre “la gravedad del fenómeno de las mal llamadas bandas emergentes, que no son más que grupos de autodefensas desmovilizados a medias (…) y en proceso acelerado de rearme y expansión”.
Mirar por el retrovisor le reviviría un informe de 2009 de la Corporación Nuevo Arco Iris que, si bien reconocía los grandes éxitos contra las Farc, advertía sobre el alarmante avance de las Bacrim en los mismos lugares de influencia de las Auc y mediante los mismos métodos violentos. Estructuras no desmovilizadas o grupos de desmovilizados rearmados y fuerzas nuevas reclutadas tras la extradición de la cúpula paramilitar (mayo de 2008), vinculadas al narcotráfico, como las Auc, y en algunos lugares aliadas con las Farc, que ejercían algún grado de control en 293 municipios, y cuyas acciones superaban en número a las de la guerrilla. El informe concluía que la política de seguridad democrática había tocado techo y que era necesario hacerle reingeniería para enfrentar los nuevos desafíos de la criminalidad.
¡Quién dijo miedo! Fue como mencionar la soga en casa del ahorcado. En su afán de deslindar las Bacrim de los paramilitares y de minimizar su alcance, el gobierno lanzó una ofensiva para destacar los éxitos de su política y tender una cortina de humo sobre el informe que, pese a estar basado en cifras oficiales, fue descalificado por Santos, entonces ministro de Defensa, quien tachó de “idiotas útiles de la guerrilla” a periodistas y medios —entre ellos la revista Cambio— que le hicieron eco.
Pero los hechos son tozudos. El avance territorial de esas bandas, sus métodos violentos para ejercer control social y sus vínculos con miembros de la fuerza pública en algunas regiones, demuestran que en el ADN llevan el gen paramilitar. No es gratuito el reciente llamado del ministro del Interior, Germán Vargas, a los partidos para que tengan especial cuidado a la hora de dar avales para las elecciones de octubre, dado el alto riesgo de que las Bacrim interfieran en el proceso electoral.
No hace falta el espejo retrovisor para mirar una realidad que rebasa el problema del narcotráfico y reconocer —más vale tarde que nunca— la urgencia de enfrentar el fenómeno con nuevas estrategias.