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Antiguo 22-11-2012 , 19:21:24   #2
PEDROELGRANDE
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Predeterminado Respuesta: Tom Engelhardt:EE.UU.: El mandato del infierno

Tocando el violín mientras el planeta arde
EE.UU. sigue siendo un país grande, poderoso, rico, que lentamente se ahueca, se desajusta. Mientras tanto, en el planeta Tierra, la economía global está a disposición del que la quiera. Otra catástrofe es posible, mientras las economías europea, china, japonesa e india están todas afectadas.
Las relaciones de poder cambian rápidamente, del ascenso de Brasil en lo que otrora fue el “patio trasero” de Washington al milagro chino (y la fuerza militar que lo acompaña). Un sistema en gran parte estadounidense que desde hace tiempo ayudó a mantener al Gran Medio Oriente, el corazón energético del globo, bajo un sombrío control autocrático que se deshace con consecuencias desconocidas.
Sobre todo, desde las aguas cada vez más desheladas del Ártico a un clima cada vez más extremo, los niveles del mar en aumento y la acidificación de los océanos, este planeta está sufriendo una transformación notablemente rápida basada en gran parte en la liberación de dióxido de carbono a la atmósfera procedente de la combustión de combustibles fósiles.
Fuera de unas pocas curiosas comparaciones republicanas de una economía estadounidense bajo los demócratas con “Grecia”, un enfoque casi obsesivo en la muerte del embajador J. Christopher Stephens y otros tres estadounidenses en Libia, y de diversas denuncias de China como manipulador de divisas, ni uno solo de estos temas apareció de algún modo significativo en la campaña electoral.
Contando el coste. El coste del cambio climático
En otras palabras, la elección en 2012 se limitó a poco más que un caso masivo de negación al estilo de Washington. Y no penséis ni un segundo que se trata solo de un artilugio de año electoral.
Tomemos el cambio climático, que como la Primavera Árabe se abrió camino en nuestro medio desprevenido en 2011-2012. Fue la estación de fuegos descontrolados de todas las estaciones en un sudoeste y un oeste abrasados, una sequía devastadora que todavía no ha desaparecido de la fértil región agrícola del medio oeste, y un verano aparentemente interminable que puede convertir este año en el más cálido en EE.UU. continental.
Fue asombroso y, si hemos de creer los sondeos de opinión, percibido por cantidades crecientes de estadounidenses preocupados que sintieron literalmente que el mundo cambiaba a su alrededor.
Y, no obstante, nada de esto convirtió el calentamiento global en un tema electoral. Mes tras mes fue El Gran Silenciado. El mutismo de los republicanos envalentonados que aportaban sus políticas de perforación y colocación de oleoductos, y de los atemorizados demócratas que se convencieron de que el tema era un asunto en el que el presidente no podía ganar, fue ensordecedor hasta los últimos días de la campaña.
Y fue entonces, claro está, cuando el Huracán Sandy, la “Frankentormenta”, pasó por mi ciudad y devastó Nueva Jersey. Dio el golpe de gracia del clima extremo en 2012. (Y sí, caben pocas dudas de que el aumento de los niveles del mar inducidos por el cambio climático contribuyó a su furia). La supertormenta Sandy también reveló lo desprevenida que está la infraestructura estadounidense frente a los anunciados sucesos producidos por el cambio climático.
El extremo al que llegó Sandy y su oleada de 4 metros fue suficientemente abrumador para que el calentamiento global saliera repentinamente del armario. Llegó a las portadas de las revistas y a las conferencias de prensa del gobierno.
Incluso hubo un anuncio de último minuto en la web de Romney contra Sandy (“Decid a Mitt Romney: el cambio climático no es un chiste”), y en su declaración de victoria en la noche de la elección, el presidente Obama se las arregló para reconocer el cambio después de Sandy, diciendo: “Queremos que nuestros hijos vivan en un EE.UU. que no esté… amenazado por el poder destructivo de un planeta en calentamiento”.
A pesar de todo, en casi cualquier sentido importante en Washington, es probable que la verdadera planificación para el cambio climático permanezca fuera de la mesa en la que se encuentran siempre todas las “opciones”. Podéis contar con que el presidente ofrezca a Shell más apoyo para perforar en aguas árticas, con un nuevo impulso al oleoducto Keystone CL, que transportará una de las energías “más sucias” de Canadá al Golfo de México, etc.
No contéis con que alguien haga lo obvio: lanzar la especie de programa de investigación y desarrollo al estilo Apolo que otrora nos llevó a la luna y que podría acelerar a EE.UU. y al planeta hacia una economía de energía alternativa, o que se invierta dinero de verdad en el tipo de proyectos de mitigación para el nuevo paradigma climático que pueda impedir que una ciudad costera como Nueva York –o incluso Washington– se convierta en una zona de desastre inhabitable en un futuro no demasiado lejano.
La ciencia climatológica ciertamente es compleja y está llena de enigmas. Lo que pasa es que muchos de esos enigmas parecen concentrarse crecientemente en dos temas: ¿Cuán extremo y con qué rapidez? Se sugiere que los niveles del mar ya aumentan más rápidamente de lo predicho y algunos estudios científicos recientes indican que, para finales del siglo, la temperatura promedio del planeta podría aumentar hasta 8 grados Fahrenheit, un desastre casi inimaginable para la humanidad.
Sean cuales sean los factores desconocidos, algunas cosas son bastante obvias. Aquí, por ejemplo, estamos ante una simple realidad: es seguro que cualquier conjunto de intentos, que ya tienen lugar, de convertir Norteamérica en la “Arabia Saudí” del Siglo XXI en la producción de energía constituyan un desastre climático. Por desgracia, esta elección asegura de nuevo que, no importa cuáles sean las realidades planetarias o las verdaderas necesidades del país, no habrá suficiente dinero para proyectos de alteración o mitigación.
Entre los aspectos verdaderamente extraños de esta situación destaca uno: en parte gracias a una campaña de larga data de negación del cambio climático, bien financiada por las gigantes compañías energéticas, el tema se ha vuelto “político”. La idea de que se trata de un “tema” liberal o izquierdista, en lugar de una realidad global que hay que encarar, ya está profundamente grabada. Y sin embargo es posible que nunca haya sido un tema conservador más básico (por lo menos en el antiguo sentido del término): la preservación, sobre todo lo demás, de lo que más valioso de nuestras vidas. ¿Y qué hay más cualificado para ese título que la salud del planeta en el que “creció” la humanidad?
La frase “tocar el violín mientras arde Roma" parece resumir algo de la esencia de este momento postelectoral y tiene un sentido especial cuando resulta que los violinistas entregan fósforos a los incendiarios.

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