DeNunCianDo - Industria de talento

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Hacía una semana que no se tomaba la bienestarina para sus entrenamientos de fútbol. No le alcanzaba el tiempo. John Édison Vallecilla —11 años, altura media y tez morena— había estado gastando unos minutos de más al pedir 1.000 pesos prestados en la tienda vecina para juntar lo del pasaje del bus que lo lleva desde su invasión —un sitio en la orilla del mar de Buenaventura y virgen de acueducto y ley— hasta la cancha de piedras revueltas donde juega fútbol en la academia Cerro Porteño, una de las 62 escuelas sin ánimo de lucro.

Para llegar a su casa, ubicada en un caserío de palafitos rodeado de vastas bodegas de contenedores, fue necesario pedir permiso a un patrón de la zona que se identificaba como miembro de una bacrim que maneja el lugar.

Al fondo del corredor de barro se ve la casa de John Édison Vallecilla, quien aún está vestido con el uniforme de la escuela, parecido al del Inter de Milán.

Estudia hasta el mediodía y entrena hasta el ocaso: “Mi ídolo es Carlos Alberto Sánchez (jugador de la selección de Colombia). Sueño con ser futbolista profesional…. sacar a mi familia de pobre”, dice sentado en el borde de su cama, en el cuarto de dos por dos metros con un piso de tablas que crujen al pisarlas. Por entre las diminutas ranuras, cuando la marea está baja, se ven hacia abajo los residuos. Su padre trabaja en un laboratorio de química y con poco menos del salario mínimo subsidia a su familia: su esposa Hipólita, dos hijas de cinco y dos años, y a dos más por fuera del matrimonio.

Tiene fe ciega por su hijo en el fútbol. Sí que tiene talento este introvertido niño. “Pero debes tomarte la bienestarina”, le aconseja. Es duro convertirse en futbolista profesional en este rincón del occidente colombiano.

Por estas latitudes, el fútbol rescata niños de vidas en penuria y es la motivación de unos más acomodados. Byron Candelo —11 años, robusto, ceño fruncido, hijo de Albert— es un jeque dentro de la cancha, es zaguero central y capitán del equipo. Le apodan Pata e’ Piedra o La Bala por su forma de defender. Tiene cuero en lugar de piel, de tanto revolcarse en las canchas de piedra desde que tiene cuatro años. Hace unos meses se presentó a prueba en la escuela Boca Júniors de Cali y entre 26 aspirantes fue el único seleccionado, pero sus padres pensaron que era muy prematuro dejarlo ir a vivir solo: ‘Rendirse a los hechizos de las costumbres’. “Él allá todo niño… y solo. Mi esposa ya me iba a desbaratar la familia para irse a vivir con él a Cali.

Esa es una ciudad grande, allá no soy nadie. Acá uno vive bien, y todos me conocen”, dice Albert, su padre y entrenador.

Byron es canchero, provoca a sus rivales con gestos y muecas, les habla a los árbitros sin escrúpulos y va con vehemencia en el juego aéreo: un patrón Bermúdez tuso y en miniatura. “Respiro fútbol desde que recuerdo. Me gustaría darles un mejor estilo de vida a mis padres cuando me contrate un equipo. Ojalá sea Cali, mi club, o Millonarios. A mis padres me los voy llevar para Bogotá”, asegura un elocuente Byron, el segundo de tres hermanos. “Sí, eñooor, voy a ser digno representante de mi municipio”, añade.

Un día tenían que jugar en Sanyú, otra invasión manejada por grupos al margen de la ley que ha sido fuertemente azotada por problemas de drogadicción, sicariato y prostitución. En los portones de los palafitos se ven niños desnudos comiendo arroz con la mano y señoras haciendo sus necesidades contra el viento, antes de que suba la marea y se lleve todo.

“Nos tocó pedir permiso para ir a jugar un partido a esa cancha, acá las condiciones son difíciles, y eso que hemos mejorado en seguridad”, dice Albert Candelo, entrenador de la selección Buenaventura en 2008. Por temas de seguridad prometieron no volver a esa cancha, rodeada por un malecón sin terminar y que es tapada por el Pacífico cuando sube la marea entrando la noche. Cuando baja al día siguiente, queda una alfombra de desechos. Allá juega un equipo apoyado por la fundación Vení Jugá, creada por Osman López, exjugador de Millos y de los pocos oriundos que retribuyeron algo a su tierra.

El coloso de Buenaventura

Ignacio Rincón —61 años, corpulento— es el administrador de la cancha Monte Chino, una de las más tradicionales de Buenaventura. Cuando era niño empezó a jugar fútbol en ese terraplén que antes era una bodega de materiales y escombros de la construcción del hospital que hoy se ve detrás de la cancha. Él y su hermano Freddy Eusebio Rincón debían esquivar vidrios y andamios en el suelo. Jugaban con un balón que más bien parecía un zurrón remendado. Sólo interrumpían para ver a las colegialas cuando salían de clase o cuando la luz natural se extinguía. A veces estaba tan llena la cancha que debía ir a jugar a la playa.

Ignacio está apoyado en la reja del antejardín de su casa, una blanca de tres pisos en donde se crió junto a Freddy, vendido por 300 mil pesos a Santa Fe en 1988 y años después jugador del Real Madrid. Nacho se mueve con una desidia sostenida, arrastra sus chanclas hasta la cancha, a tres cuadras de su hogar. Los años y la complicidad de las drogas en tiempos pasados han producido una dislexia en Nacho, quien jugó como zaguero central en el Nacional de Francisco Maturana. “También jugué en Santa Fe (1974), pero me aburrí de que el técnico no me metiera. El presidente me dijo que me regresara a Buenaventura y que me llamaba en unos días para que volviera a Bogotá, cuando ya hubiesen despedido al técnico. Así fue: me mandaron el pasaje y me dio una pereza… ¡ah! Yo vendí eso y me quedé acá”. El fin de su carrera como futbolista. “¿Que por qué en Buenaventura salen tan buenos futbolistas? ¿Y no será el marisco? (risas). Debe ser porque acá se juega desde muy chiquito”, dice Nacho, con una sonrisa de niño.

Buenaventura, en donde a los futbolistas de tez blanca les apodan güais (white: ‘blanco’ en inglés), es tierra fértil de grandes estrellas. “Y eso que, por ejemplo, a los técnicos no les gusta capacitarse. El año pasado hicimos un curso y sólo fueron 20. En Palmira fueron casi 286. ¿Qué tal si se prepararan?”, dice Wílmar Giraldo, presidente de la Liga de Fútbol del Valle, convencido de que su departamento es la mayor industria del fútbol en el país.

Sucursal del Cielo; central del fútbol nacional

Sólo Valle tiene al menos un jugador en cada uno de los 36 equipos profesionales del fútbol nacional y cada año se realizan de 65 a 75 transferencias de jugadores juveniles a clubes de las categorías A y B. La Liga tiene 296 clubes afiliados, realiza casi 30 torneos al año y suma 129 títulos nacionales con selecciones Valle. Únicamente Cali, que tiene 93 clubes afiliados, cuenta con 700 canchas y en la mayoría de los 289 barrios hay una escuela formativa y un terreno para entrenar. A la capital llegan, además, jugadores de Cauca, Nariño y Chocó, que dejan sus tierras para apostarlo todo por el fútbol. Se prueban en las escuelas más grandes: en Boca Júniors, Carlos Sarmiento Lora y las de América y Cali.

A Julio Valdivieso, 71 años, entrenador de Boca hace más de 20, lo llamó un amigo del fútbol hace casi tres décadas. “Tenés que ver a un peladito que juega muy bien”. Informantes allegados, dirigentes amigos: esa es la forma como consiguen grandes talentos en Boca Juniors, escuela con sedes en Siloé, Andrés Siani, Lloreda, Florida, Puerto Tejada y que tiene más de cuatro escuadras por categoría, desde baby fútbol. Al niño, menudito, lo hallaron en precarias condiciones en el distrito de Aguablanca. Era un crack y Gustavo Moreno Arango, entonces presidente de la escuela, se lo llevó a su casa y lo subsidió durante el proceso juvenil. Giovanni Hernández se llamaba. “El niño del millón de dólares tenía una inteligencia deportiva y una chispa natural impresionantes”, recuerda Valdivieso, quien asegura que el Valle es la potencia del fútbol en Colombia. “Esto es una plataforma de oportunidades. Hace muchísimos años, pero muchos, me puse a contar las canchas en Cali y ya había 70. Ahora hay cientos de terrenos donde entrenar y escuelas que perfeccionan la técnica de los jugadores”, añade Valdivieso, dueño de una fabricadora de rampas adhesivas.

La técnica del jugador vallecaucano es exquisita y en el caso de Cali tiene muchas posibilidades de surgir en el profesionalismo. Según Alexánder Cortázar, técnico de la selección juvenil del Valle, “la geografía plana es muy favorable, porque todos pueden llegar fácilmente a Cali, de otros municipios y departamentos aledaños. Por eso hay tanta demanda”. En sus tiempos de volante de creación, jugaba junto a Arley Betancourt, Milton Rodríguez, Jersson González y Frankie Oviedo, pero lo subieron en un pedestal. De hecho, a los 13 años se escuchaba que lo venderían al fútbol italiano. “Me llegó la fama muy temprano y me conformé. Tuve mucha presión y nunca respondí. Aún a mis 37 años me sigo poniendo a pensar por qué no pude salir”, dice.

En su nuevo cargo en la selección del Valle maneja jugadores de todo el departamento. “Acá muchos empiezan por necesidad, pero los que tienen plata también salen, como Óscar Córdoba, Farid Mondragón y Mario Alberto Yepes. Sin importar eso, al final todos terminan siendo parecidos: exquisitos, irreverentes dentro del campo, rápidos y potentes”. Características de un producto vastamente cotizado en el fútbol nacional e internacional.

FUENTE: EL ESPECTADOR.COM