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Kaffeetrinker 2 Lucho Garzón: "Siento que estoy calentando la silla" Calificación: de 5,00

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Por: Cecilia Orozco Tascón / Especial para El Espectador
Después de muchos rumores el hoy ministro consejero con oficina al lado de la del presidente Santos, se confiesa: no está haciendo nada después de dos meses y medio de su posesión.
Garzón defiende la agenda política del Gobierno y pronostica un escenario electoral en que las extremas les roban el espacio a los partidos. / Fotos: David Campuzano - El Espectador
Cecilia Orozco Tascón.- Usted fue designado hace dos meses y medio como ministro consejero para el Diálogo Social y la Movilización Ciudadana. Pero en el blog que tiene en la página oficial le pide a su jefe, el presidente, que “no delegue el diálogo social”. ¿Qué significa?
Luis Eduardo Garzón.- Lo que quiero decir es que quien tiene menos diálogo social es el presidente, a pesar de que su Gobierno cuenta con unos indicadores muy positivos en materia de política social. Y que, en mi opinión, otros se le están apropiando del tema: las Farc, que se llaman a sí mismas las voceras del pueblo; el vicepresidente (lo digo con respeto), los ministros y hasta los parlamentarios cuando presentan sus iniciativas. El presidente Santos debería asumir su propia bandera.
C.O.T.- Pero usted fue nombrado ministro consejero en esa precisa materia. ¿Qué sucede?
L.E.G.- Francamente siento que estoy calentando la silla y que estoy causándole un detrimento patrimonial involuntario al erario.
C.O.T.- ¿Cómo así? ¿Por qué?
L.E.G.- Por lo que he experimentado hasta el momento, este cargo no tiene sentido. Y lo digo con una gran consideración con el presidente, quien ha sido tan generoso conmigo que me ha ofrecido varios cargos. Cuando me habló de una consejería le contesté que para consejeros, José Obdulio con Uribe, y Gabriel Silva, porque ellos sí influyen en el expresidente y en él, respectivamente. Me nombró, entonces, ministro consejero. Acepté bajo el entendido de que el cargo tenía algún poder, no de nómina, pues eso no me interesa. Tampoco de manejo de presupuesto, sino de ejecución y de responsabilidades concretas.
C.O.T.- ¿Desea retirarse?
L.E.G.- No voy a renunciar en esta entrevista ni voy a decir eso cuando al presidente quieren echarle la culpa hasta de las basuras de Bogotá. No soy de los que se bajan del bus ante las dificultades. He sido leal con la agenda del proceso de paz del que supe hace muchos meses. Yo, que no soy discreto ni prudente, guardé silencio. La gente no entendía por qué el Partido Verde ingresaba al Gobierno. Pero me respaldó. Ahora puedo decir que mi intención no era formar parte de la extorsión tradicional a la que se somete a los gobiernos pidiéndoles ministerios y otros puestos públicos, sino acompañar este nuevo intento de paz.
C.O.T.- Pero su frustración parece clara. ¿Su cargo, entonces, no tiene ninguna función asignada?
L.E.G.- Así es. No quisiera que sonara a ultimátum ni a una posición soberbia de mi parte, pero si el presidente no define las funciones del cargo, él tiene plena libertad y tranquilidad para decir que no vale la pena mantenerlo. Entiéndame: me gustaría que el jefe de Estado supiera que no es necesario sufrir más desgaste. He hablado con él amablemente, pues siempre me recibe y conversa conmigo. Y, ¿sabe qué? Me siento como un alka séltzer: con mucha efervescencia y feliz cuando salgo de su despacho y con la espuma bajando cuando voy de oficina en oficina sin temas que el ministro consejero para el Diálogo Social y la Movilidad Ciudadana deba asumir. Le voy a dar un solo ejemplo: esta semana había que liderar un proceso de diálogo con la gente de San Andrés. Uno supone que todas esas letras tan rimbombantes (MCDSMC), eran las apropiadas para dirigirlo.
C.O.T.- ¿Y no lo tuvieron en cuenta?
L.E.G.- Aquí estoy, con usted. Estuve en la otra orilla de los gobiernos y no me olvido cómo se le toma el pelo a la gente. Cuando no llegan las soluciones, se va perdiendo credibilidad y sufre la institucionalidad. El ministro consejero debe tener la posibilidad de incidir en la gestión de gobierno manejando el descontento de la comunidad y buscando soluciones. Ahora, si no es posible replantear la situación, debo ser claro en decir que no vine a hacer parte de un gobierno sólo para que me dijeran “ministro”. Prefiero irme tranquilo, sin escándalo ni confrontaciones.
C.O.T.- Digámoslo crudamente: usted ni es ministro ni consejero.
L.E.G.- Pues sí, ni soy ministro ni soy consejero. Y no quiero rebuscarme uno y otro trabajo a medida que se presenten los problemas, porque no soy un ‘lagarto’ ni un ‘sapo’. Sincerémonos: el esquema de los consejeros presidenciales está en crisis. Mire lo que pasó con el tema de las basuras de Bogotá. A Cristina Plazas (consejera para la Equidad de la Mujer) le cayó la asquerosidad de una discusión machista porque abogó por la lucha contra la homofobia. Iragorri (Aurelio, consejero para Asuntos Políticos) está “herniado” con los conflictos que ha tenido. Otros consejeros también se han metido en problemas.
C.O.T.- Supone uno que por su experiencia como dirigente sindical, usted sería un buen miembro del equipo que negocia con las Farc. ¿No es raro que el ministro para el Diálogo Social no esté en el grupo de La Habana?
L.E.G.- El proceso de paz no es el diálogo en La Habana. Es apenas una parte del mismo. Claro que hay que desarrollar ese frente y ojalá se termine por esa vía el conflicto. No obstante, las conversaciones en Cuba no van a suplir lo que le corresponde ejecutar al Estado en el país. Los problemas no se resuelven sólo con charlas entre dos grupos, sino con ejecuciones y con un amplio diálogo social.
C.O.T.- Perdone, pero no me ha respondido: ¿por qué usted no integra el grupo de La Habana?
L.E.G.- No lo sé y no me interesa, lo digo con claridad, estar en La Habana. Esa no es mi prioridad porque —sin ofender a nadie— no soy “pazólogo”. Me interesa más ser ejecutor de programas. El presidente tiene una agenda social extraordinaria para desarrollar. Le sugiero que no la desperdicie y que no permita que otros fijen en público discursos del pasado mientras él se abstiene de posicionar los del futuro.
C.O.T.- A mí, por el contrario, me parece que hay mucho anuncio y poca efectividad. ¿Hay algún teléfono roto o ese es el estilo presidencial?
L.E.G.- Es cierto que se están moviendo mucho las manos y poco los pies. O en otras palabras, que hay mucho anuncio y poca concreción. Esto es preocupante. Y la percepción del conjunto de la sociedad que es la misma suya indica que no estamos siendo efectivos en la ejecución o en la difusión de la ejecución.
C.O.T.- Me llama la atención que usted se sienta cómodo en el gobierno de Juan Manuel Santos y que, aparte de su queja por falta de funciones de su cargo, sea solidario con una agenda contraria a la que en su momento defendió el Partido Verde.
L.E.G.- ¿Sabe que me atrajo del Gobierno? Además del de paz, temas como el de la restitución de tierras y el de los derechos de las víctimas. Con esas prioridades, su gobierno quedó en mitad de la mano negra de la izquierda y la mano negra de la derecha. Entonces pensé que había que ayudarle porque Santos se ubica en el “extremo” centro. Sé que esta posición me cuesta porque trabajar en el centro es muy complicado. Pero lo asumo a sabiendas de que los tres referentes políticos que incidirán en el futuro serán Marcha Patriótica, a la izquierda; el movimiento de derecha de Álvaro Uribe, y el de centro, con Juan Manuel Santos si lo lidera o con quien sepa interpretar la oportunidad histórica.
C.O.T.- El presidente logró meter a todos los partidos, incluyendo el suyo y exceptuando al Polo, en la Unidad Nacional. ¿No era más sano el esquema Gobierno–oposición y que la administración ejecutara sus programas sin temor y no andar pisando cáscaras de huevo para no molestar a ningún sector?
L.E.G.- Esa apreciación no me parece justa, porque el presidente ha tomado decisiones muy difíciles como las que tienen que ver con tierras y víctimas. Por algo ha surgido un ejército fascista que se autodenomina ‘antirrestitución’ que está amenazando de muerte a mucha gente. La equidad en las regalías ha golpeado a gente dura. Su pregunta me da la razón: falta el diálogo social, o si me permite decirlo en lenguaje coloquial, cacarear bien los huevos de Santos. Eso no se ha hecho.

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