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Kaffeetrinker 2 Crisis económica, la pesadilla española Calificación: de 5,00

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Protestas en Madrid, el domingo pasado, contra la política de 'austeridad' del Gobierno.Foto: AFP
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En menos de 5 años, la novena economía del mundo pasó a tener 5 millones de personas sin trabajo.

Obie Adeyemi recorre cada mañana todo el mapa del metro de Madrid. Viene de un centro de acogida en la periferia y su destino es una esquina de una elegante avenida flanqueada de árboles, al lado de un edificio público de donde entra y sale todo el día gente. Ni el verde ni la gente son los de las sabanas de Kenia, de donde emigró hace dos años. Sin embargo, esa esquina es su oficina. (Lea también: Miles de personas marchan en España en protesta por recortes sociales).
La descubrió recién llegado, después de trabajar un año en los campos españoles. Vio que había movimiento y los trámites dentro del edificio no eran largos, pero nadie cuidaba afuera los carros. Volvió al otro día a cuidarlos y a pedir las propinas correspondientes, y más tarde trajo a un amigo del albergue donde dormía. Entre los días, sacaban para comer y también podían defender mejor "su" territorio.
Desde hace unos meses, Antonio Ruiz, un madrileño de 37 años, les hace competencia. En otra vida tuvo una moto y fue mensajero, y en el 2007 montó un bar con un amigo, pero la crisis económica los obligó a cerrar y lo dejó ahogado en deudas. Agotó el subsidio de desempleo, vendió la moto y acabó pidiendo posada donde un pariente. Un día vio a Obie y a Mako dirigiendo el tráfico en la esquina y decidió imitarlos.
Desde entonces, conviven a regañadientes al borde del andén. A sus espaldas, Obie y Mako acusan a Antonio de ser borracho y drogadicto. Él se queja de que los africanos no lo dejan "trabajar en paz". Alguna vez ha amagado con denunciarlos para que los deporten por no tener papeles. Le cuento que el albergue donde duermen puede cerrar a causa de la crisis. "Si sabían que había crisis, ¿a qué vinieron? -me contesta sin conmoverse-. Aquí no estamos para hacer caridad."
Atrapados en España
Obie, Mako y Antonio hacen parte de una multitud silenciosa que, desde hace algún tiempo, prolifera por las calles de las ciudades españolas. Unos cuidan carros, otros limpian los vidrios, otros simplemente piden. Para algunos, como Obie, no es la primera vez que viven sin saber qué comerán al otro día. Entre los propios españoles, solo los más viejos recuerdan una época parecida: los años del hambre de la posguerra franquista. En menos de un lustro, el país ha pasado de ser la novena economía del mundo a tener cinco millones de desempleados. (Siga este enlace para leer: La crisis en España revive las 'Casas de Baños' en Madrid).
Entre ellos hay más de 500.000 inmigrantes, sin contar a los indocumentados como Obie. Muchos no han conocido nada distinto de la crisis y se rehúsan a volver a sus países con el estigma de haber fracasado. Muchos otros progresaron en la década de bonanza, en la que España era el país donde se construían más edificios en Europa y había crédito fácil para todo el mundo. Han visto derrumbarse sus ilusiones y quisieran volver, pero los retiene la vida que han hecho aquí y, a menudo, los vínculos familiares.
Rebeca Aldívar, una mexicana de 33 años, desembarcó en Madrid en 1996. Tenía un novio mexicano con nacionalidad española, se casó y quedó embarazada. Consiguió estudiar, más tarde entró a trabajar y llegó a ser jefa comercial de una pequeña empresa. Como cientos de miles de españoles, se lanzaron a comprar casa propia y firmaron una hipoteca por un apartamento que estaba en el límite de sus posibilidades. Entre tanto, su hija, Giovanna, fue creciendo como una niña española.
En el 2008, la empresa cerró y un año después su marido perdió el trabajo. El mercado inmobiliario se hundió y el apartamento en el que habían invertido sus ahorros perdió más de un tercio de su valor. Tuvieron que devolverlo, pero el banco solo les descontó de la deuda el nuevo precio comercial. Ahora, siguen debiendo 140.000 euros (unos 300 millones de pesos) y están envueltos en un juicio para que les condonen el resto de la deuda. Ella limpia casas por horas y él vive en el rebusque.
Si pudiera, Rebeca haría mañana las maletas. Sin embargo, su hija ya tiene 16 años y no solo es española por nacionalidad: tiene acento español y amigos españoles y se siente española. No se imagina viviendo en México, adonde solo ha ido de vacaciones. Por otro lado, a Rebeca le da miedo que la deuda del banco las "persiga" hasta su país, como les ha ocurrido a otros. Cuando le pregunto por su futuro, me contesta: "Estoy atrapada en España".
Partiéndose la cabeza
En el mismo edificio de la periferia vive María Antonia Sorzano, una viuda de 74 años, que cobra una pensión de viudedad que no le alcanza para nada. "La luz ha subido dos veces este año -me explica-, y el gas, tres. Ahora han subido además el IVA al 21 por ciento. Y con el nuevo decreto tengo que pagar parte de los medicamentos que antes me daban gratis por ser pensionada." El pago proporcional que le corresponde es de 18 euros al mes, unos 42.000 pesos. Para su economía, es una cifra catastrófica: además de sus gastos, sostiene a una hija que volvió a vivir con ella, y ayuda a uno de sus nietos. Se calcula que, de cada dos menores de 25 años, uno está sin trabajo.
"Me paso el día partiéndome la cabeza para ver cómo reducir gastos", afirma. Pero ya no encuentra por dónde. Desde hace varios meses no compra carne, ni va a la peluquería, ni siquiera sale como antes con sus amigas. Dice que, si pudiera, iría a manifestarse contra las medidas del Gobierno, pero no tiene con qué coger el bus. Además, le da miedo. La última manifestación grande, frente al Congreso español, se saldó con varias docenas de heridos tras la intervención de la policía antidisturbios.
En España, cerca de nueve millones de personas cobran actualmente una pensión. Muchos viven los vaivenes de la crisis con auténtica ansiedad: pese a que el Gobierno aún no ha reducido las pensiones, la Seguridad Social ya ha tenido que recurrir a sus fondos de reserva para pagarlas. El único lujo que se permite María Antonia es seguir fumando, mientras hace sus cuentas interminables. Corta los cigarrillos en dos o tres secciones y se los fuma despacio para hacer de cuenta que es uno.
Camino de la locura
María Antonia, sin embargo, tiene casa propia y, de momento, sigue cobrando su pensión. Tiene también la seguridad de que, si se enferma, la atenderán en el hospital. No es el caso de Luis Miguel Olano, un inmigrante ecuatoriano de 29 años.
Según me cuenta, llegó a Madrid en el 2006, animado por un primo suyo, que ya estaba instalado en la ciudad. Encontró trabajo como albañil, pero, al cabo de unos meses, empezó a sufrir episodios psicóticos y alucinaciones y, para cuando la construcción se desplomó, le habían diagnosticado una esquizofrenia y llevaba algún tiempo desempleado. Como no volvió a encontrar trabajo, perdió también la residencia legal en España y se convirtió en un "sin papeles", como Obie Adeyemi.
Desde el primero de septiembre, los inmigrantes en la situación de Luis Miguel no tienen cobertura médica en España. Para acceder a los servicios de salud públicos, que antes eran universales y gratuitos, tienen que suscribir un seguro de 59 euros mensuales (unos 125.000 pesos), que sube a casi el triple si son mayores de 65 años. Para Luis Miguel, es una suma inalcanzable. Tampoco tiene cómo pagar los medicamentos para controlar su enfermedad. (Lea también: Crisis económica alienta el separatismo en Cataluña).
Se calcula que esta medida le ahorrará al Gobierno unos 250 millones de euros, un porcentaje mínimo de los más de 50.000 millones que gastará en salvar de la quiebra a los bancos afectados por la crisis. Por otro lado, dejará sin cobertura médica a más de 150.000 personas. La mayoría no tienen trabajo y tampoco pueden cobrar los subsidios de desempleo. Son el eslabón más frágil de la cadena, los marginados de los marginados.
El psiquiatra que viene atendiendo a Luis Miguel ha seguido haciéndolo, pese a que, bajo la nueva ley, ya no debería recibirlo. Aún le quedan medicamentos para varias semanas. Le pregunto qué hará cuando se acaben. La respuesta podrían darla millones de personas, tanto de aquí como de allá, que en otro tiempo soñaban con vivir en un país próspero, con un Estado de bienestar envidiable: "Me imagino que volverme loco".

Juan Tafur

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