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Denunciante Épico
 |  Los mayas tenían razón
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 | Los mayas tenían razón
 Gabriel Silva Luján Ese mundo en el que la reflexión sesuda era el camino al reconocimiento está dando paso a uno en el que se entroniza a la frasecita incisiva o la mordacidad banal. Las predicciones de los sacerdotes mayas son ciertas. Es verdad que el mundo se va a acabar. Solo basta con mirar alrededor. Las señales son contundentes.
Cuando el propio representante de Dios sobre la Tierra abre una cuenta de Twitter tiene que ser que ha llegado el fin del mundo. Los dos mil años de la Iglesia no fueron suficientes para resistirse a ese engendro del demonio. Ahora, la doctrina divina nos llegará en trinos de 140 caracteres. Me imagino a Benedicto XVI, sentado en el trono de san Pedro, frotándose las manos porque a él lo siguen más tuiteros que a Cirilo I, cabeza de la Iglesia Ortodoxa. No hay duda, el mundo tiene que estar agonizante. Cómo más se puede explicar que al director de la CIA, el ******o de inteligencia más poderoso del planeta, le toque renunciar porque un correo electrónico develó su infidelidad marital. Otra vez, ahí está, ese diabólico engendró del Internet.
Es el fin del mundo. El Anticristo tiene que estar entre nosotros. Cómo más se entiende que 1.500 millones de seres humanos -supuestamente gente pensante y racional- perdamos la cabeza y seamos capaces de vomitar en Facebook una secuencia de fotos, comentarios y sandeces para que el universo entero pueda ser testigo presencial de las cotidianidades irrelevantes de nuestra vida privada. La humanidad está al final del camino. La convivencia familiar, social y laboral depende de que exista el espacio alternativo de la individualidad. Pero la posibilidad de encerrarse en sí mismo y liberarse de los demás, así sea por un rato, ha fenecido. A uno lo encuentran hasta debajo de las piedras. Cuantas veces "textiamos" a deshoras interrumpiendo una cena en familia o un momento de pareja, sin ninguna consideración. Nadie me puede sacar de la cabeza que ha llegado la hora del Apocalipsis. Cuándo en el colegio el aprendizaje de la gramática y la ortografía se volvió innecesario porque para eso existe el corrector del procesador de palabra; o que las tareas se compran en la red hechas a la medida; o que diez mil años de civilización se resumen en un video de YouTube; o cuando no sabemos leer un mapa y la única forma de llegar a algún sitio es tener un GPS; es imposible creer que la humanidad tiene salvación. Atila el Huno, el bárbaro que arrasó con Europa, se sonrojaría ante la crueldad, irresponsabilidad, incultura, agresividad y violencia de las hordas que avanzan imparables por las llamadas redes sociales. Envueltas en cobarde anonimato, están destruyendo todo a su paso en absoluta impunidad. Son más señales ominosas que no podemos desconocer. En ese maelstrom enfurecido que ha creado la era digital naufragan todas nuestras certidumbres. Ese mundo donde los líderes públicos tenían la obligación de pronunciarse con sindéresis y sustancia ha sido reemplazado por uno en el que el liderazgo se gana disparando desorbitados escupitajos digitales. Todos estamos cayendo en eso. Ese mundo en el que la reflexión sesuda era el camino al reconocimiento está dando paso a uno en el que se entroniza a la frasecita incisiva o la mordacidad banal. Ese mundo donde abrir el periódico en la mañana era un rito ineludible ha muerto. Acomodarse en un sillón con el peso y la textura de un libro de verdad, para leer por horas interminables, será muy pronto un pasatiempo remoto. Espero que ahora sí me crean. Va a desaparecer ese mundo donde existían la individualidad, la intelectualidad, la responsabilidad, la decencia y el decoro. Vendrán otros mundos, sin duda, pero quizás en esos uno ya no quiera vivir.
Dictum. El debido proceso se vuelve de papel con el linchamiento público de los imputados.
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