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Predeterminado Gustavo Petro: inventario de malas ideas Calificación: de 5,00

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La alcaldía de Bogotá, el segundo empleo más poderoso del país, es una plataforma de lanzamiento para la Presidencia de la República. El que lo haga bien se convierte en una figura nacional y seguramente tendrá un capital político importante para convertirse en un líder importante.

Petro, un congresista inteligente y honesto, infortunadamente está dilapidando esta oportunidad de oro. Con el paso de los meses está demostrando ser un mal administrador y lo que es peor, está sacando a relucir un talante autoritario que no sólo lo perjudica a él sino a la ciudad misma.

Dicen que el camino al infierno está plagado de buenas intenciones y éste es el caso de Petro. Buenos proyectos, pero su capacidad de ejecución es nula, no tiene sentido de la oportunidad y todo lo quiere hacer ya, echando al traste la planificación, quedando al final una administración de va de tumbo en tumbo, de error en error, llevando a la ciudad al precipicio de la ineptitud.

Salomón Kalmanovitz, serie y respetado economista, con una visión del mundo democrática y abierta, pone el dedo en la llaga. No es que Petro no tenga buenas ideas. Lo censurable es que no sabe como llevarlas a la práctica. Un buen político terminó convertido en un pésimo administrador que, además, no se deja ayudar.



Cita:
16 Dic 2012 - 7:30 pm

Inventario de malas ideas


Por: Salomón Kalmanovitz

No todas las ideas del alcalde Petro son malas. Las que son buenas, sin embargo, las trata de ejecutar tan despóticamente que terminan desvirtuadas. Un inventario de las malas y buenas ideas del alcalde que se queda corto es el siguiente:

No es mala idea que la ciudad crezca hacia arriba y deje de expandirse hacia la sabana que la circunda. Pero hacerlo así de pronto es una decisión autoritaria, de consecuencias nefastas para la construcción, que se encuentra paralizada en el Distrito y en los municipios circunvecinos. La acción desmesurada y pugnaz invita a municipios como La Calera a bloquear el acceso del Acueducto a Chingaza y a otros a estrangular las fuentes de agua de las que bebe la capital.

No está bien peatonalizar la Séptima cuando la Avenida 26 continua obstruida y la Décima está sin terminar. Al eliminar tres carriles de salida del centro, se puede difícilmente llegar, pero es imposible salir. Las materas que separan peatones de la ciclorruta y del alimentador de Transmilenio son una expresión de la estética miserabilista del alcalde. Para rematar al centro, se peatonaliza también la Jiménez, que queda sin transporte público. Los comerciantes protestan con razón: argumentan que la gente con capacidad de compra no volvió al centro y muchas oficinas y negocios se están trasladando hacia el norte.

Fue mal acortar el Pico y Placa sin estudio que hace colapsar a Bogotá entre las 8:30 a.m. y las 3 o 5 p.m. Simultáneamente obstaculiza la construcción de nuevas vías como la Avenida Longitudinal, que sacaría el transporte pesado de las arterias de la capital, y no se le ocurren soluciones que pasan por construir más vías y reparar las existentes.

Quizás la peor de las ideas ha sido la “distritación” del negocio de las basuras, aduciendo que los privados tumbaban a los usuarios, en momentos en que se vencían los contratos de todos los operadores. No tiene sentido constituir de nuevo un monopolio público en manos del Acueducto, apoyándose en un sindicato que ha conquistado unas prestaciones extralegales equivalentes a 2,2 veces el salario de base, sin capacidad de ejecución alguna, lo cual pone en riesgo la salud pública. Se hubiera podido fácilmente hacer una licitación con mayor competencia y adjudicarla a los mejores postores, introduciendo el reciclaje de las basuras, una buena idea por cierto, sin ningún problema. Otra buena idea fue la de regalar el mínimo vital del agua, algo que le ha copiado el Gobierno Nacional, aunque le cuesta a la ciudad $80.000 millones al año.

El talante autoritario exuda de la persona del alcalde: imponer una supuesta ética humanista que prohíbe el sacrificio de toros, que es una tradición cultural que abraza un sector minoritario de la población, no se aparta mucho de los que persiguen otras minorías. A mí no me simpatiza el “arte” del toreo, como lo llama Antonio Caballero, pero no me parece que tenga el derecho a prohibírselo a nadie, en tanto no ocasione daño a la especie humana. Para rematar, el alcalde se burla de la ley y la Constitución que le han ordenado respetar la tradición hispánica, lo que lo hermana con el procurador, aunque a este le encantan los toros.

Por último, construir vivienda de interés social donde iba a expandirse el Museo Nacional y en el lote destinado a la administración distrital son decisiones enmarcadas en la estética de la fealdad. El lema del alcalde podría ser: Bogotá in-humana y maluca.
Fuente: El Espectador

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