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Como todas las noches, un grupo de jóvenes soldados del ejército chileno destinados en Putre vigilan celosamente las caballerizas ubicadas en la Pampa Lluscuma. Son las 3:40 de la madrugada. Pedro Rosales y Juan Reyes se encuentran realizando la guardia. De pronto, dos extrañas luces rompen la monotonía y llaman su atención. Algo asustados, los militares corren hasta el lugar donde descansa el resto de la patrulla. «¡Vengan, vengan a ver lo que ocurre en el cerro! ¡Hay una luz gigante!». Alertados por sus compañeros, toda la patrulla, incluido el cabo Armando Valdés -al mando del grupo-, se levanta y sale a observar el misterioso fenómeno. Ocho militares chilenos estaban a punto de enfrentarse con lo desconocido. «Apaguen la fogata», les ordenó Valdés. Los asustados reclutas no podían entender lo que estaban viendo. En la distancia, dos luces no identificadas destacan en la oscuridad. Una de ellas parecía estar posada tras uno de los cerros. De pronto, la otra comenzó a aproximarse hasta su posición. El OVNI lo iluminaba todo. Ante la cercanía del objeto, Valdés ordena a sus hombres que se coloquen en posición de combate. «¡Si algo pasa, que nos pase a todos juntos!», les dijo.
El suboficial decide adelantarse hacia la luz y, mientras avanza, grita al intruso: «Identifíquese». En ese preciso instante, el cabo desaparece de la vista de sus hombres. Durante 15 minutos se produce una búsqueda tan frenética como infructuosa. No hay rastro de Valdés, pero el OVNI continúa en el mismo lugar. De pronto, y de forma inexplicable, el militar reaparece de la nada, ante el asombro del resto de la patrulla. Sin embargo, aquel parecía otro hombre. Estaba en un estado de trance, decía cosas incoherentes y se reía sin motivo aparente. Los soldados, sin entender lo que ocurre, lo acercan hasta la fogata. Allí, junto al fuego, Valdés pronunciaría una enigmática frase que continúa imborrable en la mente de sus hombres: «Ustedes no saben quiénes somos, ni de donde venimos... pero volveremos». Durante toda la noche Valdés permanece en ese estado. Los reclutas, además, se percatan de dos extraños detalles que aumentan aún más el misterio: la barba del cabo había crecido de manera inexplicable –a pesar de que se había afeitado ese mismo día–, y el calendario de su reloj se había adelantado cinco días, marcando la fecha del 30 de abril.
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"No desaparece lo que muere, solo lo que se olvida."