En Colombia el turismo sirve de pretexto para ocultar los muertos

Este miércoles en la zona noroccidental de Medellín, en el barrio Kennedy, fue asesinado un estudiante de secundaria, de tan sólo 14 años, por cuenta de la espiral de violencia ascendente que se registra en “la bella villa”. Al día siguiente, en su velorio, fue asesinado también su mejor amigo. La situación de violencia en este sector de la ciudad en particular es tal, que para el entierro fue necesaria una fuerte escolta del ejército. Por supuesto que estos hechos, que terminan con el saldo de 25 personas muertas en 15 días en dicha comuna, no fueron transmitidos por los medios masivos, que andan paleando con cortinas de humo la crisis económica y que, iniciando la “feria de las flores”, no se hallan dispuestos a perder uno de sus renglones de acumulación preferidos: el turismo extranjero.

La economía colombiana sigue la ley de caída libre de Galileo: todos los renglones de la producción se hallan a la baja, las exportaciones no cesan de registrar números negativos, el consumo interno se achica, mientras la baja de los precios del petróleo golpea a uno de los factores de acumulación de ganancia (de los capitales extranjeros “inversores”) más importantes para las cifras de DANE, que no para el bienestar de los trabajadores. Sólo la rama financiera registra buenos resultados, pero claro, esa no genera empleo, sino deuda, inflación, y combate fieramente a sus competidores, como en el caso de las “pirámides”, concepto este con que se ilegalizan las fuentes de captación de dinero provenientes de personas ajenas a la oligarquía.

Como consecuencia de esta situación, mes a mes son miles los trabajadores despedidos, no por la incompetencia de quienes pronosticaron el carácter blindado de nuestra economía, sino por el modelo mismo, modelo basado en las privatizaciones, la transnacionalización de la producción, la precariedad laboral y el monopolio de las tierras que tanto desempleado y desplazado le han generado a la patria.

Y claro, estos trabajadores, sostenes de sus economías familiares, tienen que responder en sus hogares, lo cual en Medellín quiere decir: si puede, consiga plata honestamente, y si no, consiga plata. La darwiniana ley de la supervivencia obliga a los cientos de miles de trabajadores que pierden sus empleos a insertarse en las cadenas delincuenciales que gobiernan el país, resguardadas por las fuerzas militares y policiales que sacan su tajada del negocio cuando no lo dirigen sin mediaciones (algo que, se rumorea en nuestras comunas, está sucediendo actualmente). De esta manera, la espiral de violencia se recrudece, azotando a los habitantes más pobres, a los de las comunas, a los eternamente humillados y ofendidos, víctimas dobles: del capitalismo, y de los lumpenproletarios generados por el capitalismo, doble sanción moral contra un sistema voraz y criminal, como nunca lo había visto el hombre.

Pero nada de esto importa: la banca va bien, tendremos nuevas bases militares extranjeras, derrotaremos el terrorismo (ya que no pudimos derrotar la pobreza), privatizaremos (lo que queda de) ECOPETROL y acogeremos calurosamente a los turistas extranjeros en nuestra hermosa fiesta de flores. Después de todo, en este país, los extranjeros son ciudadanos de primera categoría, mientras el pueblo está por fuera de toda jerarquía en trato y atención.

La fiesta de las flores, exponente sumo del “orgullo paisa”, con sus desfiles de silleteros, de autos, sus cabalgatas, sus conciertos y demás, representa todo lo que somos: un pueblo pujante, que produce y acumula mucho, pero sólo para unas cuantas familias. Para ella las primeras páginas de los diarios, los titulares de los noticieros, de los programas de radio, porque el show debe continuar, y ya se nos acabó COLOMBIAMODA, así que necesitamos otro espectáculo.

Mientras, la danza macabra continua su baile en las comunas populares, registrando muertos, desaparecidos, torturados, mujeres violadas o descuartizadas, niños deseosos de empuñar las armas más que los lápices y cuadernos de texto.

Los alemanes crearon la estrategia de “noche y niebla”: aprovechando la oscuridad, cuando todos duermen, nadie vigila y todo sucede en el más estricto anonimato, sin escándalos, sin rechazo público, se llevaban a los judíos, a los comunistas, a los homosexuales, a los gitanos, para desaparecerlos, desvanecerlos en la niebla. En Medellín esto es cosa de la cotidianidad, todas las noches la rueda vuelve a girar y al día siguiente, si no hay algún evento nuevo para los turistas o “inversores extranjeros”, puede que algo salga en los grandes medios: tal vez después de Michaell Jackson, o de la nueva conspiración terrorista de las FARC, de la oposición, de los estudiantes, de las ONGs o cualquier persona que le regale un huevo a quien lo merece.

Por eso no nos extrañemos que en nuestra “patria” (¿de quién?, ¿de los militares y contratistas norteamericanos? ¿De los turistas o inversores?), las necesidades de los hoteles valgan más que los muertos, la feria valga más que los desempleados, el turismo merezca la primera y última plana, no los muertos.
De todas formas, contra todo lo que ocultan los medios privados, en Colombia estos hechos no sólo demuestran que hace agua la economía: también la “seguridad democrática” se halla en crisis. Porque de la democracia, a secas, no podemos hablar: esa no está en crisis por la sencilla razón que nunca la hemos vivido.