Ver Mensaje Individual
Antiguo 24-09-2012 , 18:15:11   #6
Heráclito
Denunciante Épico
 
Avatar de Heráclito
Me Gusta
Estadisticas
Mensajes: 30.209
Me Gusta Recibidos: 22257
Me Gustas Dados: 15307
Ingreso: 19 jun 2011

Temas Nominados a TDM
Temas Nominados Temas Nominados 135
Nominated Temas Ganadores: 0
Reputacion Poder de Credibilidad: 598
Puntos: 1140630
Heráclito tiene reputación más allá de la reputaciónHeráclito tiene reputación más allá de la reputaciónHeráclito tiene reputación más allá de la reputaciónHeráclito tiene reputación más allá de la reputaciónHeráclito tiene reputación más allá de la reputaciónHeráclito tiene reputación más allá de la reputaciónHeráclito tiene reputación más allá de la reputaciónHeráclito tiene reputación más allá de la reputaciónHeráclito tiene reputación más allá de la reputaciónHeráclito tiene reputación más allá de la reputaciónHeráclito tiene reputación más allá de la reputación
Premios Recibidos
Corazon Purpura Concurso General 10 Años Concurso General Mejor Colaborador Mencion De Honor Denunciando 
Total De Premios: 8

  
Predeterminado Respuesta: ¿Estamos pactando con el diablo?

Cita:
Iniciado por pipe333 Ver Mensaje
¿Estamos pactando con el diablo?

Por: NATALIA SPRINGER |
7:34 p.m. | 23 de Septiembre del 2012
Natalia Springer

Mienten las Farc cuando, torciendo las palabras, se niegan a aceptar que fueron ellos los que se inventaron el secuestro, los que convirtieron en ley propia una obscena forma de esclavitud y tráfico de personas.

Mienten las Farc cuando, torciendo las palabras, se niegan a aceptar que fueron ellos los que se inventaron el secuestro, los que convirtieron en ley propia una obscena forma de esclavitud y tráfico de personas. Mienten cuando se resisten a aceptar que hicieron del Caguán un campo de concentración. Esa es una imagen angustiosamente inolvidable: la cochera con paredes de alambre de púas en la que permanecían decenas de víctimas encadenadas al cuello. Mienten cuando aseguran que nada tienen que ver con el narcotráfico, que no reclutan niños y niñas, que no hay esclavitud sexual en sus filas, que no han causado dolor y que nada les deben a sus víctimas, porque las víctimas son ellos.

Y entonces es aquí donde hay que preguntarse: ¿qué y con quién estamos negociando? ¿Qué legitimidad, si alguna ostenta, tiene una negociación con enemigos de los más básicos principios de la dignidad humana, en cuya defensa hemos justificado el uso de la fuerza?

La admisión de fondo de este proceso de paz consiste en aceptar que las Farc no son un capricho ideológico, nacido de la imaginación de un megalómano, como sí sucedió con Sendero Luminoso en el Perú, ni representan el trasnochado sueño comunista, ni son la versión criolla de Al Qaeda. Las Farc representan, lamentablemente, el último lastre histórico, la gran deuda pendiente de la institucionalidad colombiana con la agenda política de los movimientos de los 60. Hay que resolver el pacto inconcluso con el liberalismo campesino deliberante y la agenda agraria, que terminaron sacrificados por la cúpula que negoció el Frente Nacional. Esa es una deuda que aún hoy nos sitúa como una de las naciones más desiguales del planeta.

Esta negociación le da al Estado colombiano la excepcional oportunidad de poner en marcha mecanismos que permitan erradicar esas grandes desigualdades que empiezan (no terminan) en el campo y que no podrían abordarse por los medios actuales sin desatar una (otra) guerra civil. Es la oportunidad de saldar la deuda de integración regional.

¿Cómo desandar tanta barbarie? De aquí se deriva nuestra primera obligación. Como sociedad, es nuestro deber exigir que el primer objetivo de esta negociación no sea el cese del fuego. A las Farc no hay que creerles, hay que exigirles la adherencia a los principios del Derecho Internacional Humanitario bajo estrictos parámetros de verificación, como en su momento sucedió con el Frente Sandinista en Nicaragua, el FMLN en El Salvador y la URNG en Guatemala.

Ya en ese camino, tal vez tengamos la oportunidad de empezar a enfrentar la agenda del siglo XXI. El diagnóstico es sombrío. Tenemos un estado de barbarie bien gerenciado, aspiracional, enmarcado por leyes magníficas, transitado por millones de víctimas, señalado como la peor crisis de desplazamiento en el planeta, amenazado por cientos de bandas criminales. Nuestra paz está en la transición, en la reformulación de un pacto de civilidad que no tenemos, en el que quepamos todos, en el que "cada colombiano deje de ser un enemigo".

En ese sentido, hace falta y es correcto trazar como meta una comisión de la verdad como instrumento de diagnóstico, como catarsis, como estación indispensable hacia la reconciliación. Nos permitirá mirarnos al espejo y, sobre todo, revisar el pacto de civilidad que tanto necesitamos para repensar esa cultura maldita que sustancia todos nuestros problemas: la pobreza como sinónimo de invisibilidad, la exclusión, el ejercicio de la política y las formas de representación, etc.

Y, por supuesto, debe posicionarnos en la agenda global: ¿es sostenible la actual alianza en la fallida guerra contra las drogas, una guerra cuyas consecuencias amenazan la estabilidad y la viabilidad del Estado, no solo en Colombia, sino en toda la región? Es largo el camino, pero hay que empezar a soñarlo.


Natalia Springer
@nataliaspringer
Fuente: eltiempo.com
Un escrito enjundioso que no solo aterriza el proceso de paz sino que lo sitúa dentro del contexto histórico el reto que enfrenta la sociedad colombiana.

Lo primero que señala Natalia, lúcida como siempre, es la catadura del enemigo que dentro de pocos días se sienta en la mesa de la paz a desandar el camino de la guerra. No vamos a echar voladores ni a soltar palomitas blancas como en épocas de Belisario Betancur. Son conversaciones de paz con una agrupación cínica que hizo de la violación al DIH su razón de ser. Como lo dijo alguna vez Tirofijo, que no cumplían el DIH porque ellos no lo habían firmado, como si hubiera que firmar para portarse como ser humano.

Pero aparte de cuestionar la legitimidad de este proceso, el escrito aborda otros temas acordes, empezando por el primordial, el origen de la subversión, que no es un capricho ideológico sino el lastre que dejó la deuda que jamás se pagó con el liberalismo campesino y su agenda libertaria de los 60, con los movimientos políticos que querían un país incluyente, un país que rompiera con el atraso, la pobreza y las castas de las pocas familias que gobernaron y gobiernan este país con mano de hierro.

Y aquí es cuando Natalia señala a este proceso de paz como una oportunidad excepcional para erradicar estas desigualdades e integrar ese país agrario y atrasado con el país urbano y se pregunta cómo desandar este camino de guerra infinita, de barbarie manifiesta? Dos maneras pone sobre la mesa. Nada de cese al fuego porque a las Farc no les cree nadie, y obligarlas a que cumplan con el DIH, bajo estrictos mecanismos de verificación.

Y transitando por el camino de la paz, Natalia considera que es la oportunidad para reformular el que llama "pacto de civilidad" en un país que sufre la mayor tragedia de desplazamiento del planeta, un pacto en el que todos quepan, en el que "cada colombiano deje de ser un enemigo" y de ahí la importancia de una Comisión de la verdad, como ha sucedido en otras partes y en otros procesos y demos el paso a una cultura diferente as la que tenemos donde la pobreza, la guerra y la desigualdad son su sustrato.

Y finaliza con una verdad de a puño. Hay que repensar la guerra contras las drogas, la que ha corrompìdo a los Estados y a las sociedades.

Un artículo interesante para ponerse a pensar. La paz es el camino, arduo, lleno de obstáculos, con muchos enemigos, pero hay que transitarlo, si queremos salir del hueco de la guerra, el miedo, la intolerancia y el atraso.


Heráclito no está en línea   Responder Citando
 
Page generated in 0,07038 seconds with 11 queries