No se puede cambiar todo el sistema político y democrático para satisfacer a las FARC

Una cosa es no estar de acuerdo, pero tampoco para exagerar al borde del delirium tremens.

¿Se cambió todo el sistema político? Por Dios, el colombiano sigue siendo un régimen presidencialista, elegido popularmente cada cuatro años, sin derecho de reelección. El poder legislativo continúa en cabeza de un congreso elegido popularmente también por cuatro años y las altas cortes siguen con su particular sistema de elección o por cooptación o por elección parlamentaria. Igual con los demás altos dignatarios. Sigue la separación de poderes, la descentralización administrativa, los derechos fundamentales plasmados en la Constitución entre ellos el respeto a la propiedad privada y a la libre expresión y un largo etcétera.

Lo único raro es que se van a crear circunscripciones especiales por una sola vez para que sean elegidos congresistas los desmovilizados y no pasarán de tres o cuatro curules con el agravante de que en la siguiente legislatura serán sometidos al veredicto de las urnas y seguramente serán barridos del sistema electoral, reducidos a su mínima expresión.

Lo demás es lo normal en cualquier proceso de paz aunque el colombiano es el primero que le para tantas bolas a las víctimas y se va a convertir en referente mundial por esta razón. Va a llevarse equidad al campo con devolución de tierras a los que fueron injustamente despojados, se van a privilegiar los créditos, los canales de comercialización, los cultivos de pancoger, las unidades productivas, las asociaciones de campesinos y, por otro lado, se van a potenciar los baldíos con su entrega a empresarios que tengan el músculo financiero para sacar adelante proyectos productivos.

Hay sapos para tragarse, claro está, como la justicia restaurativa que privilegia el pago de la deuda con la sociedad a través de siete mecanismos entre los que se encuentra la reparación material como uno de los medios, pero no el único y la restricción de la libertad en vez de la prisión. Beneficiar con esta justicia transicional tanto a los que asesinaron a los diputados del Valle como a los militares que asesinaron a civiles indefensos haciéndolos pasar como guerrilleros y a los políticos y hacendados que financiaron a los grupos paramilitares, no es fácil.

Pero es el precio para salir del hueco de la guerra y aunque en el chip de la sociedad colombiana actual seguirá presente el resentimiento, el temor, la desconfianza, la intolerancia y la exclusión, estaremos poniendo los cimientos para una sociedad mejor que se encargarán de edificar las futuras generaciones, lejanas del odio y el dolor que nos marcaron por muchos años y con los que, infortunadamente moriremos porque es la tara con la que nacimos y nos toca padecer hasta la tumba.

La extrema derecha que nos ha gobernado en toda nuestra vida republicana, con algunos paréntesis como la época radical de la segunda mitad del siglo XIX o los liberales en los años treinta del siglo pasado, edificó uno de los países más inequitativos de la tierra, inmerso en las castas y las sotanas, una sociedad conservadora que permaneció aislada de los grandes cambios que sucedían más allá de sus fronteras.

Los gamonales siempre han sido dueños del congreso y unas pocas familias, de la presidencia. Siempre se ha legislado en favor de sus privilegios y de sus fortunas y rodilla en tierra ante el gran capital extranjero. Baste recordar la matanza de las bananeras cuando los trabajadores se declararon en huelga exigiendo unas condiciones dignas y un pago justo. ¿El resultado? El ejército colombiano disparó contra su propio pueblo y miles de trabajadores pagaron con su vida el delito de luchar por mejores condiciones.

La violencia que hemos padecido durante muchos años y en la época moderna por más de cincuenta, no es gratuita. La historia de las guerrillas liberales del llano, por ejemplo, son una muestra de la expoliación a que han sido sometidos nuestros campesinos por muchas generaciones.

La traición a estos luchadores populares provocó el nacimiento de las guerrillas marxistas, y los "pájaros" de ayer prohijados por el Estado, mutaron en los paramilitares y de nuevo se recreó la violencia que entre 1948 y 1958 había dejado 300.000 muertos, puso 220.000 muertos más y cuatro millones y medio de desplazados entre 1958 y 2012.

Guerrilleros, paramilitares, militares, hacendados, políticos, empresarios, todos contribuyeron con sus crímenes a degradar esta guerra a extremos que horrorizan, reduciendo la democracia a su mínima expresión.

Después de que terminemos este infame conflicto armado, tenemos que levantar un nuevo país pero con la democracia por delante y un modelo económico que haga posible el fortalecimiento de una gran clase media que jalone el país, pero siempre dentro del respeto a la Constitución, a las leyes y a las ideas ajenas porque, aunque les parezca increíble a muchos, todos cabemos en este país.