Como las puntas de un pañuelo, los extremos se tocan, son iguales de autoritarios, de fundamentalistas y de obtusos, conspiran contra la democracia, contra la tolerancia y contra el respeto a las ideas ajenas. Para los extremos sólo ellos tienen la razón, todo el que piensa diferente es un enemigo, y viven de dogmas fuera de las cuales no hay salvación.

Creen en las verdades reveladas, les encantan las armas, se convierten en apóstoles de la moral y todo lo hacen en nombre de la Patria. Para los extremos el fin justifica los medios, su ideología es la cultura del atajo y consideran que el mejor enemigo es que está dos metros bajo tierra.

Y lo peor del cuento es que germinan en todos lados y se autoproclaman como los iluminados, los salvadores, los imprescindibles, al punto que sin ellos la hecatombe llegará sin remedio y la Patria quedará en manos de sus enemigos.

Como dirían en las películas, cualquier parecido es pura coincidencia.