Un proceso de paz no se hace entre monjitas de la caridad sino entre enemigos, los unos representando al Estado y los otros, a los que se alzaron en armas contra el Estado. Si el expresidente Uribe considera que debe hacerse entre amigos, bueno esa es su particular experiencia cuando se inventó un modelo de justicia hecha a la medida de los paramilitares, gesto de gratitud a quienes les debe su primera elección como presidente. Pero usualmente no se hace así.

Lo otro que llama la atención es que critica el diálogo con las Farc cuando él mismo trató en cuatro oportunidades de dialogar con la subversión al darse cuenta que la política de Seguridad Democrática se estaba estancando y que la propia guerrilla, desde finales de 2008 ya se estaba adaptando a ls nuevas condiciones de la guerra, fortaleciéndose en Arauca, Cauca, Nariño y Chocó, al tiempo que el ELN se reorganizaba en Norte de Santander.

Ahora, cuando al menos las partes han pactado conversar, que fue lo que el quiso en los dos últimos años de su gobierno, se rasga las vestiduras. Si en verdad le interesa tanto la patria debería ser motivo de satisfacción para él y para todos los colombianos, incluyendo aquellos que no han sufrido en carne propia las atrocidades de la guerra y que se oponen desde la comodidad de sus casas, sentados frente a un computador. Las comunidades víctimas de la violencia asisten esperanzadas a este proceso de paz, única forma de sacarlos del infierno de la guerra.

Y respecto a la seguridad, para infortunio del expresidente Uribe, la seguridad ha mejorado. Ahí están los índices para que los consulte, no solo de los organismos públicos sino de entidades independientes y entes internacionales. Pero como no hay peor ciego que el que no quiere ver y cada quien es dueño de sus miedos, resentimientos y frustraciones, todo lo que no haga él o bajo su tutela está mal hecho. Es el problema cuando se creen mesías, y se niegan a mirarse al espejo que les devuelve la imagen de lo que realmente son, seres amargados que se duelen a diario de la orfandad del poder.

Cada paso en que avance el país provocará en este pobre señor un acceso de ira porque en el fondo sabe que su talento para resolver problemas sólo se circunscribe a matar gente. Construir una sociedad requiere de un estadista y los mastines solo sirven para cuidar las puertas, aunque a veces sus ladridos se vuelven molestos.