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Él ya lo sabía: su esposa lo engañaba con su mejor amigo, lo descubrió aquella tarde-noche que estando ella en el baño preparándose para salir con sus supuestas amigas le tomó el celular, como por instinto, tan despreocupado estaba que abrió la carpeta de mensajes de texto y leyó: “Tengo tantas ganas de verte y hacerte el amor. Quiero que te pongas los cacheteros negros de encajes con el sostén que utilizaste la noche que nos acostamos por primera vez. ¡Oh! No sabes lo encendido que estoy y lo impregnado que ando de ti, anhelo pronto sea de noche. Te espero con ansias. Jorge”. Él sintió morir.
Se sentó en la cama, estaba ido, perdido, no asumía las palabras que leyó. Quiso leerlas de nuevo, rápidamente, pero su esposa salió del baño envuelta en la toalla y le tocó ponerlo donde estaba sin que ella se percatase. Se quitó la toalla y poniéndose los cacheteros negros de encajes, el sostén azul con un moño en el medio de ellos que él le regaló en su tercer aniversario de matrimonio. Lo comprendió todo. Le propuso hacer el amor pero ella lo rechazó argumentándole que estaba tarde y que además no quería hacer esperar a sus amigas, que al regresar lo premiaría por su espera; en realidad él no quiso llorar, soportó ese dolor que se le atravesó entre el pecho y entrañas, que le subía por la garganta. Ella, sin saber lo que sentía su marido le sonrió y lo besó en los labios. Quince minutos después salió de la casa rumbo a la ciudad. Él soltó las lágrimas y se desplomó en el sillón grande de la sala.
Fortalecido por la razón, que en esos instantes es tan irracional, cogió la botella de Whisky y se tomó un trago tras otro. Siendo casi las ocho y media de la noche la llamó y de manera amarga pero con la malicia y la ira revueltas, mostrándose tranquilo, que gran esfuerzo hizo, le preguntó sobre como la estaba pasando, “espectacular” le respondió ella, luego hubo un silencio prolongado que él rompió pidiéndole que regresase pronto a la casa, que la extrañaba, a lo cual ella respondió que se tomaba ese segundo y rico cóctel y que salía para la casa. Él terminó con un “te amo”, recibió como respuesta un “igual yo”.
Con las lágrimas, ya ahogándolo, pegó un alarido lastimero, una furia desaforada lo invadió y con toda la fuerza del mundo golpeo la pared quebrándose cuatro de los dedos de la mano izquierda. Tuvo que irse para el hospital. Ella, luego de colgar, le contó a Jorge lo que habló con su esposo “Le dije que me tomaría este segundo rico y delicioso cóctel”, y cogiendo con su mano derecha el sexo de su amante se lo puso en los labios de su vagina penetrándose lentamente con este, moviéndose arriba y abajo, “que regresaría pronto a casa”. Ambos se miraron con ojos cómplices y con ese placer que los poseía por el otro dieron rienda suelta al sexo excesivo que los hacía ser un complemento en la cama.
Samuel Salazar Blandón.
__________________ Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre volúmenes que pueblan el indiferente universo, hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos. Ocurre entonces la emoción singular llamada belleza, ese misterio hermoso que no descifran ni a la psicología ni la retorica. Jorge Luis Borges.
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