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libro 'Pandemónium'. Yuri Chillán relata el envenenamiento masivo de Chiquinquirá en 1967

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Yuri Chillán relata el envenenamiento masivo de Chiquinquirá en 1967

Por: FABIÁN FORERO BARÓN | 7:27 p.m. | 24 de Noviembre del 2011


La foto de Carlos Caicedo, reflejó el drama de los niños intoxicados.
Foto: Archivo Particular


El secretario general de la Alcaldía de Bogotá presenta su libro 'Pandemónium'.

En su libro 'Pandemónium', Yuri Chillán, secretario general de la Alcaldía de Bogotá, recrea el envenenamiento y la muerte de más de 80 personas, la mayoría niños, en 1967, en Chiquinquirá.

"Siempre pensé que valía la pena contar esa historia", dice Yuri Chillán, secretario general de la Alcaldía de Bogotá.

El calendario marcaba el 25 de noviembre de 1967, un sábado infernal. Él, un niño de ojos verdes, pálido, no daba crédito a lo que veía: mujeres que gritaban por la calles que el agua estaba envenenada, pequeños que morían intoxicados por el pan contaminado con un agroquímico destinado a los cultivos de papa.

Han pasado 44 años del envenenamiento que dejó a más de 80 personas sin vida en Chiquinquirá, en su mayoría niños. En su novela Pandemónium, Chillán, oriundo de ese municipio boyacense, relata la historia ficticia de Adela Valdez, quien, después de perder a una hija en la intoxicación masiva, se va para Estados Unidos, pero, 44 años después, vuelve a Chiquinquirá a recoger sus pasos. El libro, de editorial D'vinni, pronto estará en librerías y su lanzamiento será en diciembre.

¿Qué lo motivó a escribir el libro y qué cuenta de nuevo?

En primer lugar, es un homenaje a la memoria. Creo que es importante, en un país como el nuestro, donde muchas cosas suceden y no se toman correctivos. Es una pedagogía para reflexionar sobre lo que somos y para aprender a hacer mejor las cosas.

Es una historia de mis primeros recuerdos de cuando viví en Chiquinquirá y sucedió esa catástrofe. Un camión que transportaba harina llevó al mismo tiempo folidol (veneno contra las plagas de la papa) y el panadero no se dio cuenta. Ese error mató a entre 78 y 100 personas, una cifra que nunca se pudo definir. Me impactó porque fue la primera vez que vi un muerto en mi vida. Para mí era importante reflejar esas vivencias.

Tuve que construir una historia que me permitiera narrar todos los acontecimientos con las licencias que da la imaginación. La investigación de campo fue muy emotiva: duró siete años, en los que acudí a amigos y a fotografías como las que tomó Carlos Caicedo para EL TIEMPO. Entrevisté a personas que sobrevivieron y que perdieron a familiares.

¿Dónde estaba ese día?

Mi papá es comerciante. Él tiene una ferretería, era sábado, y me llevó muy temprano a la ferretería a trabajar. Como a las 7:30 o 7:45, pasó Bertha de Parra gritando que el agua estaba envenenada.

Mi papá envió a uno de los empleados a avisarle a mi mamá que no fuera a desayunar, porque el agua estaba envenenada. Yo me fui detrás de un empleado, que cogió a patadas la puerta, entró y le quitó a mi mamá un café que se estaba tomando.

Después de eso, nosotros regresamos a la ferretería y, justo al frente, había una droguería de un señor que se llamaba Carlos Morales. Calculo que eran las 9:30 de la mañana: estaba haciendo mucho sol y era un día muy claro.

Carlos le dijo a mi papá que ya sabía cual era el antídoto para aplicarle a la gente que estaba intoxicada y que lo llevara al barrio Sucre. Entonces, nos subimos al carro marca Gaz, de fabricación rusa, que tenía mi papá. Nos fuimos al barrio Sucre. Cuando llegamos, venía un niño de unos 12 años.

Aún veo su rostro grabado en mi mente: tenía una camisa blanca remangada y caminaba acompañado de un niñito, de unos 3 años, que era su hermanito. Cuando Carlos lo vio, le puso una inyección y el niñito vomitó y se murió. Yo estaba ahí al lado, mirando esa tragedia.

Varios colegios estaban de clausura ese día...

Estamos hablando de una Chiquinquirá que, en ese momento, tenía unos 28.000 habitantes. Había la tradición de que, cuando los colegios grandes terminaban el año lectivo, se hacían en el teatro de la ciudad presentaciones. Entonces, los niños participaban. Esa mañana, los papás se tuvieron que levantar más temprano para prepararles el desayuno, y eso explica por qué un número tan alto de muertos fueron niños.

¿Amigos suyos murieron?

No, que yo recuerde. Pero sí gente conocida. En Chiquinquirá, en esa época, había unas cinco panaderías distribuidas geográficamente. La zona donde yo vivía se surtía de pan en un negocio a dos calles de mi casa. Donde sucedió la tragedia, donde se procesó el pan contaminado, estaba mucho más retirado. La gente afectada eran los clientes de la panadería Nutibara.

¿Hay relatos de sobrevivientes?

Sí, están ensamblados en el texto. Fue importante porque implicaba un trabajo periodístico: hurgué, con mucho respeto, la memoria de la gente que tenía recuerdos muy dolorosos de la tragedia.

¿Qué lo conmovió en la investigación?

Cuento la historia de una familia que veló a cuatro de sus hijos. Los cajones estaban más o menos alineados. Del más pequeñito empezaron a salir fluidos, pues resultó que una de las niñas a las que daban por muertas volvió a la vida en el cajón. Son cosas que estremecen, que fueron reales y que han contribuido a que fortalezca la idea de que vale la pena hacerles un homenaje a tantas víctimas.

¿Se dedicará a la literatura?

No sé; es algo demasiado presumido. Me ha costado mucho hacer este esfuerzo.

¿Cómo convenció a Samper Pizano de escribir el prólogo?

Él hizo un reportaje muy conocido sobre la tragedia. Hace siete años, cuando viví en España, le conté que estaba trabajando en un libro sobre ese tema. Él me animó mucho y me dijo que si terminaba, me hacía el prólogo. Y cumplió.

La foto que dio la vuelta al mundo

Carlos Caicedo plasmó el drama

Cuando la noticia corría como pólvora por las diferentes redacciones de los medios capitalinos, Carlos Caicedo, reportero gráfico de EL TIEMPO durante varios años, emprendió camino hacia Chiquinquirá.

Al llegar al hospital de la población, Caicedo se encontró con la dantesca imagen del niño Alfonso Romero, de 11 años, desgonzado en un sofá, con los ojos vidriosos. Su vida pendía de una bolsa de suero.

La foto salió en primera página de EL TIEMPO y luego le dio la vuelta al mundo en la revista 'Life'. Cinco años después del hecho, el periodista Daniel Samper Pizano volvió al municipio para escribir su célebre reportaje 'El día en que envenenaron a Chiquinquirá'.


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