Nada por comentar, salvo la absoluta concordancia con esta columna del gran escritor antioqueño.

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De regreso a la caverna Por: Héctor Abad Faciolince Si este Gobierno tiene una talante liberal está en la obligación de proponer un candidato a procurador general que sea un jurista eminente e iluminado, capaz de defender el país que queremos construir, un país progresista, legal e insertado en la modernidad, y no un país con nostalgia de la caverna, no un país retardatario y mojigato que pretenda erigir un régimen confesional que divida la gente entre devotos y anticlericales, entre mamasantos e inmorales. Con el procurador Ordóñez hemos regresado al oscurantismo rezandero, al país camandulero y tétrico de monseñor Builes, de los Leopardos caldenses que aspiraban a un “orden católico” y de los falangistas de talante reaccionario, en cruzada fanática contra “los apóstatas, los impíos y los masones”. Cuando se suponía que todos estos debates anticuados ya los habíamos superado, y que habíamos asimilado como algo obvio ciertas conquistas morales de la modernidad, viene un ultramontano del pasado más oscuro, un enemigo del presente, a ponernos a discutir de nuevo sobre temas que habíamos dejado atrás con algunos gobiernos liberales —y lo que es más importante, incluso con algunos gobiernos conservadores— del último siglo. Si por este defensor de la tradición, la familia y la propiedad fuera, aquí no sólo habría que discutir la validez de las sentencias de la Corte sobre el aborto y la dosis personal, sino que tendríamos que revisar las leyes de divorcio, de matrimonio civil, la legalidad de las píldoras anticonceptivas, la legitimidad del condón, la realidad de las uniones homosexuales de hecho y de derecho, la fecundación asistida, y en general todos los avances en el camino de las libertades individuales y de la moral pública. Aquí no tenemos un procurador, sino un inquisidor, y no es por el hecho de que sea católico o conservador que nos oponemos a él, pues la inmensa mayoría de los católicos —incluyendo a muchos obispos— están muy por delante de su ideología oscurantista, y tampoco la mayoría de los conservadores comulgan con su talante retardatario e inquisitorial. ¿Cómo es el país que queremos? ¿Un país donde nos pasemos la vida en discusiones bizantinas sobre el sexo de los ángeles, sobre las relaciones prematrimoniales, sobre el sagrado embarazo de las mujeres violadas, y en general sobre la elevación a delito de lo que la doctrina de monseñor Lefebvre considera pecado? ¿Es eso lo que queremos? Lo que Ordóñez se propone no sólo es absurdo y retardatario, sino ridículo: la sociedad colombiana está muy por delante de él y de sus tesis, y lo que hemos logrado en igualdad de derechos de las mujeres y de las minorías sexuales, en libertades individuales, en derechos humanos, no podrá devolverse porque un camandulero trasnochado pretenda que todavía vivimos en el siglo XVIII. Hoy queremos discutir de justicia, de medio ambiente, de igualdad de oportunidades, de derechos, de salud y educación, no regresar a las cruzadas morales de los cavernícolas. No nos oponemos al actual procurador porque sea católico o conservador. Católicos y conservadores eran Belisario Betancur, Misael y Andrés Pastrana, pero ellos no eran ni son cruzados de la fe, inquisidores que anteponen la Biblia a la Constitución y que si pudieran impondrían una especie de sharía confesional, ya no con el Corán, sino con el Levítico por delante. Lo incomprensible es que, por prebendas recibidas y por miedo a la venganza del báculo del procurador, congresistas que para nada comulgan con semejante esperpento vayan a votar por él. Esta no es una pelea política entre conservadores y liberales, sino una lucha ideológica entre el pasado más retrógrado y los ideales humanitarios de la Ilustración. Lo que se juega en la elección del procurador no es una cuestión partidista, sino una lucha entre la oscuridad y la libertad.

Fuente: El Espectador