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Ver la Versión Completa Con Imagenes : El temor a la muerte traiciona su creencia en otra vida y menos en un “paraíso o infierno”.


Ayudante De Santa
06-11-2015, 22:19:08
Los mejores licores
PEDROELGRANDE
15-09-2014, 20:41:13
Creyentes E Incrédulos.


Autor: Ulises Casas Jerez
Crítica Política Número: 242.
Fecha: 19 de Agosto de 2014.



Causa curiosidad, por decir lo menos, que casi la totalidad de la Humanidad crea en otra especie de vida, mientras se aferra con todas sus fuerzas a la que posee realmente en ésta. Si se fuese consecuente, lo ideal sería “buscar” esa otra en donde, si se ha sido “bueno”, encontraría el paraíso que con permanente actividad se busca aquí en donde materialmente se existe.

En las comunidades antiguas, de creencias esencialmente naturales, se consideraba la muerte como un viaje para el cual agregaban al cadáver unas viandas e incluso personas para su acompañamiento; pero no existía la angustia por la muerte ya fuese remota o inminente.

En las sociedades posteriores, cuando la propiedad privada individual se establece como estructura fundamental de su existencia, el humano se convierte en un ser que lo es en la medida en que posee bienes: el humano es lo que tiene, es el criterio cualificativo del mismo. En esa dirección la alienación es el elemento sustancial de su existencias ya que el objeto se convierte en sujeto dominante; el humano depende de lo que posee, es el objeto el que determina el ser social y cultural del mismo, el “ser social determina la consciencia” es el resultado de las condiciones materiales de la existencia humana del presente; sin embargo, esa “consciencia” irónicamente, es inconsciente; no hay quien pueda entender que obedece al objeto que posee. Pero la existencia humana es de esa naturaleza: el auto le impone a su propietario el que le ha de llenar el tanque de combustible, de mantenimiento, etc. etc., y ese propietario se siente feliz “obedeciendo” esa necesidad del objeto, en este caso el auto. Y así es el resto de estructura material e individual de la sociedad actual.

El apego a la vida, así sea ésta la más difícil, es un fenómeno de incredulidad objetiva, real. Permanentemente estamos viendo la saturación de hospitales, clínicas, sanatorios, ancianatos, etc., en donde enfermos de toda clase de dolencias se arrastran y arrastran a sus similares sin compasión alguna; quienes dirigen esos centros se han acostumbrado a ver el dolor, el sufrimiento de todos los pacientes y lo hacen por la paga que reciben ya sea mensual o quincenalmente. La vida de un enfermo al cual se le practica una diálisis diaria a la que es llevado en silla de ruedas, el enfermo que es sometido a cientos de “exámenes”, radiografías, cirugías, etc., es un espectáculo que genera lástima, pesar, como expresión de solidaridad humana pero que es imposible de solucionar con el simple deseo o la lamentación o protesta por la falta de atención por parte de los organismos del Estado. Pero, a la vez, es la consecuencia de la ideología de doble faz: por una parte la creencia en dioses o divinidades a las cuales se les considera esperando al que va a morir, a su “alma” como se cree, para castigarle sus faltas o premiarle sus bondades en esta su presente vida; por la otra parte, el esperar salir de la enfermedad, el superarla para poder seguir viviendo en mejores condiciones; si la situación es la primera, la lógica es apurar la muerte; al no ser así, se está viviendo falsamente: se cree pero no se cree, se es pero no se es. De ahí que nunca se practique la normatividad teórica de las religiones. De ahí que no cesen las guerras, la violencia entre los mismos, dentro de la llamada “familia”, que la doble moral sea la práctica real de la inmensa mayoría de los seres humanos.

Paradójicamente, somos los no creyentes, los ateos filosóficamente hablando, quienes no nos preocupa la muerte y el dolor lo consideramos como parte del diario vivir con el cual hay que soportarlo; ni dioses, ni ídolos de clase alguna ensombrece nuestra existencia; más aún si el dolor llega a ser de tal naturaleza que no pueda ser solucionado, estamos dispuestos a liquidar la vida a voluntad propia. En eso somos consecuentes; pero hay muchos, la mayor parte de quienes dicen que no son creyentes que solo lo dicen, como lo hacen los creyentes: decir algo pero hacer lo contrario. El ser humano, como generalidad, no ha llegado a la plenitud de la consciencia y de eso sí que somos conscientes los verdadera y materialistamente no creyentes, es decir, ateos.