DeNunCianDo - Petro, vida de lucha

Gustavo Petro está seguro de ser de una generación de personas que necesita ayudar a otros y a cambiar el mundo.

Coherente, analítico, organizado y perseverante, es duro con sus conceptos y frágil con su familia.

Quienes lo conocen de tiempo atrás repiten las palabras que sintetizan la personalidad de Gustavo Francisco Petro: coherencia entre decir y hacer, estudio y toda una vida de lucha por los más pobres. "No pensaba lanzarse a la Presidencia. Cuando hicimos campaña para el Senado me dijo: 'Esta es mi última legislatura en el Congreso. Yo tengo que hacer algo más por estas personas", cuenta Adriana, su hermana.

Petro, el mayor de tres hermanos (le siguen Adriana y Juan Fernando), nació en Ciénaga de Oro (Córdoba), en una familia de clase media que se radicó en Zipaquirá. Su padre, Gustavo, administrador de empresas de la costa atlántica, y su madre, Clara Nubia Urrego, maestra, habían llegado al interior del país en busca de mejor fortuna.
Si algo define la infancia de Petro es esta anécdota de Adriana: "Desde los 5 ó 6 años ya vivía con un libro en su cama. En nuestra casa había un cuarto de estudio, cuando él tenía unos 7 u 8 años, cogía los atlas y, para saber cómo era el mundo, ampliaba los mapas con cuadrícula gigante y los ponía en las paredes. En lugar de estar jugando, hacía esos dibujos; por eso a los 9 años tenía un gran bagaje en historia y geografía".

El cambio de la costa a Zipaquirá marcó la vida de Petro. En el Colegio Nacional de La Salle, siendo un adolescente, con Germán Ávila y otros muchachos, enfrentó con argumentos legales la excesiva carga religiosa a que eran sometidos. "Teníamos misa diaria y rezábamos antes de cada clase -recuerda Ávila, su amigo de toda la vida-. En una ocasión, el rector del colegio nos llamó para reprocharnos porque no hacíamos los ritos religiosos. 'El colegio no ha cambiado su filosofía -nos dijo- y si ustedes no la cumplen deben cambiar de colegio'. Le dijimos que la Constitución permitía la libertad de culto y que este era un colegio público. Esto generó un debate, pero tuvieron que aceptar la diferencia, aunque éramos los más jovencitos de la clase'.

"Pertenezco a una generación que decidió cambiar el mundo, la misma de los Beatles y de mayo del 68 y de la guerra de Vietnam, una vanguardia en todos los escenarios de la humanidad: científico, cultural, artístico y político. Esa vanguardia llegó a la juventud zipaquireña y traduje esa oleada a partir de lo religioso: me conecté con la tesis de la acción preferencial para los pobres, que me ha seguido durante toda mi lucha política", rememora.

A fines de los 70, con 17 años, Ávila y Petro, que por entonces empezaban sus estudios de economía, ingresaron por vías distintas al M-19, movimiento armado nacido en respuesta de un sector de la Anapo, tras las elecciones de 1970, que, según la Anapo, le fueron robadas a su candidato, el general Gustavo Rojas Pinilla.

Petro se desarrolló como organizador de masas, con una militancia clandestina paralela a una vida pública. "Cuando lo conocí, podía tener unos 21 años, me impactó porque me dijeron que era personero de Zipaquirá; para mí ser personero era como ser del PIN. Al principio me cayó gordo porque cuando hablaba era como muy seguro de que tenía la verdad. Lo salvaba que era muy tímido", recuerda Pacho Paz, veterano dirigente del Eme.

En Zipaquirá, en el 83, fundó un barrio de invasión al que bautizó Bolívar 83. En 1984, con 24 años, fue elegido concejal y, un año después, fue capturado. "Me llevaron a la Escuela de Caballería de Usaquén, donde me golpearon. Duré cuatro días sin comer ni dormir, me pusieron electricidad, me hicieron el 'submarino', interrogatorios continuos y amenazas contra mi familia. Después me tuvieron dos años preso".

De allí salió para la cárcel Modelo. Dos años después, cuando salió, el M-19 se había tomado el palacio de Justicia, que fue recuperado cruentamente, y los colombianos cambiaron su visión del grupo. Su vuelta a la vida política se produjo con rumbo a la legalidad y colaboró en la desmovilización del grupo, y con la preparación de la Asamblea Constituyente de 1991.

De su vinculación con el Eme concluye: "No me arrepiento de haber luchado por los pobres. Los colombianos pueden estar seguros de que Petro jamás derramó una gota de sangre; la única gota de sangre que se derramó fue la de Petro cuando fue torturado".

En 1991 fue representante a la Cámara; en el 94 se lanzó de nuevo pero perdió; luego estuvo en el servicio diplomático y en el 2002 regresó a la Cámara. Desde el 2006 fue senador, con un récord de denuncias contra el actual Gobierno, como las de la 'parapolítica' y las 'chuzadas' del DAS.

Serio, solemne, estudia hasta el fastidio. Pacho Paz recuerda la vez que lo llevó en carro desde Bogotá hasta Fonseca (La Guajira) y no paró de leer un mamotreto. "Yo soy un lector, pero él es el colmo. Le dije: 'Deje tanta lectura' y me respondió: 'Es que estoy preparando un debate', y siguió hasta que regresamos a Bogotá".

Padre de seis hijos (cinco suyos y uno de Verónica Alcocer, su esposa) es la clase de tipo "que se derrite con sus pelados -dice Pacho Paz-. Los hijos se lo ponen de ruana. Le duele no tener más tiempo para dedicarles". Verónica, su soporte y compañera solidaria en la política y en todas las cosas de la vida, cuenta que él "ríe con cosas muy sencillas, por ejemplo, con las gracias que hace su perro Rayo, o con las cosas de su pequeña hija Antonella, que lo hace llorar".

A los 50, incluso, se ha reencontrado con su padre, alvarista, en algunos aspectos de la política. "Del alvarismo, que he estudiado, rechazo su laureanismo, pero recupero su fase final, que es una madurez del pensamiento conservador en términos de ética política: nadie me puede decir, después de 14 años: usted se robó un peso".

Hoy, Petro, luego de ganar la consulta interna del Polo Democrático Alternativo (del que fue uno de sus fundadores), quiere ser Presidente para aplicar la Constitución que hizo el M-19 con todas las fuerzas políticas en 1991. "La salud del Polo, como la de todo proyecto político, depende de sus votos. En una democracia, una sociedad entierra un proyecto o lo catapulta", subraya