Sumamente insuficiente
 

Por: Carolina Sanín

DESDE HACÍA TIEMPO ME VENÍA INtrigando que cualquier personaje que nos visitara proveniente de ese espléndido territorio de ultramar que para nosotros parece ser el “mundo de la cultura” fuera definido por nuestra prensa como “el más” o “el mejor” en su especialidad.

Me preguntaba en qué ranking y en qué semántica se basaban las secciones culturales de los periódicos cuando presentaban a quienquiera que fuera su escritor reseñado como “uno de los más importantes del mundo”, y hace un par de años me embargó una risa vomitiva cuando oí que los medios calificaban al adefésico Richard Clayderman, entonces de gira tercermundista, como “el mejor pianista vivo”.


Ahora descubro que ya existe entre nosotros una publicación dedicada en exclusiva a esa tendencia que, mezclando la alienación, el complejo de inferioridad y la pereza periodística, se limita a epitomar todo aquello que llama su atención como “lo máximo”: la lujosísima revista Summus. He leído sus números resplandecientes con la esperanza de que, con su título en latín, su apologético subtítulo de “lujo con inteligencia” y su abundancia de artículos sobre artistas, diseñadores y arquitectos, llenara parte del vacío de contenidos culturales de que adolece la prensa nacional. Pero su lectura, sumada a la de otras revistas que los periódicos han dado en publicar al tiempo que desisten de producir suplementos culturales (v. g. Don Juan, de El Tiempo), me ha dejado en claro que nuestra consumada lobería ha sustituido los conceptos de arte y cultura por los de “artículos de lujo” y “estilo de vida”.


De cada artefacto cultural (ya sea un reloj, un hotel o una escultura: todo está en el mismo plano) no se da en Summus otra información que la de su lejanía y su precio, lo cual transmite el mensaje de que el conocimiento de la cultura material y los esplendores de la civilización son inalcanzables para los insuficientes lectores. En uno de los editoriales de Summus, gran ejemplo de autorreferencialidad, encontré la palabra “mejor” cuatro veces y la palabra “más” cinco. Adentro había un artículo sobre Norman Foster; al lector que quisiera saber algo sobre la obra del arquitecto debía bastarle con el abrebocas del editorial: “el arquitecto más solicitado del mundo”, ampliado en el artículo con la frase: “el arquitecto más famoso del mundo”. El resto trataba sobre la cabina de un avión ejecutivo súper exclusivo, amueblada por Foster.


Estas revistas exististas, o catálogos de frustraciones, no sólo funcionan como sucedáneos de los suplementos culturales sino que también suplementan las exiguas secciones internacionales de nuestros periódicos. En ellas (dizque “de alcance global”, como el editor de Summus caracteriza la suya), el mundo más allá de nuestras fronteras se presenta como un museo de bienes exquisitos de consumo (alfombras en Irán, tabacos en Salvador de Bahía, piscinas en Grecia), y se nos indica implícitamente que nuestra mirada debe ser la del lambón fetichista que alaba lo que no alcanza a conocer.


Entre todo el detritus que he encontrado en Summus lo que más me ha afectado es la sección de moda del último número. Como mencionaba a un diseñador japonés, Issey Miyake, la revista no encontró mejor idea que titularla “Post-Hiroshima look”, enseñando así que importa un comino no sólo el conocimiento de la historia sino también la sensibilidad humana. Las imágenes mostraban a una modelo peinada supuestamente como geisha y fotografiada con cámara sacudida. En Google podrán encontrar los señores y señoras de Summus el verdadero “look post-Hiroshima”: el de los cuerpos devastados por la radiación atómica, cuya tragedia sí que ha informado nuestra cultura aunque su recuerdo no transforme nuestro “estilo de vida”.