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La guerrilla de Rocke feller

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Una carta hallada en los archivos secretos de la Tercera Internacional en Moscú revela una historia fantástica y desconocida.

PARTIDO SOCIALISTA ECUATORIANO
Sección de la Internacional Comunista
Quito, enero 3 de 1930.
Al Camarada Secretariado del S.S.A. de la I.C.
Apreciado Camarada:
Esta comunicación es de suma importancia y por eso pido al compañero suma atención e inmediata contestación ya que el caso urge. Lo único que anhelamos es que llegue a su destino sin extraviarse, como se han extraviado otras...
Tiene los ojos redondos, parece sin párpados; el rostro angulado y la mirada perdida, aséptica, aterrada. Las manos en el regazo, el pelo bien peinado y el nudo de la corbata siembre ajustado al cuello. El gesto en ambas fotos (las únicas, quizás, o las más conocidas) es idéntico: el uno, en 1924; el otro, en 1928. La primera imagen la debieron tomar por los días en que fraguaba la huelga —mito fundacional de la Unión Sindical Obrera— que en 1924 paralizó a Barrancabermeja; la segunda, que acompaña este artículo, fue tomada en algunos de esos tensos y eufóricos momentos que llenaron de electricidad revolucionaria la Zona Bananera, momentos suyos, huelga suya, que antecedieron a la jornada de sangre que, tiempo después, calificaría en sus cartas como el más grande “espectáculo canibalesco”.
Se llamaba Raúl Eduardo Mahecha. Nacido en El Guamo, Tolima, en 1884. Educado con un fusil al hombro, en las filas liberales de la guerra que duró mil días. Puesto a prueba contra la decepción, cuando tomó parte de las fuerzas voluntarias que buscaron retomar Panamá y que terminaron desmoralizados, presas del hambre y los mosquitos, esperando en algún lugar del Urabá una señal de ataque que nunca llegó. Pequeño comerciante, escritor, agitador y esbozo de anarquista. Dueño de una mirada que se pierde, como de loco.
Y esta es su historia. O la historia de un encuentro hasta ahora desconocido. Un encuentro en alguna calle de Quito, Ecuador, por los días del año nuevo de 1929. La historia de un ofrecimiento hecho en un hotel de esta ciudad, por un grupo de hombres rubios, presuntos enviados del grupo Rockefeller. Una oferta cínica y tentadora, hecha al señor Mahecha, entonces miembro del Partido Socialista Revolucionario de Colombia, exiliado y andariego, y buscado en Colombia por haber liderado a los 32.000 trabajadores de la Unión Sindical del Magdalena que a finales del 28 paralizaron las bananeras.
Está es también la historia de una carta. Una carta enviada al Secretariado Suramericano de la Tercera Internacional Comunista y guardada herméticamente, como otras miles de comunicaciones ultrasecretas, en los archivos del Instituto Marxista-Leninista, de Moscú. La carta está fechada en enero de 1930. La firma el comunista ecuatoriano Enrique A. Teherán —y el mismo Mahecha— y devela una oferta, a toda costa, extraordinaria: la financiación de una insurrección comunista en Colombia, Venezuela y Ecuador por parte de un grupo de norteamericanos enviados —se presume— por la familia Rockefeller. A cambio del apoyo, los norteamericanos tendrían garantizado el acceso privilegiado a concesiones petroleras.
Los archivos
“… Estos señores agentes del imperialismo le han hecho la propuesta (a Mahecha) más formal y seria que pueda darse: la compañía a la cual representan que, es independiente de ningún carácter ni vinculación oficial, pone inmediatamente a disposición del Partido Socialista Revolucionario de Colombia el siguiente contingente bélico y económico para realizar la revolución social, primero en Colombia, después en el Ecuador y luego en Venezuela: $5’000.000; 20.000 rifles; 10’000.000 de tiros; 200 cañones con sus municiones; 500 ametralladoras. Un barco velero de 5.000 toneladas”.
Fundada en 1919 por Vladímir Ilich Lenin y disuelta en 1943 por Joseph Stalin, la Tercera Internacional Comunista (Komintern) fue durante el período de entreguerras una gigantesca organización global, interesada en contagiar a las naciones del mundo de la revolución comunista. Sus agentes mantuvieron comunicación permanente con los primeros brotes revolucionarios en muchos países, entre ellos gran parte de Latinoamérica, a través de cientos de cartas que fueron almacenadas en archivos clasificados.
Desde agosto de 1991, tras la caída del Muro, los archivos de la Komintern se abrieron al público. Los miles de documentos atesorados en sus carpetas han permitido reconstruir momentos determinantes de las primeras revoluciones en el mundo. Y por nombrar sólo uno, que nos atañe, la masacre de las bananeras, narrada de manera desgarradora en una carta escrita por el protagonista de nuestra historia, Raúl Eduardo Mahecha:
“Los trabajadores muertos y los heridos fueron conducidos en carros de basuras y enterrados en fosas que hicieron cavar a los prisioneros. A muchos de los huelguistas los hicieron cavar sus propias fosas donde fueron sepultados la mayor parte vivos! Mujer hubo —madre de familia— que al ser arrojada a la sepultura por estar herida pedía por caridad y en nombre de dios (sic) y de sus hijos que no la enterraran viva, y a esta infeliz madre le contestaban los asesinos oficiales que si quería le traerían sus hijos para enterrarlos también con ella, y así fue enterrada!”.
El anterior fragmento forma parte del libro Liquidando el pasado: la izquierda colombiana en los archivos de la Unión Soviética, publicado por Taurus y Fescol, y compilado por los sociólogos Klaus Meschkat (Alemania) y José María Rojas (Colombia). Un libro de 827 páginas de cables, memos y cartas secretas que no se puede leer de corrido, pero que es un formidable instrumento para entender a Mahecha: de cómo se valió de su carisma y su espíritu para organizar la huelga bananera; de cómo, en la víspera de la masacre, acudió a la estación del ferrocarril bananero parar advertirles a los trabajadores del peligro que corrían; de cómo este gesto le mereció el título de traidor a la causa revolucionaria, y de cómo terminó huyendo por el mundo, perseguido por el gobierno al que tanto detestó.
Todo eso se conoce de Mahecha en el libro. Pero no de los extraños sucesos ocurridos una noche de fin de año en 1929 (o de comienzos de 1930, es imposible establecerlo).
Tras la “inenarrable” tragedia bananera, Mahecha escapó por Cartagena y viajó por el mundo. Seis meses después llegó a Quito a trabajar con los comunistas ecuatorianos. Hasta allí lo siguieron los agentes de Rockefeller —que ya antes lo habían contactado, relató él, quién sabe dónde—.
Una noche, cuando caminaba por las calles de la ciudad, sintió los pasos que lo seguían. Los hombres se le acercaron. Le pidieron que los siguiera al hotel donde se hospedaban. Y allí le reiteraron el ofrecimiento: armas y dinero para la revolución a cambio de la “riqueza del subsuelo”. De triunfar la revolución y una vez establecido el “Estado proletario”, la empresa pagaría US$1.000 millones de la época por las concesiones petroleras colombianas.

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La nación es el pueblo considerado en función de la universalidad. Un pueblo no es nación por ninguna suerte de justificaciones físicas, colores o sabores locales, sino por ser “otro en la universalidad” es decir por tener un destino que no es el de otras naciones. Así no todo pueblo ni todo agregado de pueblos es una nación, sino solo aquellos que cumplen un destino histórico.
de aquí que sea superfluo poner en claro si en una nación se dan los requisitos de unidad de geografía, de raza o de lengua; lo importante es esclarecer si existe, en lo universal, la unidad de destino histórico."
JOSE ANTONIO PRIMO DE RIVERA
24-04-1903 ; 20-11-1936!!
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Quito, enero 3 de 1930.
Al Camarada Secretariado del S.S.A. de la I.C.
Apreciado Camarada:
Esta comunicación es de suma importancia y por eso pido al compañero suma atención e inmediata contestación ya que el caso urge. Lo único que anhelamos es que llegue a su destino sin extraviarse, como se han extraviado otras...
Tiene los ojos redondos, parece sin párpados; el rostro angulado y la mirada perdida, aséptica, aterrada. Las manos en el regazo, el pelo bien peinado y el nudo de la corbata siembre ajustado al cuello. El gesto en ambas fotos (las únicas, quizás, o las más conocidas) es idéntico: el uno, en 1924; el otro, en 1928. La primera imagen la debieron tomar por los días en que fraguaba la huelga —mito fundacional de la Unión Sindical Obrera— que en 1924 paralizó a Barrancabermeja; la segunda, que acompaña este artículo, fue tomada en algunos de esos tensos y eufóricos momentos que llenaron de electricidad revolucionaria la Zona Bananera, momentos suyos, huelga suya, que antecedieron a la jornada de sangre que, tiempo después, calificaría en sus cartas como el más grande “espectáculo canibalesco”.
Se llamaba Raúl Eduardo Mahecha. Nacido en El Guamo, Tolima, en 1884. Educado con un fusil al hombro, en las filas liberales de la guerra que duró mil días. Puesto a prueba contra la decepción, cuando tomó parte de las fuerzas voluntarias que buscaron retomar Panamá y que terminaron desmoralizados, presas del hambre y los mosquitos, esperando en algún lugar del Urabá una señal de ataque que nunca llegó. Pequeño comerciante, escritor, agitador y esbozo de anarquista. Dueño de una mirada que se pierde, como de loco.
Y esta es su historia. O la historia de un encuentro hasta ahora desconocido. Un encuentro en alguna calle de Quito, Ecuador, por los días del año nuevo de 1929. La historia de un ofrecimiento hecho en un hotel de esta ciudad, por un grupo de hombres rubios, presuntos enviados del grupo Rockefeller. Una oferta cínica y tentadora, hecha al señor Mahecha, entonces miembro del Partido Socialista Revolucionario de Colombia, exiliado y andariego, y buscado en Colombia por haber liderado a los 32.000 trabajadores de la Unión Sindical del Magdalena que a finales del 28 paralizaron las bananeras.
Está es también la historia de una carta. Una carta enviada al Secretariado Suramericano de la Tercera Internacional Comunista y guardada herméticamente, como otras miles de comunicaciones ultrasecretas, en los archivos del Instituto Marxista-Leninista, de Moscú. La carta está fechada en enero de 1930. La firma el comunista ecuatoriano Enrique A. Teherán —y el mismo Mahecha— y devela una oferta, a toda costa, extraordinaria: la financiación de una insurrección comunista en Colombia, Venezuela y Ecuador por parte de un grupo de norteamericanos enviados —se presume— por la familia Rockefeller. A cambio del apoyo, los norteamericanos tendrían garantizado el acceso privilegiado a concesiones petroleras.
Los archivos
“… Estos señores agentes del imperialismo le han hecho la propuesta (a Mahecha) más formal y seria que pueda darse: la compañía a la cual representan que, es independiente de ningún carácter ni vinculación oficial, pone inmediatamente a disposición del Partido Socialista Revolucionario de Colombia el siguiente contingente bélico y económico para realizar la revolución social, primero en Colombia, después en el Ecuador y luego en Venezuela: $5’000.000; 20.000 rifles; 10’000.000 de tiros; 200 cañones con sus municiones; 500 ametralladoras. Un barco velero de 5.000 toneladas”.
Fundada en 1919 por Vladímir Ilich Lenin y disuelta en 1943 por Joseph Stalin, la Tercera Internacional Comunista (Komintern) fue durante el período de entreguerras una gigantesca organización global, interesada en contagiar a las naciones del mundo de la revolución comunista. Sus agentes mantuvieron comunicación permanente con los primeros brotes revolucionarios en muchos países, entre ellos gran parte de Latinoamérica, a través de cientos de cartas que fueron almacenadas en archivos clasificados.
Desde agosto de 1991, tras la caída del Muro, los archivos de la Komintern se abrieron al público. Los miles de documentos atesorados en sus carpetas han permitido reconstruir momentos determinantes de las primeras revoluciones en el mundo. Y por nombrar sólo uno, que nos atañe, la masacre de las bananeras, narrada de manera desgarradora en una carta escrita por el protagonista de nuestra historia, Raúl Eduardo Mahecha:
“Los trabajadores muertos y los heridos fueron conducidos en carros de basuras y enterrados en fosas que hicieron cavar a los prisioneros. A muchos de los huelguistas los hicieron cavar sus propias fosas donde fueron sepultados la mayor parte vivos! Mujer hubo —madre de familia— que al ser arrojada a la sepultura por estar herida pedía por caridad y en nombre de dios (sic) y de sus hijos que no la enterraran viva, y a esta infeliz madre le contestaban los asesinos oficiales que si quería le traerían sus hijos para enterrarlos también con ella, y así fue enterrada!”.
El anterior fragmento forma parte del libro Liquidando el pasado: la izquierda colombiana en los archivos de la Unión Soviética, publicado por Taurus y Fescol, y compilado por los sociólogos Klaus Meschkat (Alemania) y José María Rojas (Colombia). Un libro de 827 páginas de cables, memos y cartas secretas que no se puede leer de corrido, pero que es un formidable instrumento para entender a Mahecha: de cómo se valió de su carisma y su espíritu para organizar la huelga bananera; de cómo, en la víspera de la masacre, acudió a la estación del ferrocarril bananero parar advertirles a los trabajadores del peligro que corrían; de cómo este gesto le mereció el título de traidor a la causa revolucionaria, y de cómo terminó huyendo por el mundo, perseguido por el gobierno al que tanto detestó.
Todo eso se conoce de Mahecha en el libro. Pero no de los extraños sucesos ocurridos una noche de fin de año en 1929 (o de comienzos de 1930, es imposible establecerlo).
Tras la “inenarrable” tragedia bananera, Mahecha escapó por Cartagena y viajó por el mundo. Seis meses después llegó a Quito a trabajar con los comunistas ecuatorianos. Hasta allí lo siguieron los agentes de Rockefeller —que ya antes lo habían contactado, relató él, quién sabe dónde—.
Una noche, cuando caminaba por las calles de la ciudad, sintió los pasos que lo seguían. Los hombres se le acercaron. Le pidieron que los siguiera al hotel donde se hospedaban. Y allí le reiteraron el ofrecimiento: armas y dinero para la revolución a cambio de la “riqueza del subsuelo”. De triunfar la revolución y una vez establecido el “Estado proletario”, la empresa pagaría US$1.000 millones de la época por las concesiones petroleras colombianas.
Es un artículo tenebroso, además revelador de la doble moral de los empresarios de EEUU, los cuales no creen en ideologías, para ellos el mejor Gobierno es aquel que proteja sus intereses. Y lo más triste y dramático lo vendida, codiciosa, traidora y mezquina que ha sido nuestra clase dirigente.
“Los trabajadores muertos y los heridos fueron conducidos en carros de basuras y enterrados en fosas que hicieron cavar a los prisioneros. A muchos de los huelguistas los hicieron cavar sus propias fosas donde fueron sepultados la mayor parte vivos! Mujer hubo —madre de familia— que al ser arrojada a la sepultura por estar herida pedía por caridad y en nombre de dios (sic) y de sus hijos que no la enterraran viva, y a esta infeliz madre le contestaban los asesinos oficiales que si quería le traerían sus hijos para enterrarlos también con ella, y así fue enterrada!”

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