Es curioso. Esta es una discusión interesante que va más allá de los devaneos amorosos del rey Juan Carlos porque no sólo abarca a las monarquías sino a las cabezas de Estado en las democracias occidentales, abriéndose la polémica sobre la necesidad de blindar de alguna manera a quien representa al Estado por la calidad de su investidura, pero el foro responde con adjetivos que ni quitan ni ponen nada

La investidura siempre debe tener un fuero ya que no sólo se juzga a la persona misma sino a lo que representa. Un magistrado, por poner un ejemplo, no puede ser juzgado como cualquier hijo de vecino, y requiere de un tribunal especial porque obviamente no es una persona común y corriente, sino el representante de una institución.

Lo de la monarquía española igual debe tener un blindaje, no por la persona o por la realeza, sino porque el rey es el Jefe de Estado según la Constitución española. ¿Hasta dónde llega el blindaje? Parece acertado decir que se circunscribe al ámbito penal. Esto implica de suyo una inmensa responsabilidad para quien lo detenta ya que un juicio afectaría al Estado mismo y a la propia democracia.

¿Es un anacronismo la realeza? Digamos que es una manera de organizar el Estado que da buen resultado en las llamadas monarquías constitucionales, una mezcla de democracia y monarquía. Lo curioso es que funcionan bien. Los países nórdicos (Suecia, Noruega, Dinamarca), los más avanzados en calidad de vida, son monarquías, al igual que la Gran Bretaña, Holanda y Bélgica.

En España, luego de una larga dictadura, el propio Franco educó a Juan Carlos para que, a su muerte, continuara con su proyecto autoritario, pero sucedió lo contrario. Al ascender al trono impulsó la democracia haciendo posible un gobierno elegido por voto popular. Y cuando se puso en peligro la democracia con el alzamiento militar de Tejero, fue el rey mismo el que lo desautorizó y llamó al pueblo a defenderla. De ahí que se haya ganado el respeto de los españoles, convirtiéndose en un factor de unidad.

En nuestras democracias tenemos la ficción de que cada cuatro, cinco o seis años, elegimos a alguien para que nos gobierne, pero en realidad se trata de una casta política que hace mucho se enquistó en el poder y, al igual que las monarquías, el poder es hereditario. Hijos, nietos, biznietos, tataranietos, nos gobiernan aunque existen leyes e instituciones que limitan el poder buscando el beneficio de la mayoría que pocas veces se consigue.

Digamos que es el mismo burro con distintas orejas. La diferencia es que en Europa funciona.