DeNunCianDo - Un bogotano con 300 consolas de videojuegos sueña con abrir un museo

Javier, de 32 años, tiene unos 6.000 juegos. Administra una pizzería decorada con estas máquinas.

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Ni las goteras de su casa ni los amigos que le preguntan que por qué se gasta la plata en ‘pendejadas’ han impedido que el bogotano Javier Pinto continúe con su pasión de siempre: coleccionar consolas y videojuegos.

Su fiebre ha sido tan frenética y apasionada que ya perdió la cuenta de todo el material que tiene almacenado en un estrecho altillo del barrio Ciudad Montes, en el sur de la ciudad.

Javier prefiere entonces dar cifras aproximadas: “Yo creo que tengo unos 6.000 juegos, 300 consolas y 700 ******os portátiles”, calcula a ojo, internado en su ‘búnker’, un lugar que resultaría alucinante para cualquier niño amante de Mario Bros o de estallar navecitas de colores.

Su historia como ‘cazador’ de ataris empezó, según recuerda, cuando Marco Tulio Pinto, su padre, le regaló un 2.600. “Ni siquiera había cumplido el año de existencia”, agrega el gomoso, de 32 años y quien abandonó sus estudios de electrónica para concentrarse en la colección y en la administración de una pizzería de su propiedad, decorada con gigantescas máquinas de video de 100 pesos el ‘chico’ y que recrean peleas callejeras de boxeo, partidos de hockey y encuentros futbolísticos.

“Recuerdo que mi padre solo me dejaba jugar una semana cada seis meses. Era para evitar que me enviciara y descuidara mis obligaciones académicas”, cuenta Javier, que en 1989 y con la llegada al mercado nacional del Nintendo Nes empezó, sin darse cuenta, con esta pasión, un amor desquiciado que lo ha llevado a ser catalogado, por otros aficionados, como el mayor coleccionista de consolas y videojuegos de Colombia.

En su ‘búnker’ hacen presencia –atiborradas– las cajas de cartón de consolas como el Supernintendo, que sus padres le regalaron en 1992, y otras que hicieron época en los 90 como las de Sony, Sega y Microsoft, entre otras. En vitrinas grises, que le compró a un amigo que tenía un negocio de anime, se pueden encontrar desde casetes con 100 juegos (como los inolvidables Bomberman, Circus, Contra) hasta otros más selectos y modernos de 1’800.000 pesos.

“Ese se llama Taromaru y es sobre un ninja que elimina a sus enemigos con poderes psíquicos”, explica Javier, como si fuera aún el niño del colegio militar Caldas en permanente confrontación con el grupo de compañeros que en vez de adorar el Nintendo, como él, preferían el Sega.

Su intensa actividad como buscador de más objetos que engorden su tesoro han producido que muy pocas novias le duren. Cuenta, entre risas, que no se aguantan que siempre esté en función de los videojuegos, aunque reconoce que una de ellas le ayudó a conseguir unos juegos que no tenía.

“Caminábamos por Kennedy y pasamos por unas ventas callejeras donde había algunos títulos. Como iba con ella me abstuve de mirar hacia abajo, pero me insistió. Cuando vi el puesto me encontré con tres juegos que no tenía y que compré por 5.000 pesos. Luego los vendí en 60.000 pesos”, afirma Javier, quien además de coleccionar le vende materiales a otros coleccionistas y sueña con abrir el primer museo dedicado, exclusivamente, a los videojuegos.

Sobre su juego preferido no duda en afirmar que es Contra, la historia del soldado Bill Rizer que armado hasta los dientes se enfrenta a alienígenas. ¡Game Over!.