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ALBAFIKA DE PISCIS
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Predeterminado Respuesta: Asesinos en serie megapost

Surge el gran violador
Junto a esa impotencia para ser marido-amante, empezó a latir con más fuerza el monstruo interior de Garavito cuando, en octubre de 1980 él, mientras seguía trabajando en el supermercado, comenzó a sentir la presencia de un “impulso” que quería dominarlo. En sus propias palabras: “Muchas veces me ocurrió que llegaban menores de edad al supermercado a comprar algo, a mí me iba dando un deseo como lo que yo siempre he denominado una fuerza o un impulso de estar con ese menor de edad, acariciarlo, violarlo. En las horas de almuerzo aprovechaba, dos horas, y me iba para la vecina población de Quimbaya. Allí accedí a varios menores…[…]…únicamente los acariciaba, los amarraba, les quitaba la ropa y los violaba, pero finalizando el 80 y a comienzos del 81, me voy para la ciudad de Sevilla, me llevo a un menor, y de pronto no sentía placer solamente con acariciarlos y violarlos[2], sino que llevaba cuchillas de afeitar, velas y encendedores. En algunas oportunidades les hacía tomar el semen obligados y me quitaba un diente para poder morder a los niños, es el incisivo lateral derecho, ese diente me lo hice colocar porque mi papá me lo tumbó cuando yo tenía quince años. Yo sentía como un descanso, me sentía bien haciéndoles esto a los menores, les mordía las tetillas, les tasajeaba los brazos y, por los lados de las nalgas los quemaba”

En la desfigurada psiquis de Garavito, al igual que en la del sanguinario Andrei Chikatilo, se había establecido la fatídica asociación entre el dolor ajeno y el placer propio, asociación que en psicópatas como él fácilmente desembocaba en el matrimonio del sexo y la muerte. Y es que, en efecto, Garavito descubrió que la intensidad de sus orgasmos aumentaba cuando aumentaba la violencia que sobre sus víctimas ejercía, debido a lo cual empezó a torturar a sus pequeñas víctimas. Sin embargo el nacimiento de esa oscura faceta no liquidó su conciencia moral; la cual, si bien no servía para frenarlo, sí que servía para atormentarlo. Fue entonces que intentó darle una explicación bíblica a sus actos y su religiosidad se volvió compulsiva, haciéndolo buscar no solo perdón y redención sino castigo para sus pecados. Tan grandes eran sus remordimientos que a veces, sacudido por la angustia, se levantaba desorientado en medio de la madrugada, recordando cada violación que acudía a su mente, reviviendo las terribles escenas en que sus inocentes víctimas, una vez más, lo miraban con los ojos desorbitados por el dolor y el terror, no ya para traerle placer sino profusas lágrimas que resbalaban por su rostro y luego, sorprendentemente, eran seguidas por sarcásticas risas suscitadas por la evocación del sádico gozo…
Lejos de ser una ficción, en Garavito parecían convivir dos hombres distintos. Cada noche se acercaba con fervor a la mesa y tomaba la Biblia, buscando en ella algún salmo que le proporcionase paz a su alma, alejándolo así del peso de la culpa y abriéndole las puertas a la esperanza de ser salvo. También, cada vez que encontraba algún versículo aplicable a la crisis que estaba atravesando, lo escribía en su adorada libreta azul con la letra torcida por el desenfreno. Y cada noche, además del salmo o los salmos, Garavito recitaba en voz alta los versículos de su libreta azul mientras deambulaba, desnudo, de un lado a otro de su habitación. Finalmente, cuando la fe le había repuesto las fuerzas, el monstruo se vestía y salía a la calle; pero, antes de aquello, tomaba el siniestro diario donde apuntaba el nombre de cada niño violado.
Mas no era únicamente el deseo de placer lo que impulsaba a Garavito hacia el mal. Había también un deseo de venganza (unido al ‹‹mecanismo de desplazamiento››[3]) y un anhelo de contrarrestar su sentimiento de humillación a través del sentimiento de poder que experimentaba con sus víctimas. Esto lo vemos implícito en la forma con que Garavito se expresó de la admiración hacia Hitler que desarrolló (sin dejar de lado su fanatismo religioso…) luego de leer su biografía: “Yo admiraba mucho a Hitler, quería llegar a ser como él, conseguir poder para hacerme respetar. Siempre anhelé ser importante, estar en la televisión, en la prensa y que todo el mundo hablara de mí. Me gustaba él porque fue una persona humillada y de un momento a otro alcanzó un poder. Admiraba de él esa situación, yo me quería vengar de muchas personas. Yo pensaba que una persona que me mirara mal había que fusilarla. Me gustaban los campos de concentración….”

Por todos los conflictos internos antes expuestos fue que Garavito, con 27 años, ingresó a una clínica psiquiátrica en enero de 1984. Allí estuvo 33 días, hasta que los doctores creyeron que se había recuperado y le autorizaron a asistir a sus reuniones en Alcohólicos Anónimos. Fue un gran error: Garavito nunca se recuperó y estaba ávido por tener carne tierna entre sus manos. Él mismo lo contó: “Cuando me dieron un permiso, llegué a Pereira […]. Allí ubiqué dos menores de edad que vivían por el sector de Getsemaní, un centro espiritual campestre. Sobre esa misma vía, algo retirado de ese seminario, los metí por un cafetal y los amarré, los despojé de sus ropas y yo también me despojé de mis ropas. Los violé […]. A estos niños me parece que los quemé[4], los mordí y allí los dejé”

Pero Garavito, que aún no había alcanzado todo su potencial criminal, los dejó con vida y éstos lo reconocieron después mientras estaban en un carro. Lastimosamente el criminal logró escapar.

Así habría de seguir hasta 1992, fecha en la que cometería su primer asesinato. Pero, hasta que la tormenta de sangre se desate, muchísimos niños inocentes habrían de ser violados y torturados por el infame Garavito, de quien los expertos calculan que llegó a violar un niño por mes entre 1980 y 1992, habiendo sido, a lo largo de ese transcurso, incapacitado por el ISS (Instituto de Seguridad Social) en 1980, 1981, 1983, 1985 y 1989. Puede entonces formularse la pregunta de cómo logró violar tantos niños con tantas incapacitaciones del ISS y sin ser capturado. La respuesta está, por una parte, en la habilidad que tenía Garavito para convencer a los psiquíatras y médicos de lo útil que le era realizar visitas (aprovechaba las salidas para violar) a Alcohólicos Anónimos; y, por otra parte, está en la destreza con que engañaba a sus víctimas y en el cuidado que ponía en no ser visto a la hora de violar, tal y como él mismo dejó entrever cuando dijo: ‹‹Para poder llevar a los niños les repetía el cuento: “tengo unos terneritos pequeños y necesito que me ayuden, yo les pago mil o quinientos pesos”. Los niños me creían y se iban conmigo. […] Yo buscaba sitios apartados de difícil acceso y boscosos, también matorrales que estuvieran alejados de las casas. Utilizaba cafetales y cañadas donde hubiera pasto alto, pero siempre lejos de la gente.››

Los primeros pasos de sangre
En 1992 Garavito cometió en Jamundí el primero de sus más de cien asesinatos. Se trataba del pequeño Juan Carlos, quien se divertía tranquilamente en un parque hasta que tuvo la desdicha de pasar enfrente de una caseta en la que Garavito estaba bebiendo. Seguramente fue el alcohol, además de otros factores, lo que en ese instante encendió en Garavito el deseo de violar a Juan Carlos. Era un impulso oscuro y contundente el que, convirtiéndolo en una especie de marioneta humana, tomó el control de Garavito e hizo que pague la cuenta al instante y comience a perseguir al niño desde una distancia prudente. Cuando el niño se detuvo, Garavito aprovechó y compró un cuchillo, cuerda y licor. Entonces y justo antes de que Juan Carlos se levantase para ir a buscar a su madre, Garavito lo engañó ofreciéndole dinero y se lo llevó hasta un potrero cercano, caminando después cerca de los rieles del ferrocarril hasta llegar a un lugar despoblado. Fue allí, en medio de aquel paisaje boscoso y lleno de charcas que reflejaban la luz de la luna, donde el trastornado Garavito tuvo la revelación que lo impulsó a complacer su maltrecho concepto de venganza: ‹‹Me transporté a mi infancia, sentí mucho odio, más los niños que yo llevaba nunca los mataba, y es allí donde cojo a este menor, empiezo a tasajearlo con una cuchilla y se apodera de mí algo extraño que me decía “mate, que con matar ya venga muchas cosas”. Fue así como yo procedí a matarlo, así fue mi primera muerte››
Luego de su primer asesinato, Garavito quiso ir a Trujillo para visitar a su hermana Esther, quien era la única, de entre todos sus hermanos y hermanas, con quien tenía un vínculo. Sin embargo hizo una pausa en Tulúa, donde se abandonó al alcohol. Otra vez sucedería lo mismo que con el pequeño Juan Carlos. Era pues ya de tarde cuando Garavito, que estaba bebiendo desde las diez de la mañana, vio a Jhon Alexander Peñaranda. De aquel instante el monstruo recuerda: “Yo estaba bien, tomando, solo con el deseo de escuchar música, no tenia planificado buscar un menor, de pronto de un momento a otro veo pasar a un niño y me pone mal, se me apodera esa fuerza […], entonces yo reprimo, tomo más licor y empiezo a quebrar envases”. Luego vino la aplicación del método y la violación y muerte del niño.

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