En el año 1760 antes de nuestra era se instauró el famoso Código de Hammurabi (se encuentra en el Museo del Louvre) que aplicaba la famosa "Ley del talión" (ojo por ojo y diente por diente).

Algunos ejemplos:

Cita:

"Si un hombre deja tuerto a otro, lo dejarán tuerto." "Si le rompe un hueso a otro, que le rompan un hueso." "Si un hombre ha reventado el ojo de un hombre libre, se le reventará un ojo."

A casi 40 siglos de la remota Babilonia, como en una máquina del tiempo, la especie humana aún sigue aplicando las mismas leyes. No sólo los indígenas. Cualquiera de los mestizos hace lo mismo cuando clama que a un homicida se le mate o a un violador se le castre.

Siempre se piensa que la mejor solución es la violencia. La ley en esos momentos desaparece y el bárbaro que llevamos dentro se desata y "pide justicia". Los crímenes de lesa humanidad cometidos por la subversión, los militares o la delincuencia común, por ejemplo, suscitan exigencias de las penas fijadas en los códigos primitivos.

No hemos avanzado mucho. La cultura de la muerte que nos acompaña desde las cavernas, sigue imperando, pero como siempre sucede, vemos la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio.