DeNunCianDo - “Reseña”: Los días azules, Fernando Vallejo.

A Fernando Vallejo lo sacaron de la paz de la nada el 24 de octubre de 1942, creció en medio de La Violencia, esa que mal parió el monstruo bicéfalo que atacó a Colombia durante tantos años: el partido liberal y el partido conservador. Hijo de Anibal Vallejo y Lía Rendón, él político conservador, ella loca irredenta. Estudió filosofía y letras en la Universidad Nacional, es biólogo, físico, cineasta, escritor, novelista, gramático literario y lenguaraz. Ha escrito un ciclo de novelas autobiográficas titulado “El río del tiempo”, “La puta de Babilonia”, un memorial de agravios contra la iglesia católica, dos libros de ensayos sobre física y biología, dos biografías sobre los poetas José Asunción Silva y Miguel Ángel Osorio y una gramática del lenguaje literario. Murió en Barcelona, España, en el 2002.

Escrita en primera persona, bajo el influjo próvido de figuras literarias y riqueza lexicográfica sinfín, Los días azules es la primera novela del ciclo autobiográfico El río del tiempo. Para enamorarse de una Medellín muerta. En ella el autor básicamente narra algunos episodios de su infancia en la finca Santa Anita; un pedazo de cielo ubicado entonces a medio camino entre el municipio de Sabaneta y Envigado, entonces pueblos apacibles, sosegados y bucólicos hoy grandes urbes hacinadas de gente, gente y más gente y el barrio Boston, en la calle del Perú, que termina convertida en pendiente. Nos dice el autor que “Este libro no tiene más objeto que el de narrar la historia del único globo que entre los millares que palpitaban en el cielo agarré en mi vida, mi momento estelar, mi gran hazaña.” Pero más allá de ello Fernando Vallejo nos plantea la niñez en Medellín, en Antioquia, como algo sumamente interesante, habida cuenta del entorno vesánico que ofrece este muladar con obispo que es Colombia. Sólo Vallejo puede plantear su niñez con tanta ternura y dolor, dando cuenta de la transformación que obró sobre la Medellín de otrora, esa Medellín de pocos barrios, esa la Medellín de los Salesianos, de los camajanes del barrio la Toma, de los barrios de tolerancia, esa Antioquia de ayer, marrullera, con sus caminos que en diciembre se llenan de velas, de luces, de pesebres hilarantes donde María y José tienen el mismo tamaño de una oveja, donde un pez gigante se sale del agua-espejo, Medellín infinita infinita Antioquia. Es el retrato incesante de una niñez en medio de pianos, naranjas ombligonas, Hudson bólidos de fuego, misas de tres padres, la abuelita Raquel y el abuelito Leónidas, mami Liíta y papi Anibal, Antioquia viva y el Machete Cortador de Cabezas. Va el recuerdo pueril acompañado de una crítica demoledora a la sociedad colombiana, a sus aprovechadores públicos, a sus creencias, a su pueblo, a sus pobres, a su afán ineluctable de reproducirse. Sea el punto final de esta suerte de reseña el siguiente fragmento:

“Humilde labrador de los campos, siervo de la gleba, cortador de caña, desbrozador de montes, limpiador de maleza, el machete se levantó enfurecido porque le había llegado su hora. En el corazón del monte, en la ceguedad del odio, en el rugir del viento, Amo de los Caminos, Dueño de la Encrucijada, Violador de la Noche, deja oír tu timbre metálico que ya la noche enmudece. Deja ver tu brillo partiendo la luna. Machete de filo y sangre, machete de sangre y muerte, Alma Negra, Sangre Negra, Capitán Veneno, Cortador de Cabezas, Rey del Reino de Thánatos, Señor de Colombia, ¡álzate! ¡Levanta mi brazo que voy a matar!”

Salvarsán.

Fuente:
http://elmalcuentero.pvblogs.net/2010/06/13/348/